Pasaba por aquí | Galder Reguera

Elogio de las grandes citas

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Oh, a veces uno tiene la sensación de que la vida es un continuo pasar de días iguales y monótonos, que la rutina es un denso líquido en el que cuesta bracear para mantenerse a flote. Pero de pronto sucede algo, a veces pequeño, a veces grandioso, y se hace con uno la convicción de que vivir es un privilegio, que toda la existencia es maravillosa, que el conjunto de la historia del universo merece la pena si ha conducido a ese momento en que te encuentras. Exagero, pero no tanto.

Decía que a veces eso que te lleva a sentirte el más afortunado de los hombres es algo pequeño, otras grandioso. Lo más común, empero, es que suceda en las segundas ocasiones. Que levante la mano el lector que nunca haya sentido ganas de agradecer al cosmos por estar vivo, quizá tras un primer beso, quizá cuando un bebé se aferró su manita a su dedo corazón, quizá tras un gol de su equipo en el último minuto de un derbi.

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Esta es una semana de grandes partidos europeos. Mañana mismo hay derbi madrileño en Champions. Pasado mañana, Athletic Club y Real Sociedad se ven las caras nada menos que con la Roma y el United. Señores, señoras, nos encanta el fútbol por noches así. Afortunados quienes puedan acudir a los estadios, pues suyo será el mayor goce.

Soy de una generación que evoca recurrentemente la mítica eliminatoria de la UEFA ante el Newcastle como una de las mayores gestas del Athletic. Esa cita está engrandecida en el recuerdo de la afición en parte porque aconteció después de varios años sin presencia europea del club. Pero, sobre todo, lo recordamos tanto porque lo que se vivió en las calles de Bilbao y en San Mamés aquel primer día de noviembre de 1994 fue algo único. Yo lo vi solo, en la televisión, en Irlanda y recuerdo que cuando desconectaron la señal de televisión fue como si me mandaran al espacio en una cápsula. Pero he escuchado tantas historias de ese día que es como si hubiera estado ahí. El jueves, con un poco de suerte, sí que estaré en San Mamés. Ojalá que termine el partido abrazado a los míos, sintiéndome un privilegiado (por estar en San Mamés, por ser de mi club, por la noche vivida) y, con los años, vuelva muchas veces al recuerdo colectivo de un gran momento, uno de esos por los que todo merece la pena.

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