El cosquilleo de Carlos Sainz

Carlos Sainz tiene 61 años, camino de cumplir 62 en abril, y lleva más de 40 compitiendo al volante de un coche, o a cualquier cosa que le pongan por delante, porque ahora que el squash ha sido declarado olímpico para los Juegos de Los Ángeles 2028, tiene su gracia recordar que el madrileño fue campeón de España de la especialidad en 1978. A Sainz le gusta competir. A lo que sea. Y esa es la principal razón que mantiene encendida su motivación para disputar por 17ª vez el Rally Dakar, a una edad a la que cualquier trabajador está tachando fechas en el calendario hacia su jubilación, y ya no digamos un deportista tipo, cuyo promedio de actividad rebasó hace una treintena de años. Carlos ha ganado en dos ocasiones el Mundial de Rallys (1990 y 1992) y en tres el Dakar (2010, 2018 y 2020), no necesita engordar su brillante palmarés, porque hace tiempo que se convirtió en una leyenda del automovilismo. Pero sigue ahí. Con las mismas ganas que cualquier joven piloto.

En su última entrevista publicada en AS, en vísperas del Dakar, comentaba que “todos los días” se levanta “con la ilusión” de prepararse “lo mejor posible” y “con las ganas de dar la cara e intentar ganar”. También que continúa sintiendo “ese cosquilleo” antes del primer tramo. Con ese cosquilleo tomó ayer la salida en el prólogo de la 46ª edición del mítico raid, donde aspira a conquistar su cuarto Touareg. No empezó bien, pero esto es muy largo. Nadie dijo que fuera fácil. Antes lo ganó con tres coches diferentes: Volkswagen, Peugeot y Mini. Ahora quiere añadir Audi a la lista triunfal, un vehículo complicado, el único con motorización eléctrica híbrida. Su rival Nasser Al Attiyah, campeón los dos últimos años, provocador y ególatra, no le otorga ninguna posibilidad: “En tres días se irán a casa”. Pero Sainz no descarta nada, porque no conoce otro objetivo que “ganar”. Desde hace más de 40 años.

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