El angustioso límite del deporte
“El deporte es ir al límite y a veces te pasas”. La frase es de Andrea Fuentes, la seleccionadora de natación artística de Estados Unidos, la sincro de toda la vida. Andrea es también una de las grandes deportistas españolas de la historia, con cuatro medallas olímpicas: tres platas y un bronce. Sólo Mireia Belmonte y Arantxa Sánchez Vicario llegaron al mismo número. Lo que ocurre es que Fuentes ha tenido una menor proyección mediática. No alcanzó, o no exprimió, la actual eclosión del deporte femenino. Su pista estaba perdida, salvo para los especialistas en deportes acuáticos. Y de repente ha vuelto al foco, de una manera extraña, inesperada, angustiosa… Hemos visto a Andrea Fuentes en las espeluznantes fotos del rescate de Anita Álvarez, la solista del equipo estadounidense, que se desvaneció durante la final de solo libre de los Mundiales de natación de Budapest, se hundió en la piscina Isla Margarita sin conocimiento y estuvo dos minutos sin respiración. La medallista actuó con rapidez ante la lentitud de los socorristas, que parecían “embobados”, en palabras literales de Fuentes.
Andrea explicó luego en AS que lo sucedido “no es tan raro”, aunque ocurre “más en entrenamientos que en competición”, que en los deportes de apneas “el cuerpo colapsa”, que hay otras disciplinas como “atletismo y ciclismo donde también se sufren desmayos”… De hecho, la propia Anita ya había tenido mareos similares: “Le gusta llegar al límite y a veces se pasa”. La normalización que hace la exnadadora de una situación dramática resulta impactante para neófitos y aficionados, pero el deporte de élite es así. Tal cual. Me viene a la cabeza la imagen del triatleta Jonathan Brownlee cruzando la meta totalmente ido, mientras su hermano Alistair le llevaba en volandas. Preguntado por el caso, Iván Raña soltó una carcajada: “Es lo más normal. A mí me han pasado cosas peores”. Pues eso.