Chen se acabó
A qué juega el Espanyol. A qué juega el equipo, se cuestionaba buena parte de la afición hasta hace un par de meses. A qué juega el club, es ahora la pregunta del millón. Chen Yansheng moldeó gran parte de su fortuna gracias a los juguetes, y como tales parece que está tratando a una entidad de 123 años de existencia, a la que de seguir esta deriva no le quedan en la elite como institución histórica ni otros 123, ni 12, ni quién sabe si tan siquiera 3.
Demasiado le ha durado al propietario a distancia del Espanyol el cartel de salvador económico de la entidad, argumento que es cierto y falaz a partes iguales, como lo demuestra el hecho de que siempre que ha negociado la venta del club (porque, sí, la ha negociado), se ha mostrado inamovible en sus pretensiones económicas. Que pretende hacer negocio, vamos, lo cual es lícito pero desdibuja esa imagen de ‘Mr Marshall’ tan arraigada que hasta se le llama popularmente Mr Chen.
El apodo se lo puso Dani Sánchez Llibre, el primigenio responsable de esta etapa al elegirlo a él entre los compradores aspirantes, pues con las finanzas del club a la deriva la prioridad pasaba por despojarse cuanto antes de los avales por la construcción del RCDE Stadium. Y sí, muchísimos más vendieron acciones, pero es él quien salió en la foto de la compraventa, orgulloso, abrazado a su problema resuelto.
Chen seguramente nunca ha confiado en nadie de la órbita perica, lo que ha comportado una ristra de elecciones fallidas y una trituradora constante de cargos, incompatible con ningún tipo de proyecto serio en el mundo del fútbol. Las excepciones a ese recelo constante acaso son las dos personas que conoció durante el proceso de compra, en el bufete que llevó la gestión: Mao Ye, finalmente CEO del Espanyol, y un Adolf Rousaud cuyo apego por el sentimiento espanyolista se intuye inversamente proporcional a la influencia que parece seguir teniendo sobre el magnate chino, aun llevando años ya fuera del club.
El resultado de tan prolífica administración pasa por un descenso en la peor temporada de la historia blanquiazul en Primera (los 25 puntos de la 2019-20) y por haberse convertido ya en el primer presidente que baja dos veces a Segunda, coincidiendo con el Espanyol con más bienes de todos los tiempos. Los que ha generado, pero también los que ha desperdiciado. No aprendió nada, a pesar de que predica todo lo contrario. Con unas dificultades económicas que se avecinan por deméritos propios, auténticas curvas visto lo visto en los tres ejercicios seguidos de pérdidas que lleva presentando la entidad. Ni la pandemia ni el cierre del grifo inversor de China sobre el fútbol pueden ser excusa: tiempo le había dado para crear una estructura que creciera gracias a los recursos propios.
La última es el inmovilismo con Domingo Catoira, evidentísimo responsable deportivo del actual desastre, a ojos de toda la humanidad salvo de quien debe destituirlo. Ya es mala suerte. El presidente antepone la supuesta lealtad sobre la competencia, la valía, la aptitud. Es preferible según su filosofía de vida descender a Segunda mientras no le lleven la contraria, que mantenerse en Primera, incluso que ir a Europa como Rubi, pero tener iniciativa propia.
Cualquiera malintencionado podría llegar a pensar, con todos estos datos, que Chen –y sus acólitos, a los que ha ido dando y quitando poder casi inquisitorial– es el caballo de Troya del Espanyol. Que no pueden sucederse tantas medidas equivocadas, perjudiciales, erráticas, ni que fuera por preservar su propia inversión, porque si pedía 240 millones no va a acabar recibiendo ni la mitad de la mitad. Y lo peor es que no se adivina una solución.
El club es suyo. Pero la angustia es de quienes ya estaban aquí antes de que llegara y que seguirán cuando se haya marchado. Habrá que ver en qué categoría. Si es recuperable. O si queda, y de eso sabe mucho, como un juguete roto. Y sanseacabó. O, mejor dicho, Chen-se-acabó.