Anoeta, con ‘A’ de Atocha

Atocha era una caja de zapatos en la que reverberaba a finales de los 70 y principios de los 80 lo mejor del fútbol español. Ir a jugar allí era como hacerlo en Pasarón en los 60, estadios norteños de apariencia británica donde solían hincar la rodilla los rivales aunque no lloviese. El Pontevedra fue líder por primera vez el 10 de octubre del 65 contra el Sabadell, en el debut como granate del donostiarra Irulegui, el día que cumplía años su novia. En Atocha cayeron también Barça, Madrid y Atleti para honrar a aquel equipo de Ormaetxea que se recitaba de memoria como si fuese una rima de Bécquer. A diferencia de ahora, entonces no se anulaban goles por un juanete, y menos aún si encima el juanete era del defensor. Tanto cambiar equipaciones cuando lo que tendrían que cambiar es el color de las botas.

El Barça no tiene TV propia como el Madrid para meter en bucle el gol presuntamente robado a Robert Lewandowski aún con empate en el marcador. Poco después vendría el 1-0 local. Su autor fue Becker, primo hermano de Surinam del de las golondrinas y las tupidas madreselvas. En los buenos tiempos, un chupinazo sobre el cielo de Atocha anunciaría el tanto txuriurdin. Imagínense cómo harían para anular un gol legal y que se enterase hasta el ratón de Getaria. Qué pena que no sea José Plaza el presidente de los árbitros. Al menos nos podríamos quejar en Estudio Estadio.

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