SEVILLA

Algo huele a podrido en el Sevilla

La abrupta marcha de Navas se suma a la de otros mitos como Monchi, Fernando o Rakitic. Todos se han ido casi por la puerta de atrás en menos de un año.

Jefe de Sección de Diario AS en Andalucía. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Sevilla. Pegando teclazos desde 1998, durante toda una década en Madrid (2000-2010). Sevilla, Betis, Selección española y lo que se ponga por delante. Loco por el fútbol, guarda un poco de esa pasión para su otro deporte favorito, el tenis.
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Shock. Valga el anglicismo para definir con precisión el estado en el que se encuentra el que esto escribe, bastantes minutos ya después de que Jesús Navas confirmase que ha decidido no retirarse en el equipo de sus amores y de su vida. No hablamos de un One Club Man, evidentemente. Sus cuatro años en el City así lo habían ya cerficado. Pero hace más de una década, en 2013, Jesús no se había ido a Manchester de motu proprio. Aquel chico tímido de ojos azules nunca se habría planteado dejar su casa de Los Palacios, pero el Sevilla necesitaba los 20 millones de euros del traspaso para paliar una economía en los huesos, más o menos como la que ahoga ahora mismo las cuentas del club. Y Navas cedió, casi a regañadientes, pero entendiendo que un exilio en Inglaterra sería lo mejor para él, porque ganaría mucho más dinero, y también para el equipo que lleva en el corazón. Sobre los pilares de su venta, y la de otros como Negredo, la entidad se reconstruyó hasta alcanzar de nuevo la gloria inmediata, con las Europa Leagues de 2014, 2015 y 2016...

Y también las nuevas copas que luego vinieron, ya con Navas de vuelta desde 2017. Dos títulos, los de 2020 y 2023, que Jesús levantaría como capitán y envuelto en lágrimas de alegría, nada que ver con la llorera que le asaltó al abandonar el terreno de juego tras el papelito del Sevilla contra el Cádiz. La tristeza se apoderaba de un futbolista cuyo sueño de reinar hasta el final en el césped de su juventud ha venido a quebrarse abruptamente. Navas no ha querido siquiera a esperar a una oferta de renovación: principalmente, porque sufre con rabia cada vez que su Sevilla pierde. Algo que ha ocurrido demasiado a menudo en los últimos tiempos y que en esta época de vacas flacas no parece vaya a cambiar.

Además de esta constante frustración, el lateral palaciego prefería evitar decir que no a una propuesta exigua para el que probablemente será su último año en la elite. El Sevilla pretendía dividir su actual sueldo por tres, o por cuatro. Lo dicho: los errores de planificación y las malas clasificaciones, el que será un primer año sin Europa después de más de una década seguida de viajes continentales, provocarán que Del Nido, Orta y los que administran los dineros declaren en el club la economía de guerra. No se hará una excepción ni siquiera con los mitos, como lo es Navas más que ningún otro futbolista en la historia nervionense.

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“Algo huele a podrido en Dinamarca”, le dice Marcelo a Horacio mientras debaten si seguir a Hamlet, príncipe de un país, el nórdico, que Shakespeare imaginó en evidente descomposición. Algo huele a podrido en este Sevilla con síntomas de club muy a la deriva, que en menos de un año se ha ido deshaciendo de leyendas de manera abrupta, casi por la puerta de atrás: Monchi, Fernando, Rakitic, Navas... ¿Navas? ¿De verdad, Navas?

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