HISTORIA DE LA NBA

Reggie Miller, Larry Bird, el odio a Jordan y la idea que tumbó Shaq

Los Pacers disputaron, desde la llegada de Reggie Miller hasta su retirada, cinco finales del Este y una de la NBA, pero se quedaron sin anillo ante los Lakers de Shaq y Kobe.

STRREUTERS

En los otros 49 estados es baloncesto, pero esto es INDIANA”. Así rezaba una enorme pancarta del Bankers Life Fieldhouse, el estadio en el que los Pacers jugaban desde el 6 de noviembre de 1999, cuando dejaron atrás el Market Square Arena ocupado por la franquicia durante un cuarto de siglo para ser uno de los primeros equipos que iniciaba la estela de pabellones que son mucho más que pabellones. Curiosamente, sus rivales en esas Finales del 2000, los Lakers, habían hecho lo mismo, dejando atrás el lujoso Fórum para llevar a otro nivel el deseo de Jerry Buss de iniciar una nueva era, manteniendo la costumbre que había teletransportado a los angelinos a lo más alto: la de forjar celebrities en la pista a base de acumularlas en las gradas, capitalizar la vida social de la ciudad y convertirse en una institución también en cuanto a magníficas construcciones que envolvían a la franquicia en un aura de luz y glorias pasadas que querían convertirse en presentes.

La grandilocuencia del Staples contrastaba con la nueva edificación erigida en Indianápolis, pero solo por estar llena de la farándula típica de Los Ángeles. Los Pacers se encontraban en una ciudad que poseía un gran patrimonio cultural, arraigo en el deporte y una tradición conservadora, muy unida a una diversidad racial menor que en otras partes del país y que tenía a casi un 70% de población blanca. La política también cambió en 1999, cuando el candidato demócrata Bart Peterson derrotaba a Sue Anne Gilroy acabando con 32 años de gobierno republicano, que había representado durante mucho tiempo una ideología inherente a la ciudad que durante los 90 fue considerada una de las metrópolis más continuistas y moderadas del país. Ese año se convirtió, por lo tanto, en uno clave de la historia reciente de la capital del estado de Indiana, cuyo equipo de baloncesto quería ver cumplidas las promesas de cambio con la consecución de un anillo esquivo que se había escurrido de entre sus manos, bien por coincidir generacionalmente con Michael Jordan y todo lo que le acompañó en una Conferencia Este extremadamente competitiva (al contrario que estos últimos años) o, simplemente, por no tener la calidad suficiente para ganar. Algo que, por mucho que los Bulls de los 90 intentaran demostrar lo contrario, ni era fácil ni lo había sido nunca antes.

La historia de los Pacers se remonta a sus años en la ABA, donde llegaron a tocar la gloria antes de dar el salto a una NBA en la que no hicieron más que experimentar dificultades hasta la llegada de un héroe para la ciudad como lo fue Reggie Miller, en 1987. Antes del cambio, habían conseguido tres campeonatos de la ABA en cinco Finales con un mito en los banquillos como Slick Leonard, que no pudo repetir los éxitos en la mejor Liga del mundo, donde la franquicia solo pudo llegar a playoffs en dos de los siguientes 13 años, con dos derrotas en primera ronda y un parcial de 5-1 que contrastaba con su historial en esa otra competición, en la que pasaron sus primeros años de existencia. Miller llegaba en el puesto número 1 del draft, y dos años después promedió 24,6 puntos por partido y un 41% en triples, siendo All Star y liderando a los Pacers a los playoffs. Y todo, con más de 4 lanzamientos de tres intentados por duelo, un avance evolutivo totalmente inédito en ese momento, donde los hombres altos y el mid range marcaban un estilo de juego revolucionario en los 80 y más defensivo en los 90, pero sin ser el triple un arma que se utilizara con demasiada frecuencia más allá de ese imaginativo escolta graduado en Historia en la Universisdad de California.

Rodeando a Miller: los Pacers, candidatos

A los Pacers les costó explotar, aunque lo hicieron en el momento justo. En 1990 cayeron ante los Pistons, futuros campeones, en primera ronda, algo que repitieron ininterrumpidamente cuatro años consecutivos, y sin dar el paso hacia delante con Bob Hill en los banquillos, un hombre que posteriormente lideraría a los Magic a las Finales venciendo en finales de Conferencia precisamente a los Pacers. En 1991, los Celtics se impusieron a Indiana por un ajustado 3-2 y ganando el último partido por 124-121. En esa serie, Miller destacó con casi 22 puntos por partido y un 42% en triples ante Larry Bird, un hombre que tiempo después sería clave en su carrera deportiva. Boston volvió a eliminarles en 1992, año en el que Detlef Schrempf lograría su segundo premio consecutivo a Mejor Sexto Hombre antes de ascender a la titularidad el curso siguiente, que se saldó con la enésima eliminación en primera ronda, esta vez ante los Knicks, y el despido de Bob Hill.

Al banquillo llegaría Larry Brown, un nómada que nunca había pasado más de cuatro temporadas en el mismo equipo, algo que venía de hacer en los Spurs con David Robinson y que repetiría con los Pacers antes de dar el salto a los Sixers, donde se encontró con Allen Iverson y rompió la tradición, permaneciendo seis años en dicha franquicia. Los equipos de Brown se caracterizaban por ser muy correosos, fuertes en defensa y extremadamente competitivos, algo en lo que se convirtió esa plantilla. El General Manager Donnie Walsh dejó escapar a Schrempf rumbo a los Sonics, donde se unió a Gary Payton, Shawn Kempt y George Karl para llegar a las Finales de 1996. Un cambio inicialmente criticado pero que dio al equipo, que recibió a Derrick McKey, un impulso más que necesitado.

Con Brown, los Pacers cambiaron su estilo de juego. Pasaron a ser la quinta peor defensa del Este a ser la quinta mejor, tuvieron el octavo mejor defensive rating de la franquicia y disminuyeron su producción ofensiva y, sobre todo, el uso del triple. En 1990, había sido el tercer equipo que más lanzamientos de tres había intentado; en 1991, el octavo; en 1992 de nuevo el tercero y en 1993 cayeron al puesto número 13. Todo se modificó con un nuevo estilo en el que primaba la parte defensiva y buscaba menos riesgos y más seguridad en ataque. Los Pacers pasaron a ser el 26º equipo que más triples intentaba de la competición, el cuarto por la cola. Eso sí, eran el que mejor porcentaje tenía desde la línea: casi un 37%, liderando la NBA en ese apartado estadístico. Es decir, menos riesgos y más beneficios, un lema ligado al estilo Brown, que en su primera temporada lideró a los Pacers a las 47 victorias (récord de la franquicia) pasando de la primera ronda, algo que no hacían desde los tiempos de la ABA. Eliminaron en primera ronda a los Magic de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway (3-0) y en semifinales a los mejores Hawks de la historia (hasta la llegada de Mike Budenholzer), esos liderados por Lenny Wilkens que habían quedado primeros del Este (57-25) con 18,5 puntos y un 44% en triples de Miller.

El sueño chocó con los Knicks de Riley, esa versión sucia y desvergonzada de lo que antes habían sido los Bad Boys en Detroit y que venía de ganar en una serie llena de polémica a los Bulls sin Jordan en semifinales. Allí, Miller tuvo tuvo su gran momento de gloria, el primero que hizo a los analistas considerarle parte de la élite de la Liga. En el quinto partido anotó 39 puntos, 25 de ellos en el último cuarto, consiguiendo los Pacers la victoria (93-86) y adelantándose en una eliminatoria que no pudieron rematar, siendo finalmente remontados. Pero el escolta puso su sello y se ganó un puesto para el equipo nacional que ganó el Mundial de Canadá en 1994 y se mantuvo con el combinado estadounidense hasta ese Dream Team 2.0 que se hizo con el oro olímpico en Atlanta en 1996. Entre medias, en 1995, Reggie tuvo el que probablemente sea su instante más famoso en la NBA, cuando se vengó de los Knicks en una serie en la que les endosó 29 puntos en el Madison en el séptimo y definitivo duelo. Antes, en el primero, Brown había pedido tiempo muerto con 18,7 segundos para el final y los neoyorquinos ganando de seis (105-99). Miller anotó entonces 9 puntos en 8 segundos y los Pacers se adelantaron en la serie. “Nadie, ni yo mismo, pensaba en poder lograr la victoria”, reconoció su entrenador poco después. De nuevo, los Pacers se quedaron en las finales del Este, donde perdieron en siete partidos contra los Magic a pesar de los 26 puntos con un 45% en triples de Miller, que había tenido su mayor momento de gloria, ese más visitado que ninguno en la plataforma de Youtube hasta que llegó el Tracy McGrady acompañado de sus 13 puntos en poco más de 30 segundos.

Larry Bird y Michael Jordan

Brown calcó en la 1995-96 las 52 victorias del año anterior, pero los Pacers no volverían a estar tan cerca de las Finales con él y el técnico se marchó tras cuajar la primera temporada sin playoffs desde 1989, en parte por culpa de las lesiones que provocaron que Rick Smits se perdiera 30 partidos, Mark Jackson, un base imaginativo y un excelente defensor que aterrizó en Indiana en 1994 (con una breve estancia en Denver entre medias), 52, el ya mencionado Derrick McKey 32 y Jalen Rose, otros 16. Su salida venía compensada con la llegada de un Larry Bird cuya eterna (y eternizada) figura llegaba a los Pacers para aceptar su primer y único trabajo de entrenador, una desgracia para el baloncesto si tenemos en cuenta que demostró el mismo talento en la pista, en los despachos y en los banquillos. No en vano, es la única persona en la historia de la NBA en ser nombrado Rookie del Año, MVP de la temporada regular, MVP de las finales, MVP del All-Star Game, Entrenador del Año, y Ejecutivo del Año. Bird no solo fue el responsable junto a Magic Johnson de revitalizar una NBA moribunda en los 80, también tiene un legado que ha trascendido fronteras, es el último gran héroe de unos Celtics que, desde entonces, han ganado dos anillos, uno en 2008 y otro en 2024, siendo los vigentes campeones tras una espera eterna que llegó a su fin hace unos meses. Bird fue después una referencia en Indiana, donde consiguió el título a Mejor Entrenador en su primera temporada (1997-1998) y el de Mejor Ejecutivo en 2012, cuando construyó desde las oficinas esa plantilla que juntó a Paul George, Roy Hibber, David West y compañía que constituyó uno de los pocos frentes desafiantes que LeBron tuvo en su largo dominio en el Este, ocho Finales de la NBA consecutivas incluidas.

Los Pacers llegaron a las finales del Este en la primera temporada de Bird, que apadrinó a Miller como si de un ahijado se tratase. Hay años luz entre ambos, pero la anomalía que suponía el arma que catapultó a ambos a la fama, el triple, provocaba que sus destinos fueran indivisibles. El club 50-40-90 lo inauguraron ellos, primero el alero y después el escolta, y a Bird siempre se le ha considerado un gran triplista, más por los concursos que por el juego, donde era un arma irrisoria dentro de un estilo en el que su uso brillaba por su ausencia, lo que no quita que el líder de los Celtics destacara en ella. El legendario ex jugador se hacía cargo de una franquicia ya veterana, con la que se había enfrentado como profesional en su mayor parte, con un Miller que con 32 años seguiría produciendo (19,5 puntos y un 43% en triples) y armas dispares que le permitirían desarrollar un juego propio y volver a construir lo que originariamente fueron esos Pacers: uno de los mejores juegos exteriores de la Liga, una amenaza constante en el triple inopinada para la época y cierta debilidad interior que poco importaba para enfrentarse a los Bulls, con los que se jugaron las Finales en ese primer año, pero que fue muy importante (desde el punto de vista negativo) en las que sí disputaron en el 2000, contra los Lakers.

Larry Bird fue una figura clave para la carrera de Reggie Miller.Nathaniel S. ButlerDIARIO AS

El proyecto, obligado por edad al cortoplacismo, fue a por todas desde el inicio, con 58 victorias en esa primera temporada de Bird, récord de la franquicia, y finales del Este ante Jordan, esa nombre que en la NBA significa todo y cuyo mayor enemigo personal fuera de los Bulls (dentro fue Jerry Krause) fue Reggie Miller. Famosa es su pelea en 1993, donde llegaron a los puñetazos en mitad de un partido, como también sus declaraciones cruzadas, intercambios de golpes constantes e inacabables pullas y discusiones. Miller ni pretendió ser ni fue un jugador con un nivel (ni siquiera) cercano al de Jordan, como tampoco parte de la élite de una NBA cuyo Olimpo está reservado para solo unos pocos. Pero tampoco se arredó nunca ante su némesis, con la que multiplicaba su habitual trash talk e intentaba desarrollar al máximo esas habilidades que le permitieron estar entre los 16 y los 24,6 puntos durante 14 temporadas consecutivas, siendo la referencia de la burguesía de la Liga y el líder de un equipo que, y esto es innegable, rozó el anillo y fue candidato constante en una época en la que ganar era, ante la aglomeración de aspirantes, más difícil todavía.

La serie fue impresionante, ganando ambos equipos todos sus partidos de casa y llevando los Pacers a los Bulls hasta la extenuación, forzando un séptimo a pesar de los 8 solitarios puntos de Miller en el sexto y desmadejando a Jordan en buena parte de ese definitivo encuentro, en el que (a pesar de todo) consiguió 28 puntos, 9 rebotes y 8 asistencias pero lanzó con un 36% en tiros y falló 5 de sus 15 lanzamientos desde la personal. Eso sí, los Bulls sobrevivieron y volaron hacia su sexto anillo con 31,6 puntos del escolta en esa serie, que culminó The Last Dance ante los Jazz. Además, Jordan se encargó de la defensa de Miller durante el último cuarto y le dejó en 0 puntos y solo 1 tiro intentado. Miller no jugó mal durante la eliminatoria (22,7 puntos y más del 40% en triples), pero en ella se constató lo que todo el mundo siempre ha sabido: que estaba a años luz de ese hombre al que odiaba. Y al que guarda un rencor que ni los años han permitido desaparecer, tal y como indican sus recientes declaraciones y el puñetazo que parece que le daría en caso de encontrarse con él.

Los Lakers y el final del proyecto

Tras caer inopinadamente contra los Knicks en unas nuevas finales del Este en 1999, los Pacers tuvieron su última gran oportunidad en el 2000. La sensación de que era la ocasión definitiva se amplificaba con la edad de los integrantes del equipo, el tercero más veterano de la NBA (30,4 de media) y de su líder, Miller, que se iba ya a los 34 años. Eso no le impidió disputar su último All Star junto a Dale Davis, que viviría su última temporada en Indiana antes de irse a los Blazers en ese precipitado traspaso del proyecto con más prisas del momento, y liderar a los Pacers a las 56 victorias, el mejor récord del Este. Bird había cogido lo mejor de Brown en defensa y se había ido al ataque ofensivo y con predominancia exterior, consiguiendo juntar ambas zonas de juego y convirtiendo al equipo en la sexta mejor defensa del Este y el segundo mejor ataque, con los lanzamientos de tres de nuevo disparados: eran los cuartos que más intentaban, 18,1, el doble que antes de la llegada de Brown, algo que da buena cuenta de la evolución que ya vivía la NBA por aquel entonces.

Los Pacers eran la representación máxima del tirador clásico, con el mejor porcentaje de la NBA en triples (casi el 40%), el mejor también en tiros libres (81%) y el séptimo en tiros de campo (46%). Y los máximos favoritos del Este, en plena reconstrucción tras la salida de Jordan. Los Knicks no parecían capaces de repetir el éxito del año anterior y cayeron en las finales de Conferencia ante Indiana, que por fin se quitó la tortura china de esa ronda, su techo hasta ese momento, y avanzó a las primeras Finales de su historia solo unos meses después de estrenar el ya mencionado Bankers Life Fieldhouse. Tampoco los Pistons, que acababan de perder a Grant Hill; plantillas con poca coacción como Sixers y Nets tendrían su momento en los años venideros, y franquicias como los Bucks de Ray Allen y George Karl o los Raptors de Vince Carter (y Lenny Wilkens) no estaban ni cerca del nivel de los rivales que los Bulls tenían en los 90. Ni de los propios Bulls, claro.

Las Finales soñadas fueron también unas en las que el favoritismo de los Lakers era desmedido, sobre todo ante la ausencia de un hombre interior capaz de frenar a O’Neal. Marck Jackson, Jalen Rose y Reggie Miller formaban la mayor amenaza exterior de la competición, pero nadie podía parar al pívot, defendido por un Rick Smits que medía 8 centímetros más que su rival pero pesaba 30 kilos (tirando por bajo) menos. Su resitencia, unida a la ayuda de Dale Davis y Austin Croshere, fue poca cosa para un hombre que se encontraba en el mejor momento de su carrera y que dominó los tableros como quiso ante la ausencia de rebote rival. Davis era el líder en esta faceta estadística con 9,9, mientras que Shaq se iba a los 13,7. El siguiente de los Pacers en este apartado era Croshere... con 6,4. Y solo tres jugadores pasaban de los cinco. Poca cosa para mucha mole.

Los promedios de Shaq fueron de otra era, superiores incluso a los conseguidos por Jordan en los 90: 38 puntos, 16,7 rebotes, 2,3 asistencias, 1 robo y 2,7 tapones, con un 61% en tiros de campo. Los Pacers lo intentaron todo en la serie, pero los angelinos sobrevivieron a la lesión de Bryant en el segundo duelo, con ese pie que Jalen Rose puso debajo de su pista de aterrizaje cuando este finalizaba el movimiento correspondiente a un tiro en suspensión, un feo gesto que reconoció hecho adrede años después. Y también, en ese mismo duelo, al bochorno de O’Neal desde la personal, cuando falló 21 tiros libres, récord de la NBA y de las Finales. Y de todo; la serie fue de 18 de 39, llevando Bird hasta el extremo el hack a Shaq, con Dale Davis y Sam Perkins (otro de los interiores) eliminados por faltas y Smits, Miller y Croshere con 5, 4 y 4 respectivamente. Y aun así, Shaq hizo 40 puntos y 24 rebotes (43+19 en el primer duelo) y los Lakers ganaron de siete, algo que da buena muestra de la diferencia real entre los dos equipos.

Todo se resolvió en el cuarto asalto, cuando los Pacers eliminaron a Shaq (y sus 36 puntos y 21 rebotes...) por faltas en la prórroga (algo que podrían haber hecho antes si Rick Smits hubiera estado en pista...), pero con Bryant, que se perdió el tercer partido pero regresó en el cuarto, sentenciando en la prórroga con 8 puntos, 28 en total. Los Lakers se dejaron llevar en un cuarto encuentro bochornoso en el que perdieron de 33 antes de sentenciar en el Staples, con 41+12 de O’Neal y 26+12 de Bryant. La fiebre amarilla saltaba de pronto y consumaba el primer anillo de una nueva era, y su retorno a lo más alto desde 1988. Los Pacers, desmadejados, nada pudieron hacer, y vieron como esa idea basada en más triples que nadie y en torno a Reggie Miller, naufragaba en el ultracompetitivo Este de los 90 y chocaba definitivamente con O’Neal.

El final de los Pacers de Miller

El proyecto se fue deshaciendo poco a poco. Bird no volvió al banquillo, aunque en 2004 regresó a los Pacers para ocupar el cargo de Presidente de Operaciones, que abandonó en 2012, recuperó en 2013 y al que dijo adiós definitvamente en 2017. Miller, que en el primer duelo de esas Finales, muy molesto por Kobe y las constantes ayudas de los Lakers, se quedó en 1 de 16 en tiros, acabó anotando 21, 33, 35, 25 y 25 puntos en los cinco partidos siguientes, cuajando una gran serie. Estuvo activo cinco años más, en las que dejó de ser el líder estadístico de una franquicia de la que seguía siendo la referencia moral, espiritual y, sobre todo, cultural. Aún les dio tiempo a los Pacers a llegar a las finales del Este una vez más, en 2004, cayendo ante los Pistons y con un Miller que se solapó entre generaciones y era uno más en ese equipo que juntó a Ron Artest (Mejor Defensor) o Jermanie O’Neal y que ganó 61 partidos con Rick Carlisle, otrora asistente del ataque de Larry Bird, en los banquillos.

Un año después, la plantilla llegaba desdibujada a playoffs tras la sanción correspondiente a la infame pelea del Palace, en la que hubo pelea hasta con un sector de los aficionados y que involucró a Pacers y Pistons con Artest de protagonista. Miller se resistió a la retirada en primera ronda, donde los de Indiana sobrevivieron a Boston en el séptimo partido y fuera de casa. En el sexto partido de las semifinales, precisamente ante Detroit, anotó un triple (cómo no) dentro de los últimos minutos de partido. La ovación que le dio el Bankers Life Fieldhouse incluyéndose en ésta su ex entrenador Larry Brown y los jugadores del equipo visitante, al que por entonces dirigía, unida a las lágrimas en los ojos de algunos aficionados, daban buena cuenta del referente que se iba para la franquicia y para la ciudad, que no ha vuelto a tener la misma conexión con nadie. Hubo, eso sí, un amago con Paul George... y ya sabemos cómo acabó aquello.

Miller se retiró en 2005 tras una carrera profesional que incluía 18 años, 5 All Stars, tres selecciones para el Tercer Mejor Quinteto, un oro olímpico, otro mundial y ser como el máximo triplista de la historia, un récord superado años después por Ray Allen y con el que posteriormente se hizo, lógica mediante, un mago como Stephen Curry. Y con seis tiros al palo, claro. Cuatro de ellos en finales del Este y uno en las de la NBA. Tres de esas series fueron resueltas en siete partidos y las otras tres en seis. Las más dolorosas, las que fueron de 1998 al 2000: la primera por ser ante Jordan, ese archienemigo que Miller siempre tuvo; las segundas, por partir como favoritos. Y la última de ellas ante Shaq, ese hombre ante el que tuvieron que hincar la rodilla. El legado de los Pacers es haber sido pioneros en una idea de juego, que sin estar basada en los triples se valía de ellos más que nadie, que domina la competición hoy en día. El de Miller por otra parte va más allá del juego en sí... y quizá, solo quizá, su verdadera huella en el baloncesto es haberse convertido, sin tener el talento de las grandes estrellas históricas, en una referencia cultural dentro de una de las 30 franquicias de la NBA. Algo que, ya se sabe, no es nada fácil.

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