Ray Allen: de actuar con Spike Lee a tumbar a Kobe y Duncan
Stephen Curry ha superado a Ray Allen, otro jugador generacional. Estrella en Bucks y Sonics, ganó con los Celtics del big-three y en los Heat de LeBron.
De entre todos los grandes tiradores de la historia de la NBA, Ray Allen forjó su legado y abrió un nuevo espectro en lo que se refiere a este tipo de jugador. Perfeccionó la mecánica de tiro que antes de él habían desarrollado jugadores como Larry Bird o Reggie Miller, transformó la fiabilidad en el pan de cada día de sus noches de protagonismo y consiguió ser un escolta que iba mucho más allá del mero lanzamiento. Uno capaz de defender de forma excepcional, conducir el balón en etapas más tempranas de su carrera, machacar u driblar y, claro, también tirar. Y hacer evolucionar al máximo el catch and shoot del que hizo gala en la segunda parte de su vida deportiva, cuando abandonó su estancia en los Sonics para convertirse en un nuevo jugador, con un rol distinto pero a la vez clave. Allí, en los Celtics, es donde lo han visto jugar las nuevas generaciones. También en los Heat. Pero Ray Allen era mucho más que ese jugador que pasó los últimos años de su carrera ganando y optando al anillo, defendiendo a Kobe Bryant o acabando con las opciones de los Spurs en una de las Finales con más condicionantes que jamás ha habido.
Ahora, Stephen Curry ha superado un récord que todo el mundo sabía que superaría. Lo ha hecho en la cuna del baloncesto, el Madison Square Garden, y tras varios partidos en los que ha estado demasiado ofuscado en romper un hito que, antes o después, iba a llegar. La espera y la ligera tortura a la que se ha visto sometido acabó ante los Knicks, y el trono de los triplistas está ahora ocupado por la cara de la era de los triples, el protagonista absolutamente generacional que ha conseguido cambiar el baloncesto e iniciar una nueva era que ha transformado radicalmente el juego y la NBA. No podía ser otro el que ocupara esa posición, en una etapa de la mejor Liga del mundo en la que muchos jugadores han llegado a los primeros puestos de la clasificación histórica de los triples: James Harden (4º), Damian Lillard (10º) o Klay Thompson (21º) están por ahí. Al igual que otros grandes del baloncesto que, si bien empezaron con un tipo de juego anterior, se han visto inmersos en los triples y han hecho gala de una gran capacidad de lanzamiento: Kyle Korver, J.J Reddick, J.R Smith, Kyle Lowry... Son solo algunos de esos nombres.
El que no llegó a estar totalmente inmerso en esa etapa fue Ray Allen. Su mérito es incluso mayor que el de Reggie Miller, por mucho que el ex de los Pacers siga ocupando la tercera posición histórica y desarrollara casi la totalidad de su carrera en unos 90 en los que se lanzaba más bien poco. Allen representó la evolución del tirador, el experto en los dos lados de la pista, la perfección de la mecánica, el arqueo perfecto de brazos y la posición idónea de las piernas antes de levantarse y lanzar. Y la magnitud de su récord se demuestra en una cosa por encima de las demás: en plena era de los triples, Curry ha necesitado hasta 13 temporadas para sobrepasar al líder, que lleva en lo más alto más de una década. En concreto, desde el 10 de febrero de 2011, cuando superó el récord de Reggie Miller al convertir 2 triples en el primer cuarto contra los Lakers, llegando así a la suma de 2.561 triples. Y dejó la cifra en 2.973. La barrera de los 3.000 la superará Curry también esta temporada. Una nueva barrera destrozada por un jugador legendario.
Ray Allen, el nómada
La historia de Allen es de sobra conocida, pero muchos ignoran los detalles de sus inicios y se quedan en esa última fase, muy conocida para el aficionado español, de Celtics y Heat. Allen nació en la Base Aérea Castle en Merced, California. Hijo de un militar, estuvo en varios sitios distintos durante su infancia, en la que no tuvo residencia fija: pasó por Saxmundham en Inglaterra, Altus en Oklahoma, Rosamond en California y Alemania. Y, después de todo eso, jugó al baloncesto en el Instituto Hillcrest en Dalzell, Carolina del Sur, consiguiendo ser campeón estatal con su equipo. Una primera parte de su vida en la que no paró de viajar y de conocer mundo y en la que fue formando un carácter tranquilo y apacible, basado en el esfuerzo constante, pero también en una deportividad de la que hizo gala más tarde, en el profesionalismo. De hecho, uno de sus apodos (porque en la NBA casi todo el mundo tiene de eso) fue "Gentleman", por su trato a los rivales. Una nomenclatura con la que alguno de sus antiguos compañeros no estará muy de acuerdo. Que se lo pregunten a Kevin Garnett. Ahora hablaremos de eso.
Allen se convirtió en una una estrella durante su estanciua en la Universidad de Connecticut, en la que estuvo de 1993 hasta 1996. En su temporada debut con los Huskies demostró lo que luego se convirtió en la seña de identidad de su juego, su fiabilidad en el tiro: 40,2% en triples para 12,6 puntos y 4,6 rebotes de media. En su segundo año, explotó: 21,1 puntos, 6,8 rebotes, 2,3 asistencias y un 44,5% en triples, siendo incluido en el Tercer Quinteto All-American, además de ser nombrado Baloncestista del Año en 1995. En su última campaña, se confirmó su carrera al estrellato: 23.4+6,5+3,3 y un 46.6% en triples. El escolta finalizó su carrera en los Huskies con el tercer mejor registro en anotación de su historia (1.922 puntos), y estableció un récord de 115 triples en una temporada (1995-96), además de ser el primer jugador de UConn que fue nombrado con el reconocimiento All-America durante dos años consecutivos. El 5 de febrero de 2007, cuando militaba en los Sonics de la NBA, su camiseta fue retirada en el pabellón Gampel Pavilion de la Universidad de Connecticut, durante el descanso del encuentro que les enfrentaba a Syracuse Orange. Un honor más dentro de una carrera que fue buena desde sus inicios.
De Bucks a Sonics: emerge una estrella
Tras una extraordinaria etapa universitaria, Ray Allen fue seleccionado en la 5ª posición del draft de 1996 por los Timberwolves. Tras ser elegido, fue traspasado junto con Andrew Lang a Milwaukee Bucks por los derechos de Stephon Marbury, elegido previamente en la cuarta posición. Los Bucks estaban en plena reconstrucción tras unos buenísimos 80 que se acabaron cunado se acabó el matrimonio entre Don Nelson y Sydney Moncrief. Desde entonces, ni Del Harris, ni el siempre cuestionado Mike Dunleavy, ni Chris Ford consiguieron resucitar una franquicia cuyo primer anillo y único anillo (ahora tienen dos por obra y gracia de Giannis Antetokounmpo) databa de 1971. Ford se marchó en 1998, después de que Allen fuera elegido en el Segundo Mejor Quinteto de rookies y participara en el Concurso de Mates en su primer año (el que ganó Kobe Bryant) y mejorara sus números en el segundo. Tras esto, llegó George Karl. Y fue el mítico entrenador, con conocimientos extensos de la cultura baloncestística europea, el que cambió las cosas.
Allen promedió más de 20 puntos a partir de la 1999-00 y no bajaría de esa cifra hasta que llegara a los Celtics. En 2001, los Bucks alcanzaron la cima del proyecto con Sam Cassell y Glenn Robinson en el equipo: las finales de Conferencia, en las que perdieron en el séptimo partido ante esos Sixers de Allen Iverson, Dikembe Mutombo y Larry Brown a los mandos. Esas 52 victorias fueron el tope de la franquicia con Allen de atractivo fundamental: 27,1 puntos y 5,4 asistencias en la serie ante los Sixers. 41 tantos de tope de anotación con 9 de 13 en triples. Y casi un 51% de acierto desde el exterior durante dicha serie, rozando el 48% en playoffs. Una forma tremenda de dejar su huella mientras empezaba a sumar All Stars y a convertirse en uno de los mejores escoltas de la competición. Y de escoltas la cosa iba sobrada precisamente, con Kobe Bryant liderando dicha camada. Sería más tarde, unos años después, cuando aparecerían los grandes duelos ante la Mamba Negra. Pero de eso, claro, también hablaremos más adelante.
En la 2002-03, Allen cambió los Bucks por los Sonics. La franquicia de Wisconsin lo traspasó junto a Kevin Ollie, Ronald Murray y una 1.ª ronda condicionada del draft de 2003 a Seattle SuperSonics a cambio de Gary Payton y Desmond Mason. Tras el cambio, el juego de Allen incluso incrementó de nivel, siendo nombrado para el 2º Mejor Quinteto de la NBA en 2005. Por primera vez después de tres años consecutivos, se perdía el All-Star. En 2003, fue nombrado Jugador Más Deportivo de la NBA. Los éxitos empezaron a sucederse: En la 2004-05 disfrutó de su única temporada de playoffs con los Sonics, alcanzando las semifinales del Oeste y cayendo ante los Spurs con 26.5 puntos, 4.3 rebotes y 3.9 asistencias de promedio en las eliminatorias por el título. En agosto de ese año fue renovado por la ya desaparecida franquicia de Seattle con un contrato de cinco años a razón de 85 millones de dólares. Las dos temporadas siguientes fueron las más destacadas de Allen en su carrera deportiva en lo que se refiere a puntos por partido, con 25.1 y 26.4 puntos respectivamente. Pero el proyecto hacía aguas y pronto habría un nuevo destino para el escolta. Uno que lo cambiaría todo.
El anillo de los Celtics
El 28 de junio de 2007 los SuperSonics traspasaron a Ray Allen y los derechos de Glen Davis a Boston Celtics a cambio de Delonte West, Wally Szczerbiak y los derechos de Jeff Green. Y allí nació el Ubuntu. Es la palabra que repetían los Celtics antes, durante y después de todos y cada uno de los partidos que disputaron durante el temporada 2007-08. La expresión, una regla ética sudafricana enfocada en la lealtad de las personas y las relaciones entre estas, definía perfectamente la química grupal imperante en un equipo que recuperó la gloria perdida de Boston 22 años después, una espera demasiado larga para la franquicia más ganadora de la historia (una que ya no lo es). La aglomeración de estrellas, egos bien controlados y talento desbordado, fue magistralmente resuelta gracias a la conexión espiritual mostrada por una plantila que juntó a piezas dispares y de distinta procedencia, en torno a un único objetivo: el anillo. Ese premio que Bill Russell había convertido en costumbre y Larry Bird en posibilidad constante, pero que había quedado relegado a quimera en la mayor crisis baloncestística que jamás ha vivido el estado de Massachusetts, que por primera vez fue consciente de esa verdad absoluta que antes o después todo el mundo aprende en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.
Danny Ainge, hoy vilipendiado, hizo magia por aquel entonces. Se movió a dos bandas; el 18 de julio, seleccionó a Jeff Green en el quinto puesto del draft, y lo traspasó junto a Wally Szczerbiak y Delonte West a los Sonics a cambio de Ray Allen. Ainge aprovechó la llegada de Sam Presti y sus aires de cambio a Seattle para hacerse con un talentoso escolta que valía más que Szczerbiak y West juntos, era mejor anotador y defensor y tenía una reputación intachable en la Liga, tras ser la referencia de los últimos Bucks competitivos hasta la llegada de Anteto y unos Sonics que vivieron sus últimos momentos de gloria con él, antes de cambiar de ciudad un par de años después dejando atrás una añorada franquicia que ya veremos si recupera Kevin Garnett. Presti por su parte conseguía un joven prometedor como Green, que acompañaría a Durant durante sus primeras temporadas, y a dos escoltas insustanciales pero talentosos, que acabaron teniendo su función en los Cavaliers de LeBron James, a los que llegaron poco después. En el proceso se liberaba, claro está, del contrato de Allen, sacando tajada de él y ahorrándose 16 millones de dólares antes de que se convirtiera en agente libre y se fuera por nada.
La joya de la corona de Ainge llegaría, sin embargo, unos días después. Kevin Garnett llegaba a los Celtics en uno de los traspasos más sonados de la historia y el que más contraprestaciones tendría por un solo jugador, hasta siete. Su traspaso se fraguó a cambio de Al Jefferson, Ryan Gomes, Sebastian Telfair, Gerald Green, Theo Ratliff, más dinero, una elección de primera ronda de Boston del Draft de la NBA de 2009 y una elección de primera ronda de Minnesota del mismo draft que poseían del traspaso entre Ricky Davis y Wally Szczerbiak en 2006, y de la que acabó saliendo Jonny Flyn. La jugada fue maestra para el directivo, que evitó que los Lakers, inmersos en un sainete entorno a un Kobe que amenazaba con irse, no se hicieran con la estrella, algo a la que esta misma se llegó a oponer precisamente por saber de los problemas entre el escolta y la franquicia, más tarde resueltos. Garnett firmaría nada más aterrizar una extensión a razón por tres años y un monto adicional de 60 millones a repartir entre 2009 y 2012. Ainge aseguraba el futuro con la pieza que le faltaba. Una que estaría dispuesta a todo para conseguir el anillo.
La historia es de sobra conocida: 66 victorias en regular season desde la defensa de Tom Thibodeau, en la cual Allen se convirtió en alguien diferencial al igual que su sustituto directo, de mismo apellido pero Tony de nombre. La marea verde creó ese año uno de los entramados defensivos más impresionantes de la historia, provocando que sus rivales sumaran el peor porcentaje en tiros de campo de toda la Liga y, a la vez, el mayor promedio de pérdidas, lo que en suma no tenía precedente desde que había registro de ambas categorías estadísticas. En los playoffs hubo más dificultades: 4-3 ante los Hawks, 4-3 ante los Cavs de LeBron, 4-2 ante la última versión definitiva de los Pistons y 4-2 ante los Lakers de Kobe y Pau, que fueron apeados con 26 puntos y 7 de 9 en triples de Allen en el encuentro definitivo. MVP de las Finales para Paul Pierde, MVP moral para Garnett y la joya de la corona para Allen, que conseguía el máximo premio.
Traición a Garnett y triunfo con LeBron
Allen todavía estuvo en las Finales de 2010, cuando se fue a 32 puntos y 8 de 11 en triples (récord de las Finales por aquel entonces) en el segundo encuentro antes de desaparecer en el tercero (apenas 2 tantos). Su esfuerzo contra Kobe fue de nuevo encomiable, pero la edad empezaba a pesar y se hizo muy evidente en 2012, cuando los Celtics llegaron a las finales de Conferencia ante los Heat de LeBron. Perdieron 4-3 con Allen alternando titularidades con Avery Bradley tras una temporada de muchas lesiones en la que disputó 42 partidos de 66 posibles (el lockout acortó el curso). Con casi 37 años, promedió 11,9 puntos en la serie ante los Heat con un 35% en triples. Un año antes, en 2011, disputó su noveno y último All Star. Se empezaba a diluir la carrera de un escolta que, también en 2011, hizo historia: el 10 de febrero anotó dos triples y superó a Reggie Miller en lo más alto, igual que ahora lo ha hecho Curry con él. Y se abrazó al hombre que reemplazaba y que estaba en la mesa de comentaristas. Fue en el Garden, ante su público y contra los Lakers. El mejor rival, para el mejor momento. Kobe también le felicitó, claro. No era para menos. El partido, eso sí, se lo llevaron los angelinos.
El escolta cambió Celtics por Heat ese año. Y Kevin Garnett y compañía jamás se lo perdonaron: irte al equipo que te acaba de eliminar y que ha puesto fin al sueño del anillo es algo imperdonable para ciertas personas. Se cerraron las puertas de las buenas intenciones y se negaron los saludos a Allen durante los partidos. Y adiós a los grupos de watshapp del anillo de 2008. Entre medias de todo eso, Allen no perdonó el error de Gregg Popovich, que sentó a Tim Duncan durante el sexto partido de las Finales de 2013, consiguiendo el triple del empate en una de las canastas con mayores condicionantes de todos los tiempos. Su segundo anillo llegó, y las cuartas Finales del año siguiente fueron su adiós. Con casi 39 años, se ponía fin a una carrera enormérrima, extraordinaria, que amagó muchas veces con volver a las pistas hasta que confirmó su retirada definitiva. Stephen Curry supera a Ray Allen, el "Gentleman". Un hombre que, a todo lo dicho, hay que añadirle el oro en Sydney 2000 (el Dream Team III), el Hall of Fame en el que fue incluido en 2018, su también inclusión entre los 75 mejores jugadores de la historia de la NBA, sus colaborciones cinematográficas con Spike Lee (He got a game, de 1998, es su película más famosa) y, por supuesto, esa capacidad innata para tirar triples como nadie. En otras palabras: mucho más que un tirador. Una leyenda.