Un experto come en el restaurante de Pepe Rodríguez, de ‘MasterChef’ y su opinión es certera: “Sin excesos”
El tiktoker ‘De Viaje con Blog’ acudió por segunda vez a El Bohío, en Illescas, y no pudo sino reverenciar lo mismo que ya hizo en la primera.
Cuando MasterChef echó a andar no debió ser fácil conformar el jurado: la maravilla gastronómica de España se refleja, además de en sus campos y paisajes —la realidad climática y natural del país bendicen la calidad de un producto insuperable—, en sus restaurantes; esto es, en otras palabras, en los proyectos de aquellas personas que decidieron embarcarse en la aventura de dedicarse profesionalmente a lo culinario. Uno de ellos fue Pepe Rodríguez, quien, además de lo relativo a la cocina, hace mucho que resultó ser un auténtico acierto.
El televisivo chef es el rostro visible de El Bohío, su restaurante de Illescas (Toledo), con una estrella Michelin desde 1999, lugar al que ha acudido ‘De Viaje con Blog’ en un vídeo compartido hace algo más de un año pero que, tanto entonces como ahora, explica a la perfección las claves que condujeron la idea del cocinero al más rotundo éxito.
“Segunda visita a El Bohío. En este regreso al restaurante de Illescas optamos por el menú tradicional, el más corto de todos los que tienen en la carta, con tres snack de bienvenida, seis pases salados, postres y sus exquisitos Petit fours”, inicia el vídeo, haciendo después un repaso por las elaboraciones más destacadas. Tal y como detalla el experto, “lo bueno de El Bohío es que el menú está perfectamente construido. Todo parte de platos tradicionales con un toque que los hace inolvidables y algún que otro apunte de cocina de vanguardia, pero sin excesos”.
“Hubo lugar para clásicos”
En pocas palabras, “casi ningún ‘pero’ en ninguna de nuestras visitas, y sí algunos aciertos maravillosos”; según dice, dos de estos platos imprescindibles son “el buñuelo de lentejas con butifarra” y “el gazpachuelo manchego con mojete de tomate, albahaca y sardina salada”. No obstante, el oro pertenece a una entrada concreta: “El gran protagonista fue el tartar de quisquilla con yema curada y sopa de pimentón. Puro sabor”.
No todo fue pitiminí. “Por supuesto hubo lugar para clásicos, como la ropa vieja con jugo de cocido y tomate natural, uno de esos platos que no se pueden sacar del menú porque son todo un sello de identidad para el local”, destacó, confesando que su velada terminó con “un jarrete de jabalí con berenjenas ahumadas y un pastel de turrón con helado de café”.
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Dos veces acudió al restaurante. Dos rotundos éxitos. “El equipo de sala, el buen ambiente y la belleza del espacio hacen que tras una segunda visita, ya hayamos marcado en el calendario una tercera”, se sinceró. En este tiempo probablemente ya se haya producido. Nadie duda cuál será su impresión.
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