Del llanto a la sonrisa

Tomás de Cos

Roger Federer volvió a ganarle una final a la historia, su auténtico rival cada vez que disputa un torneo de grand slam, dicho esto con todo el respeto por Andy Murray. El suizo doblegó al escocés por 6-3, 6-4 y 7-6 (11) por tercera vez consecutiva y volvió a amargarle una gran final, como ya hiciera en la edición 2008 del US Open, para sumar el décimo sexto ‘mayor’ de su carrera. ¿Todavía alguien duda que el de Basilea es el mejor tenista de todos los tiempos?

De lo que no hay duda es que ganar Roland Garros el año pasado le quitó un gran peso de encima y volvió a dar alas a su tenis. Consiguió el título que más se le había resistido nunca e igualó el récord de su idolatrado Pete Sampras, lo que le permitió reencontrarse con su mejor tenis para recuperar la llave de su jardín en Wimbledon y alcanzar luego la final en el US Open frente al argentino Del Potro.

Hoy Federer volvió a ser Mr. Perfecto, con dos primeros sets impecables. Jugó sin una caña; con la máxima concentración; con pocos errores no forzados; con bolas muy profundas; con rapidez y precisión de movimientos; con gran variedad de tiros y efectos; con firmeza al servicio; con agresividad y dotes de mando; metiendo presión al resto en todo momento; y con la táctica y las ideas muy claras.

Una actuación de manual, frente a uno de los tenistas que mejor defiende (junto a nuestro Rafa Nadal), en la que brilló especialmente su golpe de revés. Siempre bien colocado, con su golpe ‘más débil’ encontró ángulos inverosímiles, paralelos ganadores, dejadas mortales y contraataques de libro con su cortado cruzadito. Muy pocos jugadores utilizan tan bien este golpe, para quitarle la iniciativa al rival o jugarse un golpe ganador.

Una rotura de servicio por set permitió al número uno ponerse con un demoledor 2-0 en el casillero de parciales: en el octavo juego de la primera manga (5-3) y en el tercer juego de la segunda (2-1). Su tenis no daba opciones a Murray, que corría muy lejos de la línea de fondo y sin encontrar el modo de dejar de achicar agua.

En el segundo set incluso malogró hasta tres bolas de break (0-40) en el quinto juego y cuatro (0-40 y luego ventaja al resto) en el séptimo. Pero aunque alguna las jugó con cierta precipitación, fue el acierto y saber estar en la pista del escocés, que ya comenzaba a tejer su tela de araña, el que le impidió haberse ido al tercer acto con un marcador más abultado que el 6-4. Sin embargo, no titubeó y resolvió el set al servicio sin pasar apuros.

Despiste, reacción de Murray y remontada

Como en las buenas películas, lo mejor estaba reservado para el desenlace, con un final inesperado. Murray logró tomarle el pulso al encuentro en el final del segundo set. Salvar tantas opciones de rotura le permitió crecerse y dar un pasito adelante. Por fin encontró algún ganador importante, justo premio a su valentía. Por eso no se entiende que no lo fuera más.

Enredó al suizo, algo relajado al comienzo del tercero, con un intercambio de bolas más lentas y menos ajustadas a las líneas, que beneficiaba su juego seguro y táctico. Todo ello, a pesar de quejarse de su rodilla derecha, que despistó más aún más a Rogelio. Federer se paró en exceso, desajustó sus movimientos y la gran esperanza del tenis británico encontró el ansiado break en el sexto juego (2-4), que confirmó instantes después con autoridad al servicio (2-5). Los golpes del helvético se habían vuelto erráticos. Botaban en el cuadro de saque y muchos no pasaban ni la red. Sobre todo de revés.

Pero nadie tiene la capacidad del genio suizo para meterse de nuevo en un partido con tan sólo un par de puntos buenos (tampoco la de despistarse o relajarse). Federer apretó mucho al servicio en el octavo juego, para asegurarse comenzar sirviendo en el cuarto set. Y tanto apretó que encontró un juego en blanco y dos aces, con un efecto tan balsámico como inesperado. Le bastó mantener la presión al resto, y su eficacia al servicio, para igualar el set a cinco juegos. Una reacción de campeón que anunció a Murray que volvería a quedarse con el premio de consolación.

El decisivo tie break final estuvo plagado de alternativas en el marcador. En los momentos decisivos, el joven Andy se reivindicó como duro fajador, pero Federer impuso su demoledora capacidad para noquear rivales. Hasta cinco bolas de set salvó Federer antes de cerrar el triunfo en la tercera bola de partido. El juez de silla español, Enric Molina, acabó cantando la victoria del número uno.

Ante la mirada cómplice de su fiel esposa, consejera y manager Mirka, Roger recibió su cuarto trofeo de campeón del Abierto de Australia y su primer gran título después de haber sido padre. Un año después, Mr. Perfecto convirtió las lágrimas en sonrisas.

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