El tenis pierde la sonrisa

Tomás de Cos

El pasado domingo una de las tenistas más queridas y populares del circuito femenino anunció su retirada inmediata del tenis con tan solo veintitrés años. Kim Clijsters (Bilzen, Bélgica, 8 de junio de 1983) cuelga la raqueta impulsada por las lesiones y su deseo de comenzar una nueva vida. La tristemente conocida por muchos como la ex de Lleyton Hewitt, que ha destacado por su enorme talento y su eterno derroche de simpatía –dentro y fuera de las pistas como dejó patente en el último Sony Ericsson Championship-, ha decidido casarse y disfrutar de la vida.

Clijsters, la primera tenista belga en convertirse en alcanzar el número uno y que protagonizó una de los más impresionantes retornos a la competición en 2005 tras ser operada de la muñeca, se aleja de las pistas tras nueve temporadas, con 34 títulos individuales y 11 de dobles en la mochila. Entre ellos uno de Grand Slam (US Open) y otras cuatro finales. Pero para el recuerdo queda su partidazo frente a Serena Williams en el US Open de 1999 o el que le enfrentó a su amiga Mauresmo en Filderstadt.

Lógicamente, no le han faltado los piropos tras su anuncio. “Ninguna jugadora ha sido tan unánimemente popular entre los fans y las propias jugadoras”, afirmó Larry Scott, mandamás del circuito femenino. “Crecimos juntas y nos ayudamos la una a la otra para jugar mejor. Tengo grandes recuerdos con ella”, comentó Justine Henin. “Siempre disfruté con nuestra rivalidad porque nos trajo lo mejor a las dos”, dijo Mauresmo. “Ha sido una gran jugadora y mejor persona. Tuvimos grandes partidos pero sobre todo la echaré de menos en los vestuarios”, apuntó Serena. “Siempre dije que cuando las Williams estaban en su mejor nivel ella fue la única capaz de batirlas”, destacó la ex número uno Martina Hingis.

A pesar de haber coqueteado con el punto y final de su carrera deportiva en los últimos meses, la tenista belga parece haber dado el paso definitivo. Aunque dada su juventud no se puede descartar que trate de reengancharse en unos años. De técnica, potencia y espíritu competitivo siempre ha estado sobrada. Y después de una vida pegada a la raqueta y a la rutina de los entrenamientos y los partidos, sentir el ‘mono’ del tenis sería lo más normal.

Porque la alta competición tiende a extremar los sentimientos, tanto los de alegría como los de debilidad. En especial en los deportes individuales, en los que el deportista no tiene donde esconderse. Los tenistas viven tres cuartas partes del año fuera de casa y afrontan un dilatadísimo calendario. Y pese a que normalmente van acompañados por un reducido grupo de fieles –entrenadores y en algunos casos familiares y parejas- y cuentan con el apoyo de los aficionados, cada vez que saltan a la pista lo hacen solos. Haga frío o calor, esté el cielo nublado o soleado, sea un día ventoso o no. Enfrente siempre hay un rival ansioso por ganar, dispuesto a sacarle a uno los colores en un partido intachable. No caben las excusas. Es necesario sobrellevar la presión.

Ahí radica la crueldad de este deporte, que marca una clara línea divisoria entre los buenos y los mejores. No basta con tener grandes golpes y un físico envidiable. Hay que saber competir, tanto con el rival como con uno mismo.

Las lesiones han complicado una carrera brillante, hasta el punto de hacerle perder la motivación y mitigar el gusanillo de la competición. Kim Clijsters priva a los aficionados de su potentísimo drive, su calidad técnica envidiable y su infinita flexibilidad. Y en su despedida no dejó de utilizar su mejor arma: su sonrisa.

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