HISTORIA DEL BALONCESTO

Una debacle nacional: el bochorno de Estados Unidos en Atenas

Los Juegos Olímpicos de 2004 supusieron el fin del dominio de un Dream Team que nunca lo fue. Argentina se confirmó como un equipo histórico y Estados Unidos se abocó a una reconstrucción necesaria.

LUCY NICHOLSONREUTERS

El dominio de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos no se puede entender sin lo ocurrido en Atenas, en el año 2004. Ese torneo supuso un antes y un después en la concepción de las plantillas que acudían a la gran cita. Y ya no se deja lugar a dudas: la reacción al Mundial de 2023 fue extraordinaria, con LeBron James llamando a filas a las mayores estrellas de la NBA. No se iban a esperar a confirmar en París que no estaban en un buen momento, que se repetía el ciclo que tuvo lugar 20 años antes. Entonces, las alarmas saltaron en el Mundial de Indianápolis, cuando quedaron en un triste sexto lugar. Pero la reacción no fue la necesaria y la pesadilla se alargó hasta la siguiente gran cita. Esa que no perdían desde que en Barcelona se pasó de convocar a jugadores universitarios a tirar de los de la mejor Liga del mundo, juntando entonces a una serie de jugadores que formaron un equipo que se conoce como el Dream Team. Un equipo de ensueño.

En 2004 no había ni rastro de ellos. Es más, la prensa bautizó a esa plantilla como el Nightmare Team, equipo de pesadilla. El resultado del Mundial (donde perdieron en fase de grupos de la segunda ronda preliminar contra Argentina, convirtiéndose la albiceleste en la primera selección que derrotaba a un conjunto formado exclusivamente por jugadores de la NBA) obligaba a jugar y ganar el campeonato de las Américas. En Indianápolis (Estados Unidos jugaba en casa, lo que aumentaba el bochorno) cayeron en cuartos de final contra Yugoslavia y contra España en la lucha por el quinto puesto. En la que fue, por cierto, la única victoria de la Selección ante el Team USA en un partido oficial. Estados Unidos cumplió en las Américas. Pero no alargó más su dominio.

Larry Brown, entrenador de la NBA y reciente campeón del anillo con los Pistons, fue el encargado de montar la nueva plantilla. Pero muchos jugadores renunciaron y sólo se mantuvieron tres de los que fueron a las Américas: Richard Jefferson, Allen Iverson y Tim Duncan. LeBron James, Dwayne Wade y Carmelo Anthony estaban, pero eran prácticamente adolescentes y estaban en los albores de su carrera. El resto de jugadores eran Stephon Marbury, Shawn Marion, Amar’e Stoudemire, Carlos Boozer, Lamar Odom y Emeka Okafor. Una plantilla menor, a la que habían renunciado gente como Karl Malone, Mike Bibby o Kobe Bryant tras decir que irían. Y todo antes rivales en plena efervescencia: la edad de oro del baloncesto argentino era un hecho, España estaba en auge, Grecia e Italia presentaban su candidatura, Lituania estaba ahí y los restos de la antigua Yugoslavia rezumaban talento por los cuatro costados: Serbia y Montenegro (entonces países unificados), Croacia... Mucho gallo para tres medallas. Y la más dorada de todas iba a cambiar de dueño.

Un torneo para olvidar

Estados Unidos empezó mal, siguió peor, pareció resucitar y, finalmente, sucumbió. Larry Brown nunca se hizo con una plantilla llena de egos, juventud desmedida, pocas ganas de liderazgo y mucha anarquía procedente del individualismo. Estados Unidos empezó cayendo ante Puerto Rico en lo que ya se consideró un absoluto bochorno: 92-73, la derrota más abultada de la historia, por 19 puntos y sin respuesta aparente. “Estoy humillado, no por la derrota (siempre puedo lidiar con victorias y derrotas) pero estoy decepcionado porque tenía un trabajo que hacer como entrenador. para que entendamos cómo se supone que debemos jugar y actuar como equipo, y no creo que lo hayamos hecho”, dijo entonces Larry Brown, un entrenador defensivo que no cuadraba con unos jugadores con demasiado talento ofensivo ni ganas de repartir roles.

Las victorias ante Grecia (77-71) y Australia (89-79) templaron los ánimos, pero carecieron del dominio que, si bien había desaparecido en Sydney (un oro que costó ganar más de la cuenta) nunca habría brillado tanto por su ausencia. Estados Unidos perdió con Lituania (94-90) y cumplió ante un rival débil como Angola (83-59). Incluso con esa derrota, los estadounidenses ingresaron a las rondas eliminatorias en cuarto lugar gracias al average, el puesto más bajo de su grupo. Una catástrofe antes de enfrentarse a España, que llegaba invicta. La Selección lo tuvo y estuvo muy cerca de la victoria, pero Stephen Marbury, uno de los bases más talentosos de inicio de siglo, inclinó la balanza: 102-94.

España, desolada tras caer en cuartos de final.TAMI CHAPPELLREUTERS

Fue un espejismo: el Team USA llegó a trompicones a semifinales, pero jugando tan mal era imposible que de repente se jugara bien. La generación dorada del baloncesto argentino, impulsada por Manu Ginóbili (ya en los Spurs por aquel entonces) se impuso al equipo de Larry Brown por 89-81. La debacle estaba confirmada: Estados Unidos se quedaba sin oro por primera vez desde 1988, una derrota que impulsó la llegada de los jugadores de la NBA a los torneos internacionales. Fue solo la tercera vez que no ganaban el oro (excluyendo el boicot en Moscú, en 1980, en plena Guerra Fría), la primera que ocurría con baloncestistas procedentes de la mejor Liga del mundo. Un bochorno para un país que se jactaba de practicar el mejor baloncesto de cualquier rincón del planeta. No fue así entonces.

Estados Unidos se recuperó y ganó el bronce a Lituania, no sin esfuerzo (104-96), ante un equipo contra el que había perdido en la fase de grupos y en una actuación que dejó muy claro que los jugadores querían estar en cualquier lado menos ahí. Se ganó una medalla que no supo a victoria. Y las críticas explotaron, incluido el hecho de que el conjunto norteamericano ni siquiera se presentara a la ceremonia de entrega de medallas, poniendo rumbo a casa antes de tiempo. El ego supino se había tornado en vergüenza torera al ser los primeros en perder por primera vez en mucho tiempo. Y esa plantilla fue señalada siempre como la que no logró la medalla dorada, la que parece que lleva su nombre antes de empezar cada cita olímpica. Casi siempre con razón. Pero no en esa ocasión, claro.

Las consecuencias

En 2008, Estados Unidos se había hartado de perder. La mencionada y ajustada victoria en Sydney 2000, con un triple errado por Sarunas Jasikevicius en semifinales para eliminar al Dream Team III, permitió que el aura de imbatibilidad de los norteamericanos se hiciera más pequeña... y se confirmara después. El sexto puesto en el Mundial de Indianápolis fue un enorme jarro de agua fría. Y el bronce en Atenas 2004 hizo saltar las alarmas. El dominio se había acabado y el rincón de pensar era muy duro para una selección casada permanentemente con la gloria, que ejecutaba rivales dejando un reguero de cadáveres que nunca fue tan grande. Por eso había que reaccionar. Lo antes posible. El orgullo, el sueño americano, el poder cultural de un país que se jactaba de tener la mejor Liga de baloncesto del mundo, estaba en juego. Y pronto empezaron los cambios.

Tardaron en llegar. Jerry Colanguelo se hizo con las riendas de la institución y exigió a los jugadores un compromiso de al menos tres años: Mundial 2006, Torneo de la Américas de 2007 y Juegos Olímpicos de 2008. La primera parte no salió bien y el Team USA se quedó con el bronce tras perder en semifinales de forma sorpresiva contra Grecia, con exhibición incluida de Vasilis Spanoulis. Arrasar en el siguiente campeonato tenía un mérito relativo: el objetivo era recuperar la corona olímpica, volver a poner en lo más alto a un país que no estaba acostumbrado a estar en otro lugar. La plantilla formada para esos Juegos fue sencillamente espectacular: Carmelo Anthony, Jason Kidd, Carlos Boozer, Chris Paul, Chris Bosh, Tayshaun Prince, Kobe Bryant, Michael Redd, Dwight Howard, Dwyane Wade, LeBron James y Deron Williams. El Redeem Team. El equipo de la redención.

Desde entonces, Estados Unidos no ha vuelto a perder. Lleva cinco oros consecutivos (con dos finales contra España, en 2008 y 2012, para el recuerdo), el último en París con una plantilla que lo pasó mal en varios tramos del torneo (Serbia), pero que evitó escándalos mayores. Las consecuencias de Atenas fueron las que fueron: Allen Iverson se quedó sin medalla de oro, al igual que un Tim Duncan que no tardó en decir que no volvería a competir en torneos FIBA. Larry Brown tampoco volvió a entrenar a ningún equipo a nivel internacional. Es lo que tuvo el hecho de pertenecer a una plantilla que no carecía de talento, pero que ni estuvo al nivel de las anteriores ni las posteriores. Que fue formada de aquella manera, con muchas renuncias inesperadas y con incorporaciones de última hora. Y que era lo que era. Un equipo que perdió. Un Dream Team que nunca lo fue.

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