NBA

Un viraje hacia la vieja escuela

Regresar a una cultura perdida, contentar a los socios televisivos... La NBA da otra zancada en su lucha contra el ‘load management’: “No hay evidencias científicas”.

JIM YOUNGREUTERS

Cualquiera que haya visto un par de blockbusters de catástrofes naturales, un clásico hollywoodiense, visualizará una escena como esta: en un despacho mugriento de un sótano por el que no pisa nadie más, un científico caído en desgracia come ganchitos, despeinado y con los pies encima de la mesa. Entonces, de pronto, un ordenador empieza a pitar, las impresoras rechinan enloquecidas y al científico, del que ya nadie recuerda ni que trabaja allí abajo, se le ponen los ojos como platos. En el siguiente plano, entra a la carrera en un imponente despacho de la planta noble e interrumpe una reunión de peces gordos con un puñado de folios estrujados en la mano y una voz temblorosa que, en este caso que nos ocupa, diría algo así: “escuchad, hay que detenerlo todo, el load managemente NO FUNCIONA”.

Porque la NBA, por boca del histórico Joe Dumars (el ex bad boy que es ahora vicepresidente ejecutivo de operaciones deportivas), ha proclamado que todo lo que pensábamos sobre el descanso de los jugadores, la gestión de sus minutos y la inversión profundísima de las franquicias en ciencia y tecnología clarificadora, no sirve para nada: “Se estaba dando por hecho que los jugadores necesitaban determinados descansos y que por eso los datos apoyaban que no jugaran en ciertos partidos. Pero se han ido recopilando más datos y estos no demuestran que ese descanso, los partidos sin jugar, tengan correlación con que haya menos lesiones o menos fatiga. En todo caso, demuestran que los jugadores son menos eficientes en la segunda noche de un back to back”.

Dumars apuntó en la dirección hacia la que han virado en los últimos meses con mucha energía la NBA y el comisionado, Adam Silver. La vuelta de una cultura de respeto y aprecio a todos los partidos: “Obviamente, no va a jugar todo el mundo los 82 partidos, pero todo el mundo debería querer jugar los 82 partidos. Y esa es la cultura que estamos intentando recuperar”.

En los últimos tiempos, ha quedado claro que este se ha convertido en un asunto capital para la NBA, que ha metido un número mínimo de partidos para optar a los premios individuales de cada temporada (algunos vinculados al número de millones por los que se firman después las extensiones de contrato) y ha puesto en marcha una política de control y castigo de las ausencias excesivas y no justificadas. Sobre todo en lo que se refiere a partidos prime, los más importantes para el gran público y los socios televisivos, y a las principales estrellas mediáticas. Todo esto sucede, claro, mientras la NBA entre en la fase definitiva de la renovación de sus nuevos contratos televisivos. El gran motor de la edad de oro que vive en lo económico. Recordemos: en 2015 revolucionó su valor con un acuerdo con Disney (ESPN y ABC) y Turner (TNT) para un período de nueve años (2016-2025) y a cambio de 24.000 millones de dólares. Casi el triple de lo que pagaban anualmente unos socios televisivos que ahora están otra vez en la mesa de negociación, exigidos por los nuevos actores y formatos (Amazon, Apple…) y dispuestos a pagar otra cifra récord… siempre y cuando el producto esté a la altura.

Así que es fácil imaginar otra escena, en este caso similar a la junta municipal de la isla de Amity en Tiburón, cuando los políticos y comerciantes consideran anatema el cierre de las playas pese a que la policía (el maravilloso jefe Brody) y la ciencia (Matt Hooper) avisaban de que había un pez muy grande y muy malo en el agua. Pero, eh, el show tiene que continuar o no entra la pasta. Las televisiones quieren un buen espectáculo y la NBA ha introducido ya el play in, el nuevo torneo secundario que se va a estrenar esta temporada y, mientras le da vueltas a como hacer relevante otra vez el All Star Weekend, la promesa de un cambio de cultura que parte de reconocer que algo olía a podrido. Básicamente, que la cosa se había salido de madre. Y que, como no iba a dejar de haber 82 partidos por equipo, lo que había que cambiar era la forma de afrontarlos. En Tiburón se recurrió, a las bravas, a Quint, un tipo duro y de vieja escuela. En la NBA, a las medias contra el load management y un enfoque también old school: lo que dice el ojo pesa más que lo que dicen una montaña de datos que, por otro lado, nadie enseña. Ni los equipos antes, ni la Liga ahora. Es, al menos para el gran público, una cuestión de fe.

Franquicias, más que entrenadores y jugadores

El load management, que es más antiguo de lo que se suele considerar pero que antes no estaba tan industrializado y generalizado, se asentó como expresión de la jerga NBA en la temporada 2018-19, cuando los Raptors trataban de conservar frescas y sanas las castigadas piernas de Kawhi Leonard. Como funcionó, los Raptors fueron campeones y Kawhi MVP de las Finales, el asunto se puso al rojo vivo, como había sucedido años antes cuando Gregg Popovich empezó a sentar en las mismas noches a su big three (Parker-Ginóbili-Duncan) con la mente puesta en los playoffs. El caso muy particular de Kawhi, un jugador que ha combado a su antojo la voluntad de Raptors y Clippers, ha conducido a un pensamiento equivocado: el load management solo es cosa de los jugadores en casos puntuales. Estos, normalmente, quieren jugar. Las limitaciones suelen venir de los entrenadores y, todavía más que de estos, de las franquicias que quieren cuidar unos activos en los que invierten (en algunos casos) cientos de millones mientras cruzan los dedos para que todos lleguen bien a abril en una cultura deportiva que cada vez olvida más a los que no son el único que acaba una temporada como campeón.

En todo caso, se había dado por bueno que los jugadores se aprovechaban porque alargaban así sus carreras (con más años de contratos más grandes: mucho más dinero) y se saltaban ciertas noches para reducir de facto los 82 partidos por equipo sin tocar en realidad un calendario que es clave para el tipo de ingresos (por puro volumen) que genera una NBA que ha acabado escandalizada, abrasada por una práctica contra la que le había faltado mano dura… hasta ahora. Hasta, coincidencia o no, que ha tocado hablar de dinero con las televisiones.

Sobre todo en los dos últimos años, los descansos se habían masificando. Las estrellas se perdían partidos que coincidían muchas veces con la planilla principal de la televisión nacional y que coincidían (otro asunto que quiere dinamitar Silver) con noches a domicilio en canchas que solo pisaban una vez por temporada y donde la afición local se quedaba (después de pagar un buen dinero) con un palmo de narices. De los 50 máximos anotadores de la NBA 2022-23, solo doce jugaron 70 partidos en la última regular season. Silver, que también tenía pendiente un nuevo convenio colectivo que ya se ha firmado y asegura la paz entre franquicias y jugadores, seguía durante el último All Star manteniendo una postura templada (“hay datos médicos y científicos que explican qué es lo apropiado”). Pero en septiembre, con el convenio firmado y las nuevas medidas anti load management ya sobre la mesa, cambió de tono: “Los datos no son concluyentes, no vemos ninguna evidencia científica de que los jugadores se lesionen más en la parte final de las temporadas”.

El asunto de las televisiones no es precisamente un secreto escondido en el armario. “Todo importa, la reacción de los aficionados, de los jugadores y de los socios televisivos”, dijo un Dumars apoyado por Evan Wasch, vicepresidente ejecutivo de estrategia y datos analíticos de la NBA: “No hace falta que vengan las televisiones a decirnos que si los jugadores se saltan partidos o no se esfuerzan lo más mínimo en el All Star Game, el producto que ofrecemos se resiente. Es increíblemente obvio, y nuestro fin último es estar al servicio de los aficionados. Sí, al estar negociando los nuevos acuerdos de televisión, tiene una importancia aún mayor porque es algo que está en el centro de esas conversaciones. Pero ya habíamos identificado que eran problemas que teníamos que afrontar”.

¿Una cuestión de relaciones públicas?

Entre las franquicias y los jugadores, muchas veces obligados a llevar a un lado las opiniones o decisiones del otro, están los entrenadores. Joe Vardon (The Athletic) ha explicado que Dumars se sentó con los treinta en Chicago, en septiembre. Aprovechó la reunión anual de estos para anticipar este cambio de viento en la NBA con respecto a los análisis científicos sobre el descanso estructurado de jugadores sin molestias físicas. Un asunto que va más allá de lo obvio: nadie pide que juegue quien está lesionado o en serio riesgo de estarlo (si acaso, lo hacen muchas veces los propios jugadores). Resulta pueril el debate sobre si los jugadores son ahora más o menos duros. Juegan menos, viajan y viven más cómodos y tienen equipos técnicos y médicos inacabables a su servicio. Pero el juego (aunque no sea exactamente más rápido) es más exigente, y suelen llegar a la NBA (con su calendario monstruoso) antes, con menos estancia en la universidad y después de quemarse casi desde adolescentes en veranos de torneos amateur (los cada vez más cuestionados pero muy rentables circuitos AAU).

Según Vardon, los entrenadores escucharon a Dumars y acabaron tan divididos como debían estar antes con respecto a este asunto. Los hay más modernos y entregados al big data; los hay (generalmente exjugadores) que presumen de genética de vieja escuela y de saber qué pasa en una pista sin que se lo tenga que decir un chisme manejado por un tipo con una bata blanca y muchos neologismos en la boca. Uno, de forma anónima, fue cínico en su respuesta a Vardon: “Esto es cuestión de imagen, relaciones públicas. Hay muchos estudios que demuestran que el load management es bueno para evitar lesiones y para la recuperación de los jugadores”. Jacque Vaughn, el técnico de los Nets, echó un cable a los analista de su franquicia: “No quiero que despidan a ninguno de esos tíos. Quiero que tengan curro y quiero seguir escuchando lo que dicen y leer sus informes”. Otros, como Wes Unseld Jr (Wizards) aplaudía el cambio de rumbo: “Me encanta, es muy bueno para la NBA”. También Chauncey Billups (Blazers): “Esos tíos son más listos que yo, y respeto lo que dicen sobre el descanso, pero mis ojos suelen ver una realidad diferente, y mi experiencia como jugador también me dice algo diferente”.

Hay un par de testimonios muy valiosos en el artículo de Vardon. Uno es de Steve Clifford, el veterano (62 años) entrenador de Charlotte Hornets: “No creo que nadie esté diciendo que no se pueda sentar a un jugador que está lesionado o que está en una parte muy avanzada de su carrera y quiere parar en las segundas noches de los back to back o no jugar cuatro partidos en cinco días. Nadie está en contra de eso. Pero, seamos honestos, no es eso lo que ha estado pasando”. El otro es de un exdirector de ciencia deportiva en una franquicia NBA: “Todavía no está probado que el descanso evite o no las lesiones. Si hay que esperar a que lo esté, tenemos que aguantar diez años más, eso es lo que haría falta para profundizar en la investigación de verdad. Y entonces podría haber otro estudio que dijera lo contrario. En el deporte de élite, tenemos que ir por delante, asumir las cosas en cuanto vienen, no podemos esperar a que una investigación cubra sus plazos habituales. Podemos coger los principios generales y aplicarlos. Pero si nos quedamos esperando, hemos fallado. Nos despedirán porque nos iremos por detrás de lo que hacen y dicen otros”.

Una práctica que vaya mucho más allá de 2019

El asunto, en todo caso, no es nuevo. Conviene insistir en esto. Los informes internos deslizados desde el despacho de Silver hacia los treinta equipos vienen de lejos, también las medidas punitivas para quienes no cumplían. Mucho más suaves, eso sí, que las actuales. Pero es ahora cuando se ha generalizado la sensación de que el problema se ha masificado y que la temporada regular importa cada vez menos… y a menos gente. Ya en 2017, Gregg Popovich plantó cara a lo que se decía desde los despachos de la liga: “Tienen que entender que la ciencia sobre lo que hacemos es mucho más sofisticada ahora de lo que lo era antes. Y sin duda estamos añadiendo años a las carreras de los jugadores con esto. Esa es la cuestión: ¿quieren ver a los chicos en tal o cual partido o quieren que jueguen tres años más? ¿Y quieres que puedan jugar los playoffs a su mejor nivel porque no se han lesionado?”.

También en 2017, Steve Kerr se expresó así después de que creara mucha polémica su decisión de dar descanso a Stephen Curry, Klay Thompson, Draymond Green y Andre Iguodala en un partido contra (precisamente) los Spurs, un duelo entonces de máxima prioridad a nivel nacional. Era, para los Warriors, el último de una gira de partidos que los había llevado a ocho ciudades en trece días: “Creo que fue una decisión inteligente. Es algo que cada equipo tendrá que analizar con la liga y con sus socios en los medios, habrá que ver qué es lo mejor para todos. En el fondo, todos tenemos los mismos intereses. Esto no es una cuestión de buenos y malos. Es ver qué es lo mejor para los intereses de la NBA, pero también para la salud de los jugadores”.

En San Antonio sitúan los primeros descansos organizados por Popovich ya en 2010. Primero de uno en uno y en la parte final de la temporada. Después, también en los primeros meses de competición y, a partir de 2013, durante todo el curso y con descansos, de golpe, para todas las estrellas en el mismo partido. En 2016, un artículo del Huffington Post advertía de los riesgos de la sobrecarga de trabajo para los deportistas: “Los fisios han detectado patrones provocados por la fatiga acumulada, tiempos de entrenamiento muy largos… picos en cuanto a enzimas, por ejemplo, que están relacionados con inflamaciones y problemas musculares. Casi una garantía de rendimiento por debajo de lo óptimo”.

Esto, por último, es un extracto de un estudio científico realizado en 1997 y titulado “El efecto de los viajes y el descanso en el rendimiento de los jugadores de baloncesto profesionales”: “Hemos analizado 8.495 partidos de regular season de la NBA entre 1987 y 1995. Y hemos descubierto un patrón claro. La mejoría de rendimiento y a nivel estadístico es significativa gracias al descanso: con más de un día de descanso entre partidos, es 1,1 puntos más para el equipo local y 1,6 para el visitante. Los mayores picos de rendimiento llegan con tres días entre partidos. Las bajadas tienen que ver con la falta de tiempo para la recuperación física, no con problemas de ritmo cardiaco relacionado con el jet lag, por ejemplo. Y tampoco hay consistencia en los efectos relacionada con los kilómetros o la dirección de los viajes”.

Es difícil no dar por hecho que el descanso tiene un efecto positivo del mismo modo que son obvias las razones por la que la NBA se ha puesto seria con este asunto. En cuanto a los datos, se olvida que suelen ser una cuestión de interpretación y que muchas veces estos dicen, básicamente, lo que uno quiere que digan. Y si no, se busca la forma de que sea así. El doctor Franco Impellizzeri, profesor de ciencia y medicina deportiva en la Universidad de Sidney, se lo explicaba así el año pasado a Global Sport Matters: “El load management es un término relativamente nuevo pero como concepto es más antiguo. La realidad, después de 25 años de análisis y estudios, es que no hay evidencias ni números o métricas claras que digan que un jugador tiene en un momento determinado un riesgo mayor de lesionarse. Y hay todavía menos literatura que explique qué hay que hacer en esos casos. A veces la gente cree que hay un pico de lesiones y los datos no dicen eso, simplemente puede pasar que se hayan lesionado dos o tres grandes estrellas y se genere esa percepción”.

El doctor Martino Franchi, profesor de la Universidad de Padua, avanza en la misma línea: “Las asociaciones que se pueden hacer en estos temas son demasiado débiles. Si un jugador viene y te dice de corazón que prefiere no jugar porque no se encuentra bien, que está cansado, es mejor que el cuerpo médico y los técnicos hablen con él, vean qué pasa. Vale más eso que centrarse en datos que acaban siendo muy vagos. Puede ser un músculo, un tendón, puede ser agotamiento, algo psicológico…”. El problema, vuelve a explicar Impellizzeri, es que todos esos datos, además, se pueden manipular: “Puedes jugar con los números cuanto quieras. Puede acabar siendo como leer cartas del tarot. Incompleto, impreciso… haría falta tener a los jugadores de la NBA metidos en laboratorios durante tiempos largos de pruebas. No se sabe nada, y hay muchas presiones comerciales. A menos que los equipos estén desarrollando internamente métodos que no publicitan y con los que obtienen ventajas competitivas. En la literatura médica actual no hay nada que demuestre con fuerza que se pueden prever lesiones”.

Lo que ha dejado claro el tramo entre la última y la nueva temporada es que la NBA sabía que tenía un problema y estaba ordenando sus tiempos antes de atacarlo. Tenía que acordar ciertas cosas con el sindicato de jugadores (NBPA), asegurar el convenio colectivo y virar hacia los nuevos contratos de televisión, el gran asunto en el que no vale ni una pifia, por pequeña que pudiera ser.

En la práctica, la temporada no ha alargado sus tiempos para dispersar los partidos, y el debate ha vuelto a virar hacia un lugar alejado de la reducción (a 72, se había rumoreado tras las pruebas a las que obligó la pandemia). Las televisiones locales pagan al peso, los partidos generan mucho dinero (entradas, merchandising, restauración, ahora apuestas…) y las grandes cadenas, que en 2023 siguen teniendo la sartén por el mago (lo demás es artificio) quieren partidos. Cuantos más y más trascendentes, mejor. Un equipo podría ahora jugar 85 antes de los playoffs si llega a la final del nuevo torneo secundario y disputa los dos de play in. Sin reducciones, cada vez con más dinero en el ajo y con la NBA sacando pose de poli malo para atajar un problema que nunca debió llegar tan lejos.

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