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Luka Doncic, año VI: entre la esperanza y el abismo

Los Mavs afrontan una temporada decisiva y llena de incertidumbre, mientras que Doncic pelea contra sí mismo y el desafío de toda gran estrella: la necesidad de ganar.

Alex GoodlettAFP

Ganar no es fácil: nunca lo es. Y es un mantra que todo el mundo aprende antes o después en la NBA. Especialmente las grandes estrellas, que siempre en algún momento de su carrera, ya sea de forma intermitente o sostenida, buscan el sueño del anillo. Al final, es la única manera de que su brillo no sea fugaz, se apague tras una serie de gestas individuales para acabarse hundiendo en el pozo del olvido, allá donde tantos objetivos frustrados se ahogan sin que nadie pueda rescatarlos. El tiempo pasa y, la necesidad de afrontar el salto al éxito antes de que se haga tarde impera, no siempre con el triunfo como resultado. Al fin y al cabo, son una ristra incontable de estrellas las que se han retirado, de forma postergada u obligada, sin que no luzca en ninguno de sus dedos ese pedrusco brillante que justifica toda una vida dedicada al baloncesto. Porque, al final, un campeón lo es para siempre. Y los números pueden olvidarse, pero las victorias totales no.

En ese punto se encuentra Luka Doncic, todo un campeón que nunca lo ha sido. Ya no bastan sólo los números: hay que avanzar para poder ganar. Al menos, en un futuro que no se aleje mucho de lo que pretende una estrella de su envergadura. Las finales de Conferencia de 2022 han quedado en el olvido, los Mavs sobrefuncionaron con un sistema insostenible y las piezas han ido cayendo a medida que ha pasado el tiempo. La realidad se ha impuesto para Doncic y se intensificó tras el fichaje de Kyrie Irving. Y el problema, estructural, ha tenido como solución el inmovilismo. Mark Cuban ha renunciado a cambiar nada, tampoco a un Jason Kidd elogiado en su primer año y vilipendiado en el segundo. Y, con las mismas piezas: ¿por qué el resultado iba a ser distinto?

El contexto es complicado: Doncic percibirá más de 40 millones este curso y se acercará a los 50 en la 2026-27, cuando termina su contrato. Si llega al All Star, algo que ha conseguido ininterrumpidamente en las últimas cuatro temporadas, será elegible para una extensión de 318 millones en cinco años, con 83,6 millones en el último de ellos, cifras astronómicas auspiciadas por el nuevo convenio colectivo (que se terminará de hacer efectivo en los próximos meses) y que le convertirían en el baloncestista mejor pagado de la historia. Eso sí, nada asegura que Doncic vaya a estar todos esos años en los Mavericks. En plena era de los jugadores empoderados, es muy común la situación de desgaste que muchas estrellas sufren cuando no obtienen buenos resultados colectivos. Doncic, que afronta su sexta temporada en la NBA, cumplirá 25 años el 25 de febrero de 2024. Todavía joven, puede plantearse cualquier tipo de situación para continuar su carrera como quiera y, sobre todo, donde quiera. Y eso podría pasar por forzar su salida de Texas en caso de que lo considerase necesario. Así funciona el mundo, como diría según quién.

Más allá de eso y de que Doncic firme un contrato que en cinco temporadas le reporte más dinero que el que Michael Jordan ganó durante toda su carrera deportiva, se podría decir eso de que la pelota está en el tejado de los Mavs, pero también en la del esloveno. La franquicia, al fin y al cabo, se ha mantenido fiel a su estilo desde que fue adquirida por Cuban, allá por el año 2000, un lejano 4 de enero en el que soltó 285 millones de dólares para comprar la mayoría de las acciones de una entidad que hoy vale más de 3.000 millones y es una de las diez más caras de la NBA. Cuban, además de llevar a los Mavs a cotas inimaginables antaño, ha tenido muy claro cuál es su proyecto deportivo: apostar a largo plazo por un entrenador y por una estrella a la que rodear lo mejor posible y con la que mantener siempre la mejor relación posible. Y así han evolucionado los texanos: primero con Don Nelson, luego con Avery Johnson y al final con Rick Carlisle, Dirk Nowitzki consiguió su estrella en 2011 siendo inamovible y cambiando todo lo demás. Fue el único superviviente, junto a Jason Terry, en el anillo de 2011, cinco años después de perder en las Finales de 2006, Carlisle finalmente fue de su agrado y se le permitió retirarse cómo y cuándo quiso, alargando al final su carrera hasta el extremo por mucho que ya no acompañaran los números ni fueran posibles los objetivos del pasado.

Con Doncic, la historia es la misma. Don Nelson fue ese entrenador catapulta que dio paso a un Johnson que conocía la franquicia de dentro, pero que se desgastó en exceso tras la derrota de 2006 y, posteriormente, en la de 2007, cuando los Mavs lograron 67 victorias y parecían más maduros que nunca pero cayeron de forma estrepitosa ante los Warriors del We Believe en primera ronda de playoffs. Unos Warriors entrenados, ironías del destino, por Nelson. Johnson siguió un año más, pero la plantilla estaba desmadejada y el proyecto en un punto con el que había que contentar a Nowitzki y que no pusiera la mirada en otro camino hacia el anillo, en otro lugar y con otra camiseta Carlisle llegó para quedarse y se fue cuando así lo requirió un Doncic que se acabó cansando de él. Así son las cosas en la NBA: tras 13 temporadas en el mismo equipo, el que más tiempo llevaba en activo junto a Erik Spoelstra y tras Gregg Popovich, Carlisle decía adiós porque había que contentar, cosas que pasan, a una estrella emergente que iba por su tercera temporada. Otra vez: el empoderamiento del jugador.

El fichaje de Kidd fue polémico y no está resolviendo nada. Pero el final de su estancia se puede precipitar de una forma que no es del gusto de Cuban, con mucho menos tiempo en el banquillo del que le suele gustar a su resistencia a deshacerse de sus viejas glorias, una sensación siempre empañada con una rotunda melancolía. No es de extrañar: Kidd fue clave en la consecución del anillo de 2011, el único que conquistó como jugador, tiene una gran relación con Cuban y también con Nowitzki, al que acompañó con su veteranía y su extraordinaria toma de decisiones a pesar de la edad. Empezó con unas finales de Conferencia, las primeras del equipo desde, precisamente, 2011; eliminando por el camino a unos Suns que venían de ser finalistas y olisqueaban el anillo, ya se sabe, de forma prematura. Pero todo fue un espejismo: la plantilla sobrefuncionó hasta el extremo, las piernas de Reggie Bullock y Dorian Finney-Smith se movían de forma irreal y el monopolio de Doncic en ataque sin otra estrella y sin prácticamente ayuda en el juego interior valía hasta cierto punto. El recuerdo del sistema de los Rockets de James Harden convirtió a los Mavs en un equipo algo tedioso de ver. Y, por el camino, se caía Kristaps Porzingis, otra de las peticiones que Doncic hizo de forma soterrada entre bambalinas. Era conocida su poca química con el letón. Y Cuban se encargó del resto.

Cuando los números no bastan

Doncic llega al momento de la verdad, uno clave en su carrera que no tiene por qué durar esta temporada en exclusiva, sin que esto signifique que esta temporada no es clave. De hecho, es imposible obviar la importancia que tiene. Un nuevo fracaso en el que no se alcancen los playoffs o una eliminación temprana en los mismos puede significar que el proyecto está caduco, estancado, y que se necesitan cambio estructurales más profundos, cuando es objetivo que ni siquiera los ha habido de forma ligera. Es imperativo, necesario, dar un paso hacia delante. Algo que parece complicado por mucho que el Oeste esté tan abierto. Con la única llegada resaltable de Grant Williams y sin apenas juego interior, todo parece difuso. Y ya no es (hace mucho que no) una garantía la figura de Kyrie Irving, denostada. Llegó cuando el equipo iba 28-26 y por el camino se fueron Spencer Dinwiddie, Dorian Finney-Smith y, con ellos, buena parte de la poca defensa que tenían los Mavs, que se pusieron 37-41 un mes y medio después hasta el 38-44 final, claro. Renunciando, ya se sabe, a los últimos encuentros con la intención de conseguir a un top 10 del draft. Se hicieron con Cason Wallace, al que traspasaron inmediatamente a los Thunder a cambio de Dereck Lively II (2,16), uno de esos interiores que tanto necesitan.

Tras la salida de Jalen Brunson, a la postre un error garrafal en los despachos, la necesidad de fichar a una segunda espada se hizo evidente, pero el resultado hasta ahora ha sido nefasto. Kyrie y Doncic disputaron 16 partidos juntos para un récord de 5-11, un riesgo que asumieron por la necesidad de tener otra estrella, aunque esta parezca haber perdido hace mucho tiempo su luz. La compenetración entre ambos, a pesar de los ánimos mutuos, es algo que no ha existido: necesitan mucho balón, pecan de indolencia defensiva y asumen muchos tiros, provocando que el ataque texano se vuelva predecible. La defensa brilla por su ausencia en general tras perder en la llegada de Kyrie a los pocos especialistas que tenían. El base resta más que suma por mucho que promedie 27,1 puntos por partido en las últimas cuatro temporadas, con un 55% en tiros de campo y un 40% en triples. Lejos quedan los días en los que trasladaba la estadística al equipo y, aunque sigue haciendo gala de un talento propio de un jugador generacional, siendo una herramienta ofensiva extraordinariamente buena, sus problemas extradeportivos (terraplanismo, antivacunas, recomendaciones antisemitas...) han perjudicado su imagen en demasía. Allá por 2017 se fue de los Cavaliers para escapar de la inabarcable sombra de LeBron James. Y, curiosamente, ha sido bajo su cobijo cuando mejor ha rendido. Ese triple ante los Warriors en el séptimo partido de las Finales justifica cualquier carrera, también la suya. Pero del pasado no se vive y Kyrie hace mucho (demasiado ya) que dejó de tener presente.

¿Y Doncic? Sigue ahí, haciendo números históricos, alucinantes, tremendos. La pregunta es si eso basta. Ya hemos visto en el pasado jugadores increíbles que se movieron siempre muy lejos del anillo (Allen Iverson, Gilbert Arenas, Tracy McGrady, Carmelo Anthony...), todos, seguramente, peores de lo que es el esloveno, que promedió 32,4 puntos, 8,6 rebotes y 8 asistencias el curso pasado y se mueve en 27,6 y datos similares a los anteriores en rechaces y pases a canasta. Suma, con 24 años, un Rookie del Año, cuatro selecciones para el All Star y otras tantas para el Mejor Quinteto. Se mueve siempre en estadísticas que le meten en el debate del MVP, da highlights de forma permanente, suma dobles-dobles y triples-dobles de forma indiscriminada y lidera al equipo en todo. Más incluso, en lo que a números se refiere, de lo que lo hizo un Dirk Nowitzki con el que compartió equipo en su primera temporada, la última del alemán, que se mantiene como embajador de los Mavericks y es un icono cultural para la franquicia y un referente eterno dentro de la NBA. Su carrera la abala y su presencia sigue estando ligada a la de la franquicia texana, de la que sigue siendo la cara si Doncic no escribe una historia al menos similar a la del ala-pívot.

Claro que Nowitzki, aunque le costó, se retiró con el anillo de campeón. Y se mantuvo siempre unido a la entidad a pesar de que las cosas no siempre fueron bien. Doncic, de momento, ha llegado a las finales de Conferencia como cota más alta y veremos qué pasa si el proyecto se estanca. Lo que es imperativo es que mejore también en todo eso que siempre le critican y no termina de encauzar: sus protestas constantes a los árbitros, el intermitente cuidado de la alimentación que siempre tiene, su abuso y mala elección en el triple (intenta 8,1 de media durante su carrera para un escaso 33,8% de acierto) y el desgaste que suele acumular a final de las temporadas, a las que llega con claros signos de cansancio. Tampoco ayuda que su último éxito en el baloncesto FIBA, allá por 2017 (oro en el Eurobasket), quede tan lejano y se haya empañado con veranos en los que termina eliminado antes de tiempo (y expulsado, como pasó en el último trofeo continental). Y a todo esto se unen los problemas que arrastra en la pierna, con los fisioterapeutas asegurando que no le va a quedar más remedio que jugar con dolor y que no es algo que se pueda solucionar de un día para otro. Todo eso, unido también a salidas como la de Rick Carlisle o Kristaps Porzingis en las que el esloveno pudo participar, perjudica la imagen de un jugador que no deja de batir récords, tiene un talento incuestionable y suma reconocimientos individuales constantes. Pero, sin anillo y con lo mencionado, es la opinión pública la que dicta sentencia. Ya se sabe: ese lugar, tan impulsado por las redes sociales, en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras.

El curso baloncestístico 2023-24 es, por lo tanto, esencial para el futuro de los Mavericks. Y puede marcar el devenir de la franquicia y del proyecto, tanto de forma estructural como en lo referente a los éxitos deportivos, que no terminan de llegar. Lo que se parecía andado se ha desandado con una fuerza inusitada, las esperanzas de ver emerger al equipo tras las ya mencionadas finales de Conferencia fueron efímeras y todo queda ahora en stand by, al menos hasta que se ponga en marcha la competición. Doncic ya ha dicho que se va a intentar controlar con los árbitros y tanto el esloveno como Kyrie han insistido mucho en que buscarán la forma de desarrollar una buena química. Pero las palabras, ya se sabe, se la lleva el viento. Y lo que siempre queda, la capacidad de trascender, en la NBA pasa por ganar. Ahí está la verdadera eternidad, la perdurabilidad en el recuerdo, la constancia en la añoranza que puedes conseguir si logras ese anillo tan difícil de conquistar pero que, ya se sabe, te hace campeón. Y un campeón lo es para siempre, como bien es consciente el gran Nowitzki. Kidd, Kyrie, Cuban... y Doncic. Siempre Doncic. El hombre llamado a reinar y a marcar una era, pero que vive sin corona y, de momento, lejos de ella. Se acerca el momento clave de su carrera, quizá el más importante, el que nos permita vislumbrar su futuro, sean las consecuencias las que sean. La NBA no espera a nadie. Y el éxito tiene que llegar antes de que sea demasiado tarde. Luka Doncic, año VI: llega el momento de la verdad. Y los números ya no bastan...

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