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DALLAS MAVERICKS

Doncic y los Mavs 2022-23: crónica de una catástrofe

Ni Jason Kidd era tan buen entrenador, ni los Mavericks tan buen equipo. El fichaje de Kyrie confirmó el desastre de Doncic. El futuro, totalmente incierto.

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Ni Jason Kidd era tan buen entrenador, ni los Mavericks tan buen equipo. El fichaje de Kyrie confirmó el desastre de Doncic. El futuro, totalmente incierto.
RON JENKINSGetty Images via AFP

Se acabó para los Mavericks una temporada que nunca empezó. La del caos, la inoperancia, la esperanza transformada en acciones miserables y, en última instancia, la catástrofe. El equipo que hace unos meses se coló en sus primeras finales de Conferencia desde 2011 se queda sin playoffs, ni siquiera llega al play in y se hunde inexorablemente en una espiral de rotunda incertidumbre. El presente es peor que el pasado más inmediato; el futuro está lleno de oscuros. Luka Doncic da un claro retroceso en su camino hacia la gloria y los Mavs se quedan hipotecados, sin piezas para lo que viene y con un verano muy largo para pensar en los errores (y horrores) cometidos. Muchos pensaban que jugarían playoffs, pero eso se ha diluido en apenas un mes y ni siquiera ha habido cabida, gracias a una decisión parcialmente propia, para poder disputar esa especie de previa que la NBA se inventó con la pandemia del coronavirus y que ha llegado para quedarse. Ni ahí han llegado los Mavericks, que redondearon la situación tomando la miserable decisión de renunciar a todo. Una temporada mala, un final todavía peor. Un absoluto desastre.

Es un golpe, ya veremos si mortal, a un proyecto que deberá ser repensado, herido, hundido y desmadejado. Deslavazado. En una temporada que empezó con muchas expectativas, con ganas al menos de igualar el resultado del año anterior, nada ha funcionado. Ya en ese inicio de 6-3 se veía que las cosas no eran como antes, que cada victoria exigía demasiado de Doncic y que los intentos de que todo fuera como fue eran complicados, infructuosos. Del 21 de diciembre al 2 de enero se vio un pequeño rayo de luz: 7 victorias consecutivas y 22-16 de récord, una llama de esperanza que les permitía escalar en un Oeste en el que nadie brillaba. Un mes después, el balance seguía siendo positivo (28-26) y estaban en ese cuarto puesto que asegura la ventaja de campo en primera ronda. Entonces, llegó Kyrie Irving. Y luego, el ocaso. El final. La lenta caída a los infiernos que en realidad ha sido preocupantemente rápida. Y adiós.

Los Mavs han sido, sostenidamente, un equipo defensivamente pésimo durante toda la temporada que no ha podido solucionar sus carencias en ningún momento. El sobrefuncionamiento de Reggie Bullock y Dorian Finney-Smith en los últimos playoffs se acabó más pronto que tarde: era insostenible que esas piernas aguantaran tanto tiempo corriendo detrás de los exteriores rivales mientras metían una cantidad ingente de triples con unos porcentajes disparatadamente buenos. Y Jason Kidd ha dejado de ser un entrenador que se había reconciliado con una opinión pública que casi siempre ha tenido en contra en los banquillos y ha pasado a ser la personificación máxima del inmovilismo. Se ha resistido al cambio, no ha querido ni sabido hacer las cosas como había que hacerlas y se ha dedicado a echar balones fuera y mostrar su absoluta disconformidad con aquellas piezas de la plantilla que nunca quiso y que no le gustaban.

Así ha gestionado, así de mal, el tema de Christian Wood, un talentoso jugador interior que aporta mucho en ataque y contaba con el beneplácito de Doncic. El pívot genera espacios en ataque cuando juega con el esloveno, pero su poca aportación en defensa ha provocado que Kidd se incline por un Dwight Powell mucho menos talentoso y que no soluciona los problemas que el equipo ha arrastrado durante toda la temporada. Powell es peor en el pick and roll y no genera los espacios que Wood si permite y que favorece una mayor circulación de balón para encontrar a triplistas liberados. La llegada de Kyrie provocó que Wood pasara casi a la clandestinidad en la rotación por la imposibilidad de tener a tres hombres carentes de capacidad defensiva en pista al mismo tiempo. ¿El problema? Que por intentar arreglar una defensa irresoluble se ha encallado un ataque que es un monólogo constante, por mucho que estuviese dividido en dos cabezas: la de Doncic y la de Kyrie.

Lo malo y lo peor

Kidd pasó de elocuente a bradipsíquico en las ruedas de prensa, en la que no sabía que responder o no quería responder. También en el banquillo, sin ninguna capacidad para gestionar la defensa, los finales apretados, la rotación, el tema de Wood y la aportación del banquillo. Sin pizarra ni soluciones, se ha dedicado a ver la vida pasar con una sensación manifiesta de que estaba deseando que acabara la temporada. Nunca quiso a Wood, parecía que quería a un Irving (o eso se filtró) que no ha sabido cómo utilizar y no ha conseguido explotar los pocos brotes verdes de la entidad (Josh Green, Jaden Hardy...). Enfadado con el mundo, su puesto está en el aire tras una temporada bochornosa desde la dirección: llegó con la connivencia de Doncic y la reputación de ser cercano a los jugadores, un peligro cuando te transformas en una extensión más de la plantilla y no te pones por encima de ella. Acabó diciendo que la decisión de no alinear a nadie ante los Bulls había sido de la directiva (algo probablemente cierto) y que espera ver a Kyei el año que viene. Y esto último solo se daría si la entidad ofrece un contrato al base... y decide no prescindir del entrenador.

Por hablar de responsabilidades de Kidd: los Mavs han sido el equipo que peor rebotea y el tercero que menos asiste de toda la NBA. También el tercero que menos balones roba, misma posición que ocupan en tapones por noche. Son, además, segundos por la cola en tiros de campo intentados... y terceros por la cabeza en intentos de tres. De los 83,6 lanzamientos que intentan, más de 40 son triples, casi la mitad. Lo que transforma su juego en predecible, plano, básico. Se dedican a lanzar desde el exterior sin mover apenas el balón y sin ningún orden ni dirección. Lo único que hacen es lanzar mucho e intentar así ganar partidos que se van a una mansalva de puntos por la vergüenza defensiva constante. Y en ningún momento se ha conseguido encontrar algún sentido a un sistema que no permitía cambios y en el que tenía que salir todo perfecto para funcionar. Cuando te empeñas en hacer lo mismo y lo mismo no funciona, algo estás haciendo mal.

Y todo esto, monopolizado por un Luka Doncic que ya no da más de sí: más de 32 puntos y casi 9 rebotes y más de 8 asistencias por noche. El tope de su carrera en anotación, liderando a los Mavs en rechaces siendo el base (otro síntoma) y yéndose a más de 36 minutos por partido. Otra vez con habladurías sobre su escaso cuidado de la alimentación y cuidado de su peso a inicios de temporada, ha parecido exhausto en muchos momentos, ha llegado cansado a muchos finales de partido y su compromiso defensivo ha sido intermitente. Roza el 50% en tiros de campo, pero sigue abusando demasiado del triple para su acierto (menos del 35% con 8 intentos por noche) y protestando en demasía a los árbitros, una tónica que se ha convertido en típica y que le ha granjeado más de una crítica. La culpa del desastre de los Mavs no es suya: lo ha intentado y no ha podido. Pero tiene que mejorar su selección de tiro, no fallar tantos tiros libres, no declarar la guerra a los colegiados (16 técnicas este curso, tope de la NBA) y cuidar su físico. Otra vez, no ha sido el problema. Pero no se puede anclar en lo que ya sabe hacer e ignorar lo que le convierte en vulnerable.

Kyrie, Kyrie, Kyrie...

El cuento de nunca acabar, el del juguete roto del deporte. Kyrie Irving ha sido durante mucho tiempo un funambulista de la ambigüedad: con una capacidad para enamorarte en pista directamente proporcional a la que tiene para desenamorarte fuera de ella. En la temporada del lío de todos los líos, el de la recomendación de una película basada en un libro antisemita, con la ruptura con Nike, las disculpas que no lo fueron y el meollo que se originó con gente incluso pidiendo su salida de la NBA, Kyrie tenía la oportunidad de una redención que nunca ha llegado. Intentó, por segunda vez tras el verano, salir de los Nets: y recaló en unos Mavericks que buscaban talento y un segundo hombre al lado de Doncic tras perder a Jalen Brunson, sin el que se han quedado huérfanos en un adiós que ha hecho mucho más daño del que se preveía en un inicio.

Era un movimiento arriesgado: un jugador denostado, que te puede secuestrar una franquicia. Que viene, que va, que sigue, que vuelve. Que te despierta y te acuesta por el mismo motivo, por ninguno o por todos a la vez. Por el camino volaron Spencer Dinwiddie, Dorian Finney-Smith y, con ellos, buena parte de la poca defensa que tenían los Mavs, que iban 28-26 entonces... y 37-41 un mes y medio después: y el 38-44 final, claro. Renunciando, ya se sabe, a los únicos encuentros y con las estrellas sentadas. Junto a Doncic, Kyrie ha disputado 16 partidos para un récord de 5-11. El esloveno lo ha intentado, le ha animado, ha buscado la química y ha hablado bien de él ante la prensa. Pero nada: son dos jugadores que necesitan mucho balón y que defienden poco, la sintonía ha sido escasa y el nivel deportivo de Kyrie ha distado mucho del que tenía que ser: irregular, ha promediado 26 puntos con más del 38% en triples, pero bajó mucho su nivel a partir del 24 de marzo, cuando la situación ya era crítica para los Mavs: encadenó 5 partidos consecutivos con 19,6 puntos de promedio y por debajo del 30% en triples. Falló cuando más se le necesitaba. Los Mavs cayeron en 4 de esos 5 encuentros. Y adiós.

El futuro de Kyrie pende de un hilo finísimo, a punto de romperse ya de forma tangible, real, palpable. Ejerció el pasado verano la player option que completaba su contrato de más de 136 millones en 4 temporadas y se le acaba el dinero y los argumentos. Ahora, viene lo más difícil: ¿qué equipo se la jugará con él? Un hombre que pasó y casi destruyó el proyecto de los Celtics y que hizo lo propio con unos Nets que acabaron hartos de él. Antes de eso, salió de los Cavs pra escapar de la alargadísima sombra de LeBron James. Es protagonista por liadas extradeportivas cada temporada, terraplanista, antivacunas y con la recomendación antisemita y su pobre justificación de fondo. Pone patas arriba cualquier franquicia. Y ahora, además, tiene un nivel deportivo ligeramente cuestionable. ¿Qué pasará con él? Veremos. De momento, lo que sabemos es que ese triple de 2016 ante los Warriors queda cada vez más lejos.

Los Mavs, futuro incierto

Y, más allá de Kyrie: ¿qué van a hacer los Mavericks en verano? Ofrecer el máximo a Irving es improbable, igual que se lo ofrezca cualquier otra franquicia, pero estructuralmente los texanos tienen que empezar qué rumbo quieren tomar. La figura de Mark Cuban está cada vez más desgastada y su decisión desde arriba de que Kidd no alineara a la plana mayor de la plantilla para acercarse al top 10 del próximo draft será investigada por la NBA y es moralmente reprobable (como mínimo); la aportación de Nico Harrison, General Manager, junta luces y sombras por igual. Hasta 23 jugadores han vestido la camiseta de los Mavs esta temporada, con ejemplos misérrimos y otros infrautilizados. En esto se incluye el efímero paso de un Kemba Walker que llegaba con el físico muy tocado, a Facundo Campazzo, un Markieff Morris que llegó con Kyrie y al que apenas se ha utilizado... Muchos casos, algunos extraños y otros directamente inentendibles, en una temporada que ha sido un paseo de cromos constante pero sin que nadie terminara de funcionar.

Ahora, a pensar: en verano acaban contrato Dwight Powell (vaya), Frank Ntilikina (otro al que se ha utilizado muy poco), Markieff Morris, Theo Pinson, Justin Holiday (un intento frustrado) y, claro, Christian Wood (que ha pasado de 31 a 25 minutos por duelo este curso y podría buscar suerte en otro lado) y Kyrie Irving. Y lo peor es que seguirán jugando en la franquicia, si no salen en el mercado veraniego, gente que ha convertido su rol en residual como Davis Bertans o un JaVale McGee que fue fichado para reforzar la posición de pívot y que apenas ha tenido protagonismo. Maxi Klebber, cuya lesión perjudicó en exceso, continuará atado a la entidad, al igual que un Tim Hardaway con mucho flow y poca cabeza, un elemento desestabilizador y con un paupérrimo rendimiento defensivo que Kidd se empeña en utilizar un día sí y otro también, como si esa fuera la solución a sus muchos problemas.

¿Qué harán los Mavericks? A ver lo que pide (o exige) Luka Doncic. En la era de los jugadores empoderados hay que contentar a las estrellas y Cuban siempre ha tenido claro que es hombre de un solo proyecto y que lo que construyó con Dirk Nowitzki quiere hacerlo ahora con su estrella eslovena. Pero para eso se necesitan resultados y el joven talento, de 23 años, pedirá cambios. Por su obra y gracia se potenció la salida de una institución como Rick Carlisle y del directivo Haralabos Voulgaris, que tenía una influencia enorme sobre el propietario. Doncic está atado hasta 2027, cuando terminará de percibir los 215 millones que tiene pendientes, y es una estrella generacional llamada a convertirse en leyenda que, igual que han hecho otras, puede forzar su salida hasta conseguirla si no le gusta lo que ve. Y no hay motivos para que pensemos que le está gustando. Veremos la capacidad para hacer traspasos de los Mavs y de conseguir piezas importantes; también que harán con ese pick que si sale del top 10 irá a parar a los Knicks por la negociación que se hizo en el traspaso por Kristaps Porzongis en 2019. Poco margen, y mucha necesidad. Mala combinación.

Así están las cosas en Dallas. De las finales de Conferencia, al ostracismo. De la luz a la oscuridad. De la esperanza, al desastre. Es imposible mirar el vaso medio lleno en lo referente a un curso baloncestístico horrendo. Lo sórdido se ha adueñado de un equipo que quería comerse el mundo y ha sido devorado por él. Una historia que ya hemos visto más veces y que ha venido inequívocamente fuerte por muchos motivos: una directiva estructuralmente perdida, un entrenador casado con la inacción absoluta, una plantilla con muchos flecos y demasiados problemas que gestionar al mismo tiempo. Y, al final, esto ha servido para una cosa, por si queremos sacar lecciones positivas del asunto: para que Luka Doncic descubra, asuma y sufra algo que, antes o después, todo el mundo aprende en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.