Muñoz: “Lo importante con el racismo es poner sobre la mesa el debate”
Pablo Muñoz Rojo repasa en “Baloncesto y racismo” la compleja relación de la NBA, sus franquicias y sus jugadores, con unas estructuras sociales de las que el racismo es parte integral.
Todo lo que sucedió con Vinicius devolvió al primer plano los efectos del racismo y su odiosa manifestación en el deporte. Una muestra ruidosa y desde luego muy mediática de algo que no deja de ser uno de nuestros principales puntos ciegos como sociedad. Contradicciones, fallos de diagnóstico y análisis, problemas de cultura y vivencia. De los libros de texto a las leyes y, porque todo va obviamente entrelazado, a las calles.
Por qué nuestras sociedades son racistas, siguen siéndolo; por qué muchas veces no somos capaces de verlo e incluso nos enoja escucharlo. Qué es en realidad y en esencia el racismo, por qué apenas hay estratos de la vida en los que no se haya filtrado y hasta qué punto sigue condicionando la existencia de tantas personas en todo el mundo. Del foco global a una lupa que apunta directamente a Estados Unidos. Una sociedad partida por los problemas raciales, especialmente en carne viva desde aquel torbellino que fue el gobierno Trump y devorada por unas estructuras tan profundamente marcadas desde sus pilares por el racismo sistémico que lo que en 2023 debería ser un tabú superado, y una cuestión elemental de humanidad y derechos humanos, es en realidad una trinchera de batalla política y social.
La NBA se ha posicionado en los últimos años, y ha medrado en gran parte gracias a ello, como una competición más concienciada e ideológica, más movilizada en paralelo al ascenso del jugador empoderado, un nuevo perfil de estrellas capaces de poner (al menos aparentemente) la Liga a sus pies. Con una voz que a veces parece permanente, inevitable. Un largo viaje que comenzó hace más de tres cuartos de siglo sin jugadores negros en las franquicias, con viajes peligrosos por lugares todavía segregados del país mientras se cocinaba una lucha sindical que fue pionera en el deporte estadounidense. Años después, cuando la presencia de afrodescendientes en los equipos debería haber estado normalizada, todavía se hacían cuentas de cómo afectaba su presencia al marketing y los ingresos de los equipos; y chascarrillos como aquel que decía lo de alinea un negro para jugar en casa, dos cuando juegues fuera y tres si quieres ganar el partido.
Ese avance, complejo y profundamente problemático, tuvo una aceleración nunca vista, un cambio de paradigma, en el reinicio de la burbuja de Florida en 2020, la invención de la NBA para terminar la temporada en plena pandemia… y con la piel de Estados Unidos de gallina por las olas de protestas tras el asesinato de George Floyd a manos de Dereck Chauvin, oficial (ahora exoficial) de policía de Minnesota. Un momento de crisis, de debates muy complejos y oportunidades como nunca antes se habían planteado para los jugadores de la NBA, casi el 75% afrodescendientes. Con el trasfondo de ese trance de la burbuja y la eclosión de una Liga marcadamente posicionada, al ritmo que entonces dictaron los jugadores, el sociólogo Pablo Muñoz Rojo (Madrid, 1990) construye en “Baloncesto y Racismo. Una historia indisociable” un relato duro y profundo, un análisis en el que el baloncesto es el escenario, el tablero de juego, pero no el principal protagonista.
Un trabajo que se sumerge en la realidad de jugadores y jugadoras, jóvenes de raza negra y de origen en muchos casos humilde. En la utilización que hacen las lógicas capitalistas de sus historias y la mano de obra que al fin y al cabo forman. Y que destalla cómo han ido añadiendo una voz, una fuerza que antes no tenían y que ha abierto nuevos escenarios; un rasguño (al menos) en un tejido social en el que antes sus reivindicaciones, vivencias y expectativas quedaban totalmente silenciadas.
Con perfil académico y un fantástico trabajo de contextualización y análisis, Muñoz Rojo ha escrito un libro que informa, explica y también desnuda, duele. Tiene que ser así. Es un espejo ejemplar, uno del que nadie debería apartar la vista. No mientras sigan pasando cosas que, sencillamente, no deberían pasar. Pablo Muñoz Rojo charló con AS desde Cartagena de Indias (Colombia), donde reside y trabaja para la Agencia de Cooperación Española.
“Una historia indisociable” es el apellido de su libro, “Baloncesto y Racismo”. ¿Qué le pasó por la cabeza al ver, con todo lo que sucedió con Vinicius, como el deporte se volvía a convertir en el tablero sobre el que se planteaba el escenario, para bien o para mal, del debate sobre el racismo?
Hay muy poco entendimiento del racismo como problema histórico, anclado en todas las estructuras. Este tipo de casos, que son evidentemente lamentables, se mediatizan muchas veces y dan pie a perder oportunidades de poner sobre la mesa realidades mucho más complejas, no meramente situaciones concretas. Como si no hubiera relación entre ellas. No se puede entender esto que ha pasado ahora sin plantear muchas otras cosas.
Esa es la esencia de su libro.
Sí, que sea un deportista con su estatus y su nivel económico es lo que hace que sea tan mediático. Y más en un mundo que genera tantas pasiones en España como el del fútbol. Me da rabia porque creo que son oportunidades que se deberían aprovechar y se acaban perdiendo en otros debates. Todo el mundo tiene derecho a opinar, claro, pero en España hay gente que sabe muchísimo de este tema. Y no lo digo por mí. Gente de la comunidad afro y de otras racializadas que llevan mucho tiempo trabajando, denunciando… saben mucho y nunca se les pregunta. Luego nos sorprendemos de que pasen cosas como esta. Pero si se les escuchara un poquito más, a lo mejor no sorprendería tanto.
No se pregunta por el problema a los que lo sufren y no nos gusta nada que se diga que ‘España es racista’.
Porque la gente se lo toma a nivel individual, por lo particular. El problema no es si yo, tú o cualquiera lo somos. Todos somos educados de una determinada manera, no podemos escapar del mundo en el que nos socializamos. Por eso, para mí, si España es o no racista no es la pregunta. Porque además lleva a las comparaciones: que si mira a los franceses, que si mira a Estados Unidos… Ese no es el problema porque el problema no es de España sino de un modelo mucho más general. Por eso hay que partir de una definición previa, de una conceptualización de lo que se entiende por racismo, para entender otras cosas. Si no se lleva a un plano muy liberal en el que cada uno se lo toma por su caso.
La mayoría de las personas creemos que no somos racistas, supongo.
Si yo no soy racista, si en mi familia no hay ningún racista, si yo tengo amigos negros y todas esas cosas, ¿cómo se va a poder decir que España es racista? Pero es que no tiene nada que ver con eso, ni con la bondad ni la moral de cada uno. Se tocan muchas susceptibilidades en un país cuya historia está tan oculta en cuanto a vinculaciones con los procesos esclavistas, con procesos América y África… Vas a otros países y te das cuenta de que tienen otra memoria. Últimamente hay un ejercicio de reparación muy importante y a España llegará. Porque todo llega y hay presiones sociales que irán empujando hacia ahí, pero está todavía lejos.
El libro engloba, sobre todo, el peor tramo de la pandemia, el reinicio de la NBA en la burbuja de Florida y las consecuencias del movimiento social que siguió al asesinato de George Floyd. Tres años después, ¿cree que todo lo que se hizo sirvió para algo o quedará como un paréntesis, un momento muy concreto por aquellas circunstancias políticas y sociales?
Hay un poco de todo. Por ejemplo, en el convenio colectivo que van a firmar ahora patronal y sindicato en la NBA se ha incluido el tema de las apuestas, un sector en el que ahora van a poder invertir los jugadores. Si uno compara con lo que pasó en la burbuja, el sindicato ahora no ha tenido la misma voluntad de pensar más allá de las condiciones laborales de los jugadores, enfocarlo desde la lucha contra las estructuras racistas. Es un campo que, a nivel de salud mental y capacidad adquisitiva, tiene consecuencias y afecta sobre todo a las comunidades negras. Eso ahora no se ha tenido en cuenta, los jugadores quieren sacar rentabilidad de ahí. Y también es interesante que quieran hacerlo porque no lo hacían hasta ahora y son la mano de obra del mundo de las apuestas. Pero hay un trasfondo nocivo para las comunidades negras y ahora no se ha tenido en cuenta. No sé si esto es un paso en falso.
Pero del movimiento de la burbuja si salió una gran movilización y medidas muy concretas que afectaron de forma clara, por ejemplo, al voto negro en las últimas elecciones generales de Estados Unidos.
Lo que pasó entonces fue único en muchos sentidos, y se pueden sacar muchas lecturas positivas. El movimiento político y social, en el baloncesto y en las calles, abrió muchos caminos. Parece que en las últimas elecciones, las que sacaron a Donald Trump aunque ahora puede volver, influyó mucho el voto de las poblaciones negras. No he visto ningún estudio que vincule el tema de la burbuja o de las medidas de la NBA directamente con eso. Pero, como menciono en el libro, en las campañas de publicidad se pagan millones y millones de dólares para colocar nombres en ciertos espacios. Así que tener un cartel que dice que las vidas de las personas negras importan donde están unos jugadores a los que siguen millones de personas, algo tiene que hacer. Y en determinadas legislaciones, incluso dentro de Estados Unidos, ha habido cosas positivas.
No fue solo una cuestión de imagen, en este caso
No, y el problema es que la reacción puede ser incluso más fuerte. Se está viendo ahora lo que está pasando en Florida, en Mississippi… Y no solo desde el lado republicano, no es algo meramente de ellos. Está siendo más agresivo, contrarrestando lo que se había podido lograr. Pero no creo que esto quede en una imagen de 2020 y ya está. Es una apertura, un recorrido muy importante que hay que seguir y que seguramente concienció y cambió muchas perspectivas. Quiero pensar que cambió posos. Tanto a nivel de Estados Unidos como en Europa. Hay mucho marketing detrás de esas cosas, pero menos es nada. Lo importante, al final, es poner sobre la mesa el debate, generar conversaciones. Habrá pasos atrás, pero creo que fue algo muy importante. Por primera vez las competiciones deportivas se pararon por un tema que tenía que ver con el racismo. Eso no había pasado antes.
La NBA, al final, forma parte del entramado capitalista en el que se han forjado esas estructuras racistas. ¿Quita eso validez a la lucha que se hace desde dentro de la propia competición?
Hay que entender que las grandes marcas, las grandes empresas, no van a hacer algo que acabe con su negocio. Eso no quiere decir que las personas que buscan objetivos en luchas políticas no pueden instrumentalizar esas empresas. Parece que solo pasa al contrario, que el grande utiliza a personas para sacar beneficio económico pero les niega su esencia aunque hace uso de ellas. En su momento se hablaba de que era la NBA la que usaba a los jóvenes negros para generar ingresos, publicidad… Pero igual hay que pensar que ahora son los jóvenes negros los que están usando la plataforma que da la NBA, le están dando una carga y una agencia políticas que históricamente se ha negado a las poblaciones negras.
Hay algo contradictorio en ver campañas de publicidad de grandes marcas deportivas con estrellas del deporte y mensajes que luego esas mismas empresas no respetan en otros ámbitos. Pero, al final, al menos queda ese buen mensaje, ¿no?
En general, la gente no es tonta o ignorante. Somos activos, conscientes de nuestra realidad individual y colectiva. En la NBA hay muchos jugadores que saben muy bien cómo se estructura el racismo. La marca siempre va a sacar un rendimiento, pero si eso implica a la vez que puede haber un empuje en legislaciones, medidas de reparación, productos que se dejan de vender o de comercializar de una determinada manera… Es un proceso muy lento, pero la historia ha venido así, a base de procesos continuos, largos… mejor eso que nada. Mejor eso, que se cambien imaginarios, a que siga habiendo anuncios de cacao hablando del negrito tropical.
Es fácil, para toda esta maquinaria, echar mano de la narrativa que romantiza las historias de superación de deportistas que se crían en condiciones muy difíciles y consiguen llegar a la cima. Su libro advierte de que este puede ser un profundo elixir de un sistema que mejor haría en mirarse en el espejo.
Se vende un falso relato porque además lo que queda es que el que no llega es porque no quiere, o porque lo ha querido menos. Está muy bien que se cuenten esas historias, muchas son muy interesantes. El problema es cuando todo se reduce a esos relatos, cuando los medios se centran solo en eso. Entonces nos quedamos solo con una idea, ‘Antetokounmpo luchó mucho para conseguir ser el número 1′, pero sin entender todo el componente estructural, que no vas a poder solo con querer. No tengo problema con esos relatos, pero hay que contextualizar. Tanto dentro del propio relato como contando muchas otras cosas, que son las más importantes.
Es muy importante que los jugadores tengan voz y la utilicen, pero a la vez se crea una sensación seguramente injusta de que son una especie de portavoces, personajes de relevancia les guste o no, estén de acuerdo con las cosas o no, tengan más o menos capacidad para explicarse, conozcan o no la historia y los hechos…
Hay que desmitificar al deportista, dejar de hablar de deportistas y hablar de trabajadores, que es lo que son. Trabajadores y personas que opinan. De todo, como todo el mundo, de lo que saben y de lo que no. Son los medios los que tendrían que poner unos filtros. No habría que exponer todo lo que dice alguien, sea el tema que sea.
Pasó por ejemplo durante la pandemia, que mucha se llevó las manos a la cabeza con opiniones de deportistas con los que sí estaban de acuerdo en otras cosas.
Si hablamos de algo tan importante como una pandemia, que los medios den tanta resonancia a lo que diga un deportista… Al menos no debería tener el mismo eco y la misma valoración que lo que diga un especialista. Cualquiera podemos decir lo que queramos, estemos más acertados o menos, y son los medios los que tienen que hacer ese filtro. Hoy es más complicado, además, porque con las redes sociales esos filtros están desapareciendo o han desaparecido ya.
En redes además parece que se está a favor de alguien o en contra, sin matices. Sin ver que se puede coincidir en unas cosas y estar en desacuerdo con otras que dice la misma persona.
Hay que humanizar. Muchos de estos chicos son muy jóvenes, yo con veinte años decía unas tonterías que si me hubieran grabado… Pero ellos tienen siempre un micrófono delante y mucha presión mediática. Que eso muchas veces te empuja a decir grandes tonterías. Mira a Kyrie Irving… A mí me parece un tipo inteligente, pero a veces dice cosas que son para encerrarlo. ¿Yo personalmente me tengo que tomar en serio lo que dice? ¿Sobre qué sí y sobre qué no? Él es básicamente un deportista que es muy bueno en su trabajo. Hay que aterrizar a estos profesionales.
Las jugadoras de la WNBA hacen una labor muchas veces superior incluso a la de los jugadores. Muchas lo hacen, desde una posición de mujeres negras, que ha sido especialmente crítica en la historia, dentro de la narrativa racista pero también en la integración con otros movimientos sociales como el feminismo.
Trabajo con organizaciones y activismos de toda Latinoamérica. La semana que viene voy a Nueva York con Naciones Unidas, a la segunda sesión del Foro Permanente para los Afrodescendientes. Y ¿cuál es el capital humano ahí fuerte? La mujer, la mujer negra. Es la que lleva la fuerza de la lucha política de este continente en lo relacionado con el antirracismo. Viven en un lugar social que es incomprensible para nosotros. La WNBA lo ejemplifica de forma brutal. Es una liga de mujeres, y mayoritariamente negras. Y es la que tiene más personas que han dado a conocer su diversidad sexual, con todo lo que eso implica. Hay una lucha tremenda de sus condiciones laborales, de familia, entorno… El lugar desde el que se enuncian esas mujeres es político siempre. Y no solo porque ellas lo quieran así, es que cualquier otro se lo politiza también. Cada vez que se les hace una entrevista, más de la mitad de las preguntas no son por su trabajo sino sobre su condición humana de mujeres negras. Se politizan constantemente sus cuerpos y cuando son ellas las que quieren hacerlo, algunos las señalan. Las mujeres aquí son la cabeza de la lucha política en todo el continente. Y creo que en Europa también.
Por último, ¿hacia dónde crees que van nuestras sociedades? ¿Eres optimista por el trabajo que se está haciendo o pesimista por el ascenso de un nuevo espectro político cada vez más radicalizado?
No creo que haya que usar la palabra pesimismo, no es cosa de optimismos y pesimismos. Yo creo que, en muchas cosas cuantificables, las personas negras viven mejor ahora que hace años. Pero es un momento histórico complejo, difícil. Hay esa reacción de la que hablaba antes, la reacción a los pasos que se han ido dando. Es brutal y hace que muchas veces parezca que se va hacia atrás. Pero cuando luchas contra algo, tienes que esperarlo. En toda Europa, en EE UU, en América Latina… Las lógicas de ultraderecha y del supremacismo blanco se están asentando y normalizando de una forma increíble. Lo que antes se hablaba en un bar ahora tiene congresos donde se anuncia, platós de televisión donde esas personas antes no llegaban. La normalización de voces vinculadas a ideologías que nunca desaparecen pero que se consideraban apartadas, es algo muy peligroso.