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NBA | HISTORIA

Hasta 1988, los jugadores no elegían destino con libertad

Aunque muchos dicen que antes no se hacía lo que ha hecho Kevin Durant, el hecho es que ni siquiera se podía. La pelea duró décadas.

Hasta 1988, los jugadores no elegían destino con libertad

Sucedió cuando LeBron James, Chris Bosh y Dwyane Wade operaron para reunirse en Miami. Ha sucedido con cada intento de súper equipo que ha habido desde entonces, con cada rumor. Y ha explotado con la llegada de Kevin Durant a los Warriors. Al reconocimiento de que estamos a punto de ver algo asombroso, un equipo que puede ser lo nunca visto, le sigue muchas veces la crítica. Aficionados veteranos aseguran que eso en sus tiempos no pasaba. También jugadores de leyenda, el último Larry Bird, que rechaza cualquier noción de haberse reunido con Magic Johnson para arrasar la NBA en los 80.

Pero hay una cuestión que se obvia de forma sistemática y que es fundamental para entender dónde están los jugadores ahora y dónde estaban en otras épocas. Porque antes sencillamente no podían hacer algo así. Queda al margen el debate sobre el carácter competitivo y la igualdad en la liga. Y en este caso incluso hay que pasar por alto la arquitectura salarial que, con el bombazo de los nuevos contratos televisivos, ha permitido esta confluencia en los Warriors, que no deja de ser una rareza en la que han coincidido el momento oportuno y el lugar adecuado. Los jugadores, sencillamente, no podían elegir destino con libertad. Mucho menos las grandes estrellas, especialmente prisioneras de sus equipos. Y conviene recordarlo. O como mínimo tenerlo presente como contexto.

Rick Barry: la pelea de un tipo francamente insoportable

Hasta 1988 la agencia libre tal y como la conocemos ahora no existía. Así que los jugadores no tenían libertad para elegir destino ni siquiera cuando terminaban contrato. Esa lucha acabó con Tom Chambers, un excelente ala-pívot blanco que fue cuatro veces all star, pero había comenzado dos décadas antes y había tenido dos grandes héroes, uno especialmente maldito: Rick Barry. Un jugador excepcional, que tiraba los tiros libres en estilo cuchara, que fue campeón con los Warriors y ocho veces all star… y que era un personaje francamente insoportable, que reconoció después que pegó a una monja en su juventud y al que hasta su propia madre tachaba de “excesivamente codicioso”. Cuando Barry llegó a San Francisco Warriors como número 2 del draft de 1965, existía en todo el deporte profesional estadounidense la reserve clause, una cláusula por la cual los equipos conservaban los derechos de los jugadores una vez finiquitados los contratos. La única opción era negociar uno nuevo o jugar por decreto una temporada más para el mismo equipo si este no quería dejarle marchar o traspasarle. Los jugadores no tenían en esencia armas para negociar más allá de la presión que podían ejercer negándose a jugar.

Rick Barry (el Barry insoportable del que se decía que nunca se vería “a un puñado de veteranos hablando de los buenos tiempos al lado de Rick”) fue el primer deportista profesional que, en 1967, plantó cara a la reserve clause para tratar de saltar de la NBA a la recién creada ABA, la liga alternativa que operó hasta 1976, año en el que cuatro de sus franquicias se integraron en la NBA. Cuando lo hizo, se le consideró poco menos que un pesetero porque por entonces, sencillamente, no se consideraba que un deportista profesional tuviera derecho, bastante bien vivía ya, a aspirar a mejoras a través del cambio de equipo. Y lo curioso es que ni siquiera era esa su motivación: la oferta de Oakland Oaks (ABA), cuyo entrenador Bruce Hale era su suegro, era idéntica (75.000 dólares) a la de los vecinos Warriors. San Francisco y la casi contigua Oakland conformaban el único mercado con un equipo de cada liga. Su deseo era cambiar de aires, buscar un nuevo impulso y nuevas oportunidades. Y su obligación, por esa reserve clause a la que por fin alguien se enfrentó, pasaba por firmar un nuevo contrato con los Warriors o quedarse una temporada completa sin jugar (1967-68). Así lo hizo y, aunque no ganó por la vía legal, abrió la puerta al cambio de jugadores entre ligas, de por sí una bendición para un colectivo de repente con más opciones y, por lo tanto, con salarios más altos: la media pasó de 18.000 dólares al año en 1967 a 110.000 en 1975, cuando la NBA ya operaba en busca de la integración de las dos competiciones.

La ABA ganó legitimidad con este trance. Los jugadores podían optar por otra liga y podían aspirar a controlar su destino deportivo y su futuro económico. El terreno se había abonado para la llegada de otro personaje fundamental en la historia, el Gran O.

Oscar Robertson: leyenda en las pistas… y fuera de ellas

Siempre creo que nos olvidamos de Oscar Robertson, o le situamos demasiado abajo, cuando hacemos listas de los mejores de la historia. Robertson era un base enorme para su época (1,96) y extraordinario. Campeón junto a Lew Alcindor/Kareem Abdul-Jabbar en Milwaukee Bucks (1971), MVP en 1964, doce veces all star… y capaz de promediar triples-dobles en temporadas completas: 30,8 puntos, 12,5 rebotes y 11,4 asistencias en la 1961-62, por ejemplo. Y antes, en los duros años cincuenta, leyenda de Indianapolis con el instituto Crispus Attucks, la historia del centro segregado, para chicos negros, que sirvió de base para la recordada película Hoosiers y que se convirtió en el primer equipo de un instituto para negros que ganó un campeonato estatal y paseó por su ciudad como ganador… aunque por una ruta recortada a algunas barrios. No fuera a ser que

Robertson fue un presidente del sindicato de jugadores (NBA Players Union) valiente y comprometido. Bajo su orden llegó al boicot al All Star Game de 1964, que comenzó un puñado de minutos tarde y solo cuando se aceptó que los jugadores pasaran a tener pensión, mejores condiciones en sus garantías médicas o salario por los partidos amistosos. Después Robertson inició la batalla contra la fusión NBA-ABA y en aras de la libertad de mercado. Eran otros tiempos: jugó catorce años y aseguró después que su sueldo total en ese tiempo no llegó al millón de euros.

En 1970 Robertson planteó una denuncia que le enfrentaba, en realidad muy solo, a los equipos. Por entonces veintidós (14 de la NBA y 8 de la ABA). El litigio se alargó hasta 1976, año de la fusión y de un acuerdo que de base sentaba los principios para la desaparición de la reserve clause y el primer embrión de la agencia libre, el mercado en el que los jugadores sin contrato eligen destino. Esa nueva norma llevó el nombre de Oscar Robertson Rule. La senda estaba abierta, pero seguía existiendo la obligación de que el nuevo equipo compensara al antiguo para que se pudiera completar un cambio de camiseta.

1988: Tom Chambers, un pionero en el mercado

En esencia y durante más de una década, la agencia libre plena seguía siendo poco más que un sueño. El traspaso era todavía la forma más lógica para que un jugador dejara el equipo que le había drafteado. Eso o la consabida compensación que muchas veces incluía jugadores o rondas de draft. El cambio definitivo llegó en el verano de 1988 con Tom Chambers, que en su séptima temporada en la NBA, la quinta en Seattle Supersonics, había promediado 20,4 puntos y 6 rebotes por partido y que en 1987, la temporada anterior, había sido MVP del All Star, el primero de los que cuatro que jugó. Pese a su excelente momento, en Seattle empezaron a replantear su rotación interior, que ya tenía a Xavier McDaniel y que sumó ese verano, uno vía trade y otro en el draft, a Derrick McKey y Michael Cage. Chambers sintió que sería traspasado más tarde que temprano y decidió que prefería elegir cuál sería su siguiente destino. Para ello recibió el apoyo del líder de la Unión de Jugadores, Larry Fleisher, que le dijo que no se comprometiera a nada con los Sonics porque estaba a punto de suceder “algo que va a revolucionar la NBA”.

Esa novedad llegó a través de la revisión del convenio colectivo, que por fin pasaba a establecer que los jugadores podrían ser agentes libres sin ninguna restricción una vez terminado un contrato si, todavía había flecos, llevaba al menos siete temporadas y dos contratos firmados en la NBA. Chambers encajaba en ese perfil y acabó firmando con Phoenix Suns, que le cortejó con reuniones y dinero sobre la mesa, un escenario que ahora es rutina diaria cuando llega el mes de julio. Firmó por 9 nueve millones en cinco años, más del doble de su último contrato en Seattle.

Y hacerlo no fue fácil para él, la principal prueba de que efectivamente eran otros tiempos: “Quería ir a un sitio donde me quisieran, no donde mi equipo me traspasara. Iba a poder elegir ciudad para vivir y desde luego iba a ganar más dinero, pero no fue fácil. Fue muy duro decirle al propietario que me iba, a mis compañeros… “. En el vestuario no encontró malas caras de los que no tenían la misma libertad que él sino la emoción de un colectivo que intuía la llegada de nuevos tiempos. Y mejores: “Mis compañeros estaban contentísimos, sabían que tendrían en algún momento una oportunidad que era impensable hasta entonces. Y así fue. Los jugadores empezaron a elegir dónde querían estar, los contratos empezaron a aumentar gracias a esa la nueva competencia…”. A partir de ahí cambió todo y, entonces sí, comenzó un proceso que ha acabado en las leyes actuales del mercado NBA. Uno que llevó décadas, involucró a jugadores legendarios y, guste más o menos, ha acabado (junto a otros muchos factores) en esa foto de Kevin Durant con la misma camiseta que llevarán en los Warriors Stephen Curry, Klay Thompson Y Dryamond Green. El signo de los tiempos.