NBA | LOS ANGELES CLIPPERS

La Lob City de Chris Paul: el cielo y el infierno de los mejores Clippers de la historia

El base, junto a Blake Griffin y Deandre Jordan, lideró a unos Clippers que salieron del pozo, superaron a los Lakers, dominaron los cielos y finalmente chocaron contra sus propios fantasmas.

Andrew D. BernsteinNBAE/Getty Images

Los Clippers fueron, antes de la etapa actual, el peor equipo de la historia. No había manera de salvar a esa franquicia que empezó en Buffalo y tuvo tres presencias consecutivas en playoffs (de 1974 a 1976) y se trasladó posteriormente a San Diego para recalar en Los Ángeles y escribir algunas de las peores páginas de su larga historia. De 1976 a 2006, los Clippers sólo participaron tres veces en playoffs. En 53 años, han llegado en 18 ocasiones, pero 11 han sido en los últimos 13. Además, la entidad ha sumado 32 temporadas por debajo de las 40 victorias, 20 sin llegar a las 30 y ocho con menos de 20. En los 33 años del mandato del tacaño Donald Sterling, los Clippers fueron en el hazmerreír de la NBA, pisando los playoffs en tan solo siete ocasiones y sumando algunos de los peores récords de la historia de la NBA: 17-65 en cuatro ocasiones (1981-82, 1987-88, 1994-95 y 1997-98), 15-67 en la 1999-00, 12-70 en la 1986-87 (el tercero peor de la historia, con un 14,6% de victorias), o 9-41 en la 1998-99, el año del lockout.

El desastre fue antológico para una entidad que no sabía cuál era su lugar, estaba siempre a la sombra de los Lakers en la ciudad de la luz y encadenaba un fracaso tras otro sin que nada ni nadie pudiera frenarlo. La 2005-06, con el contradictorio Mike Dunleavy de entrenador (un hombre con un talento enorme dedicado casi por entero al mal) y Sam Cassell o Elton Brand en pista, sumaron 47 victorias y llegaron a semifinales de Conferencia por primera vez en 30 años. Fue sólo un espejismo antes de que todo se volviera a ir a pique. En el traslado a Hollywood se definieron como “el equipo del pueblo”, vendiendo entradas entre 4 y 15 dólares mientras los Lakers acumulaban la narrativa de los duelos con los Celtics y se hacían dueños de la farándula y la parafernalia. “Yo diría que en los últimos 20 años hemos hecho algunas cosas más que ellos para que el equipo del pueblo seamos nosotros”, diría jocosamente Pat Riley, entrenador del Showtime, por aquel entonces.

Por eso, cuando el 15 de diciembre de 2011 Chris Paul recalaba en los Clippers, la situación cogía otro prisma totalmente distinto. El base había sido traspasado unos días antes a los Lakers en una operación a tres bandas en la que recalaba en los Lakers, Pau Gasol en Houston Rockets y Lamar Odom, Kevin Martin y Luis Scola en los Hornets. Estos últimos pertenecían entonces a la NBA, por lo que el comisionado David Stern vetó el traspaso alegando “razones baloncestísticas”, una decisión tomada tras la protesta de varios propietarios, que alegaban que los angelinos se ahorraban 20 millones en el intercambio y salvaban el impuesto de lujo. La realidad es que ver en el mismo equipo a Paul y Kobe Bryant asustó a más de uno. Pero la competición norteamericana tenía derecho a vetar un movimiento que no se pudo dar. Al final, Pau siguió en los Lakers, Odom salía por la puerta de atrás para no volver a ser el mismo que había conquistado el premio a Mejor Sexto Hombre el curso anterior y sonaba para el All Star. Y Chris Paul llegaba a los Clippers a cambio de Chris Kaman, Eric Gordon, Al-Farouq Aminu y rondas del draft.

De repente, los angelinos tomaron un nuevo cariz. Llevaban cinco temporadas consecutivas alejados de los playoffs, una tónica más que típica para una franquicia tradicionalmente perdedora. En los seis cursos siguientes se alcanzó de forma ininterrumpida la fase final, todas ellas con Paul de líder todopoderoso. Vinnie del Negro, exjugador y entrenador entonces, vilipendiado de forma perpetua, fue el que llevó a los Clippers a esas dos primeras apariciones: 40-26 en el primer curso, año del lockout, y semifinales de Conferencia para ser barridos por los Spurs. Y 56-26 al año siguiente, con una derrota en primera ronda ante los Grizzlies del Grit and Grind (4-2) que mancharon más todavía el legado de un técnico que no ha vuelto a tener trabajo en la NBA, pero que dio los primeros pasos para convertir a una franquicia tocada por la varita de las desgracias en un referente dentro de la mejor Liga del mundo. En ambas temporadas y en las cuatro siguientes, los Clippers se clasificaron por delante de los Lakers, ese eterno rival con el que nunca tuvieron nada que hacer. Kobe Bryant apuraba sus últimos años como estrella y el hermano malo se empezaba a convertir en el bueno. Los vientos de promesa soplaban más fuerte que nunca. Pero a las promesas también se las lleva el viento.

Tiempos de cambio

En 2013 llegaba a la franquicia Doc Rivers, un entrenador que llegó en el 2000 a un puesto de entrenador en los Magic, que tenía fama de llevarse bien con los jugadores y que labró su reputación en el anillo conquistado en 2008 con los Celtics de Kevin Garnett y compañía. Tras el incongruente paso de Vinnie del Negro, se esperaba dotar a la entidad de una personalidad en el banquillo que ayudara a dar el salto definitivo a un hipotético anillo. Al lado de Chris Paul estaba un emergente Blake Griffin, consolidado como uno de los mejores ala-pívots de una competición en la que esa posición estaba en decadencia con la entrada en años de Tim Duncan, el mencionado Garnett, Dirk Nowitzki o Pau Gasol, a los que les quedaban destellos de brillantez pero estaban ya lejos de sus mejores días. DeAndre Jordan ocupaba la posición de pívot, atrapaba rebotes e intimidaba en la zona. Se forjó entonces la Lob City, definida así por la asociación que Chris Paul tenía con ambos hombres. El pick and roll con finalizaciones cercanas al aro y los constantes alley oops fueron el santo y seña de un equipo que se convirtió en el más atractivo de la NBA entonces.

Y todo ello en un contexto enorme de cambios. Adam Silver sustituía a David Stern como comisionado de la mejor Liga del mundo tras 30 años en el puesto en los que había permitido a la NBA presumir del juego más cautivador del planeta, con relaciones comerciales y un aperturismo que pasó de ser leve a inequívoco durante el siglo XXI. Silver, con un discurso magnético, fue el encargado de resolver con una destreza envidiable el primer problema que se le puso por delante, uno que tuvo una trascendencia enorme a nivel cultural dentro de cualquier competición norteamericana: el escándalo por los insultos racistas protagonizado por Donald Sterling acabó con la etapa del mandamás justo cuando los Clippers empezaban a ver la luz. El propietario, considerado uno de los peores de la historia del deporte, se vio obligado a vender la franquicia a Steve Ballmer, cofundador de Microsoft. Y dijo adiós a años, lustros, décadas, de desmanes. Errores y horrores.

Del cielo al infierno

Los Clippers lograron, de 2013 a 2017, cinco temporadas consecutivas por encima de las 50 victorias. En su primer año, Doc Rivers catapultó a la entidad a 57, tope todavía de la franquicia que no se ha conseguido superar en la irregular era de Kawhi Leonard al frente de una plantilla que prometía mucho y se ha quedado por el camino. Primeros del Pacífico (otra vez por delante de los Lakers), los angelinos se deshicieron de los últimos Warriors previos a la dinastía en primera ronda (4-3) y llegaron a semifinales, donde sucumbieron ante los Thunder (4-2) en una temporada que también cerró un ciclo: los Spurs de Tim Duncan (y Kawhi) se llevaron el anillo ante los Heat de LeBron, que ese verano volvió a Ohio para liderar a los Cavaliers al anillo prometido un año después. Los Warriors, mientras tanto, se hicieron con tres de los siguientes cuatro campeonatos y pisaron cinco Finales consecutivas. Era una nueva era en la que ya no participarían los héroes de la primera década del siglo XXI (Kobe, Duncan, Garnett...). Y con LeBron, ese ser imperecedero, como denominador común de un prime que nunca acaba, con la estrella todavía en activo como si el paso del tiempo no fuera con él.

La gran oportunidad de los Clippers llegó en 2015. Finalizaron la temporada con 56 victorias y se plantaron en semifinales de Conferencia tras vencer a los vigentes campeones, los Spurs, en siete maratonianos partidos que resolvió Chris Paul con un tiro ganador en el definitivo para regocijo de Steve Ballmer, que lo celebró como loco en primera fila. Pero ante los Rockets se acabó la historia de un equipo que pudo ser mucho más de lo que fue: a poco más de 2 minutos para el final del tercer cuarto mandaban 89-70. A más de 7 para el final del partido lo hacían por 100-88. El duelo acabó 107-119 a favor de los texanos, que acabaron con un parcial de 18-49, una vergüenza absoluta que tampoco resolvió el séptimo encuentro (113-100) y que fue una nueva lacra en el interminable libro de fracasos de Doc Rivers, el entrenador que más remontadas de estas características ha sufrido en playoffs. En los dos años siguientes hubo dos derrotas consecutivas en primera ronda a pesar de sumar 53 y 51 victorias. La oportunidad estuvo ahí. Y la perdieron.

Los Clippers abandonaron el grupo de equipos que jamás habían pisado unas finales de Conferencia en 2021, con Kawhi Leonard y Paul George de líderes, y dejaron a Pelicans y Hornets solos en esa lista. Esos 19 puntos de ventaja ante un equipo que estaba realmente fallecido y la posterior eliminación demostraron que a esa plantilla le faltaba consistencia y dejaron en entredicho la carrera de Chris Paul, que se fue precisamente a los Rockets para disputar por fin unas finales del Oeste (4-3 ante los Warriors, con lesión incluida del base, que se perdió el sexto y séptimo encuentro) y luego fue a los Suns para llegar a las Finales, que los de Arizona perdieron ante los Bucks de Giannis Antetokounmpo a pesar de empezar 2-0 arriba. El playmaker vivirá su última aventura en el cobijo que da la enorme ala de Gregg Popovich y al lado de Victor Wembanyama. Lejos ya de esas oportunidades de campeonato que tantas veces perdió, fuera su culpa o no. Una de ellas, muy dolorosa, con unos Clippers que eran suyos.

Ni siquiera en su etapa más gloriosa los Clippers se acercaron al anillo. En esos años, Paul estuvo seis veces en el Mejor Quinteto Defensivo y tres en el Mejor Quinteto de la NBA, además de liderar la Liga en asistencias en dos ocasiones y en robos otras tres, pisando el All Star en cinco de las seis temporadas que estuvo en Los Ángeles. Blake Griffin sumó tres All Stars y fue tercero en las votaciones a MVP en 2014. DeAndre Jordan fue, en ese periodo, líder en porcentaje en tiros de campo en cinco ocasiones y dos en rebotes. Jamal Crawford fue dos veces Mejor Sexto Hombre. Por esas plantillas pasaron, más o menos tiempo, viejos conocidos como JJ Redick, Jordan Farmar, Chauncey Billups, Austin Rivers, Matt Barnes, Glen Davis, Jared Dudley, Antawn Jamison, Eric Bledsoe, Ronny Turiaf, Caron Butler, Haedo Turkoglu o Lamar Odom. Veteranos, jóvenes, triplistas y hombres de rol con los que dar otro enfoque a un equipo que se quedó por el camino a pesar de contar con uno de los jugadores más cautivadores del planeta. La Lob City quedó por encima de los Lakers, voló por encima del bien y del mal, protagonizó higlights para el recuerdo, juego en el poste bajo y mates inolvidables. Pero se quedó por el camino. Surcó los cielos para acabar en el infierno. Los mejores Clippers de la historia también perdieron. Y ni siquiera Chris Paul pudo hacer nada para evitar un final que, como todo en la vida, era irremediable. Y lo fue.

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