La esperanza del peor equipo de la historia: Elton Brand, Cassell, Dunleavy y los Clippers 2005-06
De 1981 a 2014, Donald Sterling fue el nefasto dueño de unos Clippers que tuvieron, en la 2005-06, la única oportunidad de su historia. Con Dunleavy de técnico, Brand, Cassell...
Antes de Doc Rivers, de Steve Ballmer y, por supuesto, de Kawhi Leonard, los Clippers eran, casi por unanimidad, el peor equipo de la historia. Por tradición y plantilla, pero también por récords. Y si atendemos a la estructura general, también la peor franquicia, trasladándose a pista la deriva que su dueño de 1981 a 2014, Donald Sterling, había llevado en los despachos. No solo las malas decisiones eran el pan de cada día, también la calidad de sus instalaciones deportivas, de sus posibilidades de entrenamiento y de los escándalos que el propietario protagonizaba y que tampoco ayudaban a una dinámica perdedora deportiva y ejecutivamente. Los últimos años de Sterling, cuando la calidad del entorno mejoraba y el proyecto ganaba solidez, fueron eclipsados por unos comentarios racistas que provocaron un terremoto que Adam Silver, que llevaba tan solo dos meses en el cargo, resolvió con su hoy conocido discurso magnético y una eficacia y un aplomo implacable ante la opinión pública, donde se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras, lo que le permitió meterse a la NBA en el bolsillo y que la gente se empezara a olvidar del amado David Stern para fijarse en una figura imponente que por resolver, ha resuelto hasta una temporada imposible puesta en jaque por el coronavirus. Las vejatorias palabras del roñoso Sterling le convirtieron en la persona más odiada de los Estados Unidos y acabaron con su estancia en la NBA, venta incluida a Steve Ballmer, el patriarca actual, que se hizo con los Clippers tras dejar Microsoft después de que en 2012 fuera enlistado a la cabeza de los cinco peores ejecutivos a nivel mundial.
La NBA obligó a Sterling a vender contra su voluntad después de que se filtraran dichos comentarios a través de un vídeo, algo que supuso la guinda a su nefasta gestión y trajo tiempos más prometedores a los Clippers... aunque con el mismo resultado que en el pasado. Uno que data de 1970, cuando fueron bautizados con el nombre de Buffalo Braves, con el que se mantuvieron ocho temporadas; en las tres primeras consiguieron 22, 22 y 21 victorias, una dinámica que cambió con Jack Ramsay de entrenador y Bob McAdoo de jugador franquicia. La asociación dio tres participaciones consecutivas en playoffs, la última en 1976. Y desde ahí, hasta 2006, tan solo llegaron a las eliminatorias por el título en tres ocasiones más. Ni el traslado a San Diego (1978-1984) ni a Los Angeles, donde residen ahora, cambió la suerte de un equipo que, en 50 años, ha pisado los playoffs en 15 ocasiones, pero ocho de ellas han llegado en los últimos nueve años, y solo siete en los primeros 41. Además, la entidad ha sumado 32 temporadas por debajo de las 40 victorias, 20 sin llegar a las 30 y ocho con menos de 20. En los 33 años del mandato de Sterling, los Clippers fueron en el hazmerreír de la NBA, pisando los playoffs en tan solo siete ocasiones y sumando algunos de los peores récords de la historia de la NBA: 17-65 en cuatro ocasiones (1981-82, 1987-88, 1994-95 y 1997-98), 15-67 en la 1999-00, 12-70 en la 1986-87 (el tercero peor de la historia, con un 14,6% de victorias), o 9-41 en la 1998-99, el año del lockout.
Ni el fichaje de Elgin Baylor como Presidente de Operaciones en 1986 dio sus frutos. En su primera temporada en la directiva, el equipo registró ese desastroso 12-70 que fue un bochorno que tuvo una repercusión histórica, por negativa, en los espectadores. Solo 7.711 de media fueron al LA Sports Arena, algo objetivamente lógico si vemos que de los 40 primeros partidos, los Clippers tan solo ganaron cinco. Fueron años en los que la fuerza se le iba por la boca (muchas veces, con su propietario a la cabeza) a una franquicia que nunca la demostró en pista y siempre intentaba vender una realidad distorsionada dentro de una ciudad en la que no dejaban de ser el hermano malo de los Lakers. De hecho, el traslado de San Diego a Los Angeles no hizo sino aumentar la brecha ya existente entre ambas entidades, de la misma manera que los errantes Clippers se alejaban cada vez más del virtuosismo y el glamour de una NBA arrastrada por la parafernalia y la farándula del Forum y los duelos de contra los Celtics. Enfrentarse en regular season a los Clippers era una victoria segura, y los 15.000 espectadores que reunieron en su primer duelo con los Lakers (victoria para estos últimos) fueron bajando paulatinamente a pesar de que se autodefinían como "el equipo del pueblo" y vendían las entradas a precios que oscilaban entre los 4 y los 15 dólares, mientras que sus compañeros de ciudad lo hacían por más de 27. "Yo diría que en los últimos 20 años hemos hecho algunas cosas más que ellos para que el equipo del pueblo seamos nosotros", diría jocosamente Pat Riley, entrenador del Showtime, por aquel entonces.
Así ha sido casi sin excepción (ahora iremos a ese casi) la historia de una franquicia mala, muy mala, casi la peor de la historia, y que siempre ha ido a la cola de un mundo que le ha quedado muy grande y en el que se sentían ridículamente pequeños. Llegar a Los Angeles en la década más grandiosa de los Lakers (Magic, Kareem, Worthy...) nunca les vino bien, y los títulos que ganaba el hermano mayor venían acompañados de unas espectaculares ganancias procedentes del marketing con el que trataban a las estrellas más talentosas y carismáticas de la Liga. Eso empezó a cambiar cuando llegaron Chris Paul y Blake Griffin, allá por 2011, cuando empezaron a mirar a los ojos a los Lakers y a escapar de toda una vida de baches y desmanes que les han dejado sin una afición local fiel o consistente (empiezan a aflorar ahora), una farándula que elige antes el Staples cuando el dorado brilla en él (con contadas excepciones como Billy Cristal y Floyd Mayweather) y que se limitó a ver pasar los años mientras abarataban el precio de las entradas para poder atraer a la grada más vacía de la NBA, un público que, de cuando en cuando, ignoraba los elevados precios de los Lakers para poder asistir a la visita de las estrellas rivales cuando estas viajaban a Los Angeles para jugar ante los Clippers. Menos es nada. Y si la franquicia de Sterling no representaba esa nada en aquella época, se trataba de algo prácticamente indistinguible.
Sin levantar cabeza
La mala gestión de Baylor, que ni eligió bien en el draft, ni pudo hacer movimientos importantes al no tener nadie a quién intercambiar, ni atrajo agentes libres que rehuían de un lugar con mala prensa y peor realidad, se tradujo en cuatro solitarios años en playoffs. Cuatro de 24, otra estadística para los anales de la negatividad más absoluta. Dos con el nómada Larry Brown, que pasó por ocho franquicias (si incluimos la ABA) antes de ganar en 2004 un anillo eternamente postergado con los Pistons (luego entrenó a dos más, Knicks y Bobcats). Con él, los Clippers llegaron a playoffs en 1992 (cuando les entrenó solo los últimos 35 partidos, con un 23-12 de récord) y 1993, con gente como Danny Magging o Mark Jackson en el equipo. La otra fue con Bill Fitch, el hombre que hizo campeón a Larry Bird en 1981 y que luego viajó por los Rockets de las torres gemelas (Olajuwon y Sampson) para acabar su carrera de la peor forma posible, con un 17-65 con los Clippers, otro de los años fantásticos de una franquicia que la campaña anterior accedió a playoffs por tercera vez en la era Sterling-Baylor con tan solo 36 victorias. Se vendió barato y compraron el ticket, aunque recibieron un categórico sweep (3-0 de los Jazz) después de forzar el quinto partido en las dos series con Larry Brown.
Eso fue lo que dio de sí la franquicia hasta la 2005-06. Antes, en 1999, llegó Lamar Odom al equipo vía draft en un año para olvidar: 15-67, con despido de un Chris Ford que había sumado 20 victorias en 90 partidos en Los Angeles (año y medio) y finalizando con un ignominioso 4-33 de Jim Todd, que nunca más volvió a llevar un equipo de la NBA. Llegó Alvin Gentry, con el que lograron 31 y 39 victorias las dos siguientes temporadas, con augurios futuras de playoffs pero sin ninguna base sólida en la construcción. Y con más majaderías estructurales que afectaban hasta las condiciones de entrenamiento. "No había ni para ducharse", explicó Odom tiempo después sobre las instalaciones del Southwest Collegue. La tacañería de Sterling era de sobra conocida, y su notoriedad, nunca por cosas positivas, era diametralmente opuesta al cuidado que procuraba a sus empleados. "Cuando subía la temperatura del polideportivo, dejábamos la puerta abierta con ayuda de un ladrillo", seguía relatando Lamar, que aseguró que las instalaciones de la Universidad de Rhode Island, donde se formó, eran mejores. Con esto y con nada, que era lo que tenían realmente, Gentry acabó haciendo aguas a pesar de sus prometedores dos primeras temporadas y acabó siendo despedido.
El año de la esperanza
Los Clippers tuvieron que esperar hasta 2006 para regresar a playoffs. Antes, Mike Dunleavy había hecho su aparición en la franquicia tras el despido de Gentry y la breve interinidad de Dennis Johnson, asumiendo control directivo además del meramente deportivo, una práctica que se desarrolló luego al máximo tiempo después y que nunca tuvo ni éxito ni continuidad (Stan Van Gundy en Pistons, Tom Thibodeau en Wolves...). En ese momento, el poder de Dunleavy no era tan grande como lo acabaría siendo para otros técnicos en el futuro, pero sí lo suficiente como para retener a Elton Brand, llegado en 2001 procedente de Chicago, y dejar marchar a Odom, al que le ofreció como agente libre 24 millones en tres temporadas, una oferta menor que la que le hicieron los Heat (63 por cinco), donde acabó recalando y siendo apadrinado por un Riley que le traspasó por Shaq para que volviera a Los Angeles... aunque a los Lakers, claro. En los Clippers, Brand venía de promediar 18,2+11,6 y 18,5+11,3. Brand era un pívot anotador, que llegaba con facilidad al doble-doble y se movía bien en el poste y si bien nunca fue un gran defensor ni dominó la zona como otros pívot de la época, se las arreglaba para producir con facilidad y su regularidad era pasmosa. Mejoró sus números de anotación con Dunleavy, un entrenador mejor de lo que él mismo quiso demostrar, que había liderado a los Lakers post Riley y Kareem a las Finales de 1991 (las últimas de Magic) y había llevado a los Blazers a las finales del Oeste dos años seguidos, incluida esa remontada histórica de 16 puntos en el último cuarto de ese séptimo partido del 2000, ante los Lakers de Shaq y Kobe y con una plantilla en la que estaban Pippen, Rasheed, Sabonis...
Dunleavy tenía mala prensa y emanaba demasiada arrogancia de puertas para dentro, pero era un estudioso que se consideraba incomprendido, un hombre que había sabido sacar el último jugo a los Lakers de Magic, pero que no consiguió exprimir del todo a esos Blazers que eran, en palabras de Phil Jackson, "el mejor equipo que el dinero puede comprar". Con los Clippers, una vez mantenido Brand se empezó a construir desde abajo y el técnico consiguió 28 y 37 victorias en sus dos primeras temporadas, quedando esta última por delante de unos Lakers en caída libre y después de que Kobe amagara con fichar por el hermano malo en plena rabieta con Shaq y Phil Jackson. Y en unas conversaciones que impedía el reglamento (fuera del mercado) y, todo hay que decirlo, que Dunleavy no dejó que llegaran muy lejos. Sin Kobe pero con otros movimientos formó un equipo molón con el que se coló en el segundo puesto de la División Pacífico, tras los Suns y delante de unos Lakers que, otra vez, quedaron por detrás. Fueron 47 victorias (45 de los de púrpura y oro), el mejor récord de la historia de la franquicia desde que en la 1974-75, Jack Ramsay dirigiera a los Buffalo Braves a las 49. Toda una proeza en un año en el que a otra franquicia de Los Ángeles, y otra en el peor sentido de la palabra, empezó a ver con cierta extrañeza que siempre le tocara el vestuario pequeño en el Staples, pista que compartía con los Lakers desde su inauguración en la 1999-00, o que el pabellón se estrenara con asientos morados (por los Lakers y los Kings, de la NHL) algo que cambió justo en el inicio de esa temporada.
Elton Brand promedió 24,7 puntos (máximo de su carrera), 10 rebotes y 2,5 tapones, además de ser incluido en el Segundo Mejor Quinteto de la NBA y ganar el premio al Jugador Más Deportivo. Además, los Clippers tuvieron hasta seis jugadores promediando dobles dígitos en anotación, y nombres conocidos para el aficionado que vivieron momentos grandiosos en una franquicia muy pequeña y con una conexión grupal jamás vista en ese equipo: Corey Maggette, Chris Kaman, Cuttino Mobley, Vladimir Radmanovic, Shaun Livingston... Por tener, tuvieron hasta ocho partidos de Vin Baker, cuatro veces All Star en los 90, tres con Bucks y una con los Sonics. Y a Sam Cassell, claro, ese base adimensional que además de un talento innegable (17,2 puntos, 3,7 rebotes y 6,3 asistencias), parece casi un amuleto, un ser que mejora todo equipo por el que pasa. De ser campeón con los Rockets de Tomjanovich y Olajuwon en 1994 y 1995 ("nunca subestimes el corazón de un campeón") a disputar las finales del Este en 2001 con los mejores Bucks desde Jabbar y Oscar Robertson (con George Karl, Ray Allen y Glenn Robinson). También pasó, en la 2003-04, por los mejores Wolves de la historia, con los que fue All Star y también disputó las finales de Conferencia, esta vez en el Oeste. Y pasaba ahora por los mejores Clippers de siempre (obviando a los Braves) para acabar su carrera ganando otro anillo, en los Celtics de la 2007-08. Lo dicho, todo un héroe.
Con los puntos de Cassell, el buen hacer de Magette, el poder de la intendencia y el mejor Brand de su carrera, los Clippers se colaron en la sexta posición del Oeste, tres puestos detrás de los Nuggets de George Karl y Carmelo Anthony pero con ventaja de campo en primera ronda, al tener mejor récord. Durante la regular season, los angelinos consiguieron su rating defensivo desde su etapa en Buffalo, fueron segundos de la Liga en rebotes (empatados con Miami) y primeros en tapones. Jugaron los playoffs por primera vez desde 1997, consiguiendo una victoria en el partido inaugural, primera en la fase final desde 1993. Y ganaron 4-1 a los Nuggets, con una sincronía y un trabajo colectivo que llenó el Staples de un color rojo nada habitual, con un apoyo a los Clippers pocas veces visto y que ni los propios aficionados se creían. Denver, que había promediado 100 puntos por partido en temporada regular, no pasó de los 90 en ninguno de los cinco partidos. Y Carmelo, que había promediado 26,5 puntos durante el curso, se quedó en 21 con un 33% en tiros. Los Angeles vibraban y, esta vez, no era con unos Lakers que a punto estuvieron de enfrentarse a los Clippers. 3-1 tuvieron a los Suns, pero no pudieron sentenciar a pesar de que en sexto partido Kobe se fue a los 50 puntos. Incluso Jack Nicholson se pasó por el Staples en semifinales para ver al hermano malo, uno que, por primera vez en la historia, estaba en playoffs en lugar de su glamuroso compañero de ciudad.
El derbi angelino se quedó para otra ocasión, una que todavía no se ha dado, y los Clippers se enfrentaron a unos Suns que venían de jugar siete partidos en primera ronda y tuvieron que disputar otros siete en semifinales. Elton Brand empezó la serie con 40 puntos, pero los angelinos perdieron. En el segundo, endosaron una victoria por una diferencia de 25 tantos a los Suns en Phoenix. En Los Angeles fue un partido para cada uno, y sería el quinto, de nuevo en Arizona, el clave. Dos prórrogas le dieron la victoria a unos agotados Suns, con 17 puntos y 13 asistencias de Nash y 36 tantos con 20 rebotes de Shawn Marion, más 25 de Tim Thomas, que anotó 5 de 8 en triples. Bradn se fue a 33+15 en 54:40 y se combinó con un Cassell que sumó 32. Los Clippers tirarían de orgullo y ganarían el sexto ante su público (30+12 de Brand), pero los Suns sentenciaron en casa ganando de 20 a pesar de los 36 tantos del pívot, poniendo fin a la mejor temporada de la franquicia desde su mudanza a Los Angeles, la única de la era Sterling en la que superaban una ronda de playoffs y la que más cerca se quedarían de las 50 victorias que superarían algo más de un lustro más tarde.
Hasta ahí llegó el sueño de los Clippers, su temporada fantástica. La única en la que soñaron con algo y dejaron de ser el farolillo rojo de una competición que no espera a nadie y que nunca ha esperado nada de ellos. Ahí dejaron de ser los peores de la NBA, al menos durante unos meses, llevando a un jugador a la consideración de estrella y reafirmando a Dunleavy en una posición que abandonó a mitad de la 2009-10. Solo en la temporada inmediatamente posterior (40-42) se acercaron a una fase final que no volvieron a pisar hasta que Chris Paul y Blake Griffin aterrizaron en la franquicia, consiguiendo 56 victorias y ganando el título de división, por fin, en la 2012-13, todavía con Kobe pululando por ahí. Elton Brand fue perdiendo nivel paulatinamente, y pasó por Sixers, Mavericks y Hawks, antes de poner punto y final a su carrera en Philadelphia, donde ejerce hoy una labor en los despachos que dista mucho de ser perfecta. Cassell continuó una temporada más antes de despedirse con un anillo en Boston. Y Dunleavy y su mal medida arrogancia no volvieron a ningún banquillo de la mejor Liga del mundo. Ah, y Elgin Baylor dijo adiós en 2008, tras 24 años (muchos fueron) en los que intentó poco y consiguió menos todavía.
El problema para los Clippers, sin embargo, no es ese. Con el paso de los años, el ya mencionado Ballmer adquirió la franquicia por 2.000 millones de dólares a un Sterling al que le había costado 12,5 (la competición ha cambiado, no hay duda), que nunca superó a los Lakers (ni en grandeza ni en clasificaciones, salvo en casos muy concretos) y que se dedicó a vivir de las migajas que sobraban de los banquetes del fallecido Jerry Buss, el tipo de propietario que él nunca consiguió ser (ni parecer). Desde su salida (quizá un poco antes), los Clippers consiguieron salir de las catacumbas y atraer estrellas. Chris Paul y Blake Griffin llegaron cuando todavía pululaba por ahí, pero fue con Ballmer con quien dieron el salto de calidad definitivo en cuanto a merchandising y consiguieron que la imagen de sus estrellas estuviera ligada a la entidad por primera vez, algo inédito que vino acompañado de una mayor publicitación del equipo dentro de su ciudad y la mayor venta de entradas de su historia. Pero, pero, pero...
Pero siguen intentando dejar atrás una historia de la que sus jugadores siempre han renegado.Y, sí, han salido del pozo, pero su trayectoria les acompaña y hacer borrón y cuenta nueva es difícil en un mundo en el que nadie olvida nada y todos lo critican todo. Los Clippers siguen siendo una de las tres franquicias que jamás ha retirado una camiseta (claro, ¿a quién?) junto a Grizzlies y Raptors, solo que su recorrido abarca más del doble de años de las otras dos. Y siguen, ojo con esto, sin disputar unas finales de Conferencia que han tenido en su mano dos veces (con sendos 3-1) en la última década. El problema de los Clippers no es haber sido la peor entidad baloncestística (igual hasta deportiva) de Estados Unidos. El problema es que siguen anclados en una segunda ronda de la que no pasan y no consiguen dejar atrás, al menos del todo, un pasado que les persigue y que no enterrarán hasta que ganen. Porque, al margen de sus años en Buffalo y de esa solitaria 2005-06, hay mucho que compensar. Y en estos últimos años han buscado hacerlo a lo grande, sobre todo con Kawhi Leonard y Paul George en el equipo. Pero claro, muchos iban avisando durante el año, cuando les veían jugar, que ganar no sería tan sencillo, por algo que antes o después todo el mundo aprende en la NBA: nunca lo es. Y los Clippers, como franquicia, lo saben. Al fin y al cabo, siempre han perdido.