La leyenda del Rey
LeBron pone el broche de oro a una carrera de leyenda superando a Kareem y reivindica su derecho a estar en lo más alto del Olimpo.
LeBron James se levantó de la cama a primera hora del 8 de julio de 2010 sabiendo que se iba. La decisión estaba tomada tras una noche de perros en la que apenas pudo pegar ojo y muchas semanas de deliberación personal que no le habían permitido elegir su futuro hasta última hora. Ese día, su vida cambiaría para siempre, iniciando primero una caída a los infiernos y después una redención eternamente postergada, cuando encontró la paz en el lugar que abandonó para escribir una de las historias más increíbles la NBA ha presenciado en su larga existencia. La narrativa nunca tuvo tanta importancia como tras aquel anuncio, que supuso una gestión de imagen pésima emitida en ESPN y organizada por el entorno de LeBron y el comentarista Jim Gray. Jamás hubo una repercusión tan grande ni una corriente tan contraria a la marcha de un jugador de un equipo, de su equipo. Ese que había puesto en el mapa desde su llegada en 2003 a la mejor Liga del mundo y que había elevado nada menos que a sus primeras Finales tras una de las mayores exhibiciones de la historia de los playoffs. Una que se saldó con 48 puntos, incluidos los 25 últimos de los Cavaliers entre el último cuarto y las dos prórrogas del quinto partido de las finales del Este ante los Pistons, en 2007, y que supuso el final anticipado de una serie resuelta en el sexto y con la que una franquicia pequeña, de mercado diminuto, se colocaba a tan solo cuatro victorias del anillo... si bien los Spurs se encargaron de que no consiguiera ninguna (4-0).
En Akron, nadie se acordó de semejante gesta, ni de los dos MVPs conquistados en 2009 y 2010 o del compromiso social que James había tenido con una ciudad con la que estaba vinculado desde su nacimiento y posteriormente el instituto, cuando copó la portada de Sports Illustrated y dio el salto a la NBA sin pasar por la Universidad. Tampoco de los récords de 66 y 62 victorias, los mejores de la competición y de la historia de la franquicia, que el equipo había conseguido en las dos últimas temporadas. Alguno, tímidamente, se acordó de las palabras que Tim Duncan dirigió a un Rey todavía sin corona tras la eliminación de 2007: “Algún día, esta Liga será tuya”. Claro que, de nada valía que se convirtiera en el dueño lejos de una franquicia en la que había dejado un legado que le convertía, ya a esas alturas, en el mejor jugador de la historia de la misma, y un sinfín de récords sin parangón que nadie tendría en cuenta. Para los aficionados de la NBA y, sobre todo, de los Cavs, lo único que dejaba LeBron en la que había sido su casa durante la totalidad de su vida era una ristra de promesas incumplidas y muchos sentimientos negativos que tomaron forma en una palabra que le perseguiría en cada una de las visitas a Cleveland en los siguientes años: traición.
No hubo manera de aplacar la opa hostil que estaba por venir. El programa The Decision, historia pura de la televisión norteamericana, congregó a una media de casi 10 millones de personas y el momento en el que LeBron pronunció esa criticada frase de “llevar mi talento a South Beach” tuvo a 13,1 millones de espectadores pegados al televisor. Ni siquiera la decisión de donar seis millones de dólares a causas benéficas, como si el entorno de la estrella ya esperara semejante reacción en cadena, amortiguó el golpe. Desde entonces, LeBron se convirtió en el jugador más odiado del planeta, algo que se prolongó de manera neta y completa las dos siguientes temporadas, hasta ese anillo de 2012 que empezó a aplacar los ánimos de la misma condición humana contra la que El Rey ha luchado durante ya más de una década. E incluso ahora, 4 anillos y 9 Finales después (10 en total), hay un sector, cada vez más minoritario, que sigue recordando el sainete de su decisión y reprochándole toda esa horda de argumentos que parecía que iban a acompañarle casi hasta la eternidad. Al jugador que no aparece en partidos importantes, que parece un robot o que solo sabe penetrar, se unió entonces eso de que se tiene que ir a superequipos para ganar el anillo o necesita estrellas que le saquen las castañas del fuego. Todo eso ha sido repetido hasta la saciedad durante 10 años y no ha pasado a la historia para unos aficionados a la NBA siempre empeñados, de nuevo como seres humanos, en recordar lo peor antes de lo mejor y dar una importancia añadida a los errores (si es que lo fueron) y no a los aciertos. El deporte, al final, es como la vida misma.
Las Finales de 2011 supusieron una de las demostraciones más grandiosas de esa condición inherente al aficionado, con una alegría desbordada por el fracaso del héroe caído, por mucho que nunca llegara a ser héroe por unanimidad pero que sí contara con la misma para la animadversión que se generó en su contra. Apenas 17,8 puntos, 7,2 rebotes y 6,8 asistencias en seis partidos, con derrota ante los Mavs (4-2). En esa serie, LeBron jugó más de 43 minutos de media y apenas intentó 15 tiros por noche, quedándose en 8 ignominiosos puntos en la derrota en el cuarto asalto. El anillo soñado de Dirk Nowitzki (26 puntos por partido en esas Finales) fue la prolongación de la agonía de LeBron, que cedió de manera clara y rotunda el protagonismo a un extraordinario Dwayne Wade (26,5+7+5,2) y desapareció del mapa. Precisamente a Wade le intentó reclutar para los Cavs antes de su marcha, al igual que a Chris Bosh, Trevor Ariza o Ray Allen. Todos le respondieron lo mismo: querían jugar con él, pero no en Ohio. Como si la franquicia estuviera apestada y el fracaso fuera inherente a su asociación con LeBron. La 2010-11 fue una temporada llena de pitadas en pistas rivales, especialmente en su antigua casa, que se aseguró el lleno absoluto para abuchear a la que fue su mayor referencia. La filtración de que había subido al despacho de Pat Riley junto a Wade para pedirle que bajara al banquillo y destituyera a Erik Spoelstra no mejoró su reputación, y la propia estrella aprendió a aceptar una negativa cuando el mandamás de los Heat le despidió elegantemente de su lugar de trabajo junto a su compañero.
El camino hacia el trono
Si algo ha conseguido LeBron más allá de 4 anillos, es luchar contra la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras. Voltear eso con todo en contra ha sido nada menos que un milagro para un jugador que ha pasado de ser odiado a querido, pero que todavía genera el primer sentimiento hoy de una manera superior a la que se proyectaba el segundo hace 10 años. Con el cambio de Ohio a Florida, LeBron dio inicio a la era de los jugadores empoderados, llegando su influencia en la competición a cotas que ningún otro personalismo ha tenido y consiguiendo que esas estrellas que antes eran mera mercancía para los directivos ahora sean capaces de forzar traspasos, conseguir mejores contratos o influir en los convenios colectivos y en los acuerdos televisivos; incluso de pararla propia Liga, algo que se amagó con hacer de manera muy nítida en la burbuja de Orlando y con la lucha racial, que también lidera LeBron, como música de fondo y motivo principal de ese boicot que amenazó con convertirse en cancelación y que acabó siendo un aviso. No fue lo único que empezó LeBron en 2010, ya que también formó el primer (y de momento el único) superequipo que se originó única y exclusivamente por los jugadores. Otra vez más, un signo de empoderamiento que organizaron Wade, Bosh y el de Akron, tres agentes libres que se unieron en un mismo destino para formar una de las mejores plantillas, barba por barba, de la historia de la NBA. Aún hubo algún periodista que se aventuró a decir que serían capaces de acabar la regular season con un récord de 82-0. Ya se sabe: nada más lejos de la realidad.
La batalla mental a la que LeBron hizo frente entonces está injustamente infravalorada. Con un comportamiento casi siempre intachable fuera de las canchas (y de los despachos de Riley), el jugador no tuvo que hacer frente exclusivamente al hecho de haberse convertido casi en un genocida de cara al exterior, sino a tener que hacerlo solo. Su pareja, Savannah, se quedó en Akron con sus niños, algo que decidieron de mutuo acuerdo tras observar el ambiente tóxico originado por su salida. Los deseos de impedir que esos sórdidos sentimientos se colaran en casa, se trasladasen a los hijos e hicieran mella en el núcleo familiar motivaron una decisión muy meditada y, a la larga, acertada. Ambos siguen compartiendo su vida hoy en día y su primogénito, Bronny, aspira a coincidir en la NBA con su padre, que con 38 años y en su 20ª temporada en la NBA, parece no querer retirarse nunca. Bryce Maximus y la pequeña Zhuri comparten el trío procedente de un matrimonio que no fue tal hasta tres años después de su llegada a Miami, cuando las aguas se habían calmado y LeBron ya disfrutaba del segundo anillo en sus vitrinas. En ese tiempo, James no renunció a sus raíces, y levantó una fundación en Akron que lleva su nombre y que se encargaba de cubrir las necesidades de los niños sin recursos, con una supervisión del jugador que se mantuvo diaria incluso en la distancia.
LeBron se reconcilió parcialmente con el aficionado medio con el sexto partido de las finales del Este de 2012. Los Celtics, que propiciaron su salida en 2010 antes de tiempo, volvían a cruzarse en su camino con un Rondo que se encontraba en el mejor momento de su carrera y un Garnett rejuvenecido a pesar de contar con 36 años. El orgullo verde, ante su última oportunidad de conquistar un anillo que lograron en 2008 pero no consiguieron reeditar, hizo gala de su pundonor y transformó un 2-0 en un 2-3, con match-ball en un Garden a rebosar en el que hasta entonces, y en esos playoffs, habían disputado nueve partidos, cayendo tan solo en uno. LeBron escapó entonces de su pesadilla, salvó un proyecto que amenazaba con tambalearse y a un Spoelstra que sin ese partido podría no ser hoy entrenador de la NBA: 45 puntos, 15 rebotes, 5 asistencias y exhibición histórica con master class incluida desde la media distancia. Y 31+12 en el séptimo partido, acabando con la tortura que decía que no aparecía en los momentos importantes y poniendo la directa al primer anillo de su carrera. Uno que volvió a conquistar al año siguiente, con colaboración directa de Ray Allen, el héroe inesperado que representó la enésima estrella que fichaban los Heat, una frase con connotación negativa para sus haters pero que se ajustaba, como tantas otras cosas, a los parámetros de la Liga. El triple del escolta salvó el trono del Rey en el sexto encuentro y acabó con el sueño de los Spurs (con 37 puntos de LeBron en el séptimo), que se vengaron al año siguiente en lo que supuso la despedida de la estrella de la franquicia que se lo había dado todo rumbo a casa, el lugar al que se lo había dado todo. Todo, menos el anillo.
En 2014, LeBron regresó a los Cavaliers, pero su reconciliación había empezado mucho antes. Tras el primer anillo, muchos aficionados empezaron a disminuir un griterío que nunca terminó de desaparecer pero que contaba con cada vez menos adeptos en el Rocket Mortgage FieldHouse. Muchos se empezaron a preguntar entonces si LeBron volvería al lugar que le vio nacer y al que acudía cada verano para ejercitarse en el gimnasio dejando atrás las atractivas playas de South Beach para pasar tiempo en su hogar, en una pequeña sección de apartamentos al oeste de Akron en la que su entrada a cualquier tienda no provocaba un corrillo. Allí, James seguía siendo el hijo de Gloria y los vecinos de toda la vida le saludaban con una normalidad meridiana. Pronto, se empezó a especular sobre una posible vuelta que templó los ánimos, como si sus antiguos seguidores vieran cada año que pasaba como uno menos para que la estrella regresara. En Cleveland se empezaban a ver pancartas pidiendo su regreso, y los guiños de LeBron gustaron a los aficionados. Especialmente cuando el espontáneo James Blair saltó a la cancha en una visita de Miami durante una noche de marzo. Con el joven retenido por la seguridad del edificio, la estrella pidió encontrarse a solar con él y le presentó a sus millones de seguidores en Twitter: “That´s my guy”, escribió.
LeBron anunció su retorno a los Cavs después de las Finales de 2014, en las que fue apeado por esa quintaesencia de juego colaborativo de los Spurs. Fue a través de una carta de Sports Illustrated del periodista Lee Jenkins, que fue el cronista encargado de materializar el número especial de Sporstman of the Year 2012, que agradó a LeBron hasta el punto de elegirle para anunciar su vuelta, en la que fue la mayor primicia deportiva que daba el medio digital. “I’m Coming Home”, rezaba el texto. LeBron volvía a casa después de salirse del contrato firmado en 2010 gracias a una cláusula que le hacía libre en 2014 o 2015 a elección propia. Pat Riley pensó que quería una redistribución de su salario, pero el silencio del alero dio pistas al mandamás, que ni haciendo gala de su extraordinario poder de convicción pudo retenerle. Su salida no ejerció la misma animadversión en Florida, en la que todos le agradecieron su estancia excepto el propio Riley, que aseguró que había tomado “la peor decisión de su carrera”. Ni su eterna (y eternizada) figura pudo hacer que LeBron cambiara de opinión. La estrella mandó sutilmente a su agente, Rich Paul, a que mantuviera conversaciones con otras franquicias (Rockets, Bulls, Lakers y Suns) pero siempre con la vista puesta en Ohio. James estuvo callado y quiso mantener a su familia al margen, una regla no escrita que Riley se saltó al decir públicamente que esperaba una hija. Entre unas cosas y otras, el alboroto se solucionó con el traslado a su nuevo hogar, que era también el original, dejando tras de sí un nuevo legado inconmensurable que incluía 4 Finales, 2 anillos y 2 MVPs, además de la mejor versión defensiva de su carrera, por obra y gracia del genio Spoelstra.
El retorno del hijo pródigo
La llegada de LeBron a los Cavs vino acompañada de mucho morbo e innumerables movimientos. El ya apodado Rey se reencontró con Dan Gilbert, que en 2010 había escrito The Letter, una carta muy polémica que David Stern sancionó con 100.00 dólares y que sirvió como respuesta a The Decision. Dueño de los Cavs desde 2005, dijo aquello de que LeBron y él tuvieron “cinco buenos años y una mala noche” y sus reuniones con la estrella fueron fructíferas de cara a su retorno, con ambos entonando el mea culpa y empezando una nueva era. David Griffin, recién nombrado General Manager, mandó a dos números uno del draft (Anthony Bennet y Andrew Wiggins) camino de Minnesota para fichar a Kevin Love, además de despedir a Mike Brown, entrenador en la primera etapa de LeBron en Cleveland, y fichar a David Blatt. Y luego, veteranos de lujo y una cantidad ingente de tiradores para crear un sistema monopolizado en ataque por James, que abría el balón o buscaba a un interior para rematar la jugada. Además del desconcertante y talentoso Kyrie Irving y el recientemente fichado Kevin Love, por la franquicia pasaron durante esos años Shawn Marion, Kendrick Perkins, J.R Smith, Iman Shumpert, Tristan Thompson (uno de los pocos que ya estaba), Mo Willians, Dahntay Jones, su inseparable James Jones (mismos anillos y mismas Finales que LeBron), el efímero Dion Waiters, Matthew Dellavedova o incluso Deron Williams. Todos ellos compartieron vestuario con un hombre que acabó bien con algunos y peor con otros y que vio como la plantilla variaba en parte pero la base, personificada en su figura, permanecía inamovible.
La salida de Blatt para que Tyronn Lue se hiciera cargo del equipo permitió que se volvieran a alzar las voces que seguían rechazando a LeBron, de nuevo por el control y el empoderamiento que representaba. Esto se unió al nuevo teórico superequipo que había formado y que llegó a otras 4 Finales consecutivas. El tremendo esfuerzo de 2015 (35,8+13,3+8,8 ante los Warriors) y el anillo de 2016, esa promesa por fin cumplida que llevó a la franquicia al campeonato por primera vez en su historia, acallaron críticas y aumentaron una leyenda ya de una dimensión objetivamente enorme y que había alcanzado cotas que parecían inimaginables, incluido el remontar por primera vez un 3-1 en unas Finales... y ante un equipo que había conseguido 73 victorias en regular season, claro. Tanto monta monta tanto, Kevin Durant se llevó críticas parecidas a las suyas cuando cambió Oklahoma por Golden State, divorcio con Russell Westbroook incluido. Las mismas que para los Warriors, que tuvieron que fichar al alero para ganar 2 anillos que antes había sido solo 1 y con lesiones de Irving y Love mediantes. Debates irrirorios y forofos aparte, LeBron pasó en Ohio 4 años más, se convirtió en un héroe, ganó el anillo infinitamente pospuesto y cerró el círculo que había iniciado en 2010, cuando puso rumbo a Florida sin, según Zach Lowe, querer abandonar Cleveland. Tan solo, decía el periodista, quería ganar de una vez por todas. Algo que consiguió con su marcha y, para alegría suya y fastidio de sus haters, también en su regreso.
El 8 de junio de 2018, LeBron disputó su segundo último partido con los Cavaliers. Fue el cuarto asalto de las Finales, tras una de las mayores exhibiciones individuales que se han visto jamás en playoffs (34+9,1+9 de promedio) en la que luchó contra viento y marea, liderando a un equipo desmadejado y sin brillo, con un Kyrie traspasado el año anterior, un Kevin Love en horas bajas y la irregular aportación de veteranos como George Hill, Kyle Korver o José Manuel Calderón. Fue el año de los traspasos de Dwayne Wade, Derrick Rose o Isaiah Thomas a mitad de temporada y de una plantilla sin brillo en la que ni J.R Smith (y su liada en las Finales) o Tristan Thompson tuvieron presencia. En esa ocasión, Akron no tuvo nada que reprocharle a LeBron, que con 4:03 para la conclusión saludó a su recambio, Cedi Osman, y felicitó, por este orden, a Draymond Green, Kevin Durant, Andre Iguodala, Klay Thompson y Stephen Curry (el quinteto de la muerte) antes de sentarse en el banquillo en medio de una ovación, sin paliativos ni excepciones, del Rocket Mortgage FieldHouse. LeBron ponía punto y final con los deberes hechos y la conciencia tranquila, consciente más que nunca en esa segunda etapa de que ganar anillos era extremadamente difícil (todas las Finales fueron contra los Warriors), pero que su esfuerzo había valido para poner en las vitrinas del mercado más pequeño, el regalo más grande. LeBron se despedía consiguiendo, de una vez por todas, el premio más fructífero y mitigador del mundo: la redención.
La joya de la corona: cuarto título y Kareem
A eso de las 2:19 de la mañana (hora española) del 2 de julio de 2018 el mapa de la NBA se transformó completamente. La historia de la Liga abría, de hecho, un capítulo nuevo con la unión de uno de los mejores de siempre, LeBron James, con uno de sus grandes bastiones, Los Angeles Lakers. Lo anunció el periodista Adrian Wojnarowski, cómo no, al que había informado Klutch Sports Group, la agencia de un LeBron que acababa de hablar con el general manager de los Cavaliers, Koby Altman (que sustituyó a David Griffin en 2017) justo después de que otra llamada hubiera confirmado la noticia en las oficinas de los Lakers. La estrella firmó un contrato por cuatro años a razón de 154 millones de dólares, el máximo que le podía ofrecer la entidad californiana, que intentó por todos los medios hacerse con los servicios del mejor jugador del mundo. La noticia no fue del todo sorpresiva, pues LeBron ya había hecho guiños al fichaje, Rich Paul mediante: tenía negocios en Hollywood, su mujer veía con muy buenos ojos la mudanza y su hijo Bronny seguiría su prometedora carrera en el baloncesto en la Costa Oeste. LeBron se iba de los Cavaliers (que no de Ohio, donde continuaría su enorme labor social con la herida de 2010 cicatrizada), uno de los mercados más pequeños de la NBA, para recalar en los Lakers, el más grande, y volver a poner en el mapa a una franquicia que sufría una crisis pantagruélica y que no pisaba playoffs desde 2013.
Los Lakers volvieron a ser la comidilla diaria, pero los cinco años sin playoffs aumentaron a seis, un fracaso para un jugador que disputó menos partidos que nunca (55) por una lesión en la ingle y experimentó esa otra cara de la Liga, una que nunca le había tocado y que algunos consideraron normales con 34 años y después de una 2017-18 en la que, en Akron, fue líder de la competición en minutos por partido (36,9), que aumentaron en playoffs (41,9) y en las Finales (44,7). La mala temporada se llevó por delante a Luke Walton, que nunca gustó a eso que se llama el entorno de LeBron. Pero no fue el único que dijo adiós; Magic Johnson, responsable de la llegada del Rey a Los Angeles tras una fructífera reunión organizada en casa de la estrella, se despedía hablando de puñaladas por la espalda y dejaba un legado como directivo diametralmente opuesto al que tiene como jugador y que, más allá del fichaje de LeBron (que no es poco), está lleno de errores y horrores. Jeannie Buss, que había ganado su Juego de Tronos particular a sus hermanos en 2017, no intercedió en el despido de Walton, su protegido, y dejó mover los hilos a un Rob Pelinka que consiguió lo que siempre se le resistió a Magic, con filtraciones incluidas que desdibujaron al sector joven de Lakers y acabaron siendo su tumba: fichar a Anthony Davis.
Compartiendo vestuario con una nueva estrella (lo que generó algunas críticas, para variar), LeBron llevó a los Lakers al primer puesto del Oeste después de una década. También a las primeras Finales y al primer anillo desde entonces. Era el cuarto que ganaba la estrella, que los ha conquistado con tres equipos diferentes, algo que antes solo habían hecho John Salley y Robert Horry y que junto al propio James consiguió también su compañero entonces, Danny Green. Y el MVP de las Finales, el cuarto de su carrera. Lo hizo en el año del coronavirus, liderando la causa favorable a la reanudación. Fue el año de la muerte de David Stern o Jerry Sloan, dos referencias, cada uno a su nivel, de la NBA. El de la muerte de George Floyd y la lucha contra Trump y a favor de la justicia racial (dos conceptos que van unidos), una reivindicación que también ha liderado y en la que se ha convertido en voz y conciencia. Y el de la muerte de Kobe Bryant, claro, ese ídolo para toda una generación (o dos) de aficionados al baloncesto y que ha supuesto un mazazo casi imposible de medir para el mundo de la NBA en general y la ciudad de Los Angeles en particular. Sin intentar llenar un vacío que corresponde a una figura de dimensiones inabarcables, LeBron se ha centrado en seguir su propio camino, construir su legado y dedicárselo a la Mamba, presente de manera constante en la ropa del equipo, las declaraciones de la plantilla y los honores rendidos de forma clara y nítida durante toda una temporada que fue la suya.
Tres años después de todo eso, ha llegado la joya de la corona: Kareem Abdul-Jabbar. No estuvo acompañada del gran nivel del equipo, que cayó presa de las lesiones y el calendario condensado al año siguiente, se perdió totalmente en la 2021-22 y lucha por encontrar su sitio en la 2022-23. Pero, en todo ese embrollo, LeBron ha conseguido un récord que se pensaba imbatible: convertirse en el máximo anotador de la historia de la NBA. Los 38.387 puntos de Kareem parecían un techo demasiado alto al que era imposible llegar, pero el jugador de Akron se ha empeñado en convertir en posible cosas que son difíciles incluso de imaginar. Promedió 25 puntos el año posterior al anillo y más de 30 el curso pasado, una cifra que también sobrepasa en la presente temporada, la 20ª de su carrera con 38 años, llevando ya más tiempo en la NBA que fuera de ella. Nadie ha jugado a ese nivel a esa edad ni ha demostrado semejante ambición. El récord ha llegado por pura insistencia, por una lucha incesante contra la lógica. Porque sí. El tope, el argumento definitivo contra los haters y en sus ganas interminables de ganar la batalla al tiempo. Una marca que le define como jugador, le completa, le redondea, le permite reclamar su corona y su trono. El récord de todos los récords.
¿El GOAT?
El anillo conquistado reabrió el debate, ya totalmente legítimo de forma unánime (o así debería ser) una vez superado un Kareem que también tiene derecho a estar en el mismo, pero al que se descarta de forma injusta e inconsciente al haber disfrutado de sus mejores años cuando el aperturismo televisivo de la NBA no era el actual. También en la figura del legendario pívot vemos similitudes con LeBron. Kareem tenía un discurso político, era frío con los aficionados, borde con la prensa, se convirtió al Islam... Es otra de las conquistas de LeBron, que con su bien elegido discurso y el enorme cuidado de su imagen pública, ha conseguido que lo que antes era una figura contracultural (la de Kareem) sea hoy una totalmente cultural y que vemos de forma repetida en otros jugadores de la competición. En la parte deportiva, LeBron ha igualado a Jabbar en All Stars (19), otro hito extraordinario del que Kobe Bryant (18) se quedó cerca. Y no parece que vaya a igualarle en MVPs de la temporada (con 6 tiene el récord). Pero sí le ha superado en puntos. Otra vez: el récord de todos los récords.
Y en la otra gran discusión: ¿Jordan o LeBron? Para muchos, el Rey ya mira a His Airness a los ojos, pero en otros sectores para nada minoritarios mencionar siquiera la comparación es poco más que un auténtico sacrilegio. Lo que está claro es que el jugador de los Lakers se ha ganado el derecho legítimo a participar en el debate, de la misma forma que antes lo hizo Kobe Bryant. Y si bien la Mamba se quedó atrás, parece que LeBron puede avanzar y que realmente se cuestione el liderato histórico de Jordan, prácticamente inalterable desde su retirada. James ha anotado más puntos, ha atrapado más rebotes y ha repartido más asistencias que el ex de los Bulls, tiene todos los récords posibles e imaginables en playoffs y en las Finales, y ha llegado a dicha ronda hasta en 10 ocasiones, récords que ni Jordan consiguió y que pertenecen casi a la prehistoria de la Liga. Pero si BillRussell y sus Celtics conformaron una dinastía, LeBron en sí mismo es la dinastía. LeBron ha llegado a más Finales que 27 franquicias de la NBA y suma ya 4 anillos, superando en la clasificación histórica a un grande como Larry Bird, igualando a Shaquille y colocándose a tan solo uno de Kobe y Duncan, los dominadores de la generación anterior. Hay quién dice que las 6 Finales sin derrota que disputó Jordan le dejan por encima, que fue más decisivo en sus campeonatos... pero al final, la vara de medir y los argumentos varían dependiendo a quién le preguntes. Algo que es, por cierto, una característica inherente a la mejor Liga del mundo: el debate constante.
LeBron se convirtió en los playoffs de 2020 en el jugador que más partidos ha disputado, y es el que más puntos y minutos acumula en la lucha por el anillo, siendo superado tan solo por Magic en asistencias. En las Finales promedia 28,2 puntos, por detrás de los 33,6 de Jordan (y por detrás también del líder Rick Barry, Jerry West, Kevin Durant y Shaquille O’Neal), pero completa sus actuaciones con 10,1 rebotes y 7,8 asistencias. También se ha unido a Jordan como el único jugador de la historia en sumar, al menos, 4 MVPs de la temporada (5 de His Airness) y de las Finales (6). Además, LeBron es el líder absoluto de triples-dobles en las Finales (con 11) y el segundo en los playoffs (a dos de Magic) y ha creado su propio legado después de triunfar en las playas de South Beach, dar a los Cavs el primer anillo en 52 años de existencia y levantó a la franquicia más ganadora de la historia (empatada con los Celtics) de su mayor crisis (seis años sin playoffs) para darle su 17º título y coronarse, una vez más, como el Rey del mundo con tan solo un año de ausencia de las Finales. Ya se sabe, si compartes equipo con la estrella tienes muchas posibilidades de disputar la ronda en la que se decide el campeonato.
Más allá de un Jordan con el que habrá que compararle cuando se retire, la capacidad que ha tenido LeBron para voltear la mismísima opinión pública en una década es lo que le hace tan especial. De ser el jugador más odiado del planeta y tener una legión de fans contrarios a su persona, ha pasado a ser considerado, más a regañadientes o no, uno de los mejores jugadores de siempre, algo que es de manera objetiva. En dos meses, LeBron cumple 36 años y está en una franquicia que puede seguir optando al anillo si hace los movimientos correctos en el mercado. Y sigue su camino al Olimpo, a lo más alto, sin pausa, avanzando lenta pero inexorablemente, luchando contra todo y contra todos, contra sí mismo y cualquier cosa que se le haya puesto por delante en cualquier lugar de una NBA que, un año después, vuelve a ser suya. Quizá, solo quizá, el mayor error fue pensar que se había ido cuando en realidad siempre ha estado aquí. Quizá, solo quizá, su mayor virtud consiste en mantenerse firme ante la marejada de críticas y perseguir con ahínco y una obsesión despiadada un objetivo concreto. Lo que no es una posibilidad y sí una certeza, es que estamos hablando de un hombre que ha sido, es y será, parte intrínseca de la historia de la NBA. Solo falta por saber cómo acabará uno de los relatos más apasionantes que jamás hemos presenciado. Uno que, por cierto, parece no tener fin. Eso sí, LeBron tiene claro cuál quiere que sea el final, y la frase que pronunció en Las Vegas en julio de 2014 para referirse al inicio de su segunda etapa con los Cavaliers, vale también para cerrar estas líneas: “No sé si todo esto es un cuento de hadas. Pero ojalá termine como esos cuentos terminan”.