HISTORIA DE LA NBA

Kobe Bryant y un partido horrible para ganar un anillo

El escolta tuvo una actuación pésima en el lanzamiento en el séptimo partido de las Finales de 2010, pero despertó a tiempo y los Lakers ganaron el título.

MIKE BLAKEREUTERS

Las dos mejores palabras del deporte: game seven. Las palabras de Bill Russell resonaban más fuerte que nunca el 17 de junio de 2010. Lakers y Celtics se enfrentaban en el séptimo partido de las Finales de la NBA por el ansiado anillo, un título para el que habían luchado durante toda la temporada. Para los angelinos sería el segundo consecutivo, el quinto desde el 2000 y la redención tras el fracaso de dos años antes, cuando cayeron de 39 puntos en el sexto encuentro en el Garden. También el entorchado número 16, lo que les colocaría a solo un paso de los 17 que por entonces tenía la franquicia de Boston. Para los verdes supondría el segundo campeonato desde 1986 y el retorno a lo más alto, la confirmación de que los movimientos hechos en 2007 y con los que lograron el anillo eran la dirección correcta. Y también que esa plantilla algo envejecida todavía podía dar más de sí.

Los playoffs no habían sido precisamente un camino de rosas para ninguno, pero sí una reafirmación de que otra batalla épica estaba por delante. Los Lakers se deshicieron de los emergentes Thunder en una aguerrida primera ronda (4-2), de los Jazz en semifinales (4-0) y de los Suns en las finales del Oeste (4-2), en la que fue la última oportunidad de Steve Nash en los últimos vestigios de lo que en su día fue el Seven Seconds or Less, esa forma de jugar que permitió a la NBA presumir del juego más cautivador del planeta. Por su parte, los Celtics se impusieron a los Heat (4-1) y posteriormente a los Cavaliers (4-2), en una eliminatoria de gran trascendencia si tenemos en cuenta que supuso el final de la primera etapa de LeBron James en Ohio, previa a la famosa The Decision y todas las consecuencias que tuvo. El equipo verde se deshizo de los Magic en finales del Este (4-2) y se plantó en las Finales por segunda vez en tres años con 50 victorias y sin ventaja de campo a partir de la segunda ronda. Casi nada.

Era la duodécima vez en la historia que las dos franquicias por excelencia en la NBA se veían en las Finales. Los Celtics llegaban por 21ª vez y habían conquistado 17 de las 20 anteriores, un espectacular 85% de efectividad. Los Lakers tenían las estadísticas en su contra: 15 títulos en 30 Finales (un 50% previo a la presencia número 31) y nueve derrotas en los 11 enfrentamientos anteriores, incluida la de 2008, muy dolorosa y fraguada con una auténtica paliza en la que se tuvieron que comer la celebración al empapar de gatorade los jugadores verdes a Doc Rivers, su entrenador, y tener que esperar a que limpiara la cancha. Eso sí, había un dato que favorecía a los angelinos: en 10 de las 11 Finales entre ambos ganó el que tenía ventaja de campo. La única, uno de las derrotas más dolorosas de la historia de los Lakers, fue en 1969, cuando Bill Russell conquistó Los Ángeles y Jerry West se quedó sin un anillo que no conquistó hasta 1972. En 1969 fue precisamente el primer año en el que se entregaba el premio a MVP de las Finales, que ganó West a pesar de la derrota. Fue la primera vez que el trofeo era entregado a un miembro del equipo perdedor. Y así sigue.

Curiosidades al margen, las Finales se abrirían en el Staples Center el 3 de junio. Los Lakers ganaron (102-89) con 30 puntos, 7 rebotes y 6 asistencias de Bryant, que cerró el partido con un triple estupendo. Pero los Celtics reaccionaron en el segundo asalto con un Ray Allen de récord: 8 de 11 en triples para 32 puntos, con triple-doble de Rajon Rondo incluido (13+12+10). El 94-103 ponía las tablas cuando el formato era todavía un 2-3-2 y la serie se iba al Garden con la posibilidad de no volver. Pero los Lakers, Derek Fisher mediante, se imponían en el tercer partido (84-93) y recuperaban el factor cancha para dar un golpe sobre la mesa en la eliminatoria. Los verdes se hicieron fuertes en casa después: con los secundarios (un veterano Rasheed Wallace, Nat Robinson, Glenn Davis, Tony Allen...) cerraron el cuarto asalto (96-89) y consiguieron ganar el quinto (92-86) a pesar del enorme esfuerzo de Kobe, que se fue a 38 puntos y anotó 19 en el tercer periodo con canastas imposibles que de poco sirvieron más allá de encumbrar, un día más, su inabarcable figura.

De vuelta a casa, los Lakers estaban obligados a ganar: y lo hicieron. Fue el partido más dispar de la eliminatoria (89-67) y el dominio fue palpable: +10 al final del primer periodo, +20 al descanso y un buen hacer en la segunda mitad que permitió mantener la ventaja. Los Celtics perdieron en ese partido a Kendrick Perkins, que estuvo ausente en el séptimo y dio paso a la titularidad a un Rasheed que se las sabía todas y planteaba problemas de emparejamiento para Pau Gasol y Lamar Odom, obligando a Garnett a jugar de pívot, algo que le seguía emparejando con un Pau que también ocupaba muchos minutos en esa posición, cuando Andre Bynum (ausente en las Finales de 2008 por lesión) ponía rumbo al banquillo en favor de Odom. Kobe, con 26 puntos y 11 rebotes, fue (de nuevo) el mejor del sexto partido. Pau, con 17+13+9, el segundo al mando. Habría séptimo. La NBA se frotaba las manos. Y el mundo entero estaba pendiente de un partido que prometía ser histórico. Y lo fue.

Ganar o morir

Los séptimos partidos, especialmente en las Finales, son un manojo de nervios bastante visible cuando se observa un partido de esa categoría. Las estadísticas volvían a estar contra los Lakers, que habían perdido las cuatro eliminatorias contra los Celtics que se fueron al séptimo partido. Los fantasmas volvieron y los historiadores hicieron su trabajo: la última vez que habían jugado en casa fue en el ya mencionado 1969, cuando el propietario de entonces, Jack Kent Cooke, puso globos en las vigas del Forum anticipándose a una posible victoria, algo que enfureció a Jerry West. Los Lakers siempre fueron por detrás y cayeron 106-108 en casa, algo que dejó un sabor horrible y una de las páginas más tristes de la historia de la franquicia. Por mucho que West finalizara con 42 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias. Ni él, ni Wilt Chamberlain ni Elgin Baylor (que se retiró con un 0 de 8 en las Finales) vencieron a Bill Russell (entrenador-jugador entonces tras la salida de Red Auerbach) y Sam Jones, que se retiraron tras dicha temporada.

Esta vez, nadie puso globos como elemento premonitorio ni celebró las cosas antes de tiempo. Muchos analistas aseguraron que la aparición de Wallace en el quinteto titular por la lesión de Perkins planteaba problemas de emparejamiento a los Lakers. En un séptimo partido de las Finales apenas hay cambios, y cuando se hacen son muy estratégicos: se cuenta con el quinteto titular, se intenta reaccionar con tiempos muertos a la mínima ventaja del rival y se procura estar siempre en el partido. Los porcentajes de tiro de campo suelen bajar ante los nervios y el endurecimiento de las defensas rivales. Toda la temporada está en juego y todo se mide al milímetro: cada situación táctica, cada intercambio, sustitución o parón. Y así fue un encuentro tosco, feo, lento, lleno de retenciones. Y que, sin embargo, gozó de una emoción límite, tremebunda. Un contexto de histeria en el que cada jugada contaba.

Kobe se la jugaba entonces: la derrota de 2008 fue muy dura y el anillo de 2009 no era suficiente para un jugador casado con la gloria, que siempre quería más. Perder de nuevo contra los Celtics suponía el hundimiento ante un rival que se mostraría superior en caso de darse dicho resultado. Pero lo que le obsesionaba a Bryant era la nomenclatura de mejor jugador de todos los tiempos, esa que siempre reclamó para sí hasta que se hizo evidente que se quedó por el camino, a pesar de ser una parte innegable del Olimpo. El quinto anillo le dejaría a tan solo uno de Michael Jordan, ese ídolo de la infancia del que calcó todos los movimientos. El vacío dejado por His Airness fue ocupado durante todos esos años por Kobe, que se hizo dueño de la narrativa (su relación con Shaquille O’Neal, con Phil Jackson, los récords de anotación...) y se convirtió en el epicentro del mundo durante una década. Una que fue la suya.

Su partido fue nefasto en el lanzamiento, pero también digno de una estrella. A Kobe se le vio nervioso, desquiciado en ciertos momentos. Los Celtics comandaban el partido y llegaron a ir 13 arriba en el tercer cuarto (36-49), en un encuentro de muchos fallos, una infinidad de errores y una cantidad de histeria legendaria. La Mamba Negra, que jugó con el dedo índice vendado por una lesión durante todos los playoffs, seleccionaba muy mal los tiros. Antes del último cuarto, Phil Jackson buscó la forma de volver a introducirle en el encuentro y Derek Fisher habló con él para que buscara mejores lanzamientos en torno a un triángulo ofensivo que en esos momentos los jugadores seguían a rajatabla. Kobe, mientras tanto, seguía acumulando errores en el tiro. Pero la cosa pronto empezó a cambiar: un triple de Fisher ponía las tablas en el marcador (64-64). Y ahí llegó el momento de Bryant, que encadenó dos tiros libres y una suspensión para dar a los Lakers la máxima del encuentro (68-64). Una que ya no perderían hasta el 83-79 final.

Más allá del papel de Pau (19 puntos y 18 rebotes), la importancia de Fisher y ese postrero triple para la historia de Ron Artest, Kobe consiguió emerger en un pésimo partido en el lanzamiento: acabó con 6 de 24, una cifra nefasta, pero apareció cuando más se le necesitaba: 10 tantos en el último cuarto, 11 de 15 en tiros libres con 8 de 9 en el periodo final, 23 puntos para ser el máximo anotador del encuentro, 15 rebotes, 2 asistencias y un esfuerzo defensivo brutal. Ahí es donde las grandes estrellas emergen, sacando incluso cosas positivas cuando parece imposible que eso ocurra. Los Lakers lograron su 16º anillo, el quinto de un Kobe que lo celebró entre lágrimas, como nunca, para darse un posterior baño de multitudes. Fue su último campeonato. Y tuvo una muy mala actuación en el tiro. Pero emergió cuando más se le necesitaba. Como hacen los más grandes. Los elegidos. Los héroes.

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