NBA | GOLDEN STATE WARRIORS

El triste ocaso de la dinastía de los Warriors

Sin expectativas, sin ideas y sin una leyenda como Klay, los Warriors afrontan su extinción con Curry de único atractivo y los últimos vestigios de lo que fue toda una dinastía.

Las dinastías se mueven siempre por hilos muy finos, personalidades complejas y capacidad de resiliencia. Al menos, para aguantar episodios en los que todo parece acabar o derrotas que ayudan a reconstruirse para ser más fuertes todavía. No está escrito que es lo que acaba con esos equipos de ensueño que dominan durante un puñado de años la NBA. Todos caen, presas de errores propios o ajenos, incompatibilidad personal o económica. Llegar a ser es más difícil que ser y convertir el talento en victorias, un ejercicio inequívoco de éxito moderado. Al fin y al cabo, son muchísimas las estrellas que han atesorado una capacidad baloncestística icónica, haciendo cosas increíbles en pista que no se han traducido en títulos. Y, en caso de llegar esos campeonatos, el éxito es efímero, al mismo tiempo que dura para siempre. Son las dinastías las verdaderas protagonistas de la historia, allá donde se han escrito los grandes nombres. El resto, se pierde como lágrimas en la lluvia en esa lucha eterna por el trono más grande de la historia: el del Olimpo.

A los Warriors les ha podido el tiempo. Igual que a los Lakers de George Mikan, los Celtics de Bill Russell o los Spurs de Tim Duncan. Otras acabaron por otros motivos: Magic Johnson y Larry Bird tuvieron que retirarse antes de tiempo, por el VIH y la espalda respectivamente, pero en una etapa en la que los Pistons les torturaban y Michael Jordan asomaba la cabeza con sus Bulls. unos que también vivieron su última parada de viaje a una edad avanzada, pero en una conclusión acelerada con los problemas del escolta y Phil Jackson son la directiva, Tex Winter al frente. Con los Lakers de Shaq y Kobe acabaron Shaq y Kobe, ese matrimonio imperfecto que resultó en tres anillos, cuatro Finales, el último three peat de la historia y la mejor pareja de siempre, por lo civil o por lo criminal, que se separó en una lucha inconstante en la que nunca había suficiente espacio para ellos y sus respectivos egos. Ahí es donde todo se acaba hundiendo, en la vorágine maldita de cosas que no se saben controlar. Y de otras muchas que son imposibles de controlar.

Los Warriors son la última gran dinastía que ha vivido la NBA en su larga historia. Y afrontan ahora su propia extinción, un amargo final en un triste ocaso, inevitable en fondo y forma, que empezó hace mucho y tiene ahora su merecida prórroga, llena de nostalgia pero sin expectativas. Lejos quedan, aunque vivan para siempre, las 73 victorias, las cinco Finales consecutivas, las seis en total y los cuatro anillos de campeón. Los récords de triples, de parejas y tríos, de anotaciones extraordinarias y equilibrios imposibles, tanto a nivel ególatra como económico. Esa fina línea que unía a tantas personalidades y que, en su apogeo, dio pie a ese quinteto de la muerte que supuso también uno de los mejores equipos de todos los tiempos. Su legado es infinito, como también las consecuencias de su dominio, que todavía se ve hoy en día: coparon portadas y titulares de 2015 a 2019. Desde entonces, seis temporadas con seis campeones distintos en los albores de un nuevo convenio colectivo que llega para igualar la situación, no sobrepagar a estrellas que no lo son, perjudicar a la clase media y permitir a (casi) cualquiera optar al anillo a medio plazo. No parece que, al menos próximamente, podamos ver una nueva dinastía. Y siempre nos quedará el recuerdo de esta.

Es posible que el final de esos Warriors comenzara en un túnel de vestuarios del All Star de 2019, con Kevin Durant hablando con Kyrie Irving de un próximo destino juntos. El alero, que cuando estaba en los Thunder tuvo al equipo de Steve Kerr 3-1 abajo en las finales del Oeste, vio como la remontada y los 10 triples de Klay Thompson en el sexto partido hundían su moral. Se fue entonces con el enemigo, abandonó a un Russell Westbrook perdido entre triples-dobles, récords de mucho continente y poco contenido y una ingente cantidad de errores; y se apuntó dos anillos y dos MVPs de las Finales, haciendo de los Warriors un equipo brillante que se convirtió en mejor equipo todavía. En uno imbatible: Harrison Barnes fue el daño colateral de la derrota en 2016, con el anillo prometido de LeBron James a los Cavaliers y el sufrimiento de lo mismo que les había salvado una eliminatoria antes. Las 73 victorias fueron sin campeonato. Y Durant llegó a los Warriors para transformar el éxito en dinastía. Igual que luego, con su marcha, hizo todo lo contrario.

Las lesiones de Klay Thompson y el propio Durant en las Finales de 2019 impidieron un nuevo título, que fue para los Raptors. El alero puso entonces rumbo a los Nets, otro proyecto que no salió bien, para luego recalar en los Suns y confirmar que el problema es él y no está cómodo en ningún sitio, que todo le parece mal y siempre sale por la puerta de atrás. Ahí empezó el fin de los Warriors: la lesión de Curry el curso siguiente y la aparición del coronavirus, con sus consecuencias posteriores, provocaron dos años en blanco para un equipo que pasó del todo a la nada, con una derrota en el play in de 2019 incluida, cayendo contra los Lakers (fuera) y los Grizzlies (en casa). Una mancha demasiado grandes después de haber sido lo que casi nadie había sido. Entonces resonaron como trompetas llamando a formación los vaivenes personales de Draymond Green, sus encaramientos pasados con Durant y los que vendrían, Jordan Poole a la cabeza. Y la constatación de que nada dura para siempre fue más clara que nunca con el hecho de que, de repente, nadie sabía nada de los Warriors.

El anillo de 2022 fue la mejor parte de una prórroga que no ha tenido más gozo desde entonces. El último vestigio de una dinastía que siempre lo será, pero que no volverá a ser lo que era. Una delicia para el espectador, que vio a Stephen Curry en su quintaesencia, haciéndose con ese MVP que le faltaba y emergiendo cuando todo parecía perdido, en ese cuarto partido en el Garden que supuso la derrota de unos Celtics que no volvieron a ganar desde entonces en la serie. Los verdes son ahora los vigentes campeones, con los Warriors ya muy lejos de sus días de gloria. Hay una bella simetría en ese final casi poético, cuando al año siguiente cayeron ante los Lakers de LeBron James en semifinales del Oeste, en el contexto del fin de una era, precisamente con el Rey encontrándose con su archienemigo por quinta vez en playoffs, primera fuera de las Finales. El abrazo de LeBron y Curry al final del encuentro resolvió viejas disputas y supuso la imagen histórica de que todo había acabado. Al menos, en lo referente a los anillos: los Warriors decían adiós y su némesis también. Y unos y otros se han dedicado entonces a batir récords y dar espectáculo, pero sin llegar nunca a esas cotas del pasado que les convirtieron en imbatibles. Curry lucha por seguir en la puja y dar coba a una narrativa que durante tanto tiempo ha sido suya. LeBron, por el trono más alto del Olimpo, haciendo de la longevidad su último gran argumento para convertirse en el mejor jugador de todos los tiempos. Si es que no lo es ya.

Un verano para la confirmación del final

El final de la pasada temporada siguió confirmando lo que ya se sabía, que la magia de las grandes citas se había acabado. Los Warriors cayeron en las primeras de cambio del play in ante los Kings, en el antiguo Arco Arena, allá donde un año antes Curry había anotado 50 puntos en el séptimo partido de la primera ronda, en su enésima cita con la historia. Ya no había tiempo para más: 118-94 en un partido sin historia, motivado por los errores constantes y el cuestionable papel de Klay Thompson, que no dio más de sí. La lesión del cruzado anterior y del telón de Aquiles, dos de las más peligrosas para un baloncestista, hicieron mella en un físico que no ha vuelto a ser el mismo, por mucho que hiciera un esfuerzo enorme en las Finales de 2022. Un año después, en el sexto ante los Lakers, se quedó en 8 puntos con 3 de 19 en tiros de campo y 2 de 12 en triples. Ante los Kings, todavía peor: 0 de 10, con 0 de 6 desde el exterior y 0 puntos en 31 minutos. El big three ya no lo era y el escolta, uno de los mejores tiradores de la historia, vivía un triste crepúsculo sin posibilidad de salvación. Algo que no esconde su legendario legado, pero que provocaba que los Warriors tuvieran que tomar cartas en el asunto.

A lo que entonces fue una plantilla excelsa se le agotaban las balas: primero se fue el Oracle, luego el hacedor en los despachos, Bob Myers; y después ha sido Klay, renovado de forma millonaria cuando se encontraba en el dique seco y con la insistencia de mantener la plana original que había salido del draft, junto a Curry y Draymond. Pero el nuevo convenio apretaba y los Warriors, la epítome de la fabricación de dinero en la última década, decidieron que ya no se podía luchar por el escolta, que puso rumbo a unos Mavericks que le ofrecieron 50 millones de dólares en tres temporadas, un dinero que se añadirá a los casi 270 que se ha llevado hasta ahora en contratos durante su carrera. Se va con Luka Doncic y con Kyrie Irving para formar otro trío dinámico de mucho nombre y ya veremos cuánta sustancia. Al fin y al cabo, pensar que va a estar al nivel de antaño es un ejercicio de atrevimiento: esta temporada cumplirá 35 años, ha bajado del 40% en triples en dos de las últimas tres temporadas (todas después de la lesión y algo que no había ocurrido en toda su carrera) y sus movimientos laterales se han resentido, algo que se nota especialmente en el plano defensivo. Una apuesta arriesgada de los Mavericks, que llegaron a las Finales hace unos meses por primera vez desde 2011. Algo que igual se queda ahí o es un síntoma de un futuro equipo campeón. En un Oeste tan abierto, es difícil de predecir.

Los Warriors no hicieron demasiados esfuerzos por retener a una de sus grandes figuras históricas, futuro miembro del Hall of Fame, que tendrá su número retirado en lo alto del Chase Center cuando se retire, sea cuando sea. Vivir de la nostalgia ha sido lo último que han hecho, con renovaciones millonarias y una capacidad para jugar con los salarios de forma ecuánime que permitió que Durant cuadrara económicamente con la plantilla. Ya no hay nada de eso: los tejemanejes contractuales son limitantes y todo es más restrictivo y punitivo que nunca. Los Warriors tienen más de 176 millones de dólares comprometidos para la próxima temporada; el límite salarial está en 136 millones, el impuesto de lujo se paga a partir de los 165 y el primer apron en 172. El problema es el segundo, ese que provoca una multa demasiado grande incluso para la franquicia más valorada de la NBA (en más de 1.000 millones de dólares). Está en 182, seis por encima que el dinero que tienen comprometido los Warriors. La creación del segundo apron afecta lo que pasa en la pista y las oficinas, y ata de manos la composición de plantilla a medio y largo plazo. Y lo que hay que pagar por él es demasiado incluso para una franquicia que ha dicho adiós a un referente y se ha quedado coja en la nostalgia.

Más allá de lo que pase con Jonathan Kuminga, ese ser de luz que nunca ha gustado a Steve Kerr pero que hace funcionar al equipo mejor que cualquier otro, los Warriors están a verlas venir. El fichaje de Chris Paul sólo sirvió para envejecer más todavía a una plantilla ya de por sí mayor y el base ha puesto rumbo a los Spurs para ejercer de mentor de Victor Wembanyama y olvidarse de anillos imposibles, esos que ni ha ganado ni va a ganar ya, entrando así en la maldita lista de los mejores jugadores de la historia que jamás han conquistado un campeonato. Los Warriors tienen, hasta 2027, unos 400 millones de dólares comprometidos en contratos garantizados, sin contar con player options y vaivenes varios que puedan ocurrir en mercados próximos, en los que pueden ofrecer carne de traspaso pero sin ir a por una estrella por una objetiva situación financiera que les impide hacer mucho más de lo que ya han hecho. Las cosas son así: el devenir de la NBA impide un nuevo dominio y en la añoranza queda el que sí tuvieron los Warriors, la última gran dinastía de la mejor Liga del mundo. Una situación en la que han ido entrando poco a poco, con fallos propios y ajenos. Pero en la que se han sumergido definitivamente por el paso inexorable del tiempo. La apuesta por el pasado no tiene cabida en el futuro. Y la realidad del presente pesa como una losa en una franquicia que fue ganadora, pero que ya no lo es.

Sin esperanzas ni expectativas

A los Warriors no les queda otra que encomendarse a lo de siempre: Stephen Curry. Camino de los 37 años, el base sigue siendo un referente eterno del baloncesto, la cara del cambio de baloncesto a la era de los triples, un talento infatigable que se dedicará a hacer lo que más sabe: dar espectáculo, celebrar triples y mandar a dormir al rival, aunque sea con menos frecuencia que antes. Curry se llevará más de 215 millones en las tres próximas temporadas y será el primer jugador de la historia que se irá e más de 60 millones anuales, en la 2026-27. Su nivel sigue siendo brillante a pesar de la edad, como demostró en los pasados Juegos Olímpicos, su primera participación y su primer oro con exhibición incluida en la final ante Francia, en un torneo en el que como muchos otros acudió a la llamada de LeBron, que fue MVP y sigue coleccionando títulos por doquier. Curry será el motivo por el que ir al Chase Center, los Warriors se seguirán hartando de vender sus camisetas y su poder, aunque lejos de su quintaesencia, un atractivo innegable. No en vano, el curso pasado se fue a 26,4 puntos, 4,5 rebotes y 5,1 asistencias, muy cerca del 41% en triples.

Disueltos los Splash Brothes, Curry tendrá a su lado a los otros dos comunes denominadores que han estado en todos los anillos y Finales de la dinastía: Steve Kerr en el banquillo, un entrenador venido a menos, empeñado siempre en hacer algo que ya no funciona y con problemas en la rotación cuando se ha visto obligado a cambiar lo que no quería cambiar. Pero también el hacedor en el banquillo de la dinastía y uno de los mejores de la historia en su puesto, tal y como relata su currículum, además de conquistar el oro olímpico en París, siguiendo la estela de imbatibilidad que se estableció después de la tragedia de Atenas 2004. Desde entonces, cinco oros consecutivos. El técnico sigue infatigable en su posición y es una de las mentes más privilegiadas de la historia del deporte, con una cabeza preclara y capaz de analizar cada situación y contexto en una NBA en la que se llevó cinco títulos como jugador (tres con los Bulls y dos con los Spurs) y cuatro como entrenador (todos con los Warriors), además de demostrar sus dotes como directivo de los últimos Suns del Seven Seconds or Less competitivos, los de Steve Nash, que tuvieron su última oportunidad en las finales del Oeste de 2010 ante los Lakers de Kobe Bryant.

El otro compañero inseparable está en pista y es Draymond Green. Con sus errores (y horrores), el Mejor Defensor de la NBA en 2017 ha sido el que más veces ha sonado para salir de los Warriors, pero el que nunca lo ha hecho. Tuvo problemas con Durant y con Poole, pero en ambos casos fueron ellos los que salieron y el ala-pívot el que se quedó. Su actitud en pista ha sido criticada y su nivel ha ido bajando con el paso de los años, va a cumplir 35 años y su físico está resentido. La historia le recordará como un pilar fundamental en el organigrama de los Warriors, pero también el responsable de motivar la remontada de los Cavaliers de LeBron en 2016, expulsión mediante que le costó la sanción en el quinto asalto. Le han advertido mucho, le han dicho mucho y se ha amenazado mucho, pero sigue ahí. Con problemas en el tiro pero repartiendo juego, siendo un defensor gatoso y un trash talker de primera. La historia se repetirá seguro y veremos más situaciones como las de los últimos años (el pisotón a Domantas Sabonis, la pelea con Rudy Gobert), pero las contradicciones seguirán siendo el santo y seña de un jugador al que quieres u odias, sin término medio ni opciones de redención o caída a los infiernos. Así es él. Único en su especie. Para bien y para mal.

El resto de la plantilla se compone de contratos menores y ningún atisbo de beneplácito. Ha llegado De’Anthony Melton, ha sigue Gary Payton II (que se fue y volvió tras ser muy importante en el anillo de 2022) y aterrizan Buddy Hield (27 millones en tres temporadas y más lanzamiento exterior) y Kyle Anderson (18 en tres), que ayudará a las basculación del balón y al movimiento. Trayce Jackson-Davis sigue por ahí al margen de lo que pueda pasar con Kuminga, al igual que Mooses Moody, Brandin Podziemski y Guy Santos, que tendrá un papel residual. Y está Kevon Looney, que ha estado en todos los éxitos de los Warriors menos en el anillo de 2015, apuntala la zona y se convierte en una pieza muy útil en playoffs... en caso de que se llegue. El pívot cobrará 8 millones el próximo curso, pero termina contrato y en Golden State tendrán el mismo problema que siempre y deberán hacer cuentas para saber qué se pueden gastar en un hombre de rotación que ha pasado de importante a esencial según el momento.

En Golden State van sin esperanzas ni expectativas. Ni a corto ni a medio plazo. Sin fuerzas para que les de la gana de asomarse a la ventana ni para verlas venir. Afrontan un año más, una temporada más, lejos de los focos de los anillos pero iluminados por el destello que produce de forma brillante un Curry que seguirá añadiendo motivos para hacer de su historia algo inolvidable. La campaña pasada quedaron en un discreto décimo puesto, fueron el equipo número 13 en porcentaje de tiros de campo, el séptimo en porcentaje de triples, el 14 en porcentaje de tiros de dos y el octavo en anotación, además de la sexta peor defensa de la Conferencia Oeste. Números muy alejados de lo que fueron en su momento e incluso para acercarse mínimamente a un anillo que antes miraban a los ojos y tocaban con la punta de los dedos de forma constante y que es un sueño que se evapora como lágrimas en la lluvia. Una pena para un equipo que guarda todos los malos ratos en la caja de zapatos donde estaba el porvenir.

Se acabó lo que se daba para los Warriors. La temporada pasada fue la confirmación de que les falta fritura para dar el vuelco en un Oeste lleno de candidatos y carente de favoritos. Estuvieron siempre intentando evitar el play in, quedando cerca del sexto puesto, para luego hundirse en el décimo sin pena ni gloria. No presentaron batalla contra los Kings y se perdieron los playoffs por tercera vez en los últimos cinco años. El verano ha sido la confirmación del inevitable ocaso, del triste crepúsculo de lo que en su día fue una dinastía. Una de las mayores de la historia con plantillas llenas de fieles que han ido perdiendo coba y enfrentándose a las garras de un olvido que nunca será tal. Primero Andre Iguodala afrontó una retirada eternamente postergada. Ahora, Klay Thompson se marcha del lugar que tanto tiempo ha sido su casa. Es el final. Sólo falta por descubrir cómo se quiere despedir una leyenda eterna como Stephen Curry y un equipo legendario como lo que queda de estos Warriors. Para el resto, se acabó lo que se daba. La magia, el encanto y el virtuosismo. La dinastía afronta su extinción. Sus sueños pasean por cualquier acera. Y la historia la recordará como una de las mayores jamás vistas. Una que fue incluso capaz de juntar el agua con aceite. Un milagro que ya no son capaces de hacer. Es lo que hay.

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