NBA

El invento que salvó la NBA

El reloj de tiro tiene su propia estatua en Syracuse, donde fue inventando por dos directivos de los Nationals que querían revolucionar el baloncesto.

BettmannBettmann Archive

En Syracuse, a poco más de 200 kilómetros de Nueva York, hay un monumento al reloj de tiro. Un recordatorio, en la fría Armory Square, de que allí se fraguó un invento que “salvó a la NBA, en palabras de su primer comisionado (por entonces, presidente), Maurice Podoloff, un ruso que no sabía con exactitud ni qué día había nacido ni dónde (solía decir que en algún lugar de Ucrania, probablemente cerca de Odesa) y que emigró de niño a Estados Unidos junto a su familia. Abogado con título en Yale, sufría porque la suya era una NBA amarrategui, a la que le costaba entrar por los ojos de unos aficionados que habían vivido acostumbrados a las versiones no profesionales del baloncesto. Nadie se mataba, precisamente, por ir a ver partidos y los medios hacían poco o ningún caso.

Había razones culturales, de falta de tradición y enjundia, pero también de estilo: el baloncesto aburría, no estaba pensado para llegar al gran público porque le faltaba ese detalle, entre las matemáticas y la tecnología, que estaba llamado a salvarlo: el reloj de tiro. Sin él, los equipos alargaban las posesiones de forma interminable, sobre todo en los últimos cuartos. En ellos, el que estaba por delante dejaba pasar el tiempo sin ningún ánimo de anotar, y el que iba a remolque se dedicaba a hacer faltas para enviar al rival a la línea de tiros libres y recuperar cuanto antes la posesión. Era árido, difícil de digerir y en su peor versión, soporífero. Los que atacaban, a veces por llamarlo de alguna manera, apenas pasaban y se dedicaban a botar por toda la pista. Las defensas se olvidaban del aro y perseguían a esos bases que ni amagaban con avanzar hacia la canasta. Era, sencillamente, algo muy distinto a lo que entendemos por baloncesto. Otra cosa, una peor.

El 22 de noviembre de 1950, en la segunda temporada de esa fusión de la BAA (Basketball Association of America) y la NBL (National Basketball League) que vino a llamarse NBA (National Basketball Association), un partido entre Minneapolis Lakers y Fort Wayne Pistons acabó 18-19, con cuatro canastas de cada equipo en juego y un parcial total de 1-3 en el último cuarto. Los Pistons, que en 1957 se mudaron a Detroit, emplearon la táctica de la contención absoluta para frenar a George Mikan, el gigante de los Lakers que fue la primera gran estrella dominadora de la NBA (campeón en 1949, 1950, 1952, 1953 y 1954). En esa temporada los Lakers anotaban casi 83 puntos por noche y los Pistons promediaban más de 84. Así que fue una aberración forzada por los Pistons; Una que el St Paul Dispatch definió así en su crónica: “Los Pistons le han puesto un ojo morado al baloncesto profesional”.

Los dos visionarios de Syracuse Nationals

Ese partido ha quedado como la gran metáfora de lo horrible que podía llegar a ser el baloncesto pensado para ganar, y así tenía que ser en el nivel profesional, con las normas de su prehistoria. Pero hubo más: un Celtics-Nationals de los playoffs de 1953 apiló 106 faltas y 128 tiros libres (30 convertidos por Bob Cousy), y un Rochester Royals-Indianapolis Olympians necesitó seis prórrogas y en cada una de ellas solo hubo un tiro a canasta: el del equipo que comenzó y acabó el tiempo extra agotando la misma posesión. Poco a poco, el presidente Podoloff fue prestando cada vez más atención a la idea que llegaba desde Syracuse, donde jugaban los Nationals que después se convirtieron en Philadelphia 76ers: introducir un reloj de posesión que agilizara y acelerara la acción convirtiendo al baloncesto en un juego más ofensivo, impredecible y espectacular. Hasta entonces, Podoloff se mantenía firme en la vía clásica (“tenemos tantas estrellas que acaba habiendo puntos forzosamente”) y la sugerencia provocaba espanto en pesos tan pesados como Red Auerbach, cuya primera versión de los Celtics explotaba la ausencia de reloj con los dribblings interminables de Bob Cousy, el primer base jugón de la NBA, the Houdini of the Hardwood.

En una bolera de Syracuse que ejercía además de sede de los Nationals, la Eastwood Sports Center, el propietario de la franquicia, Danny Biasone, y el general manager, Leo Ferris, llevaban unos años dándole vueltas a su idea, la que tenía que conseguir que se jugara más rápido, con más tiros de campo y menos desde la línea de personal. En cuentas garabateadas en servilletas de papel, buscaban una fórmula definitiva que acabó en 24 segundos. No de forma aleatoria: estudiaron los partidos con los disfrutaban de verdad y vieron que en ellos cada equipo tiraba unas 60 veces a canasta. Así que dividieron los 2.880 segundos que tiene un partido de 48 minutos entre esos 120 tiros totales. Y el resultado fue 24 segundos.

El asunto era más divertido, y además les venía bien porque con Ferri como general manager, habían creado un equipo pensado para correr y anotar en transición. Tanto, que sus Nationals fueron campeones en la primera temporada con reloj de tiro, la 1954-55. En el partido que lo estrenó, el 30 de octubre de 1954, Rochester Royals ganó a Boston Celtics (98-95). De 79,5 puntos por equipo la temporada anterior se pasó, en esa, a 93,1. En 1958, el promedio estaba en 106 y la afluencia de público había subido un 40% hasta casi los 5.000 espectadores por partido y pabellón. Objetivo cumplido.

Los jugadores, claro, necesitaron un tiempo para adaptarse al invento. Al principio, se precipitaban en ataques de pocos pases y tiros rápidos, agobiados por una nueva limitación que todavía no llegaban en su ADN. Dolph Schayes, la gran estrella de los Nationals (doce veces all star, campeón en aquel 1955), lo explicaba así: “En ocho o diez segundos ya habíamos tirado, muchas veces después de solo un pase. Pero poco a poco vimos viendo que la idea de Danny y Leo había sido una genialidad. Cuando lo interiorizamos, había tiempo para circular la bola y buscar buenas posiciones de tiro”.

Los Celtics, como hacían siempre con Auerbach a los mandos, se adaptaron rápido y mejor que nadie. En 1957 comenzó la dinastía más grande jamás construida, la de los once anillos hasta 1969. Cousy, que se había beneficiado de la ausencia de reloj, aprendió a jugar (era fácil) a la carrera, aprovechando esos pases en formato láser que lanzaba Bill Russell tras capturar un rebote o poner un tapón, muchas veces antes de caer al suelo, para incendiar un juego en transición devastador. “Antes, el último cuarto era mortal. El equipo que iba por delante aguantaba la posesión eternamente. No había más remedio que hacer faltas y nadie tiraba, era muy lento. Con el reloj, la acción empezó a ser constante. Creo que eso salvó entonces a la NBA, permitió que el juego respirara y evolucionara”, reconoció Cousy.

Danny Biasone nació en Italia y se trasladó a EE UU a los diez años, con sus padres. Fue un enamorado del baloncesto que murió (en 1992), tal y como contaba el New York Times, pidiendo que su habitación de hospital, cuando estaba ya en cuidados intensivos por un cáncer del que no se recuperaría, tuviera una televisión en la que poder ver la NBA. Los Nationals fueron una pasión muy personal hasta que no le quedó más remedido que vender y ver cómo perdía su equipo, rumbo a Philadelphia, otra de esos pequeños mercados que habían pululado en los primeros años de la competición. Antes, había resistido la tentación de vender para facilitar el traslado a San Francisco, casi un clamor una vez que los Lakers habían cambiado Minneapolis por Los Ángeles y el avance del baloncesto profesional hacia la Costa Oeste empezaba a dibujar un presente cada vez más dorado.

Siempre se sentaba en el banquillo en los partidos del equipo como local, y cuando las normas cada vez más complejas de la NBA se lo intentaron impedir, se nombró entrenador asistente para seguir haciéndolo. En le despacho de su bolera, lleno de fotografías y trofeos, se gestó un invento que produjo un cambio clave, definitivo para la supervivencia y desarrollo de la NBA. Seguramente el hito más importante antes de la llegada a la Liga de Magic Johnson y Larry Bird, en 1979.

Ferri, un amante de las matemáticas que se pasaba el tiempo planteando problemas a los miembros de su familia y explicándoles después las complejas resoluciones, fue el verdadero padre de la fórmula de los 24 segundos, si bien su figura quedó oscurecida por la de Biasone tras su fulgurante salida del mundo del deporte, en 1955. Saltó al negocio inmobiliario y ya no regresó, y dejó algunas enemistades que se aseguraron de que, por ejemplo, no entrara en el Hall of Fame. Ni en el de Springfield… ni, todavía peor, en el del deporte de Syracuse.

Pero en pocos años dejó un rastro inolvidable que va más allá del reloj de tiro: fue uno de los fundadores de la franquicia de Buffalo, en 1946, que acabó mudándose a Illinois como Tri-Cities Blackhawks, el embrión de Atlanta Hawks. Todavía en tiempos de la NBL, contrató al primer jugador afroamericano de la competición profesional, William ‘Pop’ Gates, solo siete meses después de que Jackie Robinson debutara, y cambiara la historia, en la MLB con Brooklyn Dodgers. Como vicepresidente de la NBL, después, relanzó la competición con medidas tan imaginativas como convencer a cuatro de los cinco integrantes del quinteto de la Kentucky que se había proclamado campeona universitaria, cuando eso era el gran hito mediático del baloncesto estadounidense, de que firmaran con Indianapolis Olympians a cambio de formar parte del grupo de propietarios de la franquicia. Su dinamismo ayudó a forzar, poco después, la fusión con la BAA que asentó el inestable panorama del, por entonces raquítico, baloncesto profesional con la formación de la NBA (3 de agosto de 1949). Murió en 1993, después de padecer la enfermedad de Huntington.

El reloj de tiro ya no cambió esa estructura básica de los 24 segundos de posesión. Primero en sus cajas negras de dos caras, de Daktronics, hasta los últimas transparentes y ultra finos de Tissot. El resto del mundo compró la idea. La FIBA lo introdujo en 1956, primero de 30 segundos y también de 24 a partir de 2000. La WNBA, también de 30 y después (2006) de 24. El baloncesto universitario se resistió porque creía que quitaría a los equipos pequeños la opción de competir contra los grandes programas de formación. Pero las cosas fueron cambiando cuando se dieron resultados como un Tennessee 11-Temple 6, en 1973. En 1985, la NCAA tenía posesiones de 45 segundos, en 1993 de 35 y desde 2015, de 30. Y de ahí a asuntos tan excéntricos como el de la Liga filipina, que tuvo 25 segundos de posesión hasta 1995 porque los primeros relojes que puso en sus pabellones, cuando los introdujeron, solo podían ser manipulados en secuencias de cinco segundos.

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