De Garnett a la revolución: los Wolves sueñan tras 20 años de despropósitos
En la 2003-04, los Timberwolves quedaron primeros del Oeste y avanzaron a finales de Conferencia con Garnett de mesías. 20 años después, vuelven a soñar.
La explosión de júbilo que se apoderó del Target Center cuando el intento de triple de Chris Webber tocó el tablero y se salió de dentro, fue la constatación de un hito histórico para la ciudad de Minnesota. Los Timberwolves avanzaban a las finales de Conferencia por primera vez en su corta estancia en la NBA, que presumía de la funcionalidad de su sistema al acoger entre los cuatro mejores equipos de la competición a una franquicia de apenas 15 años de vida. El jolgorio se apoderó del estadio y de la ciudad, que por primera vez soñó con un anillo que tenía entonces a ocho victorias de distancia. Algo inédito para ellos y que significó también la última oportunidad perdida de los Kings de Rick Adelman, que juntaron ese curso a su última plantilla competitiva, pero que se quedarían con el recuerdo de las finales del Oeste de 2002, cuando estuvieron más cerca que nunca de un título del que les privaron los Lakers de Shaq y Kobe.
Fue la temporada de Kevin Garnett, mesías de esos Wolves, logotipo de la ciudad y marca eterna de una entidad de la que renegó en su retirada por desavenencias con Glen Taylor, dueño por aquel entonces hasta que vendió la mayoría de sus acciones a Alex Rodríguez. Garnett estaba en su prime: se hizo con el MVP de la temporada, una en la que consiguió el primero de sus cuatro títulos consecutivos de máximo reboteador. Y lideró un proyecto que por fin tenía aspiraciones y jugadores para llegar lejos, con Latrell Sprewell y Sam Cassell en liza. El primero, un alero talentoso que protagonizó algún que otro altercado durante su carrera, había metido a los Knicks en las Finales de 1999 de forma tan inopinada como merecida, partiendo desde el octavo puesto del Este. El segundo, un talentoso base que ganó dos títulos con los Rockets, siempre mejoraba a sus equipos, lo que demostró en los Bucks antes y en los Clippers después. Conquistó un anillo más, ya como veterano de lujo en los Celtics de 2008, donde compartió equipo... con Garnett.
El ala-pívot promedió esa temporada 24,2 puntos, 13,9 rebotes y 5 asistencias, además de 1,5 robos y 2,2 tapones, disputando los 82 partidos de la regular season y consiguiendo al menos un doble-doble en 71 de ellos. Defensor acérrimo (ganó el premio en 2008 por ello), se multiplicó más que nunca en ataque para mantener involucrados a sus compañeros y demostró una habilidad para el pase impropia para un hombre alto de la época. Su capacidad para el rebote era espectacular entonces, igual que su conocida competitividad y su trash talking, que sacaron de quicio en numerosas ocasiones hasta jugadores como Tim Duncan, tradicionalmente impoluto e impenetrable. Los Timberwolves, con 58 victorias, lideraron la Conferencia Oeste por primera vez en su historia. El proyecto estaba al alza y Flip Saunders, un entrenador consolidado que luego tuvo un buen papel en los Pistons, contaba con el beneplácito de la entidad y del propio Garnett, que en ese partido contra los Kings se fue a 32 tantos, 21 rechaces, 2 pases a canasta, 4 robos y 5 bloqueos. Casi nada.
Los Wolves cayeron en la siguiente ronda ante los Lakers, los últimos competitivos de Shaq y Kobe, los que se estrellaron ante los Pistons en las Finales en lo que fue el final de un matrimonio lleno de altibajos y que bastante produjo dadas las circunstancias. Fue un 4-2 que no desmereció la temporada de la entidad, y una eliminatoria que los de Minnesota afrontaban con ventaja de campo pero muchas bajas claves que se fueron sucediendo (Cassell a la cabeza) y que obligaron a Garnett a jugar incluso de base. Eso sí, se preveía un gran futuro para los Timberwolves, considerados por aficionados y especialistas como uno de los aspirantes para los próximos años. Nada más lejos de la realidad: Sprewell pidió la luna (económicamente hablando) y salió de la entidad por la puerta de atrás, mientras que Cassell aguantó una temporada más en la que arrastró muchos problemas físicos. Saunders también salió en 2005. Garnett se quedaba solo contra el mundo. Y esos Wolves dijeron adiós.
Años de despropósitos
El 31 de julio de 2007, Kevin Garnett fue traspasado a los Celtics a cambio de Al Jefferson, Ryan Gomes, Sebastian Telfair, Gerald Green, Theo Ratliff, más dinero, una elección de primera ronda de los verdes correspondiente al draft de 2009 y una elección de primera ronda de los Wolves del mismo draft que poseían del traspaso entre Ricky Davis y Wally Szczerbiak en 2006. Fue el movimiento con más contraprestaciones de la historia, uno al que Garnett dio el visto bueno para acabar con esa tortura que antes o después ha perseguido a todas las grandes estrellas de la historia de la NBA: la de no ganar. En su primer año en el Garden logró el éxito, tanto tiempo postergado, con un papel fundamental y dando el único anillo que los Celtics tienen en sus vitrinas desde 1986, una crisis pantagruélica para una entidad de semejante envergadura. Eso sí, dejó tras de sí un legado en los Wolves que nadie fue capaz de igualar.
En Minnesota empezó una fase de despropósitos absoluta, una sequía estructural que se transformó en la nada. Un mercado pequeño en un estado, el de Minneapolis, con mucho frío y pocos atractivos para los agentes libres importantes. Y mira que se intentó: en el siguiente año pasó por los banquillos Rick Adelman, se eligió como jugador franquicia a Kevin Love, se consiguieron grandes rondas del draft (como Ricky Rubio), se recuperaron baloncestistas de pasado reciente (Brandon Roy, Andre Kirilenko...) y hubo incluso más de un inicio esperanzador. Eso sí, de nada sirvieron los intentos: la mala suerte, las lesiones, el poco nivel de las plantillas construidas y la imposibilidad para avanzar eran notorias. Y nada ni nadie parecía capaz de enderezar una situación en la que participó la añoranza, especialmente con el retorno de Flip Saunders primero, y de un envejecido Garnett que tocaba ya la retirada con la punta de los dedos y que eligió acabar una gran carrera justo donde empezó. Todo ello previo al exilio y su negativa a volver a trabajar con los Wolves.
Garnett, que se había ido por primera vez del equipo de su vida camino de los 32 años y tras 12 temporadas vistiendo la misma camiseta (más que nadie por aquel entonces), dejó un vacío imposible de recuperar. En 2004 y tras la eliminación, los Wolves sumaban ocho presencias consecutivas en playoffs. Tras ello, llegaron 13 ausencias, las 3 primeras con Garnett todavía en la plantilla, y una forma de hacer las cosas que nadie preveía como acertada. También 12 temporadas por debajo del 50% de victorias, seis con menos de 30 partidos ganados y tres sin llegar a los 20 con 17, 15 y 16 en tres cursos diferentes. Y 10 entrenadores, multitud de miembros, ninguna evolución y una caída paulatina a los infiernos que dejó todo lo que la entidad había conseguido en la primera parte de su existencia en la nada más absoluta. La situación cayó y las migajas eran lo poco que alguien podía encontrar si miraba al remoto lugar en el que se encontraba un equipo como los Timberwolves. Y la realidad más dolorosa era que, al final, nadie quería mirar.
Del averno a la luz
Ahora, 20 años después de esas finales de Conferencia, los únicos playoffs en los que los Timberwolves han superado alguna ronda en su historia, se ve la luz. Y en un proceso lento, paulatino, en el que también ha habido varios factores y piezas, unas que por fin han podido encajar. Como todo proceso, la paciencia es una virtud que muchas veces saca de quicio pero que en otras ocasiones da sus frutos. Y es lo que ha pasado en Minnesota: el intento frustrado con Jimmy Butler no dio sus frutos a pesar de terminar la sequía en lo referente a la fase final, y la estrella puso rumbo a la puerta de salida con críticas más que obvias a Andrew Wiggins y Karl-Anthony Towns. Tom Thibodeau no tardó mucho en marcharse y se fichó a Ryan Saunders, hijo de Flip (fallecido en 2015), para tirar de nostalgia y volver a un pasado que fue mejor. Tampoco resultó, y eso que hubo paciencia. Parecía buen tío y era mal entrenador. La llegada de Chris Finch dio otro enfoque a la situación. Y las cosas empezaron a cambiar.
Finch aceptó con más de medio siglo de vida su primer trabajo como primer entrenador. Lo hizo tras pasar como asistente por Rockets, Nuggets y Pelicans. Sabiendo que heredaba un proyecto imposible, con heridas abiertas y una cantidad ingente de años frustrados y dolor acumulado. Y se ha dedicado a hacer las cosas fáciles: sin grandes alardes, tirando de lo mejor, sin intención alguna de hacer florituras y con perseverancia y pericia. Sabiendo que el cielo no lo podía conquistar por asalto, y que la relación entre los jugadores tenía que ser más positiva. Desde el consenso, construyó. Los resultados tenían que llegar pronto, pero no tenían que ser espectaculares. La meta eran los playoffs y a ellos se ha llegado. En sus dos primeras temporadas, ambas en positivo, de 46 y 42 victorias, se ha alcanzado la meta. Primer paso dado. Tras ello, el objetivo era crecer.
Y se está haciendo: por fin se ven brotes verdes en los Wolves. Unos que han tardado mucho en aparecer, pero que están aquí. El fichaje de Rudy Gobert permite tapar las carencias defensivas de Towns, mientras que la batuta ha sido entregada de forma lógica y definitiva a Anthony Edwards, que promedia 26 puntos, 5,4 rebotes y 5 asistencias y si desarrolla aún más su capacidad de pase estará permanentemente optando al MVP. Y todo ello, con Mike Conley como gran referente, veterano de lujo que da un grandísimo nivel, extensión de Finch en pista y encargado de mantener unidas las piezas que que la química fluya. Su sapiencia es la mejor comida de la que se alimenta la plantilla. Su paciencia, clave. También, claro, hay acompañamiento: el de una intendencia interesante, capaz (Nickeil Alexander-Walker, Naz Reid, Jaden MDanields, Kyle Anderson...), que tiene mucha importancia y no se esconde en ningún momento.
La clave, la defensa: la mejor de la NBA. Desde ahí, los Wolves construyen. Gobert protege la zona, Conley siempre ha dado un buen nivel en ese lado de la pista, y el físico de los exteriores permite llegar a las ayudas y tapar los tiros lejanos. Con eso, un buen entrenador que no se mete en líos y un talento más que palpable, el equipo de Minnesota ocupa la primera posición del Oeste (30-11) por primera vez en 20 años. Y hay quien se acuerda del espíritu de Garnett y de ese 2004 en el que una franquicia joven, de un mercado diminuto y muchas dificultades para emerger, soñó con el premio más grande. ¿Será esta la temporada en la que los Timberwolves superen una ronda de playoffs? En toda su historia lo han hecho en dos ocasiones, y ambas fueron en la misma fase final. Ahora, mucho tiempo después, buscan la luz, ese faro que les ilumine en un camino que enseñó una leyenda, pero que se perdió de vista durante mucho tiempo. Hasta ahora.
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