Garnett contra todos: el sueño imposible de los Wolves 2003-04
Los Timberwolves jamás estuvieron tan cerca del anillo como en la 2003-04. Con Garnett como su eterna referencia, vivieron la mejor temporada de su historia.
Cuando el triple de Chris Webber se salió de dentro, el Target Center estalló como nunca lo había hecho. Era el momento culmen de una franquicia joven que hasta ese momento solo había experimentado el fracaso, con la primera ronda como tope histórico y muchas dificultades para contruir un equipo ganador en una ciudad olvidada por los agentes libres, colindante con Canadá y con inviernos muy fríos a los que solo llegaban estrellas potenciales vía draft. Así consiguieron la adquisición de Kevin Garnett, que aterrizó en el peor equipo de la mejor Liga del mundo procedente del instituto para liderar, por primera (y hasta ahora única) vez, al mercado más pequeño de la NBA a la oportunidad de conseguir el sueño más grande. Un anillo eternamente esquivo y que no conseguirían esa temporada (ni ninguna otra), en la que, como si de una revolución se tratase, fueron contenders serios a un campeonato que, ya se sabe, no espera a nadie. Y Garnett, que pasó sus 12 primeras campañas en el alejado estado de Minnesota, lo sabe mejor que nadie. Un jugador que, por cierto, cumplía 28 años ese 19 de mayo de 2004, en el que Webber falló el triple que pretendía forzar la prórroga y los Wolves se acercaron más que nunca a un anillo que no han vuelto ni a oler de lejos desde entonces.
A inicios del curso baloncestístico 2003-04, se podía pensar que los Wolves no se habían visto en otra. Llegaron a la NBA en la expansión de 1989, junto con Orlando Magic y después de los Hornets, la única franquicia en activo junto a Clippers y Pelicans que jamás ha jugado una final de Conferencia; y, seguramente, la única que hay actualmente con una historia peor que los Timberwolves, que ni olieron los playoffs en sus siete primeras temporadas de existencia, saldadas con 152 victorias en 574 partidos, apenas un 26% de victorias con fails como Christian Laettner que nunca carburaron. La llegada de Tom Gugliotta en la 1994-95 daba una nueva perspectiva a la franquicia, que uniría, sobre todo cuando a él se unieron tres piezas adimensionales: Stephen Marbury, Flip Saunders y Kevin Garnett. Gugliotta era un alero alto (2,08), anotador y buen reboteador, que posteaba a sus rivales y sabía pasar el balón. Fue All Star en 1997, año en el que promedió 20,6 puntos, 8,7 rebotes y 4,1 asistencias. Fue justo el segundo año del Garnett en Minnesota, el primero en el que superarían las 30 victorias (40) y llegarían a unos playoffs en los que cayeron en primera ronda, con el ala-pívot también en el All Star y Marbury siendo una de las sensaciones de la temporada.
Ese sería el tope de la plantilla en las siguientes siete temporadas, saldadas con el mismo resultado pero con cambios que les auparían al trono. A pesar de que Gugliotta dio un nuevo impulso a la franquicia, Glenn Taylor, magnate que adquirió los Wolves en 1994, sabía que Garnett era la joya de la corona del proyecto, al igual que un Kevin McHale que aterrizó en 1995 y fue el responsable de seleccionarle en el draft, su primera decisión como directivo tras una dilatada carrera como jugador en los Celtics de Larry Bird y compañía. Procedente del instituto, algo que no ocurría en la Liga desde hacía 20 años, no tuvo un impacto inmediato en la Liga, y fue progresando hasta promediar en su cuarta temporada 20,8 puntos, 10,4 rebotes y 4,3 asistencias por duelo. Antes de eso, en 1997, Eric Fleisher, agente del jugador, le recomendó rechazar los 102 millones en seis años que le ofrecían los Wolves como renovación, cifras por debajo de las que habían recibido Alonzo Mourning o Juwan Howard y Heat y Bullets respectivamente. Finalmente, los Wolves le extendieron un cheque de 126 millones por seis temporadas, una cifra altísima que provocó la salida de Gugliotta rumbo a los Suns a la conclusión de esa campaña y el traspaso de Marbury a los Nets en la de un lockout cuyas tensiones entre propietarios y jugadores procedían precisamente del contrato firmado por el ala-pívot, lejos (todavía) en cuanto a números del dinero que se acabaría llevando. Un movimiento arriesgado por un mercado ya de por sí pequeño y que les dejaba sin margen de maniobra para fichar agentes libres.
A todo esto, Garnett siguió a lo suyo: los Wolves llegaron a las 50 victorias por primera vez desde la 1999-00, con la ya estrella promediando 22,9 puntos, 11,8 rebotes y 5 asistencias, ingresando en el Mejor Quinteto por primera vez. En total, el ala-pívot hizo seis temporadas de al menos 20 tantos, 10 rechaces y 5 pases a canasta, siendo el jugador que más veces lo ha conseguido en la historia. La ciudad de Minnesota, a la que se le había olvidado el paso de los prehistóricos Lakers de George Mikan en los inicios de la NBA por la ciudad, empezaba a disfrutar de nuevo con el baloncesto, impulsada por las 47, 50 y 51 victorias de su equipo en regular season, aunque siempre cayendo en primera ronda. En la última (2002-03), Garnett promedió 23 puntos, 13 rebotes y 6 asistencias, siendo segundo en la votación para el MVP tras Tim Duncan y yéndose en primera ronda a 27 puntos y 16 rebotes en primera ronda ante los Lakers de Kobe y Shaq, que verían su dinastía caer en semifinales. Fue la última temporada de los Wolves cayendo en esa ronda maldita antes de iniciar una revolución, un sueño imposible que muchos en Minneapolis se llegaron a creer.
El equipo más pequeño, a por el premio más grande
Tras la pérdida de Stephen Marbury, uno de los bases más talentosos de inicios del siglo XXI que luego triunfó en la Liga china, McHale supo que del draft era del único sitio donde sacaría algo hasta que se calmaran las aguas por el grandilocuente contrato firmado por Garnett en 1997. Wally Szczerbiak aterrizaba en Minnesota en 1999 para ser el fiel compañero del ala-pívot durante dos temporadas. Szczerbiak, un excelso tirador que superó el 40% en triples en siete de sus 10 campañas como profesional, llegó a ser All Star en 2002 (18,7 puntos por partido) y acabó sus días de gloria en los Cavaliers de LeBron James. Fue la primera piedra en el camino antes de esa temporada 2003-04, en la que McHale supo aprovechar las bajadas de caché de dos veteranos como Latrell Sprewell y Sam Cassell para traerles por el dinero adecuado y sin que estallara ese límite salarial que el equipo siempre rozaba desde que su estrella firmara ese ya mencionado contrato. Junto a ellos llegaría Michael Olowokandi, pívot nigeriano que podría apoyar a Garnett en el juego interior, reforzando una posición en la que The Big Ticket (así era su apodo) no encontró nunca a su compañero ideal, ya sea en Wolves, Celtics o Nets.
Los dos compañeros que recibiría Garnett más allá de Olowokandi eran los compañeros perfectos. Sprewell era un alero fuerte y alto, buen reboteador y defensor cuando se esmeraba en ello, con un físico muy parecido al que hoy Kawhi Leonard, manos grandes y gran anotador. Había sido parte de los Warriors de Don Nelson (los de los 90, que no los del We Believe), que potenció al máximo su juego ofensivo (como no podía ser de otra manera) liderado a los Knicks a sus últimas Finales, en 1999, promediando 26 tantos por partido en las Finales ante los Spurs y luego cayendo en el olvido y alternando partidos majestuosos con diversos altercados, pero sin pena ni gloria, buscando su última oportunidad a la deriva. Pero, eso sí, aportando todavía tras haber sido cuatro veces All Star y siendo uno de los talentos más desaprovechados de la historia reciente de una Liga que no espera a nadie, ni le esperó a él.
Sprewell, que sabía jugar sin balón, llegó a los 16,8 puntos por duelo ese curso, compenetrándose con un Sam Cassell que siempre ha sido un jugador único con una capacidad pocas veces vista: la de hacer mejor a los equipos en los que se encontraba. No en vano, el playmaker fue parte de los Rockets de Rudy Tomjanovich y Hakeem Olajuwon que ganaron el anillo en 1994 y 1995 (nunca subestimes el corazón de un campeón) y de los mejores Bucks de la historia (finales del Este en 2001 con Ray Allen, Glenn Robinson y George Karl). Pasó también por esos Wolves, los mejores de siempre, para aterrizar luego en unos Clippers que jamás estuvieron tan cerca de las finales del Oeste como en 2006, con Elton Brand en la pintura o Mike Dunleavy en el banquillo y ese séptimo partido en semifinales ante los Suns del Seven Seconds or Less. Cassell acabó su carrera ganando su tercer anillo en los Celtics, que acabaron con una crisis pantagruélica en 2008 en un papel muy de rol y compartiendo plantilla con, curiosamente Garnett. En la 2003-04, por cierto, se fue a los 19,8 puntos y 7,3 asistencias, disputando el All Star por primera y última vez en su carrera.
Lo de Garnett, evidentemente, estuvo en otro nivel: 24 puntos y 13,9 rebotes, liderando la NBA por primera vez en este apartado (lo haría en tres ocasiones más). Además, 5 asistencias, 1,5 robos y 2,2 tapones, logrando 71 dobles-dobles en 82 partidos, superando los 30 tantos en 12 ocasiones y los 20 rebotes en otras ocho. La mejor temporada de su carrera le dio el MVP y la inclusión en los mejores quintetos de la temporada y defensivos, algo extraordinario para una estrella adimensional que lideró a los Wolves a la mejor temporada de su historia. La franquicia se fue a las 58 victorias, su tope y mejor récord de la NBA, y paliaron su falta de recursos en ataque con la tercera mejor defensa del Oeste. Además, fueron el octavo equipo que más reboteó, el sexto en asistencias y el séptimo en tapones, además de tener grandes porcentajes de tiro: segundo con el mejor en tiros de campo, quintos en triples, cuartos en tiros de dos y quintos en tiros libres. Y con Flip Saunders como un icono de la franquicia y uno de los entrenadores más valorados de la NBA, por mucho que Hubie Brown (Memphis Grizzlies), le arrebatara el premio.
Los Wolves superaron en primera ronda a los Nuggets con un Garnett que siguió el ritmo de regular season: 30+20 en el duelo inicial y 20+22+10 en el segundo para 25,8+14,8+7 en la eliminatoria, primera vez superada por los Wolves desde su nacimiento. En semifinales, llegó la serie soñada, con todo abocado a un séptimo partido histórico ante esa última versión competitiva de los Kings de Bibby, Christie, Stojakovic, Divac o Webber, con Brad Miller en versión All Star y Rick Adelman en el banquillo. Sacramento cayó en el Target Center en el duelo definitivo por tercera vez en tres años tras sufrir a Garnett (23,9+15,4 durante la serie) y acordándose de esa eliminatoria perdida en 2002 ante los Lakers, una de las mejores de la historia. Jamás los Kings, en su etapa más gloriosa, pudieron ganar un encuentro definitivo de playoffs, el único pecado de un equipo excepcional, que devolvió a la NBA el honor de presumir del juego más cautivador del planeta. Webber falló el tiro que disolvió el proyecto, un triple solo tras una finta que se había comido Garnett y que se salió de dentro para desesperación de Adelman. Ese año, promediaron 102,8 puntos por duelo, el segundo mejor ataque de la NBA; en ese encuentro se quedaron en 80 (93 durante la serie), sometidos a la quintaesencia de la estrella de los Wolves, envalentonado por su público y en su máximo apogeo: 32 puntos, 21 rebotes, 2 asistencias, 4 robos y 5 tapones. Poco más que añadir, en el que ha sido, de lejos, el mejor momento de una franquicia que, siendo muy pequeña, soñó a lo grande.
Y los Wolves despertaron
Hasta ahí llegó el sueño de la ciudad de Minnesota. Cassell, con molestias continuas, tuvo que echar pie a tierra en el tercer partido de las finales del Oeste ante los Lakers, obligando incluso a Garnett a subir el balón en algún momento. Tampoco pudo hacer nada un Sprewell que, desde el quinto encuentro de la primera ronda ante los Nuggets, disputó una media de 43,8 minutos por partido y promedió casi 21 tantos ante los angelinos. Los Wolves pagaron la novatada en el primer partido y ya no se recuperaron, cayendo por 4-2 en una serie más sufrida de lo que parece y en la que The Big Ticket mantuvo el nivel (23,7+13,5+4,5) hasta la extenuación (44 minutos por noche). El talento del big four de Play Station de los de púrpura y oro (Kobe, Shaq, Payton y Malone) pasó por encima de unos Wolves que jamás vieron tan de cerca el anillo, antes de caer en las Finales ante la última versión competitiva de los Pistons.
Hasta ahí llegó el sueño de los Wolves, que no volvieron a entrar en playoffs hasta 2018 y en una temporada que solo sirvió para dejar a los Kings con la peor racha en activo cuanto a ausencias de la fase final. La 2004-05 supuso la salida de Saunders, quedando en novena posición a una victoria de los Grizzlies, octavos. Y luego, vuelta a las andadas, con 33 y 32 victorias antes de que McHale y Taylor asumieran que había que dejar ir a ese hombre al que tanto querían y por el que tanto se habían esforzado en dejar bien atado. Eso sí, como no podía ser de otra manera, lo hicieron a lo grande: el 31 de julio de 2007, Kevin Garnett era traspasado a Boston Celtics a cambio de Al Jefferson, Ryan Gomes, Sebastian Telfair, Gerald Green, Theo Ratliff, más dinero, una elección de primera ronda de Boston del draft de la NBA de 2009 y una elección de primera ronda de Minnesota de la misma lotería que poseían del traspaso entre Ricky Davis y Wally Szczerbiak en 2006.
Fue el traspaso con más contraprestaciones de la historia (uno por siete), un récord que sigue vigente y que permitió a Garnett ganar el primer y último anillo de su carrera. Fue en 2008, tras ser Mejor Defensor, en la última gran temporada individual de su carrera: 18,8+9,2+3,4, lejos de sus números en Minnesota pero que no le impidieron quedar tercero en las votaciones para el MVP tras Kobe Bryant y Chris Paul. Y ganar un campeonato con el que soñó, aunque fuera ligeramente, en esa ciudad a la que volvió para disputar el último año y medio de su carrera, apenas 43 partidos en total que sirvieron para demostrar que Minnesota seguía echando de menos a su gran héroe y que fue con él y solo con él con el que soñó a lo grande. Con el que llegaron a conversar, aunque fuera en voz baja y en los alrededores del Target Center, de un anillo que, generalmente, pertenecía a nombres más grandes, pero del que fue merecedor un equipo muy pequeño.
Garnett puso fin a su periplo en la NBA en 2016, tras 21 años y la muerte de Flip Saunders a inicios de la que sería la última campaña del mejor jugador al que nunca ha entrenador. El ala-pívot sueña con resucitar a los Sonics y de momento ha dado la espalda a los Wolves. Las diferencias con Glenn Taylor, ese magnate que aparece en la revista Forbes y tiene una fortuna estimada en más de 1,8 billones de dólares, son demasiado grandes para querer acercase de nuevo a ese equipo del que todavía no tiene la camiseta retirada, una cuenta pendiente que ya ha saldado en Boston (a falta de la ceremonia) y que a buen seguro acabará haciendo ante una ciudad que le debe mucho.
La estrella se retiró con 334 millones en ganancias solo en contratos, más que nadie en la historia (seguido de Kobe Bryant) y con un currículum de muchas páginas que incluye un anillo (2008), el MVP de la temporada y del All Star, el premio a Mejor Defensor, el oro olímpico y la inclusión en un Hall of Fame en el que entrará junto a Kobe Bryant y Tim Duncan, uno de sus máximos rivales al que más ha conseguido sacar de quicio, misión casi improbable ante un rostro siempre tan impertérrito. Y con el recuerdo de una temporada histórica, la 2003-04, en la que se codearon con las franquicias más espectaculares de la historia, siendo candidatos a ganar un anillo imposible, como si de una revolución se tratase. Eso eran los Wolves de Garnett, uno de los jugadores que mayor conexión ha tenido con sus aficiones (Celtics incluida) y que ha tenido un coraje y una agresividad pocas veces vistas en cancha. Un hombre histórico que lideró a una franquicia con poca historia, a una temporada legendaria que acabó con la constatación máxima con la que todo gran ganador en algún momento de su carrera se cruza: ganar no es fácil. Nunca lo es.