El fracaso del ‘anti Dream Team’ en 2002: “El dinero y la codicia de la NBA”
El Mundial de 2002, celebrado además en Indianápolis, marcó uno de los puntos más bajos para el Team USA, que perdió por primera vez con jugadores de la NBA.
A Estados Unidos (para sus estándares, claro) no se le dan bien los Mundiales; no tan bien como los Juegos, al menos. Porque, básicamente, no les dan el rango que sí dan a las citas olímpicas, las que han abierto las grandes crisis del Team USA cuando las cosas no han ido bien. De hecho, puede que el desastre de Atenas 2004 sea el más recordado desde la llegada, en 1992, de los jugadores de la NBA a los campeonatos de selecciones. Aquella caída, porque además fue más la culminación de unos años de inercia peligrosa que un agujero negro puntual o circunstancial, provocó un cambio estructural, básicamente cultural, la era de la redención (el Redeem Team) y de equipos asombrosos como los de 2008, 2012 o, después de un papelón en el Mundial 2019, el de París 2024.
Atenas, con perspectiva, cerró el tramo en el que el baloncesto estadounidense se dedicaba a mirarse el ombligo. Después de irrumpir con toda la gloria NBA en Barcelona 92, con el inolvidable Dream Team, mantuvo la inercia sin tanto carisma pero con suficiencia en el Mundial de 1994 y los Juegos de Atlanta 96. Pero los siguientes ocho años fueron raros: el compromiso de las grandes estrellas volvió a ser puesto en cuestión y desde la Federación (no digamos en el bando de los jugadores) se tardó en entender que, gracias a un boom global que ellos mismos habían acelerado con el show de 1992, ya no bastaba con llegar a los torneos casi el día antes, abrir el álbum de cromos y ponerse a firmar autógrafos.
Los demás daban zancadas que fuera de la NBA todavía no eran tan evidentes como han sido después, con la definitiva globalización de la liga. Pero ya las suficientes para que, emboscados en ese estilo FIBA que se atragantaba a unos estadounidenses sin preparación ni anticipación, las cosas se pusieran complicadas cuando todavía había muchos a los que no les entraba en la cabeza que no, ya no bastaba con poner a doce estrellas (o casi estrellas, o más o menos estrellas) de la NBA en pista para ganar con la gorra.
De aperitivo, el susto de Sidney
El Mundial de 1998 fue un paréntesis, un bronce ganado por un lote de universitarios que solo contaba con un jugador que haría después una carrera sólida en la NBA, el pívot Brad Miller. De hecho, la medalla en El Pireo se consideró un éxito porque los NBA se bajaron completamente del barco en pleno cierre patronal de la competición, el lockout que dejó la siguiente temporada en 50 partidos por equipo (y no los habituales 82). Pero en Sídney el oro sí olió a chamusquina: un equipo con Gary Payton, Jason Kidd, Ray Allen, Vince Carter y Kevin Garnett se pegó un buen par de sustos. En la fase de grupos, ganó por menos de 10 a Francia y a una Lituania que después, en una semifinal que pudo ser icónica, tuvo un tiro para acabar con la hegemonía USA. Sarunas Jasikevicius falló y los estadounidenses (85-83), temblando, llegaron a una final en la que volvieron a tener que trabajar duro contra Francia.
Entre esas dos citas, la pérdida de glamour de Sídney y la caída al reino de los mortales, estrepitosa, de Atenas, estuvo el Mundial 2002. En un perfil más bajo, por no ser una cuestión olímpica, pero un descalabro monumental: por primera vez, Estados Unidos perdió con jugadores de la NBA. Y lo hizo, además, en un Mundial que se celebró en su casa, en su país; y en concreto en Indiana, el estado donde el baloncesto es más que baloncesto, donde realmente echó raíces después de su nacimiento un poco más al este, en Massachussets. Los NBA habían ganado en 1992, 1994, 1996 y 2000. Y llevaban, además, 58 victorias sin una sola derrota. En el Conseco Fieldhouse de Indianápolis, tierra sagrada hoosier, el Team USA dejó un desastre histórico: sexto puesto, tres derrotas en nueve partidos.
El último partido, por el quinto puesto, fue contra España, que ganó (75-81) en la que sigue siendo su última victoria contra Estados Unidos (cuatro en total, dos en partidos oficiales). Pau Gasol (19 puntos, 10 rebotes, 4 asistencias) y Juan Carlos Navarro (26 puntos) ya lideraban el cambio de ciclo, la ruta hacia la edad de oro de un equipo en el que seguían veteranos como Nacho Rodríguez y José Antonio Paraíso. Mientras Ben Wallace, el durísimo pívot que luego se comió a Shaquille O’Neal en las Finales de la NBA de 2004 que los Pistons ganaron a los Lakers, lloraba en el hombro de Rick Carlisle (que ejercía de asistente), desconsolado, España celebraba una remontada basada en la zona 1-2-2 que puso Javier Imbroda cuando España perdía por doce (71-59) a seis minutos del final.
El vuelco acabó con un parcial de 4-22, y si bien el propio Jorge Garbajosa reconoció que las bajas de los estadounidenses eran un factor obvio (“Si se hubieran presentado con ellos, esto no hubiera ocurrido, porque los mejores aún están lejos”) el partido, todo el torneo en realidad, dejó claro que empezaba a no bastar con una selección versión C o D (hoy en día ya no basta, no con certeza, ni la B) y que además de nombres hacía falta otro tipo de preparación, con más respeto a los rivales y una inmersión real en un tipo de estilo y reglamento que pulverizaba las virtudes de los estadounidenses (juego muy físico, talento en uno contra uno) y potenciaba sus defectos: falta de tiro exterior, de creación de juego, de defensa en el perímetro y de liderazgo. Todavía hizo falta el costalazo de Atenas, dos años después, para que la Federación estadounidense se pusiera a trabajar con todos esos factores clara y expresamente en mente.
Cuando los partidos dejaron de ser paseos
Resulta curioso tirar de hemeroteca y descubrir discursos que ya eran válidos y que han sonado de forma repetida, desde entonces, cada vez que la selección de Estados Unidos se ha metido en problemas. ESPN hablaba de encontrar soluciones en “una de las noches más oscuras de la historia del baloncesto estadounidense”, y daba espacio a palabras muy gruesas del seleccionador, George Karl: “¿Si el dinero y la codicia de la actual NBA está afectando a nuestro espíritu competitivo? Sí, eso creo. Y podéis escribirlo así. Todavía creo que somos los mejores, el baremo para el resto del mundo, pero los demás se están acercando, nos están empezando a alcanzar. Nos han ganado, y en nuestro país. Tenemos que quitarnos el sombrero ante eso. Los europeos, los no estadounidenses, están haciendo cosas mejor que nosotros. No tengo dudas de que sus chicos de 16, 17 y 18 años están entrenando más y mejor. Pasan más tiempo trabajando”. Mientras, Imbroda daba un consejo a los derrotados: “Es una buena experiencia para ellos, pueden ver por qué han perdido, analizarlo y sacar conclusiones porque el mundo está cambiando”.
David Stern, un comisionado de la NBA al que no le gustaba nada que sus representantes perdieran el polvo de estrellas, ya barruntaba el cambio que vendría después de Atenas, el nuevo enfoque en la creación y preparación de una selección que antes de aquel Mundial solo había completado once entrenamientos: “Si vamos a pedir a los jugadores que estén en estos torneos, y si esperamos que acudan, también vamos a tener que convencerles de que se necesita más preparación. Tenemos trabajo que hacer”.
ESPN dibujaba un equipo descosido, roto después de la derrota de cuartos de final, que se preguntaba por qué tenía que jugar por el quinto puesto y cuyos jugadores “estaban en el lobby del hotel con las maletas hechas unas horas después del partido con España porque no veían el momento de salir de la ciudad cuanto antes y dejar atrás un fracaso tan monumental”.
Pero también ponía el foco en un choque de estilos y un ensimismamiento del baloncesto NBA que tenía que terminar: “los puristas del baloncesto estadounidense llevan años quejándose porque se están olvidando los fundamentos básicos y se glorifican demasiado los mates. En nueve partidos, Estados Unidos ha promediado un 63% en tiros libres, y habría que ver el número si se quita el 83% de Michael Finley: 40% Baron Davis, 42% Jermaine O’Neal, 35% Ben Wallace… De los quince máximos anotadores del Mundial, solo uno era del Team USA, Paul Pierce. Y no había ni uno en el top de tiros libres lanzados, en el top 13 de rebotes o el top 12 de porcentaje de tiro. La defensa concedía bandejas y mates en jugadas sencillas de puerta atrás sin parar, en ataque y en cuanto llegaban situaciones apuradas, toda era un estilo de uno contra uno freelance, con tiros mal seleccionados”.
Pero no fue solo la derrota contra España, claro. Estados Unidos ganó sus tres primeros partidos de la fase inicial (Argelia, Alemania, China) y los dos primeros de la segunda (Rusia y Nueva Zelanda). Pero desde ese 5-0 cayó al 6-3 final. Derrota con Argentina (la primera oficial con jugadores de la NBA) para cerrar esa segunda fase (80-87), desastre contra Yugoslavia en cuartos (78-81), victoria contra Puerto Rico sin brillo (84-74) y el nefasto cierre contra España. Tres derrotas, dos seguidas, en cuatro partidos. En Indianápolis y finalmente fuera del podio. Un desastre colosal.
Contra Argentina se hicieron colosales unas costuras ya indisimulables: la desventaja llegó a los veintes puntos después de cinco minutos sin anotar porque estaba en el banquillo Paul Pierce, que se convirtió en el referente del equipo, el líder obvio y casi la única fuente de alimentación ofensiva. A la que era su manera en aquella parte de su carrera, con mucho juego individual y una actitud (sin mucho esfuerzo defensivo) que no gustó a muchos compañeros y tampoco a George Karl. En cuartos, en el día clave contra Yugoslavia, una ventaja de 10 puntos se volvió a esfumar (parcial de 4-18) cuando se sentó en el banquillo un Pierce que acabó jugando, entre encontronazos con Karl y cuchicheos de sus compañeros, solo 17 minutos en esa derrota final contra España en el que el equipo apenas apiló 10 puntos en un esperpéntico último cuarto.
“Esto es una vergüenza. Es obvio que es bochornoso. Se supone que nos consideraos superestrellas, que representamos a Estados Unidos… y no hemos estado por delante en todo el partido”, dijo el base Andre Miller después del batacazo contra Argentina, un equipo que acabó siendo histórico (ganó el oro dos años después, en Atenas) pero del que los estadounidenses todavía no sabían nada. Años después, claro, sí conocían muy bien a Manu Ginóbili, Fabricio Oberto, Andrés Nocioni y Luis Scola. Pero entonces, algunos apenas sabían quién era el pívot Rubén Wolkowyski, que acababa de pasar por el fondo del banquillo de los Celtics.
Sin Kobe, Shaquille, Duncan, Garnett...
Era en todo caso, eso es obvio, una Estados Unidos de emergencia que ni mucho menos representaba a lo mejor de aquella NBA, por muchos defectos que esta tuviera. El citado Miller, un excelente base que hizo una carrera larga y brillante pero que nunca fue una gran estrella, quedó como el único director de juego real, mal acompañado por Baron Davis (atravesado en el estilo FIBA) y Jay Williams; Reggie Miller era el veterano con galones, pero jugó muy mermado por una lesión de tobillo, y los demás eran Michael Finley, Shawn Marion, Paul Pierce, Elton Brand, Jermaine O’Neal, Antonio Davis, Ben Wallace y Raef LaFrentz. En un momento en el que muchas selecciones del mundo avanzaban hacia un nivel hasta entonces imposible, paradójicamente por su aterrizaje cada vez más masivo en la NBA, eligieron mala ocasión para borrarse Tim Duncan, Kobe Bryant, Kevin Garnett y un Shaquille O’Neal con problemas físicos. Después, se lesionaron Jason Kidd y Ray Allen y el equipo acabó siendo una sombra del que tenía que haber sido. Por mucho que fuera un Mundial y no unos Juegos. Además, era el primer Mundial en territorio estadounidense.
Dijo The Ringer, en un artículo sobre aquel naufragio, que aquel Team USA cometió “una atrocidad nacional en uno de los bastiones de la pureza del baloncesto”. No es poca cosa. Fue, desde luego, una desgracia absoluta, un bochorno, un punto de inflexión. El citado inicio de una ruta hacia el desastre que había asomado en Sídney 2000 y que enlazó ese Mundial 2002 con el varapalo de Atenas 2004 (bronce) y el Mundial 2006 (otro bronce) y abrió la puerta a la llegada del Redeem Team, el equipo que recuperó los valores, la mística y el espíritu ganador.
El fracaso fue un parte un reflejo, aunque distorsionado hasta el extremo, de aquella NBA de 2002, una liga en pleno trauma post Michael Jordan. O más bien post Bulls de Jordan, ya que el legendario escolta estaba entonces en plena última etapa, en Washington (2001-03). En busca de identidad, con cierta crisis de imagen y en conflicto entre jugadores de los barrios marginales de mayoría afroamericana y un público de barrios residenciales predominantemente blancos. Con un juego que se metía de lleno en las trincheras, en un ritmo lento, unas defensas imperantes y un volumen de anotación bajísimo: en los años de los anillos de Jordan, los equipos anotaban una media de 101,5 puntos. Entre 1998 (el sexto de los Bulls) y 2002 esa cifra cayó a 95. Tiempos duros, baloncesto de plomo.
En paralelo, el crecimiento global del baloncesto que siguió a los Juegos de Barcelona 92 era ya una realidad y la NBA empezaba a poblarse de nacionalidades y no solo por cantidad: también por calidad. Eso quedó claro en aquel Mundial, en el que ningún estadounidense entró en el Mejor Quinteto y cuatro de los cinco integrantes eran grandes nombres de la NBA: Manu Ginóbili, Peja Stojakovic, Dirk Nowitzki y Yao Ming. El quinto era el neozelandés Pero Cameron.
La España que fue quinta había ido sumando ya a Pau Gasol, Jorge Garbajosa, José Calderón, Felipe Reyes, Juan Carlos Navarro... Cuarta fue Nueva Zelanda, tercera la Alemania del imperial Nowitzki (con Femerling, Pesic, Okoulaja...) y el oro se lo disputaron la Argentina de la Generación Dorada (Ginóbili, Scola, Nocioni, Oberto...) y la Yugoslavia de Stojakovic, Divac, Bodiroga, Tomasevic, Jaric...
Ganó Yugoslavia en la prórroga, después de una final tremenda en la que Argentina tuvo ventajas en dobles dígitos en el último cuarto y clamó contra el arbitraje, señalando al griego Pitsilkas. Argentina se desquitó a lo grande en los Juegos de Atenas, pero lloró una derrota durísima. El oro lo cerraron Stojakovic (26 puntos) y un Bodiroga (27) increíble que pareció sobrehumano en el último cuarto y llevó el partido al tiempo extra. Aunque la jugada que nadie olvida, sobre todo en Argentina, fue la falta no pitada de Jaric a Sconochini. En la última jugada, después de dos tiros libres fallados por Divac y con la opción de evitar el tiempo extra y dar el oro a la albiceleste.
Por parte de Estados Unidos, estos fueron los jugadores que sí estuvieron en el torneo, los doce que acabaron sellando ese horrible sexto puesto. Entre paréntesis sus edades y el equipo en el que estaban cuando se jugó el Mundial, y a continuación sus principales datos estadísticos en el torneo: Michael Finley (Mavericks, 29 años), 12 puntos y 2,7 asistencias; Baron Davis (Hornets, 23 años), 7,8 puntos y 4 asistencias; Andre Miller (Clippers, 26 años), 10,7 puntos y 4,1 asistencias; Jermaine O’Neal (Pacers, 23 años), 7,3 puntos y 4,5 rebotes; Antonio Davis (Raptors, 33 años); Paul Pierce (Celtics, 24 años), 19,8 puntos y 4,6 rebotes; Reggie Miller (Pacers, 36 años), 6 puntos; Shawn Marion (Suns, 24 años), 9,8 puntos y 4,7 rebotes; Jay Williams (Bulls, 20 años), 3,9 puntos: Ben Wallace (Pistons, 27 años), 5,7 puntos, 6,8 rebotes; Elton Brand (Clippers, 23 años), 6,9 puntos y 4,1 rebotes y Raef LaFrentz (Nuggets, 26 años), 5,2 puntos, 3 rebotes.
Todo lo que después se obsesionó con corregir el Redeem Team, y lo consiguió, estaba presente en el equipo de Indianápolis 2002. Mala actitud, tono petulante, falta de respeto a los rivales, ningún esfuerzo por adaptarse a un baloncesto distinto, nula química de grupo… Estados Unidos jugaba de forma individual, sin respuestas colectivas en ataque y sin sistemas defensivos más allá de la presión por puro físico. Con errores groseros en la protección de acciones básica, como las citadas puertas atrás, se convirtió en un equipo poroso y en absoluto imbatible. Su quinteto sonaba bien si se mira ahora: Andre Miller, Reggie Miller, Paul Pierce, Antonio Davis y Ben Wallace. Pero Reggie Miller tenía 37 años (ídolo en Indiana, claro) y hacía una pareja exterior de muy poco físico con Andre Miller. Paul Pierce era el estandarte y lo fue como anotador… pero también como muestra de actitud destemplada. Así que en cuanto las cosas se empezaron a torcer, se torcieron del todo.
Dos años después, en Atenas 2004, solo repitió un jugador de la convocatoria del Mundial, el alero Shawn Marion. El descalabro se repitió, otra vez con muchas bajas (Kobe, Garnett, Kidd, Carter, McGrady, Allen…) pero con Tim Duncan y Allen Iverson como referentes y una leyenda como Larry Brown en el banquillo. Ahí, después de ese bronce con sabor a derrota, comenzó un camino de la redención con otra piedra en la ruta: el tercer puesto de Japón 2006, el Mundial ganado por España. Todavía estaba en construcción un proyecto que eclosionó dos años después y, con una cultura reformada y saneada, un nuevo espíritu competitivo y todas las estrellas a bordo, devolvió la gloria al baloncesto estadounidense a partir de los Juegos de Pekín 2008.
“Vaya que si hemos historia. No de la que pretendíamos hacer… pero sí historia”, le dijo después de la derrota en cuartos Ben Wallace, un miembro clave de la segunda encarnación de los Bad Boys de Detroit Pistons, a Los Angeles Times, que también fue muy duro con una selección que parecía a la deriva: “El Mundial ha borrado los últimos trazos de mística del baloncesto estadounidense. El partido con Yugoslavia demostró que lo del día de Argentina no había sido casualidad. Y ha asegurado que vaya a haber llamadas a las grandes estrellas para que estén en el futuro. Faltaban muchas, pero en la selección había cuatro ‘all-star’ de esta temporada (Pierce, Davis, Brand, Jermaine O’Neal), el Defensor del Año (Wallace) y el Jugador Más Mejorado (O’Neal). Pero no bastó contra equipos con más cohesión, familiarizados con las reglas del baloncesto internacional y que cada vez tienen más jugadores de la propia NBA. A Estados Unidos le ha dejado de valer con llevar estrellas. A partir de ahora, necesita a las superestrellas”.
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