EUROLIGA | OLYMPIACOS 78 - MADRID 79

El Madrid, campeón: los 24 días que lo cambiaron todo

El Real Madrid levantó la máxima competición continental, la Undécima, tras enlazar cinco victorias seguidas en menos de un mes.

El Madrid levantó este domingo en el Zalgirio Arena de Kaunas (Lituania) la undécima Copa de Europa de su historia. Una conquista imposible en su octava participación en una Final Four de las últimas diez disputadas (en 2020 fue cancelada por la COVID). Un título que coloca a los blancos como el mejor club del periodo 2013-2023: desde que cayeron en la final de Londres frente al Olympiacos griego, su víctima este domingo, el Real suma con tres más Euroligas que nadie, desempatando con el CSKA Moscú ruso y el Anadolu Efes turco, con dos por cabeza. El Fenerbahçe turco, el Maccabi Tel Aviv israelí y el mencionado Olympiacos se reparten las otras tres.

Un trofeo que levantó al cielo de Kaunas los capitanes Rudy Fernández y Sergio Llull cuando hace tan solo 24 días parecía imposible. Pero pongamos contexto. El pasado 27 de abril, en el WiZink Center de la Comunidad de Madrid, el Partizán de Belgrado situaba la eliminatoria de cuartos 0-2 a su favor. La desventaja numérica no era tanto el problema como la sensación de aplastante superioridad por parte de los balcánicos. No parecía que hubiera forma de que el Madrid pudiera meterle mano a los de Zeljko Obradovic.

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Sin embargo, la tangana que dio por terminado el segundo duelo a 01:40 del final, cambió para siempre los cuartos. Las sanciones a Kevin Punter (dos partidos) y Mathias Lessort (uno), debilitaron más a la plantilla partisana que las de Guerschon Yabusele (cinco) y Gabriel Deck (uno) a la de Chus Mateo, que recuperaba para el duelo límite de Belgrado a Walter Tavares. El pívot más dominante del Viejo Continente, MVP de la Final Four, se perdió la mitad del encuentro inaugural de los cuartos y el segundo por una lesión.

En un Stark Arena abrasador, con más de 20.000 espectadores, el pívot caboverdiano se erigió como un monstruo por encima de lo divino y lo humano. Destrozó por dentro al Partizán con 26 puntos y 11 rebotes para 41 de valoración a la primera. Dos días después, en el cuarto duelo, hizo de nuevo de destructor de planetas: 15 tantos y 7 capturas para 30 de valoración. Una explosión de fuerza imposible de parar, como boya en ataque y fortaleza infranqueable en la zona impuesta por Mateo. Y a la que se unió Mario Hezonja como falso cuatro por la baja de Deck, con una labor de intendencia sobresaliente (14 rebotes en el tercer encuentro y 6 en el cuarto) y Sergio Rodríguez, que desde que sacó la varita a pasear en Belgrado no la ha enfundado.

El Chacho fue fundamental el primer día en Serbia. Con el Madrid en la lona después de un primer cuarto huracanado de los balcánicos (32-19), el canario salió para impartir lecciones de alto baloncesto. Y no hizo nada en especial. Tiró de clásicos. Fue a los básico más básicos. A lo simple, con el pick and roll central con Tavares como medio de aterrorizar a la defensa rival. Y no falló. Ni ese día ni en los cuatro siguientes duelos porque si tapabas la conexión con el africano, el base te la liaba en la penetración, en el lanzamiento a media distancia e, incluso, con algún triple que se sacaba de la manga como el que abrió de par en par la victoria en la final ante el Olympiacos. No necesitó mucho más. Con solo un parpadeo, dejó tambaleando a todos sus rivales, desde el Partizán hasta la armada roja pasando por el Barcelona.

En el último, en el quinto, con un Palacio infernal que nunca dejó de creer, Rodríguez fue la voluntad blanca. El que cogió el testigo de los buenos minutos del novato Ndiaye y de la figura imponente de Tavares para remar hasta dar la vuelta a un partido que estaba perdido (-18 en el minuto 23), a una eliminatoria histórica (nadie había remontado un 2-0 o 0-2), junto a Rudy Fernández y Sergio Llull. Los “viejitos”, como escribió en un tuit Andrés Nocioni.

“La entrada del Chacho fue muy importante porque empezó a gritar como un veterano de verdad, hay que escuchar más a gente así, por su voz, su experiencia. Primero me levantó a mí y luego a todo el equipo. Exactamente me dijo que si agachaba la cabeza, me la iba a levantar; nos ha levantado a todos”, dijo Mario Hezonja tras el primer duelo del Stark Arena. Su ambición, su magia, su liderazgo fueron claves para viajar a Lituania.

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La remontada lo cambió todo. De la vergüenza por la tangana del WiZink a la confianza total. Se podía. No había nada imposible. El verbo se podía hacer carne. Las dos claras victorias frente al Valencia y el Gran Canaria en Liga Endesa previas a la Final Four lo corroboraron. Las sonrisas, la fe eran plenas a pesar de que en el horizonte, en las semifinales, esperaba un Barcelona en crecida, en plenitud. Poco importaba que no pudieran jugar ni los lesionados Gabriel Deck y Vincent Poirier ni el sancionado Guerschon Yabusele. Hasta el final…

No había nada ni nadie que pudiera pararles. Y no eran palabras huecas. Lo demostraron ante unos culés que sufrieron la experiencia, la disciplina de su rival en semifinales. Los de Jasikevicius se vieron completamente superados por los blancos en un segundo tiempo en el que no encontraron forma de doblegar a su eterno rival, que amuralló la defensa con la ya especial zona Mateo y que dejó a su contrincante que muriera desde la línea exterior para clasificarse a la final.

En el último asalto, fue el Olympiacos el que se convirtió, como en 2015 en Madrid, en su víctima para levantar la Undécima. Para ser de nuevo reyes de Europa con una canasta heroica de, quién sino, Sergio El Increíble Llull, cuando pocos confiaban en ellos. Y sobre todo, en la pizarra de Chus Mateo. Para sentarse de nuevo en el trono del Viejo Continente en un viaje de locura de tan solo 24 días.

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