Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión!
En algunas comunidades, ya han echado el cierre a la temporada de caza. En otras, las últimas caracolas sonarán durante los próximos fines de semana.
En algunas comunidades, ya han echado el cierre a la temporada de caza. En otras, las últimas caracolas sonarán durante los próximos fines de semana de este “febrerillo el loco”, que acabamos de estrenar.
Ahora bien, es momento de parar y hacer balance, de lo bueno y lo menos bueno, donde esos lances fallados desde el mejor puesto de la montería o del conejo que se fue “por patas”, vuelven una y otra vez a nuestra mente, eso sí, dibujando una sonrisa en nuestra cara.
Es tiempo de dejar a la naturaleza que haga su papel y que nuestra fauna siga su equilibrio natural. La caza no acaba aquí, ni mucho menos, pues ahora los cazadores de bien podemos disfrutar en primera fila, de esa función mágica.
En menos de sesenta días, los enamorados de ese animal de mirada dulce y voz ronca podremos salir tras sus pistas. Hablamos, como no, del Capreolus capreolus.
Mientras vamos tachando los días del almanaque, disfrutaremos como pocos saliendo al monte y, en lugar de llevar los aperos propios de estos últimos meses, emplearemos prismáticos, catalejo o telescopio y cámara de fotos. Comienza el espectáculo: los corzos. Y esta servidora, se vuelve loca.
La culpa de mi locura la tienen los duendes, esos animales que tanta pasión suscitan en cientos de cazadores. Y no tiene cura.
Ahora es momento de observarlos con borra, como si una funda de terciopelo cubriese su trofeo. Sólo los machos más adultos y fuertes están tirándola, sobre todo en el sur. Aún, la inmensa mayoría de los duendes esconden sus promesas tras la borra.
Aún se pasea en mis sueños, mirándome, aquel corzo con peluca que tuve el gran privilegio de poder observar el año pasado y tanta emoción me causó. Momentos de un instante…
Y es que, los corzos con peluca son muy deseados por casi todos los apasionados a la caza de estos capreolus con tocado, rodeados de magia y misticismo.
Su peluca es una malformación de la cuerna que se produce básicamente por la escasez o ausencia de testosterona. Esto se debe a un problema o irregularidad testicular desde que son crías. Ello provoca que no se produzca la osificación de la cuerna y no lleguen a desmogar nunca. Es decir, no tiran la cuerna cada temporada y van sumando, año tras año, un mayor volumen y una cuerna que nunca pierde la borra. De esta manera, el trofeo, siempre recubierto, adquiere un gran tamaño.
Por un lado, esa rareza de su trofeo; por otro, que su rececho es extraordinario. Ambas peculiaridades son consecuencia de que los corzos con peluca no son territoriales, como sus hermanos, sino nómadas.
Al contar con una gran peluca no pueden defenderse ni atacar a otros congéneres, pues están en desventaja, lo que les obliga a no tener un territorio estable de manera permanente. De ahí lo extraordinario de su caza. No es tarea fácil localizarlos y, mucho menos, darles caza.
La peluca está formada por una membrana vellosa, como si de terciopelo se tratase, con multitud de cuerpos cavernosos en su interior y muy vascularizada. El resultado es una mayor sensibilidad y dolor cuando la emplean en su defensa y ataque. Por esta condición de inferioridad se ven continuamente desplazados de sus territorios y suelen ser ejemplares en constante movimiento.
Los trofeos de estos ejemplares no se pueden homologar, pero como he mencionado anteriormente son codiciadísimos por todo recechista que se precie.
Puedo y debo dar fe de lo especial y místico de este animal que, a día de hoy, se pasea en mis sueños, mientras sueño en volverlo a ver.
¡Buen fin de semana!