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Vinicius, superviviente del regate

Brasil sigue siendo una reserva de talento, gracias al futbito, la primera opción allí para los niños, canchitas sin espacios, donde hay que inventar picardías y despegarse como un rayo en cuanto se gana una mínima ventaja

Valdano tiene entre sus preocupaciones la desaparición del fútbol de calle, de barrio, de potrero, como dicen en Argentina. El fútbol libérrimo en el que chicos de distintas edades se mezclan y juegan sin esquemas tácticos a los que servir, simplemente a hacer lo que les salga. Allí, los más chicos desarrollaban técnica e ingenio para zafarse de los mayores. Esa fue la gran cantera durante un siglo largo, pero hace tiempo que dejó de serlo. Porque hay menos solares, menos calles sin apenas tráfico y porque vivimos un mundo más organizado, en el que abundan las academias, ramas de los clubes en los que los chicos tienen campos decentes, duchas decentes, ropa y profesores.

No habría por qué lamentar eso si no fuera porque ese sistema, ya instaladísimo, tiende a crear cierta uniformidad. Al chico se le instruye en el manejo técnico, en las obligaciones tácticas, se le forma físicamente, pero a cambio ‘se le corrigen defectos’, lo que equivale a sofocar su ingenio individual. Así que cada vez salen más jugadores completos y menos genios destellantes. El propio Valdano cita a Messi como un caso de jugador mixto: nació en el potrero y se doctoró después en la mejor academia, de donde salió sin perder ni un ápice de lo que ya traía cuando entró en ella. Pero ya hace más de 30 años desde que fuera un chiquillo de potrero. Desde entonces el mundo ha seguido cambiando.

Por fortuna, Brasil sigue siendo una reserva de talento, gracias al futbito, la primera opción allí para los niños, el espacio en el que aprendió Ronaldinho, el mismo en el que aprendió Vinicius y en el que siguen aprendiendo tantos y tantos. Fútbol en canchita de balonmano, sin espacios, donde hay que inventar picardías y despegarse como un rayo en cuanto se gana una mínima ventaja, y siempre atentos para eludir de inmediato a otro rival. En nuestras academias el fútbol formativo va más al fútbol-7 o fútbol-8, en medio campo de juego con porterías a lo ancho, que se parece mucho más al fútbol mayor. Allí se les enseña a colocarse, a compartir, a jugar a uno o dos toques. No a regatear.

Vinicius es que nos remite a aquel fútbol del pasado, cuando abundaban los jugadores con ideas propias. No es hombre del tocar-dar-mover, del fútbol de posesión que asegura la pelota en busca de que el desmarque de los de arriba permita que la jugada aparezca sola. Él no hace eso, él la coge y arranca en busca del primer defensa, del segundo, del tercero y de los que puedan surgir, hasta aclarar el panorama para el pase o el gol. Le avala una velocidad sensacional inmune a la fatiga, pues acaba los partidos como los empieza. Y el valor. Si fracasa le da igual, lo intenta de nuevo.

Llegó con eso, pero carente de algunos conceptos esenciales para el juego. Ahí tenía su déficit. Hacía el destrozo, pero luego no veía el pase ni veía el tiro, si metía algún gol era de rebote, si lo propiciaba era porque su alboroto habría provocado tal desconcierto que algún compañero podía aprovechar el balón perdido en el área. No hay que echar la memoria muy atrás para recordar cómo Benzema le decía a Mendy que no le diera el balón porque jugaba de una forma extremadamente anárquica.

Pero ha aprendido sin perder aquello que traía, mérito que hay que adjudicarle a Ancelotti, aunque parte de su éxito se debe, como siempre, a la suerte. ¿Qué hubiera sido de Vinicius sin el pinchazo de Hazard? No es fácil pensar que estuviera donde está hoy, convertido en la gran baza de ataque del equipo más prestigioso del mundo. En la final de Sevilla, Arrasate concibió para él un doble cerrojo que saltó por los aires antes del segundo minuto. También protagonizó la jugada del segundo gol, más la del tiro de Benzema al que respondió Herrera con la parada del partido, más la del remate pifiado de Valverde, más cuantas jugadas hizo el Madrid de verdadero peligro. Fútbol personal e intransferible, venido de otro tiempo, cuando los chicos aprendían el fútbol como un juego, no como una asignatura escolar.

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