El regreso de Belcebú

Mariano Tovar


Dicen que ayer en EEUU alguien abrió un vórtice por el que entraron en la tierra varios seres repulsivos e innombrables. Para entendernos, una cuadrilla de demonios. La AIDP (Agencia de Investigación y Defensa Paranormal) dio un aviso al resto de las agencias estatales para que estuvieran prevenidas ante cualquier suceso que se saliera de los parámetros habituales.

Parece ser que la alarma pasó del nivel de máxima alerta al de calma chicha durante la mañana del lunes. Ningún tierno infante fue devorado por un bigfoot. Ninguna niña bajó las escaleras haciendo el pino con las orejas. No hubo suicidios en masa, ni inmolaciones rituales. La campaña electoral continuó con normalidad y ningún tsunami se acercó a las costas del Golfo de México. Solo hubo un pequeño incidente: un policía avisó de que su Coors Light sabía a meado de gato pero rápidamente le informaron de que lo paranormal sería que supiera a cerveza.

El problema es que nadie sabía dónde buscar. Vosotros y yo, veteranos en la contemplación de fenómenos paranormales y en las actuaciones aborrecibles de personajes tormentosos, sabemos de sobra dónde estuvo el origen del problema. Fue en Buffalo. Concretamente en el Ralph Wilson Stadium. Ahora, con los mapas de los buscadores informáticos (con la excepción de los de Apple), incluso somos capaces de asegurar que todo se inició en la banda de los Patriots y, aún más concretamente, en el lugar en el que Bill Belichick miraba estupefacto cómo Gostkowski pateaba primero un field goal hacia in lado y poco después otro al contrario, cómo Gronkowski y Welker se dejaban caer balones sencillos, cómo Tom Brady era atropellado por la defensa de los Bills, cómo, en fin, su equipo le daba la razón a Manolo Arana cuando decía el viernes pasado que quizá se habían aburrido de ganar.

Entonces, el viejo Bill, nigromante sin par y servidor de la noche, puso los ojos en blanco y comenzó a tararear unos versos perversos en una escala imperceptible para el oído humano. Berridos entrelazados en una cadencia dolorosa que provocaron que todos los pájaros abandonaran la zona a varios kilómetros a la redonda. Frases en las que recordaba al maligno que hace años le entregó su alma precisamente para que nunca le sucediera algo así. Ruegos convertidos en exigencias de sangre y victoria, de humillación a los rivales y sed de venganza. Gritos de guerra que provocaron que varios aficionados de entre el público lloraran con lágrimas de sangre y se retorcieran de dolor.


Aquella cacofonía dolorosa llegó a lo más profundo de la caverna, donde los demonios esperan impacientes la caída de las almas desesperadas. Belcebú, el señor de la oscuridad, respondió a la llamada con un aviso de que estaba en camino. Wilfork, recuperó un fumble de Spiller cuando parecía inevitable que los Patriots se fueran al descanso 21-7. Belichick, conocedor de las señales de las tinieblas, sonrió por primera vez y sus jugadores sufrieron un escalofrío de terror. Dicen que algunos no querían bajar a los vestuarios. Se agarraban a los bancos, a los ventiladores, al césped y a lo que hiciera falta. “Otra vez no. No quiero bajar ahí”. A algunos les salieron canas provocadas por el terror, otros vomitaron en el túnel. Los más, con los ojos abiertos de par en par, incapaces de parpadear, sufrían convulsiones de terror ante lo que les esperaba. No querían volver a contemplar la maldad absoluta, no querían recordar las amenazadas eternas ni volver a ver ese contrato que firmaron con su sangre en el que entregaban su alma al viejo Bill. ¡Cuantas veces se habían arrepentido por ello!

Nadie sabe exactamente lo que Belichick les dijo a sus jugadores durante el descanso. Yo no quiero ni pensarlo. Debió ser homérico, espantoso, horripilante. Los empleados del club acercaron el oído a la puerta para intentar descubrirlo y se quedaron sordos de inmediato. La puerta estaba congelada. Afuera no llegaba ni un sonido. Era como si no hubiera nadie. Ni golpes de disgusto, ni voces de enfado, ni gritos de discusión. Silencio absoluto. La nada. Terror puro. Un bebé de leche con la dentadura completa comiéndose a dentelladas un cervatillo. Un escalofrío interminable.


De pronto se abrió la puerta. Todos salían en silencio. Blancos. Sin una sola mueca. Sin alma. Detrás de todos ellos estaba Belichick con la mirada adusta y fija en el infinito. Una gota de sangre le resbalaba desde la comisura de los labios, pero no estaba claro el origen del fluido encarnado. Todos los jugadores parecían sanos y salvos, aunque abatidos, con la mirada perdida y como abducidos. Dentro de sus ojos, la nada.

45 puntos en la segunda mitad. Dos cuartos perfectos. Una multitud de jugadores moviéndose por el campo en una danza maldita e imparable. Algunos juran que vieron cómo de cada uno salía un cable que terminaba en las manos de Belichick. El entrenador, con una risa histérica que nadie puedo percibir, se movía con gestos compulsivos tirando de cada cable y dando saltos imposibles. Cuando un jugador notaba el tirón, lanzaba un bramido desgarrado mientras perdía el control sobre su cuerpo. Todo se movía a una velocidad endiablada mientras los rivales, simples humanos, no entendían nada de lo que estaba sucediendo. Pases, carreras, intercepciones. Vorágine. 

45 puntos que suenan a pánico y a maldición. A regreso inevitable y a vuelta a la normalidad. Los aficionados que presenciaban el partido por televisión gritaban sin saberlo mientras se arrancaban el pelo a tirones. Sus familias les miraban aterradas mientras suspiraban: “otra vez no”. Cada año lo mismo.


Y los efectos del sortilegio no quedaron ahí. En otros campos de la NFL se acumulaban los sucesos malignos. Dedos metidos en el ojo, retornos para touchdown, field goals fallados o conseguidos en el último suspiro, árbitros de verdad que hablaban en lenguas y decían incongruencias, lluvias torrenciales y resurrecciones improbables. Acumulación de sucesos mágicos, una semana más, para que NFL siga demostrando que es la mejor competición del universo.

Magia y maldiciones. Sucesos milagrosos. Héroes de leyenda y malos malísimos. Balones que realizan vuelos antinaturales y pequeños detalles que se transforman en sucesos grandiosos en un solo instante.

¡Viva la NFL! Cada semana nos devuelve a la infancia. A esos mundos improbables donde todo es posible.

El domingo, antes de acostarme, le robé le chupete a mi hija pequeña. Me dormí sonriendo como un niño.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl

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