Momento de emoción

Soy un sentimental, propenso a la emoción. Me alegro por ello. Por eso mismo, soy un adicto a las Ceremonias Inaugurales de los Juegos Olímpicos. Todo lo que las rodea, todo lo que significa, toda esa liturgia cuidadosamente diseñada, hace que mis ojos se encharquen. No me importa confesarlo. El desfile, que a algunos les puede parecer tedioso, a mí me encanta. Me emociona ver gente tan diversa, de cada esquina del mundo (si el mundo tuviera esquinas), hermanada, cada uno con su objetivo particular: ser campeón olímpico, ser medallista, llegar a la final, simplemente participar… Es maravilloso.

Los Juegos Olímpicos son la mayor manifestación deportiva del mundo, la culminación del sueño de un visionario llamado Pierre de Coubertin. La mayor hermanación entre los países de la Tierra. Comenzaron ayer oficialmente, aunque ya tuvimos ayer algún aperitivo poco sabroso: España, 0; Japón, 1.

La Ceremonia de ayer me pareció brillantísima, pero un poco irregular, porque junto a momentos mágicos hubo otros que no me gustaron especialmente, como el de los niños en las camas en homenajes a los que en España llamamos Seguridad Social. Me pareció fuera de lugar. Sin embargo, se me desató la risa con la actuación de mister Bean. En definitiva, la Ceremonia Inaugural de Barcelona 1992 me pareció mejor, sencillamente. Y no me apoyo en ningún patrioterismo barato, del que estoy lejano. Pero todo es opinable, evidentemente. 

Y ahora os cuento algunas curiosidades históricas. Por ejemplo, en Londres 1908, en la misma ciudad que ahora acoge los Juegos, por tercera vez, en una especie de desfile los australianos iban en bañador (de cuerpo entero, eso sí) y los franceses con vistosos kepis tropicales… en un día tormentoso y frío, con lluvia, como algunos de los que se anuncian en los Juegos de ahora.Alguna de estas historias ya las he contado en AS y as.com, pero no aquí: los finlandeses se negaron a desfilar bajo la bandera de Rusia, país al que pertenecían entonces, por la fuerza, y Estados Unidos se ganó la antipatía de los británicos porque se negó a inclinar la bandera ante el rey Eduardo VII y la reina Alexandra, bajo el argumento de que la enseña norteamericana no se inclinaba ante nadie. A continuación las competiciones entre unos y otros se convirtieron en una guerra fría que pudo llegar al punto de ebullición.

Desde Amsterdam 1928 Grecia desfila en primer lugar, por aquello de haber creado los Juegos Olímpicos, muchos siglos antes de Cristo. Y el país organizador lo hace cerrando la comitiva. Son dos momentos de clímax intenso y muy emotivo para los que amamos el Olimpismo. Los demás equipos lo hacen por orden alfabético en el idioma del país organizador.

En Roma 1960 saltó a la pista, antes de empezar la Ceremonia, un individuo en calzoncillos, que no pudo ser atrapado por los carabinieri, más lentos. Volvió a la grada y se perdió entre el público, que se partía de risa.

En Helsinki 1952 la alemana Barbara Rotraut-Pleyel también ejerció de espontánea. Tras encenderse el pebetero apareció con un vestido de velos blancos y casi transparentes y se dirigió al micrófono desde el que se dirigían los discursos. Fue detenida a tiempo. Quería reivindicar la unión de las dos Alemanias. Sucedería muchos años después, de forma pacífica.

En Tokio 1964 Japón se comenzó a abrir al mundo y por primera vez el emperador nipón, Hiro-Hito, se mostró en público ante miles de personas. Históricamente, nadie podía ni siquiera mirarle a los ojos, porque su persona se consideraba divina. El dios se hizo humano.

Y en Montreal el deporte olímpico supo lo que era el straking, una de las más excéntricas modas de aquella época, que nació en las universidades estadounidenses y británicas y que consistía en desafiar el pudor propio y el ajeno echando carreras entre dos edificios del campus, por ejemplo, pero en cueros vivos. Y me dispongo a contemplar la Ceremonia Inaugural de Londres. La más bella que recuerdo es la de Barcelona 1992. Me dicen que Londres la superará. Veremos.

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