Gloria con suspense para Europa en la Ryder Cup
Europa obra una proeza en Bethpage Black, la Ryder a domicilio, empañada por un domingo desastroso en el que solo gana un partido.
Quién la ha visto y quién la ve a la Ryder Cup. Pasó de ser una cosa insulsa, que excluía a la mayoría de Europa y casi siempre terminaba con triunfo estadounidense, a una expresión más de un mundo en el que Norteamérica ya no manda con puño de hierro. El certificado este domingo (por 13-15), en una sesión de individuales que terminó incluyendo mucho más suspense del esperado, es el 14º triunfo en 23 ediciones desde que el equipo europeo se abrió a todo el continente. Antes de eso, había perdido 19 de 22. Nunca será redundante la profusión con la que se agradece a Seve Ballesteros su colaboración en esa tarea.
Casi medio siglo después Estados Unidos anda totalmente perdido en esta competición. De cuando en cuando se lleva una copa porque ningún otro país cuenta con un semillero de talento de las dimensiones del suyo, pero tiene la narrativa perdida desde hace tiempo. Europa juega mejor, Europa anima mejor (si por eso entendemos con más ingenio y menos mal gusto), Europa (por qué no decirlo) acoge mejor, como ha demostrado estos días la bochornosa afición neoyorquina, Europa es mejor equipo y está mejor dirigido y, lo más importante, Europa gana más. Mucho más. En casa (6 ediciones de 6 este siglo) y a domicilio (3 de 6 con esta desde 2002). La máxima expresión de lo que se sabe desde hace tiempo, que simplemente entiende mejor la idiosincrasia de la bienal que sus contrincantes en todos sus aspectos, como se encargan de reforzar estos últimos cada cierto tiempo con cosas como pedir dinero por jugar, llegó en la 45ª edición.
Viernes y sábado simplemente no hubo discusión. Fue una avalancha incontestable. Los europeos ganaron las cuatro sesiones, en su zona de comfort, los foursomes, y en la que históricamente había sido la de los americanos, los fourballs. Llegaron con siete puntos de renta a la última jornada, el mejor escenario para cualquier equipo desde 1975. Estaban a dos puntos de retener la copa (ante el empate se la queda el vigente campeón), a 2,5 de ganarla, con 11 por jugar, pues la baja del noruego Hovland, lesionado en la matinal del día anterior en las cervicales, obligó a invocar la ‘regla del sobre’ y dejó uno de los partidos empatado de antemano. Harris English fue el prescindible para Keegan Bradley.
Ninguno de los contendientes había remontado nunca más de 4 puntos en la serie del domingo bajo el formato actual, y precisamente los últimos en enjugar una renta así habían sido los muchachos del Viejo Continente en el ‘milagro de Medinah’ de 2012. Un vuelco local entroncaría con las mayores gestas de la historia del deporte, y llegó a ser una posibilidad porque la ausencia de presión con semejante resultado en contra liberó lo que tenían enfrente, más allá de todo lo que ha ocurrido estos días un equipazo con 12 grandes entre todos sus integrantes y el número uno del mundo. De hecho al final casi fabrican su propio Medinah.
Donald lanzó casi toda la artillería por los seis primeros turnos y Bradley hizo exactamente lo mismo. Ya fuera para terminar de decantar el pulso o para equilibrarlo, ambos necesitaban puntos pronto. La moneda cayó esta vez del lado local. Europa solo sacó medio punto en los cuatro primeros partidos. Cam Young, un gran debutante, que ha rentabilizado su cercana relación con Bethpage Black cosechando 3 puntos de 4, maniató a todo un veterano como Justin Rose (1 arriba), que llegaba con dos victorias en los fourballs, la del sábado con refriega incluida con un DeChambeau devorado por su papel autoimpuesto de ‘Capitán América’. Justin Thomas, del que se cuestionaba otra temporada mediocre obviando que está hecho a la medida de la Ryder, tumbó (1 arriba) en el 18 a un Tommy Fleetwood que estaba 4-0 en la edición. Matt Fitzpatrick llegó a estar 5 arriba en 7 hoyos ante DeChambeau, que vagaba por el campo con la cara desencajada, y unas horas después estrechaban manos en el 18 tras firmar tablas, con cinco birdies del ‘yanqui’ por los nueve segundos.
Cuando Scottie Scheffler dio por concluidas las vacaciones que se había tomado su talento en esta Ryder y derrotó a Rory McIlroy (1 arriba), en el primer duelo de la historia del torneo entre los números 1 y 2 del mundo en vigor, Europa todavía necesitaba punto y medio y solo tenía dominado el choque entre Patrick Cantlay y el sueco Aberg, que acabó entregando un tanto crucial ante un rival que había sido de lo poco salvable en los días previos entre las filas norteamericanas. Retener el trofeo estaba a medio punto y ganarlo, a uno.
Y el orden siguió corriendo hacia abajo. Rahm, el mejor entre los visitantes durante las tres primeras sesiones, confirmó el bajón que le había dado en los fourballs del sábado. Salvo por un lapso entre el 5 y el 7, Schauffele siempre llevó la manija del cruce, y con un 4&3 holgado le deja con 2 derrotas en 4 choques individuales hasta la fecha, 3 puntos de 5 en total en esta edición. J. J. Spaun, otro debutante que ha salido bueno, 2 puntos en 3 encuentros, se encargaba de Straka (2&1). La temperatura subía muchos grados en Bethpage y todas las alarmas se encendían. Shane Lowry y Tyrrell Hatton, dos puntales, el rookie Rasmus Hojgaard, que jugaba su primer partido desde la tarde del viernes y el segundo en total, y el escocés MacIntyre, 1 punto de 2 en fourballs, tenían de repente un peso sobre sus hombros que probablemente no vieran venir la noche anterior. Ellos debían llegar a los últimos hoyos entre vítores de la afición europea, con la victoria ya abrochada.
Sería Lowry, el perro guardián de Europa en esta Ryder, guardaespaldas de Rory ante el bullying de los borrachos que se escondían tras las cuerdas, quien arañaría el medio punto que retenía la copa en la orilla este del Atlántico con un dardo en el 18 ante Henley. Lo merecía y abrazó el momento, dejando ir toda la rabia acumulada en un agravio continuo que incluyó su sobrepeso y a su familia, y que habría terminado con alguna imagen escabrosa de no haber sido sostenido en más de una ocasión.
Pero hacía falta otro punto, porque la bacanal de los dos primeros días convertía el empate en derrota, y una mirada al tablón a última hora de la tarde sugería pocas opciones. Ni Hojgaard, ni Hatton ni MacIntyre estaban jugando un golf brillante. El danés sucumbía ante Griffin (1 arriba) y tuvo que ser Hatton, el único junto a Lowry que sale invicto de Bethpage, quien rematara al fin, con su empate ante Morikawa, una gesta en dos actos, del mero trámite al microinfarto, que se recordará para los restos.
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