ATLETISMO

“Porque vosotros, que sois familia...”

Martín Fiz y otros participantes hablan con AS sobre el Sahara Marathon, que celebra su 23ª edición este martes. “Crees que vas a ayudar, pero recibes”, dicen.

“¡Yallah, yallah!”, se escucha entre las dunas del desierto árido más grande del mundo, en el que “no crece ni una lechuga”. Martín Fiz, todo un campeón del mundo, lo sufre. El calor se mezcla con una pequeña lesión, que deviene en el dolor más puro. Le ofrecen abandonar, pero se niega. Se engancha a un grupo de ritmo ágil y no mira hacia atrás. “En el Sáhara, poco es mucho”, resume. La sonrisa de un niño en su día favorito del año, los ánimos de las mujeres que, de forma incansable, mantienen en pie los campamentos, un rayo de esperanza. “Dije: ’¿Cómo no voy a terminar yo una maratón si está gente lleva aquí más de 40 años en un entorno precario?’”, recuerda el vasco, que participará un año más en el Sahara Marathon, este martes. La 23ª edición de una prueba que “debería terminar”. Al menos, con su connotación actual. “Espero que este maratón dure muchos años, pero que la lucha termine pronto”, matiza Fiz, que se afanó en pedir una bandera saharaui nada más cruzar la meta.

“¿Cómo no voy a terminar yo una maratón si está gente lleva aquí más de 40 años?”

Martín Fiz, campeón del mundo

En medio del desierto, la monotonía se vuelve hipérbole. En los campos de refugiados de Tindouf, además, cuando se rompe, no suele ser sinónimo de buenas noticias. Casi todo es “hammada”, “un lugar donde hace siempre demasiado frío o demasiado calor”. Las familias, como signo de hospitalidad, ofrecen té. Es de buena educación beberse, por lo menos, tres vasos. “El primero es amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor; el tercero, suave como la muerte”, dicen. Lo saben todos los corredores, huéspedes en las jaimas y casetas que dan forma a los campamentos. Entre ellos, Miguel y Eduardo, fijos en la prueba edición tras edición. “Es una semana durante la que formas parte de una familia saharaui. Creemos que vamos allí a ayudar, que nuestra presencia es la relevante, pero te das cuenta de que, realmente, nosotros somos los que recibimos”, explica el primero.

Eduardo debutó en 2018. En su primera participación, viajó junto a su hijo, quinceañero por aquel entonces. Le puso a prueba. “¿Serías capaz de aguantar una semana sin teléfono móvil?”, le planteó. Aceptó y “se llevó la experiencia más enriquecedora de su vida”. “Con un palo y una pelota son felices. Nosotros, en España, teniendo de todo, estamos siempre peleando y cabreados”, le decía con la inquieta mirada de la adolescencia. Por motivos académicos, no ha podido volver. “Se lleva un disgusto año tras año”, apunta Eduardo, que comparte reflexiones con Miguel. “Con nuestra mente occidental de superioridad, pensamos que les vamos a enseñar, pero es todo lo contrario. Te vas de allí agradeciendo haberles conocido y todo lo aprendido”, completa. Esta vez, bajo el lema “Lucha por tu libertad, aunque sea contra el viento”, serán más de 300 atletas de 23 nacionalidades distintas los que vuelvan con su mochila repleta de enseñanzas.

Martín Fiz sostiene una bandera saharaui nada más cruzar la meta.Martín Fiz

De fiesta por un día

A su paso, la maratón forma pasillos de hombres y mujeres ondeando banderas, animando a los corredores... de fiesta por un día. “Es algo excepcional en lo deportivo. Es especialmente emocionante ver el empuje de las mujeres saharauis. Corredores de todo el mundo se citan para algo tan sencillo como correr, pero dan visibilidad a un pueblo olvidado”, describe Miguel. “Correr el Sahara Marathon permite conocer el mundo, conocer más allá de las fronteras de nuestras televisiones. Es comprender cómo un pueblo ha conseguido resistir 47 años en el desierto más árido del mundo con la poca ayuda humanitaria internacional recibida. Que podamos estar allí es poder conocer la realidad”, añade. En su segundo día de campamento, Eduardo se sentó a hablar con Marian, que le acogía en su casa. “Porque vosotros, que sois mi familia...”, le salió de forma natural a la madre saharaui. Y Edu abrió los ojos. “Hostia, es que es verdad”, pensó. En las otras cuatro ediciones en las que ha participado, siempre ha sentido que, al volver, dejaba a su familia atrás.

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