Agónico Groves

Hay noticia en la Vuelta a España: Remco Evenepoel no sufrió ningún incidente. No se quejó públicamente de nada. Incluso, se le vio sonreír en el podio con el maillot rojo y una tirita en la ceja derecha. Después de tres días atragantados, por la falta de visibilidad en la primera etapa, por las chinchetas de la segunda, y por el choque contra una auxiliar de prensa en la meta de la tercera, el belga pudo por fin cubrir el recorrido de la cuarta sin sobresaltos. Javier Guillén le pidió disculpas personalmente en la salida de Andorra. Y el propio Remco, asesorado por su equipo, el Soudal, va a intentar moderar sus salidas de tono. Con razón o sin ella, las formas de expresar su descontento también le están generando antipatías. La reconciliación es posible. Crucemos los dedos.

Evenepoel mantuvo el maillot rojo en una etapa que devolvió la carrera al mar, el lugar donde partió el sábado en Barcelona. El pelotón viajó desde Andorra a Tarragona, desde los Pirineos al Mediterráneo, en un trayecto que auguraba la típica predicción de una jornada llana: escapada infructuosa, peligro de abanicos y desenlace al esprint.

La escapada estuvo formada por tres corredores. Dos de ellos españoles, Ander Okamika y David González, del Burgos-BH y el Caja Rural, dos escuadras invitadas que muestran su agradecimiento a la organización y exhiben sus maillots durante horas de televisión con su presencia en estas cabalgadas imposibles, pero necesarias para el ciclismo. El tercero era un argentino, Eduardo Sepúlveda, del Lotto, que repetía aventura por segundo día consecutivo. Sepúlveda lucía de prestado el maillot de la Montaña, que realmente pertenecía a Evenepoel, así que se metió en la fuga para atraparlo en propiedad, un objetivo cumplido después de coronar en primera posición los dos puertos del día, el Alto de Belltall y el Coll de Lilla. La túnica de puntos azules ya es suya de ley.

Los abanicos, como de costumbre, no aparecieron. Basta con anunciarlos, para que no asomen. El pelotón estaba advertido de que el viento iba a ser lateral de cola durante gran parte del recorrido, lo que provocó que algunos llevaran un plato más grande de 56 dientes, pero la amenaza no descargó su furia contra el grupo. Los equipos de los gallos, precavidos, ocuparon la cabeza durante los kilómetros finales, a ratos en filas paralelas, para evitar sorpresas. No hubo abanicos, pero la velocidad y la tensión sí provocaron una montonera a falta de cuatro kilómetros, con ciclistas relevantes como Buitrago, Kelderman, Guerreiro y Coquard, entre otros.

Así se llegó al esprint, una extraña volata. Antes de que tomaran el mando los capos, habían sido los equipos de los velocistas quienes cargaron con la responsabilidad, en especial el Alpecin, que albergaba en sus filas al esprínter teóricamente de mayor renombre: Kaden Groves, ganador hace un año de una etapa en Cabo de Gata y en la presente temporada de otra en el Giro de Italia. El favorito se llevó la victoria, pero sin alardes de superioridad, agónicamente. Juan Sebastián Molano, que ya había mostrado su buena pedalada en la reciente Vuelta a Burgos, hizo una fuerte arrancada que dio la impresión de definitiva, pero la última pendiente se le hizo larga y fue rebasado por Groves. Antes del duelo por la etapa, Marijn van den Berg entró muy rápido en una curva y se estampó con las vallas. No hay día tranquilo en esta Vuelta. Aunque, al menos, Evenepoel ya amaga con una sonrisa.