Philipsen remata el sopor

El pelotón del Tour de Francia cubrió este martes su segunda jornada de descanso consecutiva. La primera de ellas, la oficial, aconteció el lunes en Orleans y alrededores, después de los nueve días iniciales de competición que vistieron a Tadej Pogacar con el maillot amarillo. Los equipos se dedicaron a restañar heridas, a recuperar las piernas, a rodar en entrenamientos suaves, a recibir visitas familiares y a atender a los medios de comunicación. Lo clásico. La segunda, señalada en el libro de ruta como décima etapa, fue un día libre tomado alegremente por los corredores, con la complicidad de sus directores, para pesar del organizador. Un paseo contemplativo de 187 kilómetros por los alrededores del Loira, en distendida charla con los compañeros. Una tomadura de pelo para los aficionados. Ante un espectáculo tan bochornoso, profundo sopor, no sería extraño que algún patrocinador saliera en busca de deportes con mayores emociones.

Si alguno de ustedes quiso torturarse enfrente del televisor, difícilmente habrá resistido darse unas buenas cabezadas. No hay mejor plan a esas horas en el ardiente verano. Durante las 4:20.06 somnolientas horas que duró la etapa, la escasa diversión se centró en el conocimiento de algunos detalles paralelos, más allá del disfrute del paisaje. Por ejemplo, el recuerdo del 9 de julio como la fecha de cumpleaños de Federico Martín Bahamontes, vencedor del Tour en 1959 y seis veces campeón de la Montaña, un pionero que falleció el pasado agosto a los 95 años de edad. El aburrimiento de este martes, en el día en que hubiera cumplido 96, fue un feo homenaje a la memoria del gran Fede. Y a tantos otros que sí dignificaron la bicicleta. La ONCE sí le rindió un bonito tributo en su cupón.

También se pudo escuchar en alguna televisión, o leer en algún periódico, las relaciones históricas de la salida y la llegada del día. En Orleans, que cortó la cita, Eddy Merckx protagonizó una de sus particulares exhibiciones. Aunque parezca mentira, el Tour y el ciclismo que presenciamos este martes son el mismo evento y el mismo deporte que practicaba el Caníbal. Aquella fue una de las 34 victorias que logró Merckx durante su exitoso paso por la Grande Boucle, un récord que este mismo año ha batido Mark Cavendish, con su triunfo 35, uno de ellos, por cierto, en 2013 en Saint Amand Montrond, el pueblo de Julian Alaphilippe y meta en esta décima jornada.

El dato histórico invitaba a pensar que Cavendish pudiera pujar en el mismo escenario por su 36º triunfo, pero el inglés ya había cumplido con su plusmarca el miércoles anterior en Saint Vulbas, y ni siquiera se acercó al objetivo. El éxito al esprint se lo llevó por fin Jasper Philipsen, que, después de pegar varias veces al palo, logró por fin la victoria, la primera en esta edición y la séptima en su carrera deportiva en el Tour. El año pasado fue el dominador absoluto de la última recta, con cuatro etapas, pero el actual se le había atragantado mucho. El lanzamiento de Mathieu van der Poel, un escudero de lujo, le dejó el remate en bandeja. Biniam Girmay, doble vencedor de etapa, entró segundo. Y Cavendish, 18º.

Antes de este esprint no hubo ningún otro detalle competitivo digno de mención. Ni siquiera la típica escapada imposible para lucir la publicidad del maillot. Lo más parecido fue una arrancada, ya en el kilómetro 45, de Van Gils, Van Hoecke y Goosens, pero más con la intención de restar puntos a los aspirantes al maillot verde en el esprint intermedio de Romarantin Lanthenay, que para buscar una cabalgada eficiente camino de la meta. El intento se difuminó rápido. Un oasis en la calurosa Francia. Y volvió el sopor que, para colmo, se alargó veinte minutos más del horario previsto. La tortura interminable.

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