Los Lakers, en el abismo

La caída es inevitable. Los Lakers siguen apilando una cantidad de derrotas ingente y pasan del 10-4 al 13-12 en apenas unos días para confirmar que su triste realidad es esta y no la que habían pintado con un inicio de temporada lleno de esperanzas infundadas. Con LeBron James fuera de la dinámica del equipo por motivos personales y Bronny acumulando exhibiciones imberbes en la G League, el equipo de JJ Redick sumó su novena derrota en los últimos 12 partidos. Precisamente el entrenador es el que más y mejor está viviendo este volteo de la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras: era el salvador nada más llegar, habló sin pudor de estar vivo el día en el que las Finales comenzaran y su sola presencia bastó para cambiarlo todo y vilipendiar (más todavía) a su predecesor, Darvin Ham. Ahora, tras 25 encuentros, el balance es peor que el que Ham tenía el año pasado a estas alturas, las semifinales de la Copa NBA llegan a Las Vegas y los Lakers no están allí para defender título y la crisis, que no es culpa de Redick que tampoco ha sido capaz de encontrar una solución, es la realidad de un proyecto construido y destruido desde las altas esferas de la entidad, con pocos movimientos para conseguir competitividad y un inmovilismo soberano para el estancamiento.

Ahí es donde más dedos señalan, a Rob Pelinka y Jeanie Buss, el hombre que sustituyó a Magic Johnson a los mandos y la dueña que heredó el negocio de su padre. Del movimiento que trajo a Russell Westbrook para destruir la plantilla que ganó el título en 2020 hasta la ausencia de movimientos cuando se hizo evidente que la historia de amor entre el base y Los Ángeles se quedaba en los libros de la ficción y no en las pistas de la realidad. Tras ello, todo fue tumultuoso. Y los Lakers han ido yendo a trompicones, disputando unas finales de Conferencia en 2023, ganando la Copa NBA de 2024, compitiendo en la primera ronda... Y, al final, dando la sensación de que pueden ser una plantilla sólida y racional cuando tiene a todos sus efectivos para ganar, pero que casi todo el tiempo se dedica a pulular por la NBA acumulando derrotas, como un equipo del 50% que lucha por mantenerse a flote y está permanentemente condenado a puestos de play in. Ahora van décimos, por cierto, empatados con los Spurs (undécimos con el mismo récord, 13-12) y antes de recibir a los Grizzlies y de visitar por partida doble (cosas incomprensibles del calendario) a los Kings en Sacramento en duelos consecutivos. Tal y como están, no son buenos rivales. Pero, ¿los habría buenos?

Ante los Timberwolves, la derrota no fue tan dura como la sonada paliza recibida recientemente en el mismo escenario (109-80), pero sí fue clara y contundente (97-87) a pesar de tener más opciones, por marcador y no por el nivel mostrado. Los angelinos no tuvieron a LeBron, del que nadie sabe nada más allá de que estuvo viendo a su hijo y que Redick no sabe cuándo va a volver (como dijo en la rueda de prensa posterior). Y sí a Austin Reaves, que se había perdido los últimos cinco partidos. Dio igual: los locales fueron siempre por delante y no permitieron ninguna ventaja de sus rivales, llegaron a ganar de 17, empezaron con fuerza (32-23), se mantuvieron sólidos al descanso (50-44) y ampliaron la ventaja con 12 minutos para la conclusión (77-66). Los Lakers todavía tuvieron algo de fuerzas: navegaban 5 abajo con 8 minutos para el final (80-75), algo que también lograron a 2:33 (87-82). Pero fallaron mucho (demasiado) y nunca pudieron dar la vuelta a un marcador que fue corto debido a los fallos constantes, especialmente de los angelinos. El equipo de Redick perdió 21 balones por 17 asistencias repartidas, lanzó con un 38,4% en tiros de campo y con un 28,6% en triples. En el último cuarto intentaron 12 triples y 7 canastas de dos, olvidándose del guion que les había permitido tener alguna posibilidad. Y perdieron 6 balones. Al final, la nada y nueva derrota. Por muchas cosas y por ninguna. Básicamente, porque son peores.

La victoria de los Wolves, que tampoco tuvieron un gran papel ofensivo, se fraguó en una actuación coral que incluyó 23 puntos de Anthony Edwards, 21 de Julius Randle, 18 de Jaden McDanields (con 9 rebotes y 5 robos de balón) y 10 de Naz Reid desde el banquillo. Esta vez, también funcionó Rudy Gobert, que logró 12 tantos, 13 rechaces y 2 asistencias, y tuvo un bonito duelo con un Anthony Davis que volvió a acumular estadística pero que da la sensación de que ya no la traslada al juego de su equipo. El jugador interior logró un 23+11, además de poner 3 tapones. Pero su lenguaje corporal fue apático, parece haber perdido fuerzas y suma estadística porque es muy bueno, pero sin el punch de los primeros partidos ni la capacidad resolutiva o la necesidad de liderazgo que necesita su equipo. Reaves logró 18+6+5, Max Christie 15 (Dalton Knetch volvió a ser suplente y se le notó) y D’Angelo Russell hizo una de esas actuaciones por las cuales la opinión pública le tiene merecidamente denostado: 2 de 10 en tiros de campo, 1 de 7 en triples, 2 pérdidas y un -8 con él en pista. El partido, al final, fue una representación de lo que son los Lakers ahora mismo, un ejercicio de quiero y no puedo, de intentar pero no conseguir, de hacer mucho y lograr poco. De acumular derrotas mientras se proyecta una imagen de imposibilidad manifiesta y de que el paso del tiempo sea el que decida el fin definitivo de un proyecto que, en realidad, hace mucho que acabó. Es el final inevitable y natural de algo que si se hace mal, acaba peor. Es lo que tiene.

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