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NBA | LOS ANGELES LAKERS

A vueltas con los Lakers

La realidad se impone a los angelinos, que entran en su particular espiral de autodestrucción mientras los rumores crecen y la era de LeBron roza su inevitable final.

A vueltas con los Lakers
ERIK S. LESSEREFE

El inmovilismo ha sido el mayor pecado (que no el único) de los Lakers de LeBron James. El legendario jugador llegó en 2018 dispuesto a conseguir el premio más grande en el mercado de todos los mercados, en la ciudad de la luz, esa en la que los sueños son posibles y los guiones se escriben solos. Pero la película protagonizada se ha quedado en buena cuando parecía ser una obra maestra, un deceso relativo si tenemos en cuenta todo lo que el Rey ha vivido en Hollywood, pero más grandes si nos ponemos a pensar en todo lo que podría haber vivido. Al final, un anillo, el hecho de convertirse en el máximo anotador de la historia o la indiscutible primicia de ver el final del que probablemente sea el más grande vestido con tu camiseta son algunas de las cosas que parecen justificar el tumultuoso paso de años de vaivenes y vueltas constantes, con muchos rumores y pocos hechos, ganas de hacer de todo para al final quedarse en nada. Así es la última etapa de la franquicia más famosa, glamurosa y grandilocuente de la historia de la NBA. Que ya no la más ganadora, ya que ha visto como después de sufrir lo indecible para igualar los 17 anillos de los Celtics, han visto como el eterno rival ganaba el número 18.

Ya no hay por donde rascar: la situación es la real, la que vemos en pista cada noche y la que no vemos en ningún lado cada mañana. Los Lakers son un equipo con un nivel para moverse en torno al 50% de victorias y estar siempre en puestos de play in. Donde han pasado mucho tiempo y también el lugar en el que han acabado las dos últimas temporadas. No hay más: la excusa de que la salud no ha acompañado (un hecho indiscutible, pero también una variable que deja de serlo cuando siempre hay alguien lesionado) o de que al menos se ha ganado el In-Season Tournament en su primera edición (un éxito histórico, pero relativo en la comparativa con el anillo), suena ya demasiado débil. La realidad es que el proyecto se ha encorsetado en insistir constantemente con lo mismo, la asunción de errores ha brillado por su ausencia y las migajas del legendario (por malo) error del traspaso de Russell Westbrook siguen siendo lo único que queda en un equipo en el que ya lo único que brillan son los colores y las luces de un Crypto Arena renombrado en este tiempo para que el estadio se reformule mientras la parte deportiva permanece tristemente intacta.

Los Lakers empezaron 3-0 y 10-4, invictos en casa y en la Copa NBA, terceros de la Conferencia Oeste. Ahora, están 13-11, han perdido siete de sus últimos 10 partidos, ya no están invictos en casa, han sido eliminados del In-Season Tournament y ocupan el octavo puesto del Oeste en esa parte media de la tabla que sufre una marejada en forma de atasco que se ha convertido en una tónica muy típica en los últimos años. Los angelinos son también la quinta peor defensa del Oeste, el noveno equipo que menos lanzamientos intenta y el quinto en lo referente a ese dato en los triples. Un problema enorme en una competición sumida en una era con muchos detractores, en las que el objetivo es tirar más veces que el rival para simplificar una táctica ya de por sí depauperada y ganar así victorias anotando más puntos. Los Lakers son, también, el quinto peor equipo en rebotes y tienen un net rating del -3,7. Y van a rachas, a tirones que son buenos cuando la dinámica es positiva y fatales cuando hablamos de lo contrario. Por abajo, se quedaron en 80 tristes puntos el 3 de diciembre frente a los Timberwolves. Por encima, han recibido hasta 134 en tres ocasiones diferentes: contra Cavs, Heat y Hawks, en los dos últimos duelos de forma consecutiva, el último de ellos con prórroga.

La situación no es ni digna de un análisis profundo que encontrarían aburridos hasta los amantes de la estadística avanzada. Los Lakers, simplemente, son un equipo mediocre que obtiene resultados mediocres, con muchas derrotas ante equipos buenos y menos victorias de las que se deberían tener. Pero es, en última instancia, lo que tiene de forma merecida un equipo que está ahora envueltos en rumores de traspaso que no se van a dar, con muchas posibilidades pero ninguna certeza, críticas a la gestión (la piedra angular) de Rob Pelinka y Jeanie Buss y opciones, que siempre aparecen, de que un LeBron a punto de cumplir 40 años salga en un traspaso en el que también estaría involucrado su hijo. Al final, para nada: todo se quedará como está, primero porque el Rey está cómodo en Los Ángeles y segundo porque la opción de que se gozara de un buen récord para arriesgarse en el mercado y fortalecer la plantilla de cara a playoffs se ha evaporado junto con ese buen récord que ahora no lo es. Una vez más, el pan de cada día de unos Lakers que ni están ni se les espera, con muchas cuentas pendientes y una falta de ganas sideral para cumplir lo prometido y acercarse a lo que una vez fueron como franquicia. Algo que queda ya muy lejano en lo deportivo.

Los Lakers tienen muy claro a lo que se van a dedicar en todos estos meses, quizá años: LeBron ya que está en decadencia (cualquiera querría una así: 23 puntos, 8 rebotes y 9 asistencias de promedio, cerca del 50% en tiros de campo) y su era está por terminar, algo inherente a todo lo que se mueve y a lo que no y una realidad que la estrella ha esquivado durante mucho tiempo, pero que no ha podido eludir más. A sus homenajes, récords y despedidas se dedicarán los Lakers en este tiempo, así como a verle junto a su hijo en un ejercicio de nepotismo del que nadie ha huido y que ha sido moralmente revisado por obra y gracia de su majestad. Y ahí (solo ahí) sí que ganan los Lakers, expertos en estar a la altura de las circunstancias en momentos históricos concretos. Los angelinos ya hicieron de la despedida de Kobe Bryant un suceso histórico y transformaron su muerte en una gestión de imagen absolutamente increíble, históricamente buena. Y sabrán decir adiós al último grande entre los grandes, un jugador que ha estado en todas las eras y épocas, tendrá su camiseta retirada en Los Ángeles (y en Ohio, y en Florida...) y ha representado lo mejor de la última parte de la vida de los Lakers. Una de las peores, parece mentira pero no lo es, de toda una vida de éxitos que quedan cada vez más atrás.

De fracaso en fracaso... hasta el final

Tras el anillo de 2020, los Lakers construyeron una plantilla fantástica que voló en la primera parte de la temporada antes de quedarse sin fuelle y sucumbir a las lesiones de forma lógica, con poco descanso entre un curso y otro. Nadie les reprochó eso, pero todo lo que consiguieron entonces desapareció como lágrimas en la lluvia: Russell Westbrook llegaba para convertir la ficción en realidad, algo que jamás ocurrió. Todo lo que podría haber salido bien, salió mal. Y los Lakers navegaron en aguas más que turbias hasta quedarse sin playoffs por segunda vez desde la llegada de LeBron James y séptima en nueve años desde la lesión del tendón de Aquiles de Kobe en 2013, lo que propició el final adelantado de una estrella que lo intentó tres años más antes de decir adiós al baloncesto en su 20ª temporada. en la 22ª está LeBron, que ha seguido cuajando años monstruosos a pesar de la edad. Pero nada de eso acompañado de una plantilla acorde a su talento, algo que corresponde a errores ajenos, pero también propios. Él mismo pidió a Westbrook, como muchos otros antes y después de él, Nikola Jokic incluido. Algo incomprensible pero cierto cuando hablamos de un jugador que ya ha demostrado todo lo que puede hacer. Y lo que no.

Todo siguió como la seda hasta que Rob Pelinka hizo su segundo gran movimiento desde que se hizo con el poder en los despachos, una función en la que sustituyó a Magic Johnson en 2019 cuando la leyenda se fue hablando de puñales por la espalda y con unas conclusiones contradictorias a su labor, pero siendo el último responsable de la llegada de LeBron a los Lakers. Pelinka se deshizo por fin (pareció mucho más tiempo del que fue en realidad) de Westbrook y trajo por el camino a Rui Hachimura, Jared Vanderbilt y D’Angelo Russell. El primero fue útil, el segundo ha pasado más tiempo lesionado que sano y el tercero mezcla buenas rachas cortas con desastres eternos que parecen perpetuos. Pero la nueva plantilla tuvo una nueva cara y los Lakers avanzaron hasta las 42 victorias, por encima del 50% en abril, para acabar con los Timberwolves en el play in y llegar a las finales de Conferencia como séptimos clasificados, acabando con los Grizzlies y los Warriors, que se reencontraban con LeBron en el contexto del final de una era para constatar que tanto unos como el otro estaban vistos para sentencia y pertenecían a un pasado cada vez más lejano. Eso es lo que demostraron al Rey los Nuggets, campeones ese año y verdugos al siguiente, esta vez en primera ronda, de unos Lakers que llegaron a los 49 partidos ganados, pero volvieron a pasar por el play in y a caer, 4-1 en lugar de 4-0. Diciendo adiós de forma triste por muy meritorio que fuera el esfuerzo.

En todo ese tortuoso camino hubo más víctimas, lo que propició un baile en los banquillos que también sirve para explicar la deriva, responsabilizando a alguien que no tiene por qué ser el culpable cuando la realidad es que el nivel de las plantillas no ha acompañado. Frank Vogel, entrenador en el anillo de 2020, fue empujado tras el fichaje de Westbrook y la pérdida paulatina de poder defensivo a entrenar a un equipo en el que no creía y que no podía jugar como le gustaba al técnico, empezando desde atrás y yendo siempre hacia delante con físico, garra y fuerza, mucha altura, jugando por encima del aro, especialistas defensivos y un colectivo inquebrantable. A lo mismo se enfrentó Darvin Ham, elevado a los cielos en su primera temporada y hundido en la segunda, cuando claramente perdió el favor de la plantilla y acabó saliendo por la puerta de atrás, víctima de los contrastes que conllevan estar ligado a los Lakers y como daño colateral de los desmanes que poco o nada tuvieron que ver con él, que nunca fue el problema por mucho que no fuera la solución. El inmovilismo, una vez más, ganaba. Y los Lakers se encerraban en una cárcel de pladur mientras afrontaban un viaje a ninguna parte.

Ham volvió al cobijo del puesto de asistente con el que ganó el anillo en 2021. Y a los Bucks, el mismo sitio en el que se encontraba. Llegaba JJ Redick, una nueva figura muy ligada a LeBron sin experiencia previa ni como primer ni como segundo entrenador. Pero con ínfulas de técnico generacional tras el 3-0 inicial que ponía a todo el mundo firmes, aunque por poco tiempo. Redick, que en su charla inicial a los jugadores dijo que el día de las Finales quería que sus Lakers estuviesen vivos, se ha diluido como la seda, intentando hacer un equipo competitivo pero sin ser capaz, entre otras cosas porque la plantilla, otra vez, no acompaña. LeBron es demasiado mayor, Davis demasiado contradictorio, Hachimura demasiado miedoso, D’Angelo demasiado malo y Austin Reaves demasiado bueno, al menos para ser el único con corazón en un equipo que se ha acomodado en la mediocridad por temor a caer más bajo y sin ganas o talento para escalar a cotas más altas, de sensación inalcanzable. Vanderbilt sigue lesionado, ver a Gabe Vincent es desolador y Max Christie o Jaxson Hayes están muy verdes. La profundidad del banquillo es escasa. Las expectativas, siempre altas. Y su diferencia con la realidad, sideral.

Al final, Redick seguirá la misma tónica que Ham, al menos a nivel deportivo, mientras el equipo se dedica a seguir sin pena ni gloria salvo sorpresa mayúscula. Sin especialistas en el triple o en defensa es muy difícil sobrevivir al ritmo actual, frenético y que ya ha resentido el maltrecho pie de LeBron, inmerso en un pequeño parón obligado tras decir que iba a jugar todos los partidos de la regular season. Su extraordinaria longevidad, sin parangón en la historia del deporte, empieza a tambalearse. Igual que la reputación de unos Lakers que no terminan de salir de la peor época de la historia, por mucho que consigan ser el centro de atención esté como esté la entidad. Eso sí, en última instancia, la triste realidad es que Jeanie Buss y Rob Pelinka están cómodos con la situación. Y también un LeBron que, pase lo que pase, seguirá siendo el capitán general de toda una era y el rey de reyes que dominó el mundo más tiempo que nadie antes de entregar su corona. Hasta entonces, los Lakers seguirán mareando, perdiendo algunos partidos y dando espectáculo en otros. Dejando de vueltas a todo el mundo con esa fina dualidad que les hace un equipo difícil de ver un día y cautivador al siguiente. Pero, al final, un proyecto fallido y una historia, la de LeBron, que se aproxima cada vez a un final inevitable. Esa es la realidad de Los Angeles Lakers. Por muy triste que sea.

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