WNBA

Las jugadoras siguen en pie de guerra

La última oferta de la patronal tampoco satisface al sindicato porque mejoran las cifras pero no las condiciones. Así que sigue sin haber acuerdo y el tiempo se acaba.

STEPH CHAMBERS
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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Se acerca fin de mes y se va acabando el tiempo para que la WNBA alcance una solución que guste a las dos partes, patronal y sindicato (franquicias y jugadoras), y se pueda firmar un nuevo convenio colectivo que establezca unas reglas del juego con las que la competición, en un momento crítico de su desarrollo y crecimiento, pueda avanzar sin exponerse al cada vez más cercano colapso que supondría el parón, por iniciativa (huelga) de las jugadoras o por cierre patronal: el temido lockout.

Mientras, otras competiciones multiplican la oferta, cuestionan los modelos clásicos de la WNBA y van transformando el tablero en el que operan las jugadoras en unas carreras profesionales que empiezan a avistar posibilidades que hasta hace poco no existían. Un mérito ganado a pulso por el puro crecimiento mediático de sus partidos y de sus figuras individuales como estrellas, que plantea un nuevo escenario (sobre eso, se puede consultar este artículo) en medio de unas negociaciones que siguen sin enviar buenas noticias y que tocan de lleno a la NBA y al comisionado Adam Silver como elemento finalmente último de una pirámide en la que la liga profesional femenina sigue siendo básicamente subsidiaria de la masculina.

Las jugadoras han rechazado la última oferta de la WNBA, y la propia Liga se ha encargado de filtrarlo a la prensa de una forma absolutamente estratégica. Lo ha hecho con los números más altos y sin contexto, para fijar la idea de que el sindicato (WNBPA) ha rechazado un acuerdo que pondría los salarios máximos en torno a 1,1 millones de dólares cuando ahora están en 249.244. Además, el mínimo subiría de 66.079 a más de 220.000 y la media superaría los 460.000. El objetivo era enviar un mensaje obvio: pero ¿cómo pueden las jugadoras rechazar algo así? ¿Qué es lo que realmente quieren?

La realidad es que, a menos de diez días ya de que caduque la prórroga que se dieron las dos partes para seguir negociando un nuevo convenio (la anterior fecha tope era el 31 de octubre, ahora es el 30 de noviembre), después de que las jugadoras anunciaran en octubre de 2024 que usarían su cláusula para romper el actual al cierre de esta temporada, 2025, la oferta no ha cambiado en lo que es más importante para las empleadas: la fórmula del reparto de beneficios. Al contrario de lo que se ha dicho de una forma insustancial y evidentemente malintencionada, las jugadoras no quieren acercarse de forma artificial a los salarios que tienen ahora mismo los jugadores de la NBA; lo que piden es que el reparto del negocio sí se parezca al de las grandes ligas profesionales masculinas. Que sea una parte similar de la tarta, y que el tamaño de esta decida las cantidades que se lleva cada uno.

En la NBA, que nunca está de más recordarlo, jugadores y franquicias se reparten prácticamente al 50% el BRI (Basketball Related Income), todos los ingresos relacionados directamente con el juego, con los partidos en sí: televisiones, merchandising y restauración, parkings… La distribución de ese BRI entre las dos partes suele ser el gran caballo de batalla de las negociaciones cuando toca renovar convenio. Eso no es distinto a lo que pasa ahora en la WNBA. En el anterior de la NBA, los jugadores recibían una cantidad que oscilaba, según variables, entre el 49 y el 51%; y en el último se han asegurado, en principio, el 51% (queda el 49 para los propietarios). De ese BRI depende el salary cap, el límite salarial que tienen todos los equipos para gastar en salarios cada temporada. Es decir, el volumen del sueldo de los jugadores.

El gran caballo de batalla sigue

Las jugadoras de la WNBA aspiran a una fórmula similar y en unos porcentajes al menos cercanos, si bien es cierto que es más difícil situarse en torno al 50% cuando los beneficios se mueven en números tan altos como los de la actual NBA. Pero como el acuerdo, si se firma, sería para varios años y el negocio de la WNBA va obviamente disparado en un crecimiento exponencial, las jugadoras creen que es el momento de apretar y conseguir un acuerdo verdaderamente beneficioso, revolucionario: justo. Es, para ellas, un ahora o nunca. La patronal, por ahora, no lo entiende así. Y el 30 de noviembre está cada vez más cerca.

La WNBA cocina los datos de tal forma que su oferta parece irrechazable: subir más de cuatro veces los salarios máximos, que no haya una sola jugadora por equipo que opte a ellos y que esa cifra (1,1 millones) se acerque al total del salary cap (completo para cada equipo) de la última temporada: 1.507.000 dólares. Pero las jugadoras han explicado a Front Office Sports, una fuente excelente en todo lo relacionada con esta lucha salarial, los trucos de ese mensaje de las franquicias. Para empezar, esa cifra de 1,1 millones es el máximo al que puede llegar una jugadora, no el salario base, el firmado. Este sigue sin moverse con respecto a propuestas anteriores y anda entre 800.000 y 850.000 dólares. A ese millón y un poquito más se llega sumando otros ingresos: pellizco del reparto de ganancias (que todavía no ha alcanzado nunca las condiciones para aplicarse, por cierto), bonus firmados en el contrato y acuerdos de marketing tutelados por la franquicia.

En cuanto a los bonus que se pueden firmar en el contrato, en los actuales se dividían así: 11.356 dólares por jugadora que ganara el anillo de campeona; 5.678 por acabar como finalista; 15.450 para la MVP; 10.000 para cada integrante del Mejor Quinteto y 5.150 para cada jugadora del Segundo; 2.575 por ser all star y 5.150 para la MVP de ese All Star Game.

Los acuerdos de marketing vinculados a la franquicia pueden dar a una jugadora, desde 2021, hasta 250.000 dólares extra en un año de contrato, pero casi ninguna de las principales aceptar firmarlos porque muchos entran en colisión con los que puede acordar por su cuenta para explotar, de forma más lucrativa, sus derechos de imagen. Y el reparto de beneficios también es engañoso, e injusto, ahora mismo. En el modelo actual, que la WNBA no quiere tocar, se necesita llegar a un objetivo de crecimiento de ingresos y, a partir de ahí, las jugadoras se llevan un porcentaje de lo que exceda esa cantidad, sacado del total que va a un fondo. Es decir, las jugadoras se llevan un porcentaje del extra a partir de un techo. Desde 2020 esa cifra clave empieza a partir de un aumento del 20% de los beneficios. Pero como se calcula de forma acumulativa, el impacto de la temporada del COVID en 2020 lo ha ido dejando sin efecto real en los salarios.

La WNBA vende este sistema como óptimo para las jugadoras porque no establece ningún techo predeterminado: la cifra será tan alta como se dispare ese exceso de ingresos. Pero el sindicato quiere, como sucede en NBA y NFL, un porcentaje fijado del total de los beneficios, sean estos los que sean. En 2022, según Bloomberg, los salarios de las jugadoras supusieron tan solo el 9,3% de los ingresos totales de la WNBA. Desde ahí, el aumento del salary cap ha crecido en rangos establecidos de solo un 3% anual. Eso es lo que han ido aumentando los salarios de las jugadoras en una Liga en la que, según Deloitte, los ingresos saltaron de 710 millones en 2024 a 1.003 en 2025. Por eso las jugadoras creen que aunque estén recibiendo ofertas por mucho más dinero, el sistema seguiría siendo injusto si las aceptan. Y sería así durante los próximos años. Así que han vuelto a decir no y la cosa continúa como estaba… con cada vez menos tiempo para encontrar una solución.

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