Giannis dice basta
El griego se hace cargo de la situación de los Bucks y lidera una racha de seis victorias consecutivas, ocho en los últimos nueve partidos. Su papel, estelar, le hace optar de nuevo al MVP.
Generalmente (las excepciones son parte de la vida) hay tres formas tradicionalmente aceptadas para cambiar el rumbo de una franquicia dentro de una misma temporada. La primera, muy rara de ver, es la mejora de un equipo que lleva una muy mala dinámica por cambios tácticos realizados sin tocar nada de la entidad a nivel estructural. Es decir, mejorar porque sí, hacer algo distinto cuando estás acostumbrado a no cambiar nada. La segunda, la más habitual, son los cambios, ya sean en forma de traspasos en el mercado o con el despido de un entrenador y la llegada de otro. Y la tercera, que no tiene mucho recorrido a largo plazo pero es una maravilla desde el punto de vista del aficionado, es la que está llevando a cabo Giannis Antetokounmpo: que la estrella de turno, el jugador franquicia, lleve sus cualidades baloncestísticas al límite para lograr victorias por lo civil o por lo criminal. Algo que permite ver el nivel excelso del responsable en cuestión, que se deja de adaptar a las reglas de la plantilla o al organigrama de la entidad y se dedica a hacer todo lo posible a nivel individual, cueste lo que cueste.
No es la primera vez que lo vemos: en la 2018-19, James Harden se dedicó a anotar a mansalva para liderar a los Rockets a varias victorias, llevando hasta el extremo ese estilo del que es heredera la NBA, el de los triples y los puntos bajo canasta, eliminando la media distancia. Más atrás, en la 2012-13, Kobe Bryant decidió hacer gala de su exhibición pasadora y su visión de juego para multiplicarse, volver a hacer de todo en pista con 34 años y liderar a los Lakers a playoffs. Entre medias de ambos casos, LeBron James se convirtió en la 2017-18 en una asombrosa máquina de hacer estadística, sumar minutadas en regular season y la fase final y liderar a los Cavaliers a las Finales, algo tan inopinado como merecido, fraguado con una de las mayores exhibiciones jamás vistas en las eliminatorias por el título, con partidos épicos del Rey un día sí y otro también. LeBron llegó más lejos que Harden o Kobe (que se acabó lesionando del tendón de Aquiles e inicio su particular caída a los infiernos), pero, al final, el resultado de todos ellos es el mismo. Al igual que otros grandes que se han visto obligados a hacer lo mismo (Allen Iverson, Michael Jordan, Wilt Chamberlain en la época prehistórica...) con resultados históricos, pero también vacíos. Y al mismo tiempo.
El motivo por el cual todos esos esfuerzos, situados en equipos que son teóricamente candidatos al título, acaban en supuesto fracaso (habría que definir bien esta palabra y analizar todas sus connotaciones, dentro de un contexto en el que se utiliza con una libertad que roza el libertinaje), es que los problemas de fondo nunca se eliminan. Los componentes siguen siendo los mismos con algunos cambios pequeños y concretos, pero no decisivos. Y, por lo tanto, los errores y carencias que había en dichos equipos no se subsanan, haciéndose más obvios cuando más competitiva se vuelve la cosa. Pero eso no quita que se disfrute del increíble nivel de jugadores que tienen un talento único que tienen que explorar para llegar lo más lejos posible, aunque eso no signifique llegar al final. Es, otra vez, lo que le está pasando a Giannis Antetokounmpo. Que está haciendo un esfuerzo extraordinario, titánico, en unos Bucks que enderezan un inicio de temporada más que cuestionable gracias a su estrella. Algo que no soluciona lo disfuncional de cara al objetivo final, pero que está permitiendo ver una versión absolutamente increíble del griego.
Una cuestión de timing
El golpe sobre la mesa de Antetokounmpo llega en un momento en el que los Bucks se han diluido como proyecto tras el anillo de 2021 y su estrella está más cuestionada que nunca. La franquicia ha ido cambiando cosas y aferrándose a Khris Middleton y una recuperación que nunca llega mientras Giannis se hacía con el control total de todo. La era de los jugadores empoderados tiene como resultado ejemplos así, con un jugador generacional haciendo y deshaciendo a diestro y siniestro para sus fines personales y sus filias y fobias. El resultado fue el descenso a los infiernos de una entidad que lleva dos eliminaciones consecutivas en primera ronda de playoffs, algo impensable para un teórico candidato al título que en realidad no lo es y que ha quedado sepultado bajo los constantes deseos de su mesías, ese que prometió que vestiría la camiseta de los Bucks para siempre, pero que posteriormente se dedicó a amenazar con su salida todo lo que pudo y más para que se cumplieran sus peticiones, definitivamente convertidas en exigencias.
Los desmanes de Giannis han dado como resultado un equipo muy distinto a aquel que ganó el anillo. Jrue Holiday salió en el traspaso que llevó a Damian Lillard a Milwaukee y se coronó con los Celtics, máximos rivales. Lillard no ha funcionado y la cultura defensiva que hizo a los Bucks campeones desapareció. Mike Budenholzer fue despedido, Terry Stotts salió cuando acababa de llegar a un puesto de asistente y los tejemanejes de Antetokounmpo entre bambalinas acabaron con el efímero paso del novato Adrian Griffin en favor de... Doc Rivers. Un movimiento que nadie entendió para rescatar del pozo a un entrenador denostado con todo merecimiento, al que la fama de buen tío (que lo es) ya no le justificaba su presencia como entrenador (que, inexplicablemente, sigue teniendo). Llegó, se quedó y ya no se movió. La deriva propició lo que hemos visto hasta ahora, con algún fracaso de Giannis a nivel internacional con Grecia. Y, de repente, apenas tres años después, los Bucks son una sombra de lo que fueron cuando ganaron un campeonato que tardaron 50 años en volver a conquistar.
¿Redención o espejismo?
La situación parecía explotar esta temporada, una de un inicio pobre, con una plantilla parcialmente envejecida, estrellas cuyo mejor momento había pasado, problemas en el lanzamiento y sin especialistas defensivos, además de un entrenador que pasó de tener una reputación intachable a una cuestionable; y, después, a una totalmente negativa. Pero Giannis ha dicho basta y se ha hecho cargo de la situación después de rumores sobre su marcha filtrados por él mismo en una situación que ya rozaba la ignominia: las eternas promesas de su entidad desaparecieron cuando quería que se hiciera lo que él quería. Y ahora, cuando lo ha conseguido, llevándose por el camino un contrato de 228 millones en cinco temporadas, una ingente cantidad motivada por la positiva evolución de salarios en lo referente a las estrellas, que no tanto por una clase media que ha recibido un duro golpe con el nuevo convenio colectivo. Antetokounmpo, hasta arriba de dinero, vio como las cosas que había exigido con tanto ahínco no funcionaban y su salida se volvía a barajar. Pero antes ha habido un resurgimiento.
Por gracia divina o más bien porque en realidad, Giannis Antetokounmpo es una absoluta estrella, uno de los mejores jugadores europeos de todos los tiempos y, en definitiva, uno de los mejores jugadores de la historia, los Bucks han regresado de las tumbas en el momento en el que su hombre de acción se ha dedicado a practicar el baloncesto y dejar de intentar controlarlo todo o hacer declaraciones incendiarias después de cada partido. Y eso se ha notado: la franquicia de Milwaukee lleva seis victorias consecutivas y ocho en los últimos nueve partidos. Giannis ha disputado ocho de esos encuentros, consiguiendo tres triples-dobles y tres dobles-dobles. Sus promedios son de 34,5 puntos, 11 rebotes, 8,3 asistencias y 2 tapones con un 61% en tiros de campo. Y protagonizando algunas de las actuaciones más importantes de la temporada: 59+24+7+2+3 ante los Pistons con 16 de 17 en tiros libres; 41+9+8 contra los Bulls. O 42+11+12 en el enfrentamiento ante los Wizards. Los rivales han sido menores (los tres mencionados más Raptors, Hornets por partida doble o Heat, entre otros), pero las victorias se han ido sucediendo. Y eso, en la situación en la que estaba la franquicia, es lo más importante.
Giannis, cuyo sobreesfuerzo no esconde las limitaciones que ya sabemos que tienen los Bucks, está consiguiendo estirar al máximo sus cualidades para que su equipo gane partidos. Se va a casi 36 minutos por noche en este periodo de temporada y vuelve a resonar para el MVP. El equipo ya está en positivo (10-9) y en puestos de playoffs tras un sprint formidable. Y Antetokounmpo ha vuelto a los orígenes: físico, atacar la zona de fuera hacia dentro, correr en transición y buscar siempre la canasta, mejorando además en la distribución, donde ha asumido más responsabilidad de forma obligada. Damian Lillard promedia casi 26 puntos con el 38% en triples en las seis victorias consecutivas, Brook Lopez (con 37 años) ha tenido ramalazos de lo que era y Bobby Portis sigue intermitente, pero cuando está bien demuestra por qué el público se enamoró de él. Algo que ya veremos si acaba en rendición o espejismo, aunque está claro que no terminará en anillo. Eso sí, nos permite disfrutar durante este periodo de tiempo de uno de los físicos más portentosos y de uno de los jugadores más dominantes y mejores de siempre. Y eso siempre es una buena noticia. Algo que los Bucks necesitaban. Y mucho.
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