Iguodala: “Cuando teníamos a Kevin Durant entrenábamos veinte minutos”
Andre Iguodala cuenta cómo eran de fáciles las cosas en los Warriors liderados por Stephen Curry y Kevin Durant, un equipo básicamente invencible.
Para muchos, no ha habido jamás equipo como la versión 2016-19 de Golden State Warriors. La del bloque que había sido campeón en 2015 y había ganado 73 partidos en 2016 (más que nadie en regular season) aunque perdió una ventaja de 3-1 en las Finales y entonces fichó a Kevin Durant. Ese equipo solo duró tres años, pero en ellos pareció imbatible a siete partidos. Ganó los anillos de 2017 y 2018 y en 2019 perdió la Final contra los Raptors porque, en gran medida, se lesionaron Kevin Durant y Klay Thompson.
En la temporada 2016-17, y aunque pasaron buena parte de la fase regular acoplando a Durant a un sistema que hasta entonces giraba totalmente en torno a Stephen Curry, los Warriors ganaron 67 partidos (67-15). En playoffs, firmaron seguramente el mejor recorrido de siempre: 16-1, una única derrota ya en las Finales y cuando, después de quince victorias consecutivas, dominaba por 3-0 a unos Cavs que defendían título y que seguían teniendo todo su poder de 2016, con LeBron James y Kyrie Irving al frente.
Los Warriors anteriores tenían un quinteto excepcional (Stephen Curry, Klay Thompson, Harrison Barnes, Dryamond Green, Andrew Bogut) que se convertía en básicamente imparable cuando entraba desde el banquillo Andre Iguodala y se juntaba el quinteto de la muerte (Curry-Klay-Barnes-Iguodala-Green). En la siguiente temporada, Zaza Pachulia era el parche como pívot titular en un equipo que cambió a Harrison Barnes, un buen alero, por Kevin Durant, uno de los mayores talentos de la historia. El quinteto de la megamuerte (Curry-Klay-Durant-Iguodala-Green) es, seguramente, la mejor unidad que jamás ha coincidido en una pista de baloncesto.
Pero es que, además, esos Warriors tenían a Shaun Livingston, David West, Matt Barnes, JaVale McGee e incluso a un todavía inexperto y poco participativo Kevon Looney. Un equipo tan increíble, dirigido por Steve Kerr, que ni siquiera tenía que obsesionarme con los entrenamientos. Iguodala lo ha dejado claro en el podcast Par 3: “Cuando estábamos en nuestro apogeo, cuando teníamos a Durant y sabíamos que íbamos a ganar todos los partidos, entrenábamos a las 11 de la mañana… pero el entrenamiento duraba 20 minutos. Era solo ‘muy bien, asegurémonos de que estamos todos en la misma onda, vamos a preparar un par de jugadas nuevas y a ver algunos vídeos’. No entrenábamos más. Yo iba a las instalaciones a las ocho y media, desayunaba y a las nueve iba a hacer pesas al gimnasio. A las diez salía a la pista y hacía mi entrenamiento personal. Tiraba, preparaba mi físico… todo lo que necesitaba. Pero entonces llegaba el entrenamiento y era ‘¿algo nuevo por aquí? Bien, guay. Chavales, ¿todo bien? Eso es lo que vamos a hacer hoy’. Ser un buen compañero, cuidar a mis chicos. A las doce menos cuarto estaba en el coche y a las doce y cuarto estaba jugando al golf”.
Pero Durant se fue a los Nets en 2019, convencido de que el mejor paso para él era jugar en la Gran Manzana con Kyrie Irving. Su última temporada, aunque los Warriors llegaron a las Finales y podrían haber sido campeones sin lesiones, ya fueron un grupo cansado, desunido, con constantes rumores sobre la desafección y posible salida de Durant y un Steve Kerr que no ocultaba los equilibrios que tenía que hacer para buscar el three-peat con ese núcleo duro que se acabó autodestruyendo. Con un punto de inflexión claro en el encontronazo que tuvieron en pista, en noviembre de 2018, Durant y un Draymond Green que había sido su gran apoyo en el equipo y el jugador que le llamó para reclutarlo en cuanto los Warriors perdieron las Finales de 2016.
Durant, en el podcast All The Smoke, recordaba recientemente así ese momento en el que, en los últimos segundos y buscando anotar a la desesperada, Green no le pasó el balón y ambos se encararon después a la vista de todos: “En ese momento estaba totalmente confundido porque él nunca había hecho algo así. En el banquillo todo el mundo estaba igual, confundido. Y entonces él se calentó y fue contra mí. Que me dijera toda aquella mierda me dejó en shock, me cambió. Empecé a aislarme, a estar solo porque me daba la sensación de que nadie quería hablar de ello y afrontarlo. Que todos querían barrerlo debajo de la alfombra. Y yo creía que teníamos que hablar, que podíamos dejarlo correr pero que no era lo ideal porque era un momento muy trascendente para aquella dinastía”.