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WARRIORS 89 - 93 CAVALIERS (3-4)

LeBron cumple su promesa a Ohio: Cleveland Cavaliers, campeones de la NBA 2015-16

Tras un partido que tuvo de todo y que llegó al último minuto con empate a 89, un triple de Kyrie Irving dio la victoria y el anillo a los Cavs de su historia.

OAKLAND, CA - JUNE 19: LeBron James #23 of the Cleveland Cavaliers holds the Larry O'Brien Championship Trophy after defeating the Golden State Warriors 93-89 in Game 7 of the 2016 NBA Finals at ORACLE Arena on June 19, 2016 in Oakland, California. NOTE TO USER: User expressly acknowledges and agrees that, by downloading and or using this photograph, User is consenting to the terms and conditions of the Getty Images License Agreement.   Thearon W. Henderson/Getty Images/AFP
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OAKLAND, CA - JUNE 19: LeBron James #23 of the Cleveland Cavaliers holds the Larry O'Brien Championship Trophy after defeating the Golden State Warriors 93-89 in Game 7 of the 2016 NBA Finals at ORACLE Arena on June 19, 2016 in Oakland, California. NOTE TO USER: User expressly acknowledges and agrees that, by downloading and or using this photograph, User is consenting to the terms and conditions of the Getty Images License Agreement. Thearon W. Henderson/Getty Images/AFP == FOR NEWSPAPERS, INTERNET, TELCOS & TELEVISION USE ONLY ==Thearon W. HendersonAFP

Los Cavaliers de LeBron James ganan la NBA

El Oracle parecía un silencioso campo de batalla que se fundía al negro entre gritos ahogados de un visitante heroico y un reguero de cadáveres sobre el que se alzaba, como un guerrero de otros tiempos, LeBron James. Herido, agotado y roto por una mezcla inimaginable de emociones mientras su sombra se alargaba sobre la cancha y se transformaba en el mapa de Ohio, o tal vez en el skyline de esa Cleveland a la que regresó para darle fe, devolverle el orgullo… y ganar un campeonato de la NBA. Después, entre el mar de lágrimas que era el vestuario de un campeón improbable y por eso maravilloso, en los ojos de LeBron empezaba a formarse la conciencia de lo logrado, la certeza de una de las mayores hazañas de la historia del deporte. Ha logrado lo imposible y lo ha hecho en un partido que marcará a toda una generación de aficionados. Un drama, una batalla en la que cada palmo de terreno conquistado costó litros de sudor, un ballet brutal. Nadie había remontado un 3-1 en una Final y desde 1978 nadie había ganado el anillo en un séptimo partido a domicilio. Al cielo de la Bahía se van las cuentas sobre sus Finales perdidas y los debates sobre su legado: el legado de LeBron James es esto. Lo imposible, lo inimaginable: el baloncesto. Estos son sus promedios en las dos últimas Finales, en la derrota y en la victoria:

- 2015: 35,8 puntos, 13,3 rebotes, 8,8 asistencias, 1,3 robos y 0,5 tapones.
- 2016: 29,7, 11,2, 8,8, 2,5 y 2,2.

Nunca un jugador había liderado en una serie de playoffs completa, no digamos una Final, en las cinco categorías estadísticas. LeBron ganó su tercer MVP de Finales pero más allá de eso, fuera de todo el significado que podemos comprender con solo un vistazo, está Cleveland. Su Cleveland. Durante años el error junto al lago (“The Mistake By The Lake”), un saco de golpes que solo encontraba decepciones y chistes recurrentes en sus equipos profesionales: 52 años sin un título, ninguno de los Cavaliers. Hasta ahora. Hasta el final feliz y la moraleja. Hasta una hazaña que recordaremos siempre: dónde y cómo la vimos, qué sentimos, qué acabamos pensando. De este jugador que ha trascendido en más de lo que nunca había sido. De este deporte que cuenta historias propias, que no conoce ningún otro. Y de esta competición que difícilmente puede llegar a más. Sobre todo eso, como un guerrero de otros tiempos: LeBron James, convertido en señor oscuro de la NBA justo cuando pensábamos que su tiempo comenzaba a extinguirse.

A falta de un minuto para el final, el último minuto del último partido de la temporada, el marcador era 89-89… y el total de la Final 699-699. Nadie había anotado en más de tres minutos y medio y cada posesión (se fallaron doce seguidas entre los dos equipos) era un galimatías que pedía a gritos héroes que les dieran forma, que dibujaran un Picasso entre las alambradas. Curry y LeBron intercambiaron fallos hasta que Kyrie Irving, un genio bohemio que se ha descubierto a sí mismo en plenitud en esta eliminatoria, anotó un triple ya histórico a falta de 53 segundos… y delante de Stephen Curry, que volvió a fallar después y dejó el partido pendiente de un tiro libre final de LeBron. Los Warriors murieron donde siempre han matado, deshechos en un final que dependía de un tiro, de una genialidad o de un golpe de decisión. Es un final trágico, horrendo, para el año del 73-9, el de las 88 victorias, el de los récords de triples… y de casi todo lo demás.

Los Warriors se pasaron los últimos 4 minutos y medio sin anotar, sin saber si aplicarse con su circulación o ponerse en manos de los Splash Brothers. Nada funcionó: Curry se quedó en 17 puntos y 4/14 en triples. Klay Thompson en 14 y 2/10. Entre los dos, 6/24 y ni uno solo cuando toda la temporada dependía de ello. Sin Bogut, con Iguodala renqueante y haciendo todo lo humanamente posible y con demasiados jugadores fuera de foco, estos Warriors roídos hasta el hueso fallaron todo cuando solo necesitaban meter un tiro o dos más. Solo eso para amarrar la mejor temporada de la historia. Así es el deporte, un juego de espejos del que también sale un terrible reflejo para Draymond Green: 32 puntos, 15 rebotes, 9 asistencias, 6/8 en triples y un partidazo enorme (aunque de más a menos) que durante todo el verano no hará más devolverle a su sanción del quinto partido. Cuando la Final, quién se acuerda ahora, parecía abocada al 4-1. Desde ahí, una pesadilla para su equipo y una lección para el extraordinario ala-pívot. Una de sombra ominosa y alargada.

Los Cavs, de lado a lado del cuadrilátero (87-83 a falta de 5:37, los Warriors solo anotaron una canasta más) ganaron por pura resistencia y un emocionante ejercicio de supervivencia. Eso han sido, y el término es cualquier cosa menos peyorativo, desde el sepulcro del 3-1. Steve Kerr nunca había perdido tres partidos seguidos como entrenador y sus Warriors cierran los playoffs con las mismas derrotas y una más en casa (9 y 3) que en toda la Regular Season (9 y 2). Otra ironía amarga sobre la que se alza un campeón improbable, al que durante todo el año imaginamos peor que sus iguales del Oeste. A punto de firmar el desarme, los Cavaliers optaron por seguir hasta donde llegaran las fuerzas, la versión más extrema de ese grito que ha propiciado tantas proezas en la historia del deporte: es tan condenadamente difícil que precisamente por eso podemos hacerlo. Reunieron toda la energía de la que disponían, física y mental, y se parapetaron sobre unos sistemas brillantemente simplificados por Tyronn Lue, otro enorme triunfador en estos playoffs. Balón en las manos de LeBron, y si no en las de Irving. Y si no a rebotear, y si no a defender… y siempre, volver a empezar. Hasta donde lleguen las fuerzas.

LeBron no estuvo a la altura de los dos partidos anteriores pero éste era más de percusión y emboscadas que de números en cascada. Terminó con 27 puntos, 11 rebotes y 11 asistencias. Falló muchos tiros y perdió 5 balones pero puso tres tapones que, ahora mismo lo parece, contaron más que un buen puñado de canastas de otros. El último inhumano, recuperando en un contraataque de Iguodala que, con el público en pie, iba a reventar el nudo que se estaban haciendo los Warriors. En ese tapón imposible estuvo medio partido, la Final, el mensaje: LeBron, este LeBron, es un jugador imposible. Mucho más que un MVP, mucho más que un campeón… o sencillamente solo eso: un campeón.

Los Cavaliers fueron mejores en el final que les convenía, un cruce de acciones individuales casi sin fuerzas y casi todas sin tino. Pero, en su plan simplificado de supervivencia, tenían más claro cómo rascar los últimos puntos de la Final, los definitivos. Los Warriors se olvidaron de ser los Warriors y se abandonaron a una serie de tiros imprudentes, lo que en realidad también es ser los Warriors. Pagaron de repente todos sus pecados de la última semana, toda su flaqueza cuando solo quedaba dar un paso después de una temporada devorando kilómetros a la carrera. Ante eso, y cuando se buscaban héroes, claudicaron ante un Kyrie Irving que anotó 17 de sus 26 puntos en la segunda parte y que hizo exactamente lo que tenía que hacer: dar sostenibilidad a los minutos de atasco de LeBron. Detrás de ellos Tristan Thompson, JR Smith y hasta Kevin Love hicieron lo poquito que hacía falta para que los Cavs cayeran por su propio peso en la línea de meta, agotados pero un palmo por delante de un rival sin su profundidad y su universo de soluciones, que se desangró cada vez que un pívot (Ezeli, Varejao) pasó por la pista. Como un mago al que de repente le abandona la magia, los Warriors se quedaron petrificados, incapaces de aplicar todo lo bueno que les había llevado por delante al descanso (49-42) y sin fuerzas para sacar tajada de su último golpe sísmico, con el remontaron un peligroso 61-68.

No hubo rachas de Curry y Thompson que dinamitaran el partido, ni un par de triples salvadores surgidos de cualquier parte, ni circulaciones supersónicas para anotar debajo de la canasta. En el último cuarto no hubo nada: angustia, una presión irrespirable, una tristeza sobrevenida antes de tiempo. La certeza de que estaban en el escenario que convenía a un rival sin nada que perder y capaz de saltar de milagro en milagro. Hasta el tapón de LeBron a Igudoala y el triple de Irving sobre Curry. Las dos jugadas que quedarán para siempre tras una Final esplendorosa, épica, agotadora… extraordinaria. Una que escondía un guion en el que nadie creía, seguramente y hace no tanto ni los propios Cavaliers. Nadie salvo LeBron. Rey de Akron, de Cleveland, de Ohio y, ahora mismo, de toda la NBA. Otra vez.