SOCIEDAD

La cárcel más grande del mundo: así es su día a día

El Centro de Confinamiento del Terrorismo, en el pequeño municipio de Tecoluca, El Salvador, con capacidad para 40.000 presos, es el reflejo de la guerra abierta de Bukele contra las maras.

SECRETARIA DE PRENSA DE LA PRESIREUTERS

En el centro de El Salvador hay un pequeño municipio que, entre cerros verdes y vírgenes y partido por el río Lempa, es capaz de encerrar todo el mal del país. Tecoluca. Allí vive un gigante de hormigón, cuyos muros, coronados por alambradas electrificadas, se elevan hasta los once metros y superan los dos kilómetros de largo. “La cárcel más grande de toda América”, dijo el ministro de Obras Públicas salvadoreño, Romeo Rodríguez, al carismático presidente, Nayib Bukele. Se olvidó de matizar: es la más voluminosa de todo el mundo.

Veintitrés hectáreas. Ocho pabellones. En este mar de barracones, similar a un aeropuerto si se observa desde el cielo, hay espacio para “40.000 terroristas, quienes estarán incomunicados del mundo exterior”. Insiste Rodríguez en la impenetrabilidad del recinto. Dentro, 12.000 presuntos pandilleros de El Salvador. Cráneo rapado; muchos con la cara escondida tras incontables tatuajes, como una fachada del Barroco. Son la imagen de la guerra declarada de Bukele contra las maras.

Historias detrás de los barrotes

Se encuentra a 74 kilómetros al sureste de San Salvador, pero el aislamiento eleva la distancia a un universo entero. Hasta allí se ha desplazado la agencia AFP, con la llave que separa dos mundos en la mano. Se internan. Dentro, los pabellones tienen un techo curvo, forma que permite una ventilación natural para los presos, con tragaluces, que filtran los rayos del Sol, y que poco o nada se parecen al de la obra de Buero Vallejo. Debajo, celdas de 100 metros cuadrados. Dentro, de 60 a 75 reclusos.

“Aquí estamos perseverando día con día, tratando de cambiar con ayuda de nuestro Dios”, dice a la agencia de noticias un tal José Hurquilla Bonilla, de la pandilla Barrio 18. Muchos de los presos están acusados de pertenecer a la Mara Salvatrucha y, precisamente, a Barrio 18. Ambas nacidas en Los Ángeles durante los años ochenta. “Cuando uno es niño, cualquiera le miente y lo endulza, uno cae en un error, y cuando va creciendo se viene a dar cuenta”, dice a AFP Nelson Velásquez, un reo de 37 años. En su cabeza, un tatuaje: “MS-13″. Matrícula de las maras.

Pandilleros son llevados a su celda en el Centro de Confinamiento del TerrorismoSECRETARIA DE PRENSA DE LA PRESIREUTERS

En la celda todos comparten dos inodoros y dos piletas con agua corriente para el aseo. También hay dos recipientes con agua para beber. Desplegados, con las manos amarradas, visten de la misma forma. El uniforme de la cárcel más grande del mundo está constituido por un pantalón corto y una camiseta, ambos de un blanco impoluto. Como la nieve. Según cuenta Velásquez, ya ha cumplido durante 15 años por otros delitos diferentes. El ropaje, impecable.

La tinta de una guerra callejera

En marzo de 2022 el Congreso salvadoreño decretó, a petición de Bukele, un régimen de excepción. Esa fue la salida que encontró el presidente al descenso que hacía el país a los infiernos de la criminalidad, escenificado en las calles donde perdieron la vida 87 personas en apenas tres días. Punto y aparte. Endurecimiento de la ley y nueva prisión para encerrar todo lo que pasase por encima de la norma. “A la fecha son un poco más de 7.000 los liberados”, ha asegurado el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro. Desde que inició el estado de emergencia han sido encerradas en torno a 72.000.

Varios pandilleros son trasladados en medio de un pasillo policial al Centro de Confinamiento del TerrorismoSECRETARIA DE PRENSA DE LA PRESIREUTERS

Organismos por los Derechos Humanos de todo el globo han denunciado esta situación. La juzgan extrema. Entienden la crisis, no la medida. Tras los muros de esta cárcel las quejas apuntan a la falta de comida, según apunta la procuradora de DDHH, Raquel Caballero. Un equipo sanitario de medio centenar de personas procuran el buen estado de unos reos sin posibilidad de ver a sus familiares, pero con un historial grabado a fuego, cicatrices y tinta en la piel; escrito en las ojeras de miradas penetrantes.

Hay comedores, salas de descanso, gimnasio y mesas de ping pong. Todo para los guardias. Contrasta con las llamadas “celdas de castigo”, sumidas en la más absoluta oscuridad, donde sumen a los presos con mala conducta. También dentro del infierno hay diferentes mundos. Una realidad paralela y magna, donde corren ríos de una tinta callejera que sobresale por las prendas blancas que visten historias entre barrotes; en lo más profundo de un municipio salvadoreño cuyo nombre responde a Tecoluca.

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