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Quién fue Griselda Blanco, la narcotraficante que interpreta Sofía Vergara en su nueva serie de Netflix

Se crió en la absoluta pobreza, mató a su primera víctima con once años y fundó el Cartel de Medellín. Su vida se escribe con la sangre con la que bañó las calles en los años de la guerra de las drogas.

La suya es una historia de sangre y ceniza, de plomo y pobreza. Su vida transitó por una cierta penumbra, eclipsada en muchas ocasiones por la fama que los medios —también la pequeña y la gran pantalla— le otorgaron a aquel que en tiempos se cobijó bajo su ala. Un tal Pablo Escobar. Pero las calles no olvidan. Y el cinematógrafo tampoco. Ahora el reto de Sofía Vergara es mayúsculo: encarnar a la temida Viuda Negra, la firme Madrina de la Cocaína. Revivir entre claqueta y guion a la singular Griselda Blanco.

Abrió los ojos por primera vez en 1943. El planeta debía aprender a vivir tras el terror de una Segunda Guerra Mundial que había cambiado para siempre el paradigma de las principales naciones. Cesaron de sonar las armas en el Viejo Continente y empezaron a escucharse los ecos lejos de allí. En Colombia empezó ‘La Violencia’, dos décadas de agudo conflicto interno que iniciaron por el problema histórico de las tierras, concentradas en pocas manos y sin una reforma agraria efectiva, y terminó con casi 200.000 colombianos muertos. Griselda nació en una familia pobre y dentro de esta trágica coyuntura que, de alguna forma, nunca abandonó.

Del barro al Olimpo navegando en sangre y dinero

Según la voz de un antiguo amante, su infancia no conoció otra versión que la del miedo. No el suyo. La pobreza le hizo robar carteras y prostituirse, sumir el día a día en un abuso desmedido de la fuerza y probar el sabor de la sangre. En una ocasión secuestró a un niño y pidió una recompensa. Quizá fue el tiempo, que se agotó sin que los padres del muchacho reuniesen el dinero suficiente para su rescate; puede que fuera el aviso a la policía. Griselda tenía once años cuando decidió disparar aquella pistola.

Voló de Cartagena con apenas dos pesos en la cartera. Y llegó a Medellín. Con 21 años ya tenía tres hijos, había sufrido los abusos del novio de su madre y contraído nupcias con un delincuente sin escrúpulos. Cuentan las malas lenguas que más tarde mandaría matarlo. En cualquier caso, eso llegaría después; tras conocer a su segundo marido, Alberto Bravo, entró de lleno en un globo que cambiaría su país décadas después. El narcotráfico.

Aquella vida se desarrolló en dos planos, en un vuelo constante entre Estados Unidos y Colombia del que nunca se bajaría. Corría el año 1976 cuando fundó, junto a Pablo Escobar, los Ochoa, Carlos Lehder y otros tantos lo que, cuando estalló la guerra de las drogas en Miami, fue bautizado por la DEA y el FBI como el Cartel de Medellín. Ella entonces no lo sabía, o quizá sí, pero había entrado en los libros de historia por la puerta de atrás.

Era buena siendo mala. Nadie le superaba en aquello de quitar vidas y convertir muertes en negocio. Despilfarraba billetes con una facilidad casi heredada, ataviándose de extravagantes ropajes y alimentando la cara peculiar que todas las leyendas necesitan. Cuando unos sicarios emboscaron a su marido y terminaron con su vida, todos miraron a Griselda. Otras versiones cuentan que fue ella quien lo hizo al descubrir que le engañaba. De una forma u otra, como si se hubiese bebido su alma, adoptó el sobrenombre de Viuda Negra. Y se lo creyó hasta tal punto que hizo real el canon cultural de que todos los mafiosos resentidos tienen detrás a una madre sin piedad: llamó a su último hijo Michael Corleone.

Durante este tiempo fue tan inexorable como intocable. Era el rostro opuesto a la misericordia. Se rodeó de Los Pistoleros, un grupo organizado de asesinos que únicamente aceptaban ingresos en la banda si, tras matar a alguien, le mutilaban. De brazos sin dueño se llenaron las calles. Los muertos se multiplicaron bajo su reinado del terror, llevándose todo por el camino —maridos incluidos—, volviéndose la cúpula algo más que un triunvirato al elevar a Pablo Escobar, cuyo potencial no había pasado desapercibido para ella, a lo más alto.

Y así, entre sangre y montañas de dinero (facturaba más de 80 millones de dólares al mes), se fue acercando a la inmortalidad a medida que abandonaba lo terrenal. Hasta que se dio de bruces con la tierra, que siempre reclama lo que es suyo. La policía terminó atrapándola. La condena, a la que se sumó la confesión de uno los Pistoleros que otrora la defendió, ascendió a 20 años. La Patrona ingresó en prisión. Cuando salió en 2004 el mundo era muy diferente. El Cartel había caído hacía varios años y eran otros los que manejaban los hilos del narcotráfico. Su imperio se redujo al recuerdo de las calles, que siempre llevaron y llevarán su nombre tatuado en las aceras.

El 3 de septiembre de 2012 fue un día normal y corriente. Griselda estaba cerca de cumplir los 70 años y se disponía a comprar en la carnicería Cardiso, en la esquina de la calle 30 de Medellín. En la lista tenía osobuco y aguayón. Pagó y se fue. Cuando atravesó el marco de la puerta y vio la luz del Sol no le dio tiempo a sorprenderse. Dos disparos en la cabeza. El autor del crimen se marchó andando. Luego cogió una moto y desapareció.

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