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Carmen Lomana, sobre el día que decidió donar los órganos de su marido: “Me desmayé”

La socialité ha recordado el duro episodio que afrontó al enterarse del fallecimiento de su difunto cónyuge, Guillermo Capdevila, por muerte cerebral.

El matrimonio entre Carmen Lomana y Guillermo Capdevila, uno de los más mediáticos de su momento, llegó a su fin de forma abrupta cuando la noticia del fallecimiento de él ocupó, sin previo aviso, las portadas de todos los periódicos. Fue el 10 de enero de 1999, año en el que celebrarían las bodas de plata. Aquello ha regresado hoy a la memoria de los telespectadores que visionaran Espejo Público, donde, a través de Morir para dar vida, reportaje de Alonso Caparrós, han escogido el tema de la donación de órganos como eje central de una parte del programa.

De todas las declaraciones que recogía el reportaje, las palabras de Lomana han resultado especialmente simbólicas por la dureza de la situación, la quiebra que produce en la imaginación de aquellos que creen ponerse en la situación de la empresaria y lo inédito de ellas. “Queremos que escuchéis la experiencia de Carmen Lomana, que habla como nunca sobre esto”, ha presentado Susanna Griso la sensible apertura de su caja de los recuerdos.

“No podía tomar una decisión así”

“Mi marido tuvo un accidente de coche. Cuando me avisaron, fui al hospital y le vi, pensaba que no tenía nada. Le toqué, estaba caliente, le di un beso y le dije que ya estaba allí, que no se preocupara”, inició el relato Lomana, destacando que, mientras tanto, sentía cómo los médicos no dejaban de mirarla. Uno de ellos se acercó y dio la noticia. Estaba muerto. “Digo ‘pero qué tontería me está diciendo, si está caliente, mi marido está bien. ¿Es muerte cerebral?’. Me respondieron que sí, que tenía encefalograma plano y que había que desconectarlo”, explica la socialité.

El contexto de la situación le hizo deducir el trasfondo de aquello. “Entonces a mí se me encendió una bombilla, me están diciendo que es el típico caso de trasplante de órganos. Me dijeron que sí, pero que no se atrevían a decírmelo”, detalla, matizando después que ella se negó en absoluto. Pero insistieron. “Se podían salvar un montón de vidas”, fue la frase que se le vino a la cabeza y la que le hizo abrazar la duda en torno a su decisión.

“Me cuesta tanto hablar de esto, se me vienen todas las imágenes”, se rompe Lomana en la reconstrucción de aquel doloroso episodio. Traga saliva. “Nunca habíamos hablado del tema, no podía tomar una decisión así. Le abracé y le pedí que me arrojara algo de luz, que qué le gustaría hacer”, rememora. Cuando se acercaron a ella para que decidiera, la situación terminó por sobrepasarla: “Les dije que hiciesen lo que quisieran, que si servía para algo bueno, adelante. Yo no me iba a oponer. Dije eso y me desmayé sobre su cuerpo”.

Asegura que siempre le ha acompañado la incertidumbre acerca de su posición, que nunca supo si hizo bien hasta que un día, junto a Natalia Figueroa y Raphael, quien vive gracias a un hígado trasplantado, se reconcilió: “Cada vez que hablo con alguien al que le han trasplantado me siento feliz, me pregunto quién será quien tenga el corazón de mi Guillermo”.

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