TELEVISIÓN

Ángel Cristo Jr. y su novia se casarán el domingo en ‘Supervivientes’

El hijo de Bárbara Rey hincó la rodilla en la playa hondureña tras reencontrarse con Ana Herminia y después de que Carlos Sobera ejerciera como improvisado maestro de ceremonias.

Baña la costa de los Cayos Cochinos un manso oleaje de espuma y surrealismo. Quema la arena y el paso de los días en la ínsula hondureña: las manecillas imaginarias del reloj solar que dibuja la sombra de los cocoteros tatúan cansadas ojeras bajo unos ojos desconfiados que otorgan al rostro de cada participante la amarga sensación que se desprende de aquello que uno empieza a entender que está haciéndose demasiado largo. Siendo el fantasma del hartazgo el que sobrevuela la isla, la aparición casi mariana de Ana Herminia, novia de Ángel Cristo Jr., ha desatado una explosión amorosa que ha envuelto a ambos hasta anunciar, sin medias tintas, que se casarán en esa playa.

Hubo que esperar unas horas para la noticia. Primero debió realizar una prueba que enfrentó a la joven contra Miri, Marieta y Gorka; después se produjo el reencuentro. Cenaron jamón y frutas. Se pusieron al día. “Esto es duro, pero no por el sitio, sino por los compañeros”, confesó el hijo de Bárbara Rey, a lo que ella añadió, completando el retrato de la preocupación, cómo vivió la experiencia de su amado desde la lejanía: “La primera semana lo pasé fatal. Le dije a mi amigo de Nicaragua si tenía contactos en Honduras para saber cómo estabas de verdad”. Después vendría el asunto de las nupcias.

“¡El domingo boda en Honduras!”

Andaban ambos sumidos en esas conversaciones que deseaban mantener desde el momento en que se separaron cuando entró en escena la voz de Carlos Sobera, conocedor de la intención y voluntad de ambos de contraer matrimonio, que dejó a caer lo que viene a conocerse como propuesta indecente: “Ya sabemos que se quieren casar, pero queremos saber si quieren casarse en Honduras”.

La respuesta de Ángel Cristo Jr. fue recoger un guante que, podría decirse, él mismo lanzó: “Claro que sí. Yo ya le pedí permiso a su padre, así que me podría casar en Honduras”. Se levantó, dejó la cena en la mesa y, sonrisa en la cara y bandana roja en la cabeza, hincó rodilla: “Amor de mi vida, ¿te quieres casar conmigo?”. “Sí”, dijo ella, con la cabeza torcida por una ilusión cómplice que inclinaba su boca. Estaba por atardecer.

La bonita estampa tenía un maestro de ceremonias vasco y vociferando desde un plató en España: “¡Tenemos boda en Honduras! No sé cuándo, cuando nos dé tiempo. Creo que el domingo... ¡el domingo boda en Honduras”. Faltó lanzar arroz. En los Cayos Cochinos ya se escuchan carruajes.

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