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La mejor final de la historia, claro que sí

No recuerdo un último duelo como este, con tanto contenido, con tanta leyenda, con tanta emoción. Ese Messi-Mbappé traía envuelto un Messi-Maradona y un Mbappé-Pelé, sobre los que se empezaban a establecer comparaciones apresuradas.

¡Qué final! Antes de cumplirse el tiempo reglamentario ya nos preguntábamos en el Carrusel si ésta podía ser considerada de la mejor final de la Historia. Durante setenta minutos Argentina había manejado el partido de la mano de Messi, Francia estaba desconocida, abatida. En eso, un relámpago: dos goles de Mbappé en minuto y medio, un golpe argumental inesperado, Mbappé sembrando el terror, Argentina dando sensación de agotamiento…

Repasé en la memoria lo que conozco por lecturas y testimonios de algunas finales ya casi remotas, el Maracanazo en el 50, el Milagro de Berna en el 54, luego otras posteriores, ya seguidas por televisión o en directo… Apunté como competidora la del 66, Inglaterra-Alemania, con empate sobre la hora de Weber y prórroga con gol fantasma de Hurst. Recordé la emoción de aquel día, comparable, y la polémica eterna de aquel gol fantasma, pero le faltaban algunos ingredientes, entre otros un duelo similar al Messi-Mbappé. Repasé más recientes… Mientras, siguieron pasando cosas: Mbappé con sus carreras, Messi con un disparo final que estuvo a punto de evitar la prórroga, salvado milagrosamente por Lloris.

Y luego todo lo que vino después. No, no recuerdo final como esta, con tanto contenido, con tanta leyenda, con tanta emoción. Primero, ese duelo Messi-Mbappé traía envueltos otros dos paralelos, el Messi-Maradona y el Mbappé-Pelé, sobre los que se empezaban a establecer comparaciones apresuradas. Si ganaba Francia, Mbappé tendría dos mundiales con 23 años, los que tuvo Pelé a los 21, y podría postularse para, con tanto tiempo por delante, mejorar su plusmarca de tres. Pero sobre todo latía el de Messi con Maradona. El de Messi con o sin ese Mundial del que entre todos hemos hecho algo así como un examen de Selectividad que puntuara tanto como toda su carrera previa. Messi no fue a Qatar deseando este Mundial, sino necesitándolo. Lo ha jugado con una concentración extrema, con fe de iluminado, con una capacidad de arrastre sin igual. Y con toda su ciencia.

Eso le daba en sí un interés extraordinario al partido. Y luego, todo lo demás: la sorpresa de una Argentina mandona que devoraba a Francia, el penalti discutible, el gol de bandera, jugadas ambas con el entrañable Di María por medio, el partidazo de Mac Allister, De Paul, Julián Álvarez, Molina… El raro hundimiento de Griezmann, la incomparecencia de Mbappé, los cambios de Deschamps, difíciles de entender. Hasta que pasó lo que pasó. Wenger había advertido en sus conclusiones del Mundial que Francia siempre mejora a partir del minuto setenta, y fue por ahí cuando llegaron los dos goles franceses, vía Mbappé, en minuto y medio. Y de repente, todo se altera. Recordé una entrevista de Woody Allen en L’Equipe en la que decía que le gustaba el deporte justamente por eso; que ni la mejor película ni la mejor obra de teatro pueden ofrecer los repentinos vuelcos argumentales que provoca el deporte. Y en esta final pasó. De repente Mbappé le robó los focos a Messi, Argentina se desconcertó, la ley de los vasos comunicantes provocó que el crecimiento de Francia achicara a Argentina. Algunos argentinos habían corrido tanto que sufrían pero, ¿cómo meter cambios en un partido tan acelerado? ¿Cómo sacar a alguien en frío en ese ambiente trepidante? Scaloni prefirió seguir con los mismos hasta la prórroga, que alcanzó a duras penas.

Y ahí sí, ahí vino el respiro para recobrar la calma mientras Francia lamentaba, ahora ella, no haber rematado el partido cuando lo tuvo en sus manos. Ahora Scaloni administró sus cambios, pero aun con tantas piernas frescas en uno y otro lado la tensión y las incesantes carreras hicieron que la prórroga se abriera, que provocara un fútbol desordenado y vibrante, en el que Argentina seguía pivotando en torno a Messi, que ayer sí corrió porque nadie se libraba, y Francia lo fiaba todo a las carreras de Mbappé. Hermoso final, cara a cara, de poder a poder, con un gol más por cada lado, con dos llegadas incluso en el último minuto del descuento de la prórroga, una en cada portería. La primera, resuelta con una parada milagrosa del ‘Dibu’ Martínez a remate a quemarropa de Kolo Muani, la de vuelta en un cabezazo claro que Lautaro echó fuera en el ultimísimo suspiro.

Y de postre, los penaltis, con Mbappé y Messi abriendo el paso. Messi había marcado uno en el partido, Mbapé dos. Abrió el baile derrotando de nuevo al ‘Dibu’ con un tercer disparo por el mismo lado que los dos anteriores. Messi replicó con una serenidad contagiosa. Luego, la gigantesca figura del ‘Dibu’ Martínez encogió a Tchouaméni y Coman y ahí acabó todo.

Mundial para Argentina. Mundial para quien más la deseó, la trabajó y mereció. Mundial para que Messi ajustara cuentas consigo mismo.

Argentina-Francia, América-Europa, Messi-Mbappé… Emoción, vuelco, tres penaltis, dos goles de Messi, tres de Mbappé, prórroga, penaltis… No cabe más fútbol en un solo partido. Fue la mejor final de la Historia, claro que sí.

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