Ona, la última reina de la sincro

Me permitirán la licencia de escribir en primera persona para hablar del adiós de Ona Carbonell. He tenido el privilegio de ver en directo sus mejores momentos deportivos, como la plata olímpica en Londres 2012 junto a Andrea Fuentes en un dúo a ritmo de tango, o esa extravagante e histórica puesta en escena en Río junto a Gemma Mengual, o sus brillantes actuaciones como solista, desde el homenaje a la Barcelona ‘92 de Freddie Mercury y Montserrat Caballé en el Sant Jordi o a Nelson Mandela en la inhóspita y húmeda Gwangju. He visto el fenómeno Ona: como las rivales la admiraban y las niñas querían ser como ella, como aquella adolescente que todos decían que sería la nueva Mengual acabó escribiendo su propia historia.

Pero también he visto la vulnerabilidad del deporte. Cómo detrás de esas mujeres que siempre sonríen en la piscina hay una puerta cerrada, una guerra interior, un mundo también repleto de inseguridades y debilidades, como la vida misma. Ona estuvo a punto de dejar la sincro cuando no fue a Pekín en 2008. Tenía 18 años. Se hundió para emerger más fuerte, para coger el relevo tras la retirada de Gemma Mengual. Cultivó una piel tan dura que sobrevivió a esos años guerrilleros con el despido de Anna Tarrés, las acusaciones, declaraciones y la caída de los podios de un deporte acostumbrado a las medallas.

Ona sobrevivió porque reunió el foco mediático de Mengual, la determinación de Andrea Fuentes y la innovación de Tarrés, todo ello unido a su inteligencia, ambición, talento y trabajo que le ayudaron a traspasar la frontera de su deporte. Consolidada como la única solista capaz de tutear a la rusa Romashina, Ona ganó Masterchef, creó una línea de bañadores y abanderó batallas sociales como la maternidad en el deporte. Tiene un libro y un documental. Y ya forma parte del COE. Se retira una de las deportistas más grandes. Ona siempre estuvo un paso por delante. ¡Gràcies, Ona!

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