GOLF | US OPEN

Pinehurst y el fantasma de otra masacre

El US Open vuelve diez años después a la ‘casa’ del golf estadounidense, en la que se teme una escabechina cuando se cumplen 50 años de la de Winged Foot.

PINEHURST RESORT

Pasó al imaginario popular como ‘La masacre de Winged Foot’. Podría ser el título de un western de serie B, pero no lo es. Fue un torneo de golf, o más bien la historia de cómo la United States Golf Association, la Federación Estadounidense (USGA, por sus siglas en inglés), perdió el control del US Open disputado en ese celebrado campo de Nueva York entre el 13 y el 16 de junio de 1974, del que este jueves se cumplen 50 años.

Se sucedieron las escenas dantescas. Como la de Jack Nicklaus, que por entonces ya había ganado 12 de sus 16 grandes, cruzándose el green en su primer putt. El grado de exigencia, crueldad o como quieran llamarlo alcanzado por la organización podría medirse por las declaraciones de los afectados. “Todo lo que podías hacer si caías en el rough era sacarla a calle con un wedge. Lo normal era avanzar 80 yardas (unos 73 metros)”, diría Johnny Miller. “Por Dios, no había fallo: o estabas en calle o estabas en problemas”, apunta de aquello Nicklaus, que disfrutó en medio del caos simplemente “porque podía”, porque tenía los golpes para jugar en esas condiciones. La leyenda dice que se escuchaba una bola aterrizar en los greenes, duros como el pedernal, a más de 150 metros de distancia.

Ni un solo jugador acabó el primer día por debajo del par. El mejor, Gary Player, lo igualó. Terminada la jornada Sandy Tatum, que era el presidente de la USGA, acuñaría la frase que mejor resume el espíritu del US Open: “No tratamos de humillar a los mejores jugadores del mundo, tratamos de identificarlos”. Hale Irwin acabaría llevándose la victoria con un acumulado de siete golpes sobre el par; la repercusión de lo acontecido en el suburbio neoyorquino de Mamaroneck cambiaría para siempre el enfoque federativo sobre la presentación de sus campos. Aquello fue percibido por muchos como una suerte de vendetta por lo ocurrido un año antes en Oakmont, cuando se impuso Johnny Miller con un 63 en la vuelta final, intolerable desde la óptica del organismo.

Represalias esperables

Y por eso hay razones para temer que algo parecido ocurra esta semana en la 124ª edición de la cita, en el Número 2 de Pinehurst (Carolina del Norte), la ‘casa’ del golf estadounidense, uno de los santuarios de la rotación del Open y donde la USGA tiene parte de sus cuarteles (el general está en Nueva Jersey) y su Salón de la Fama. Ya lo avisaba el martes Wyndham Clark, defensor del título: “los greenes están al límite”. Parte de la culpa, si hubiera que buscar a los chivos expiatorios de la USGA, estaría en el -10 con el que se impuso el año pasado en Los Angeles Country Club. El otro 66% sería responsabilidad de Xander Schauffele y Rickie Fowler, que ‘provocaron’ a los rectores del torneo con sendas vueltas de 62, récord en los grandes, ya el jueves.

McIlroy lidia con el rough de Pinehurst durante una vuelta de prácticas.ROSS KINNAIRDAFP

Así que no es descabellado esperar un ganador por encima del par, o en un par de golpes o tres por debajo. Nada nuevo. En 1951, en Oakland Hills, Michigan, Ben Hogan ganó en +7 y declaró ufano que había rendido “un monstruo” a sus pies. En 1963, en The Country Club, Boston, el +9 solo dio para entrar al playoff, el que protagonizaron Julius Boros, vencedor, Jacky Cupit y Arnold Palmer. De las 93 ediciones desde 1930, cuando jugar bajo par deja más o menos de ser una excepción, 29 han visto un campeón por encima del par. En el Masters, que se ha jugado 88 veces ya, solo ha ocurrido tres veces. Pruebas de que el US Open habla un idioma distinto al resto del golf de competición.

“Nuestra filosofía es coger los mejores campos de América y dejarles ser lo que sus creadores pretendían que fueran para los mejores jugadores del mundo, y dejar que estos muestren sus habilidades. Cada club en la bolsa, sucio. Queremos que la peguen de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, alta, baja. Queremos ponerles a prueba en el plano mental y en el físico. Es así de simple”, resume gráficamente el Director de Torneos de la USGA, John Bodenhamer, ese código en declaraciones recogidas por Golf Digest.

Un macroresort con un millón de visitas al año

Produzca o no produzca el drama que se puede oler a distancia, hablar de Pinehurst es hablar de un pináculo del golf norteamericano. Ubicado en el interior de Carolina del Norte, es obra de James Walker Tufts, un magnate con negocios en la cubertería de plata y los dispensadores de soda que en 1895 compró 5.500 acres (2.225 hectáreas o 22 kilómetros cuadrados) donde hoy en día se alza un macroresort que recibe un millón de visitantes al año. El primer campo de 18 hoyos abrió en 1898 y ya están construyendo el décimo. La oferta se completa con uno de nueve hoyos y un pares 3. Este US Open será el 13º torneo de la USGA que se juega allí, y al menos habrá otros seis más de aquí a 2044 (el US Open masculino volverá en 2029, 2035, 2041 y 2047). Es parte de la política de Anchor Sites, podría traducirse como ‘sedes estrella’, implantada en 2020.

El Número 2, el que se jugará desde este jueves, es un diseño de Donald Ross (hay otros con el sello de Gil Hanse, Tom Fazio o Jack Nicklaus, un All-Star de la arquitectura golfística contemporánea) renovado en 1974 por Robert Trent Jones y de nuevo en 2010 por Bill Coore y Ben Crenshaw con vistas al último Open jugado allí, en 2014 con triunfo del alemán Martin Kaymer, hoy jugador del LIV. De sus greenes ondulados Johnny Miller dijo que aterrizar en ellos la bola es “como intentar dejarla en el techo de un Volkswagen Escarabajo”. Enclavado en un bosque de pino, con grandes obstáculos de arena al estilo Kiawah y pares 4 monstruosos como el 2 (el 1 más sencillito porque Ross creía que el primer segmento de un campo nunca debería ser demasiado difícil), un clásico del US Open, desde este jueves enseñará de nuevo su majestuosidad, y también sus colmillos.

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