¡Aleluya, Oro parece!

Estamos orgullosos de vosotros. Esta España de Moncho y Chichi (el tándem técnico ha dado una lección a los que dudaban de su fiabilidad) ha escrito en Estocolmo la página más emotiva que uno recuerde desde que decidí pasar por el aro y dedicar parte de mi vida a este deporte de gigantes y cabezudos. Desde aquellas noches en vela del verano del 84 con ese dream team spanish en el que Fernando Martín, Corbalán y Epi apartaron de nuestras carpetas a los héroes caídos del fútbol tras el detestable Mundial de 1982, no vi nada igual. El basket irrumpió como una tabla salvavidas para rescatarnos de la depre. Pero los tiempos de vino y rosas acabaron, la Liga ACB entró en una fase de bloqueo (alimentada por la decadencia del Real Madrid) y hasta la irrupción de la Quinta de Gasol todo pintaba más negro que el trasero de Shaquille O’Neal.

Por eso la gesta de ayer ante los corajudos italianos tiene un valor añadido que sólo calibraremos cuando esta noche nos colguemos al cuello la medalla de oro. Clave haber vencido en un día malo de Pow Gasol. Dio igual. Por allí apareció un chavalín de 23 años con un apodo que describe literalmente su baloncesto espumoso y orgásmico. Navarro es la bomba, esta España es un bombón y la final ante Lituania es un bombazo. Nos quitamos de encima a los italianos con ese oficio que nunca tuvimos y que ahora poseemos gracias a la generación triunfal del Mundial Junior de Lisboa. Son los pavones del basket y se saben los mejores. Los hijos de Sabonis lo pondrán crudo. Pero tengo fe. Ganamos fijo. Que sí. Oro parece...

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