La lección de Portillo

Antes de nada, debo decir algo. La Real Sociedad de Merlín Denoueix merece una catarata de elogios porque jugó como un equipo grande: concentración máxima, despliegue táctico espectacular y admirable estado de ánimo. El área madridista parecía ayer el centro de Bagdad, porque Nihat, De Pedro, Kovacevic, Karpin y Xabi Alonso se dedicaron al pillaje mientras los marines blancos (Hierro, Helguera, Flavio y compañía) miraban impasibles cómo saqueaban los tesoros del Imperio. Pero en el banquillo aguardaba su turno un futbolista irreductible nacido en Aranjuez hace 21 años, que se ha propuesto sacar los colores a Del Bosque cada vez que lo deje inédito. Hablo de Portillo. El muchacho lleva el gol grabado en la frente como si fuese un guerrero de la Edad Media. Con 4-1 buscó la espalda de la zaga realista, demostró que es compatible con Ronaldo y Raúl (si hay que morir, que sea de pie y con los ojos abiertos) y con un gol de pillo se reivindicó.

Portillo ha jugado hasta la fecha menos que Pardeza en aquella época en la que las genialidades y la mitología del Buitre obligaron al extremo onubense a buscarse la gloria en otra parte. Aún así, Portillo ya lleva casi 20 goles, maneja el mejor promedio realizador del Madrid galáctico (conste que me empieza a asquear ese adjetivo) y gracias a su gol de Dortmund, el equipo opta a conquistar la Décima. En Anoeta casi todo fueron malas noticias para el líder, pero el espíritu ganador de Portigol debería sacudir las conciencias de sus compañeros para que ante el Barça y el Manchester recuperen el discurso seductor del pasado martes. Tengo la solución. Ni galaxia ni gaitas. Que el Madrid regrese a La Tierra y ahí demostrará que es el mejor.

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